27. Un atisbo del futuro

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—¿Qué edad tienes realmente?

—No estoy muy seguro. Pero podría decirse que era un adolescente cuando empezamos a transmigrar.

—¿Un adolescente de cien años tal vez?

—Tal vez...

—¿Y tus padres?

—No lo sé. Tal vez emigraron antes de que las cosas se pusieran peligrosas por aquí. Nunca he sabido de ellos.

—¿No se ocuparon de ti?

—Así no funcionan las cosas con nosotros.

Se había hecho una suerte de costumbre que Zuzum lo asediara con todo tipo de preguntas por largo rato. Él no tenía ningún problema en contestarlas y, de hecho, le agradaba ese nuevo ambiente libre de secretos y prejuicios entre ellos. Aunque había a veces algunas preguntas que prefería dejar sin respuesta.

—Entonces ¿no existe el matrimonio entre ustedes?

—No.

—¿Y cómo tienen hijos?

—Mediante acuerdos. Es un pacto especial, de confianza, tiene mucho valor significativo... pero no es como el matrimonio de ustedes.

—Y ¿tuviste hijos?

—Era muy joven para eso.

—Pero eventualmente ibas a tener hijos con alguien ¿cierto?

—Sí... probablemente. —A Ítalos no le estaba gustando la dirección que estaba tomando aquella plática.

—Y ¿con quién ibas a hacerlo?

—No lo sé...

—¿Hubiera sido con esa chica de pelo castaño, esa que se llamaba Emiria?

—En puridad, ésta no es nuestra verdadera apariencia, así que no teníamos pelo... ¿podemos hablar de otra cosa?

—No, dijiste que responderías a todas mis preguntas —se entercó ella con un ánimo un tanto punzante, él desvió la mirada distraídamente hacia cualquier parte—. ¿Hubiera sido?

—Tal vez...

—¿Hubiera sido?

—Tal vez, no lo sé.

—¿Y si ella te lo hubiera propuesto?

—¿Realmente tenemos que hablar sobre supuestos que nunca se dieron?

Zuzum se apartó de él, fastidiada y se dispuso a vestirse. Ítalos no entendía por qué muchas personas se obstinaban en querer saber cosas que iban a terminar enojándolos sin importar cuál fuera la respuesta. Sabía que Zuzum solía tender a eso, y en realidad no habría habido ningún problema en satisfacer su curiosidad de no ser porque la respuesta a su pregunta era que sí.

Los días que habían sucedido habían estado marcados por un constante ajetreo. Ítalos había conseguido un empleo como asistente del boticario rural de la zona, lo cual le iba como anillo al dedo pues el uso medicinal de las plantas silvestres era uno de sus pasatiempos, además que no veía mucha diferencia con las maneras de la magia.

No le sorprendió ver que Zuzum tenía algunas destrezas escondidas. Había conseguido algunos encargos de costura, cosas simples de remiendos y arreglos de una que otra prenda. Pero conforme pasaban los días, los pedidos eran más complejos y de pronto encontraron a la única mesa de la habitación atiborrada con hilos de colores, agujas y bastidores.

El pasar del tiempo les dio más confianza a ambos en cuanto a la seguridad de su escondite. Ítalos no esperaba que buscaran a una pareja de esposos en las afueras de la ciudad, tanto por el lado de él como por el de Zuzum.

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