—¡¿Qué fue lo que te pasó?! —exclamó Zuzum al ver la mejilla amoratada de Ítalos, quien al ver la expresión de su amiga comprendió que no había sido muy inteligente presentarse de esa manera frente a ella.
—Hice una tontería y... me castigaron —respondió escuetamente ladeando la cabeza para que el bulto morado no quedara a plena vista.
—¿Lo hizo Ureber? —Zuzum frunció el entrecejo gravemente y se levantó de su silla de improviso. —¡Por Dios! ¡No puede hacerte eso! —bramó enojada—. ¡Ese brujo es un demente! ¡Te lo dije! ¡Llévame con él! Por más loco que pueda ser tendrá que escucharme, ahora soy una noble y...
—¡No, no, no! —interrumpió Ítalos—. No, no puedes hacerlo.
Zuzum lo miró, impávida pero hinchada de indignación.
—No lo hagas, por favor. Por favor —imploró él. Al ver la expresión de la muchacha, comprendió que de verdad ella estaba dispuesta a hacer lo que decía y eso lo alarmó pero también lo conmovió mucho.
Ella soltó un suspiro que sonó más a un gruñido y asintió con un ademán, aún visiblemente en desacuerdo.
—Pero no dejes que te vuelva a hacer eso. No seas tan pazguato ¡Por todos los cielos! —advirtió ella a modo de reproche—. Ven, vamos a curarte eso.
Zuzum colocó su mano en la barbilla de él para forzarlo a mostrar su mejilla, Ítalos se estremeció pero la dejó ser y tampoco se resistió cuando los dedos de su amiga rozaron la parte morada que aún le dolía. Pero ella fue delicada y aunque estaba empezando a sentirse nervioso, era agradable. Hacía tiempo que no sentía que alguien se preocupaba por él, tanto que le daba la impresión de que tal vez nadie nunca lo había hecho.
Aquel día, Ureber le había ordenado que entrara en ese fogón y por primera vez, Ítalos se había negado. Una cosa era poner su mano al fuego y otra, entrar en un horno incandescente. Cuando intentó irse corriendo, Ureber lo tomó del brazo con tal fuerza que Ítalos pensó que se lo rompería. Al forcejear por zafarse, el brujo le abofeteó la cara y lo lanzó a aquel infierno contenido e Ítalos escuchó la puerta de metal del horno cerrarse como un estruendo.
Estaba dentro del horno, con llamas que se desataban furiosas. Sus ropas se volvieron cenizas en segundos y no podía ver más que el naranja de las llamas. Estuvo encerrado ahí por un tiempo indefinido.
Luego de controlar su desesperación, se percató de que no se estaba quemando. Pero esta vez era diferente a como cuando había puesto su mano sobre la llama. Ahora había fuego por todas partes, lo rodeaba, lo bañaba y le hablaba. Ítalos no sabía si era su imaginación, pero podría jurar que escuchaba algo venir del corazón de las llamas. Murmullos, susurros suaves y casi imperceptibles que le decían que el fuego no tenía intención de dañarle.
Que el fuego era parte de él.
De repente, estaba volando sobre un mar de nubes doradas en un atardecer cálido. Algunas estrellas ya estaban apareciendo en aquel cielo multicolor. Volar sobre las nubes era para él como un pez nadar en el agua, estaba en su elemento. Siempre había sido su elemento ¿cómo pudo haberlo olvidado? Esos eran sus dominios, ese era su hogar.
Su hogar ¿tenía un hogar? Sí, era suyo. Porque él era... ¿quién era?
La puerta del horno chirrió al abrirse e Ítalos abrió los ojos. Las llamas aún bailaban alrededor suyo, como si lo acariciaran. Ni siquiera uno de sus cabellos rojos se había quemado.
Cuando Ítalos se asomó por la puerta de metal, Ureber dio un respingo hacia atrás. Era la primera vez que veía al brujo alarmarse. Tal vez no esperaba que él saliera con vida del horno, pero Ítalos tuvo la sensación de que no era eso. Ureber lo miró atónito, con la boca abierta.
—Tú... —murmuró el brujo—. Así que tú eres...
Y sonrió como Ítalos pensó que sólo los locos podrían sonreír. Entonces él comprendió que el hechicero ya había resuelto el misterio que lo envolvía.
—¿Qué quieres hacer hoy? —inquirió Ítalos a su amiga para tratar de salir de su ensimismamiento.
—Quiero pasear por los jardines —demandó Zuzum con un tono incuestionable—. Hace tiempo que no lo hago.
Ítalos decidió dedicarse a ese momento por completo. Aunque apenas podía apartar el pensamiento de lo que estuvo a punto de recordar en el horno. Tenía esa sensación de alguien que despierta de un sueño largo y sólo puede recordar algunas partes. Sentía que la respuesta estaba en la punta de su lengua, ese vago recuerdo lejano que uno siente que está ahí y no puede recordar.
—Uno de estos días van a concertar mi boda con algún desconocido.
Las palabras de Zuzum lo regresaron a la realidad.
—¿Vas a casarte?
—Así es —asintió ella con solemnidad.
Ítalos frunció el ceño, confundido. Esos temas siempre le habían parecido demasiado adultos y, a su modo de ver, tanto él como Zuzum eran aún unos niños. Unos que estaban dejando de serlo porque ya tenían trece años pero unos niños al fin y al cabo.
—Felicitaciones... supongo —murmuró aún perplejo. Para su sorpresa, sintió emerger un asomo de tristeza. Si Zuzum se casaba, entonces ya no podrían pasar juntos tanto tiempo. Definitivamente, las cosas cambiarían. Ella era su única amiga, era caprichosa y mandona, pero eso en realidad no le fastidiaba en lo absoluto.
Zuzum debió de notar aquel pequeño tumulto en Ítalos porque le dio unas suaves palmaditas en su espalda.
—No te preocupes —emitió con un pronunciado tono de pesar—. Después de que me case, le insistiré a mi esposo para que seas uno de nuestros criados.
Ítalos arrugó su entrecejo y ella rió profusamente.
—¿Gracias?
Las bromas de Zuzum a veces podían sonar un poco crueles pero por lo general las decía con una buena intención oculta. Los dos se miraron por un breve momento.
"Aunque las cosas cambien, no voy a dejarte de lado" decían los ojos de Zuzum. Un silencioso mensaje que Ítalos pudo comprender.
ESTÁS LEYENDO
SOMNUS
FantasyUna historia de romance en un escenario de fantasía, una guerra, magia y un sueño del cual se debe despertar. Ítalos es un niño huérfano que por azares del destino termina siendo el sirviente de un temible hechicero. No obstante, gracias a esto empi...