7 de agosto de 2004. 02:24 AM.
Cuando llega la noche me dedico a leer. Desde que aprendí a hacerlo cogí la costumbre y me volví incapaz de dormir sin haber leído antes. Después de cenar se nos permite quedarnos en el salón a hacer lo que queramos e irnos a dormir cuando tengamos sueño. En el Madre Teresa cenábamos a las 20:00 y después nos mandaban a nuestras literas. Aquí, procuro quedarme jugando a la consola con Matt hasta que estoy demasiado cansada. La hora de dormir es el peor momento del día. Cuando me cuesta hablar sin bostezar y siento que se me cierran los ojos, me voy a mi habitación y leo hasta el fatídico momento en que me quedo dormida. Hace unos años, cerrar la puerta con cerrojo entraba en mi rutina, pero con el tiempo se dieron cuenta de que no servía para nada.
Estoy en las páginas finales de La importancia de llamarse Ernesto cuando me pierdo en las palabras. No me da tiempo a terminar, así que lo cierro con un marcapáginas, lo dejo en mi mesita, apago la luz y, como siempre, me ordeno a mí misma que no me levante. Como siempre, no me haré caso. Después, por desgracia, me duermo.
No suena el despertador por megafonía. Esta mañana no hay música clásica. Herr Gustaff se encarga de pasar a despertarnos uno por uno. Cuando llega a mí, grita.
— ¡Cleo! No hay electricidad. ¿Tienes algo que ver…?
Mierda. Otra vez. Pues claro que tengo algo que ver. Me levanto de un salto y voy hacia la puerta descalza. Solo uso zapatos cuando salgo del edificio principal.
—Cuando nos hemos dado cuenta de que no funcionaba ningún interruptor he ido a ver el panel de control, y estaban todos subidos. Los generadores estaban perfectamente. Hacía viento suficiente para los molinos. No había ningún cable roto. ¿Qué has hecho?
—Ay, dios… Lo peor es que no lo sé, como siempre. Si me dejáis un rato por allí creo que puedo arreglarlo. Y llamad a Matt.
El antiguo miembro del Comité Olímpico Internacional se echa a reír.
—Matt lleva allí desde las ocho de la mañana. Mr. Ericsson está con él. Están algo cabreados contigo –me mira con una sonrisa que asusta bastante. A menudo la gente se ríe de las tenebrosas sonrisas de nuestro profesor.
Estoy preocupada. Ninguno de los dos ha sabido arreglar lo que quiera que haya pasado en el suministro eléctrico. A veces me planteo pedir que me aten a la cama.
Cuando llego a la sala desde la que se controlan los suministros de luz, agua y calefacción, Matt se echa a reír como un loco. Mr. Ericsson me mira serio, cruzado de brazos.
— ¡Por favor, mirad esos pelos! ¡Parece un maldito león! –sigue riendo, tirado en el suelo y secándose las lagrimillas-. ¿Qué es eso de tu pijama? ¿Un osito?
Pongo los ojos en blanco. Es incorregible. El resto de los presentes finge que no le oye. Voy hasta el profesor, quien me hace observar un cuadro lleno de interruptores con etiquetas, de las cuales tengo que buscar al menos la mitad en el diccionario. ¿Qué narices es un diferencial?
—A ver, Cleo. Voy a desatornillar la caja y comprobaremos si has tocado los cables.
¿Desatornillar la caja y trastear con cables? Esto es peor que esa vez que me metí a la capilla del Madre Teresa y puse todas las cruces del revés. Las monjas creían que era obra del diablo y nos hicieron pasar el día rezando.
Matt, que ya se había tranquilizado y estaba ayudando a Mr. Ericsson, ríe de nuevo. Los cables están arrancados de sus sitios y atados en un bonito lazo. Lo miro sin comprender. ¿En serio yo he hecho eso?
—Definitivamente, debería dormir en una celda de aislamiento.
Mr. Ericsson se echa a reír junto a Matt.
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Línea de sucesión.
Fanfiction[OC] L, ese que da su vida por la justicia, ese que vencerá al mal, necesita asegurar su legado. Pero, ¿cómo decidirse por uno entre tantos herederos?