VII

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Tres de febrero de 2008. 6:00 AM.

Me despierta una alarma a la que, a pesar de haberme acostumbrado, no consigo coger el gusto. Es un pitido intermitente, chillón y estridente que nada tiene que ver con nuestra tranquila música clásica. Suena como si hubiera una emergencia grave. Pero es solo la alarma matutina de la SPK. Si no despertamos, vienen a despertarnos con bronca incluida. Creedme, no es de buen gusto una regañina por parte de una experimentada agente de la CIA.

En realidad se está bien aquí. Puedo sentarme en una silla giratoria, iluminada por un montón de pantallas que muestran cámaras de vigilancia de este edificio, cárceles de máxima seguridad y las oficinas de la OIPC, el FBI y la CIA. Me dejan leer libros de criminología y puedo pedir que me traigan todos los que me interesan del exterior. Aquí no parece haber sitio para la literatura; aun así, me dan todo lo que necesito y me mantienen contenta.

Me visto con una camiseta gigante de color verde manzana que tapa mi menudo cuerpo, cubriendo hasta las rodillas y los codos. No se me permite andar descalza por este suelo que recuerda al de una nave espacial, así que me calzo unas zapatillas de estilo Converse que han acabado raídas tras cuatro años en que mis pies no quieren crecer. Ya se ha abierto la puerta cerrada mediante un sistema de seguridad usado en las cárceles, todo para mantenerme aislada mientras duermo. Ni miro mi pelo. Ya no tengo tiempo para atarlo con un lazo. En el trayecto a la sala de investigación, recojo mi larga melena pelirroja en un moño que no ha sido comprobado por el espejo. Las máquinas expendedoras me ofrecen un cappuccino que sabrá a rutina y un paquete de galletas de chocolate. Echo de menos las tostadas recién hechas y las frutas frescas de Alisa.

—Feliz cumpleaños. —dice Near a modo de saludo, sin levantar la cabeza de unos muñecos que se asemejan a extraños dinosaurios.

La preocupación causada por el caso Kira ha estado a punto de hacerme olvidar mi cumpleaños, pero yo nunca olvido nada. Alcanzo a agradecérselo apresuradamente sin atragantarme con una galleta. Pocas chicas deben de celebrar sus dieciséis años en el cuartel general de la SPK con las galletas de chocolate de cada día. Más bien, soy la única. Linda, que ahora estará a punto de cumplir los quince, podría estar conmigo, pero decidió seguir dibujando. La única mujer aquí es la agente Lidner, una mujer alta y corpulenta que parece la tía más borde del mundo.

Gevanni nos lee el parte recogido por la policía.

—Esta semana murieron 27 presos japoneses, doce estadounidenses, cuatro franceses y un surcoreano. La policía encontró muerto en un callejón a un terrorista de Al-Qaeda en busca y captura –el año pasado, tras todos los años de búsqueda de la policía, Osama Bin Laden sufrió un misterioso ataque al corazón y se puso precio a la cabeza de sus seguidores—, y sus subordinados se han entregado. Ah, por cierto, felicidades, Cleo.

Parece descender el número de víctimas conforme pasan los años. Es cierto que cada vez hay menor índice de criminalidad, pero ¿de verdad son necesarias las vidas de tantas personas para pagar por ese precio? Ese maldito Kira… Lleva tres años jugando a ser Dios, todo con ese puñetero cuaderno. ¿En serio cree que está haciendo justicia? ¿Es ese el concepto de justicia que tienen él y todos sus seguidores? ¿El ojo por ojo? ¿El miedo como forma de represión? Después de seis años, el número de víctimas contadas por la SPK de su “justicia” ha aumentado a casi medio millón por todo el mundo. A eso hay que añadirle tal vez trescientos casos desconocidos por la policía. Y me juego el cuello a que al menos una quinta parte de esos muertos era inocente, incluyendo a L y Watari. Este genocidio se le ha ido completamente de las manos, pero imagino el perfil de Kira. El asesino de tantos seres humanos no debe de tener el más mínimo miedo a la muerte, y mucho menos a matar.

Ill Ratt, un hombre delgado de ojos achinados y pelo cortado a lo tazón, entra sonriente, con un vaso de leche manchada en la mano.

— ¿Os habéis enterado? –Sin esperar a nuestra respuesta, suelta una risilla de hiena-. ¡Se han cargado a media mafia de Chicago! Todo apunta a, por supuesto…

—La mafia de Los Ángeles. –Recitamos Near y yo al unísono. Hace bastante que empecé a suponer de dónde saca toda esa información sobre la mafia, pero aún no puedo compartir esto con Near siquiera, pues si (ojalá) me equivocara, tendría de repente encima a todo el FBI. No me conviene.

El investigador hace como que no nos oye y sigue explicando el procedimiento como si de una maravilla se tratase. Near, que en ningún momento se ha interesado por ello, observa con detenimiento el vídeo de la detención y muerte de Kyosuke Higuchi por, según mi cuenta, nonagésimo tercera vez. ¿Qué espera encontrar ya? Más bien deberíamos empezar a recopilar la información que vamos a presentarle al presidente Hoope. ¿Cómo espera explicarle lo que es una Death Note de forma que suene realista?

—Cleo –Near me saca de mis pensamientos, señalando la computadora principal con una mano tapada por las largas mangas de su pijama mientras sujeta un dinosaurio—, ¿puedes buscar en los archivos de la policía japonesa las normas de la Death Note? Necesito comprobar una cosa.

Asiento y subo de un salto a la silla giratoria. Allí me espera el café con exceso de azúcar y una pantalla de inicio. Accedo a la carpeta compartida con la OIPC, en la que se clasifica la información por países. Entro a Japón y leo en voz alta las escaneadas normas de la Death Note. Imagino en qué está pensando Near. Cuando voy a abrir la siguiente imagen, un fondo rojo brillante inunda la pantalla de plasma. Le siguen una serie de letras blancas que se repiten por la pantalla.

ESTO SOLO ES UNA MUESTRA DE LO QUE PODEMOS HACER. NO VENIMOS EN SON DE PAZ. TENEMOS ACCESO A TODA SU INFORMACIÓN. PRONTO NOS HAREMOS CON UNA DEATH NOTE. MANTÉNGASE AL MARGEN. SALUDOS.

Todos me miran, justo cuando sacudo la cabeza. Estoy temblando. Siento una corazonada. No se me ocurre nadie capaz de acceder a este sistema, pero no tardo en darme cuenta de quién es. Y, si es esa persona, puedo permitirme tener miedo.

—No, no he sido yo. La puerta de mi cuarto está cerrada. Esto es serio.

Sí, es Mello. Pero algo me dice que no es buena idea que lo sepan.                            

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⏰ Última actualización: Jul 10, 2015 ⏰

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