9 de diciembre de 2004. 08:29 AM.
Me encuentro entre cuatro paredes blancas. Suelo blanco. Techo blanco. Intento tocar las paredes, pero parecen no existir. Es un espacio infinito, puedo correr hacia donde quiera, la pared blanca seguirá estando muy lejos. Escucho una voz de niño.
—Ven.
Con total confianza, alargo mi brazo derecho hasta la voz y toma mi mano.
— ¿Qué? ¿Estás mal? Anda, vamos, no seas tonta y ven aquí.
Aquella voz se escucha al otro lado de mi cuerpo. Sujeta mi brazo izquierdo y yo me dejo, segura de lo que hago. Las dos voces gritan y tiran con fuerza de mis extremidades hasta que mi cuerpo se divide en dos. Es alguna clase de mitosis. Dos Cleos. Mis ahora cuatro ojos siguen viendo como uno solo. Veo avanzar a toda velocidad una cabeza rubia y otra blanquecina que agarran mi cuerpo mientras este se deja llevar. El tiempo se acelera de tal manera que no consigo distinguir las formas borrosas de cada cuerpo. Las paredes se vuelven negras, y les sigue mi mirada. Ya no veo. Solo oigo las mismas voces de antes.
— ¡Aléjate de él!
—Deberías venir conmigo.
Las voces son sustituidas por Para Elisa. El piano me saca de algo que no sé definir como sueño o pesadilla. Pero no despierto en mi cama. Me encuentro en una habitación vacía en la que se mantienen las sábanas de una cama, idénticas a las de la mía. A diferencia de los libros de mi estantería, mesa, suelo e incluso armario, los muebles de este cuarto están completamente vacíos. Sin embargo, sé bien qué había en este cuarto: en la estantería había una amplia colección de terroríficos libros de Stephen King y, por supuesto, Charlie y la fábrica de chocolate, su favorito. Nunca me prestó los libros de Stephen King que había cogido de la biblioteca. Creía que yo era tan inocente como para asustarme o escandalizarme de ellos. En el escritorio, antes de que se lo llevase, había suficiente chocolate como para alimentar a una familia de indigentes durante un mes junto a una pila de apuntes, ejercicios y redacciones. El armario se reservaba para un regimiento de ropa negra. Y, en la cama, remoloneando durante diez minutos antes de irse a desayunar una taza de chocolate caliente, debería estar Mello y no yo.
¿Es esto alguna clase de muestra de que le echo de menos? Porque sí, lo hago. Sé que Matt también lo hace. Intenta rellenar su hueco con chicas, pero necesita un amigo insoportable al que solo él puede soportar para asegurarse de que es con él con quien pasará su tiempo, con el que jugar a videojuegos que las chicas consideran “demasiado violentos”. Y yo, a pesar de ser su mejor amiga, no sirvo para eso. Sí que resulto bastante insoportable, pero paso demasiado tiempo con Near en el que Matt se queda solo. Me siento culpable. Es ahora cuando quiero usar esa mitosis con la que he soñado.
Me dirijo con andar pesado al ala derecha del edificio residencial, hacia los dormitorios de las chicas. Ya en mi cuarto, me visto con un par de pantalones vaqueros y una camiseta holgada con el icono de blink-182. Fue Nana, la amiga de Linda, la que me dio a conocer el grupo. Conoce intérpretes de toda clase de música y siempre tiene una recomendación para cada persona. Sabe tocar la mitad de instrumentos que conozco, y formó el club de ballet con cinco chicas y dos chicos. Miss Levine siempre dice que sería una buena profesora de música y danza, mejor que ella. Nana se ríe y dice que, mientras pueda asistir a conciertos, dará todas las clases que sean necesarias.
Una vez frente al espejo, observo cómo mechones de un extraño tono entre anaranjado, rojizo y castaño claro al que ya estoy más que acostumbrada se pelean por sobresalir más que ninguno de entre mis hombros. Los desenredo con un cepillo y recojo los alborotados mechones del flequillo con una cinta azul a modo de diadema. Me echo al hombro una bolsa con mi cuaderno, apuntes de historia, química y literatura y un boli, idénticos a los del resto de mis compañeros; y me dirijo al comedor. Miro con sorpresa la tercera mesa empezando por la izquierda. Vacía. Matt está con las amigas de Linda. Me ha dejado completamente sola. ¿Es que acaso se ha olvidado de mí ahora que no está Mello? ¿Dónde está ese Matt al que conozco, incapaz de hablar con más de dos personas a la vez?
Como si se tratara de una venganza, me siento junto a Near. Sé perfectamente que hoy Linda no va a preguntarle cómo está, sino que querrá consolar a Matt a pesar de que se ve en su mirada que le da igual y que de una forma u otra saldrá de ello.
— ¿Qué estás haciendo? –pregunta Near, que bebe de un vaso leche de soja.
En un ambiente normal sería maleducado contestarle la verdad, pues le haría sentirse mal. Pero conozco a Near demasiado bien y sé que no le molestan para nada estas cosas.
—Me han dejado sola –a pesar de ello, intento suavizar el hecho un poco, intentando sonar… ¿preocupada? Realmente no me preocupa, pero quiero que sepa que me tiene a mí—. Y…bueno, tú siempre estás aquí solo, y supongo que no te importará que me quede contigo, ¿no…?
—No siempre estoy aquí solo. Linda viene cada cinco o seis días a preguntarme cómo estoy y me invita a sentarme con ella y sus amigas –comienza a pelar una manzana, con la leche aún a medias-. Y no, no me importa, sé que no te gusta estar sola.
Le respondo con un escueto “gracias” mientras unto una rebanada de pan tostado con mantequilla y mermelada de melocotón. Me aguarda una taza de café con leche, sirope de chocolate, nata y azúcar. Sé que el café afecta negativamente a mi crecimiento, pero es la mejor forma de soportar despierta el mayor tiempo posible y no causar más perjuicio. Pienso un tema de conversación que realmente le interese a Near. Con nosotros no sirven de nada las conversaciones estúpidas a lo “qué buen día hace hoy, ¿no crees?”. Herr Gustaff nos decía proverbios chinos mientras hacíamos artes marciales, y nos enseñó a hablar solo cuando nuestras palabras fueran mejores que el silencio. Por fin, se me ocurre algo realmente importante.
— ¿Qué teoría tienes acerca del falso L? –a pesar de que le dije que le iba a ayudar, todavía no hemos puesto en común nada.
—Por favor, lo sabe hasta Roger. El falso L debe de ser alguien que estuvo trabajando muy de cerca con él, tanto que se tomó su muerte como una invitación a ocupar su puesto –me mira de reojo, abriendo los ojos de forma que parece decírmelo todo-. Conocemos a L. Él nunca le habría hablado de nosotros ni a su mejor amigo, ni a su mano derecha. Estoy seguro de que nunca les dejó nada claro sobre que él no era ninguna clase de… ¿institución? ¿Organización?
Busco las definiciones en el diccionario para asegurarme y sacudo la cabeza. Desde luego que no lo hizo, pero sé que mucha gente le consideraba algo así, a pesar de ser una sola persona. Pero L no es una persona, sino una personalidad. L es la justicia.

ESTÁS LEYENDO
Línea de sucesión.
Fanfikce[OC] L, ese que da su vida por la justicia, ese que vencerá al mal, necesita asegurar su legado. Pero, ¿cómo decidirse por uno entre tantos herederos?