Deux.

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Me despierto gracias a que me caí del sofá debido a sonidos provinientes de la cocina.

—Auch— sobo mi espalda. No sé ni en qué momento terminé en el sillón. Aún en el suelo, revuelvo mis largos rizos. Bostezo muy grande. Sonidos de nuevo.

Me levanto y veo que la computadora está encendida. Vi los últimos párrafos que había escrito. Anoche sí me inspiré demasiado. Escuché movimientos de nuevo.

»—¿Diego?—pregunté. Aunque estaba seguro de que era él. Siempre llegaba para despertarme. Pero me extrañó, no era tan tarde. Caminé hacia la cocina y lo primero que me topo es un chico desconocido, delgado y de cabello castaño. Pegué un grito. Él también gritó.

—Dios, eres un salvaje, me asustaste— dijo en mi dirección.

—¿QUIÉN ERES TÚ Y QUE HACES EN MI APARTAMENTO?— a estas alturas yo ya estaba con un sartén en mi mano, no muy seguro de cómo usarlo.

—Tú sabes quién soy— el chico me miraba tranquilamente, recargado en la barra, jugando con una manzana.

—No tengo idea de quién eres o qué es lo que quieres— le dije— ¿Quieres dinero? Te puedo dar dinero, tengo mucho de eso.

—Me ofendes, ¿De verdad no te acuerdas de mí?— preguntó, yo sólo lo miraba como signo de interrogación. Él pareció desesperarse un poco, devolvió la manzana a su antigüo lugar; llevó sus dedos al puente de su nariz y susurró un «¿Por qué no me hizo más paciente?» Se aclaró la garganta y se dirigió hacia mí:

»—El chico de ojos color café observaba el panorama— parpadeó dramáticamente—Sus rizos bien definidos se revolvían con el viento... — señaló su cabello-Sentía que podía ser libre...—se acercó a mí lentamente, yo apreté fuerte mi sartén— ¿No te suena ni tantito?

—Es mi historia, esa es mi historia— le dije con voz sensata recordando la noche anterior. Él sólo rodó los ojos.

—A ver vamos a intentarlo una vez más. Tu historia, el personaje que describí— hablaba tan despacio como si le estuviera hablando a una zuricata—Es idéntico a mí— se dió una vuelta con lo brazos en el aire— Entonces, podemos concluir señor escritor que...—me miró.

—¿Joaquín?— cuestioné, sonó más como una imposibilidad que como una pregunta.

—Ding ding ding. Bingo. Vaya, creí que tendría que explicártelo con manzanas.

—¿Es una broma verdad?— bufé. Dejé el sartén al lado de la estufa. Claro, fui un estúpido— Te mandó Diego, claro. ¡Muy gracioso, Chino!— gritaba, como si estuviera en algún lugar del departamento o tuviera una cámara escondida por ahí— ¡De muy mal gusto por cierto! ¡Ya puedes salir a burlarte en mi cara! ¿Eso querías no?— El chico delante de mí parecía sentir pena ajena por mí. Hasta yo lo sentiría después de tremenda humillación.

—Eh... Eres patético— me dijo. Yo me solté riendo muy fuerte.

—Qué buen actor eres ¿Te dedicas a eso? Supongo que sí, te queda muy bien.— lo miré y le di un golpe en el hombro— ¿Cuánto te pagó Diego, eh?

—Ay dios, sí eres un loco.— suspiró fuerte— Soy Joaquín Bondoni. El personaje que creaste. Mucho gusto.

—No, no, no no. No.— para estos momentos creo que efectivamente, sí parecía un loco— Eso no es posible. Estoy soñando. Estoy soñando ¿Verdad? Por favor Emilio despierta—  me di un ligero golpe en mi mejilla— despierta, despierta.— ahora golpeaba mi cara por todos lados.

—¿Ya te dije que eres patético?

—Tú no eres real. Tú no eres real.

—Oh, soy muy real... O algo así.

¡No es real! →EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora