Douze.

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Douze.

Me di cuenta de lo que dije apenas salió de mi boca. Sus ojos se clavaban en los míos. Su boca estaba entre abierta.

—Joaco yo...

—Lo sé, sé que no soy real. Estoy consciente de ello y lo sé, Emilio. Lo sé muy bien. Pero tú te comportas como un verdadero idiota y crees que no es así...— hablaba rápido, sus mejillas se habían tornado rosadas

—¡No soy un idiota!— alcé mis manos a mi lado.

—¡Entonces deja de comportarte como uno!— me señaló. Para este punto ya estábamos gritando.

—¡Eso trato!

—¡Pues no lo parece!

—¡¿Y entonces por qué sigues aquí?!

—¡Porque estoy enamorado de ti!

—¡Y yo de ti!

—¡Bien!

—¡Bien!— respondí. Lo miré. Su respiración era agitada y la mía igual. Sentía adrenalina en mi cuerpo y emociones a flor de piel.

Nuestras miradas se mantenían en el otro. Me miraba encrespado. El calor se hacía presente en la habitación
Mi corazón latía rápido, y sólo seguía mis instintos.

Caminé con pasos firmes y directos hacia él, sin titubear ni un solo momento. Tomé su rostro entre mis manos y lo besé. Lo besé apasionadamente. Él no puso resistencia alguna.

Nuestras bocas jugaban en un intento desesperado por marcar territorio. Era un beso desordenado, salvaje, como fuegos artificiales cayendo por el cielo, como un poema de Benedetti o una obra de Picasso.

Joaquín colocó sus dedos en mi cabello, enlazándolos entre mis rizos. Bajé mis manos a su cintura, pegándole más a mi cuerpo.

Sus labios se aferraban a los míos como si fuera lo último existente en esta tierra. Mis manos se posaron en sus glúteos y después en sus muslos.

Lo dirigí hacia mí escritorio, cargándolo, colocando sus piernas al lado de mi cuerpo y sentándolo sobre la madera sin separarnos en ni un solo segundo.
Era caótico, bullicioso y apasionante.

Joaquín posó sus delicadas manos sobre mi pecho, apretando mi polera etre sus dedos. Yo me centraba en su cintura, en lo diminuta que era, ciñiendo mis dedos a esa curvatura que me volvía loco.

Él deslizó sus manos hasta llegar a mis caderas, donde se topó con mis pantalones. Alojó su pulgar entre la orilla de mis jeans y mi torso, sintiendo el frío de su piel, profundizando en mi acalorado sistema.
Nos separamos un momento, nuestras miradas se cruzaron. Nuestras respiraciones entrecortadas se hicieron presentes. Los ojitos de Joaquín brillaban más que nunca. Un parpadeo lento pasó por sus ojos y relamió su labio inferior rosado. Sus manos que permanecían en mis caderas movieron sus dedos flacuchos a la orilla de mi playera, levantandola por mi torso lentamente.
Lo miré mientras lo hacía. Levanté mis brazos permitiendo que la quitara por completo. Se quedó observándome por un instante. Sus dedos rozaron con mi abdomen. Tragué seco.

—¿Estás...Estás seguro de esto?— le susurré, tomando su barbilla obligándolo a mirarme a los ojos. Asintió muy lentamente. Se bajó del escritorio y comenzó a caminar. Tomó mi mano guiándome hacia la habitación de huéspedes. Me detuve. Él se giró a mirarme sin comprender. Yo caminé en dirección a mi habitación y lo miré.

—Pero...— habló y yo lo interrumpí.

—Tú no eres cualquiera, Joaquín— le dije.

Sus ojos se iluminaron y una pequeña sonrisa apareció. Extendí mi mano para qur la tomara y lo hizo. Caminamos juntos hasta mi habitación.
Joaquín se giró hacia mí. Yo lo atraje con mis manos y me deshice de su playera también.

¡No es real! →EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora