Acechados

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Alastor despertó de golpe encontrándose al otro hombre sentado, su rostro cansado parecía no haber logrado descansar adecuadamente, la piel de este desamparado estaba cubierta por una gruesa capa de mugre, sus cabellos delgados comenzaban a parecer rastas por la poca higiene, hilos de sangre decoraban sus desgastadas ropas, eran frescas para la inquietud del guerrero y a sus pies la espada con ondas hechas por pedido especial al herrero instruido por las míticas técnicas metalúrgicas de los enanos, por el sobresalto se palpo el torso esperando volver a levantar unas manos ensangrentadas, junto a un punzante dolor. Nada encontró, solo vergüenza por tales pensamientos, la cabeza le dolía al realizar movimientos bruscos.

—Necesitamos luz solar, sin ello caeremos en la demencia y estás dolencias — pensaba sintiéndose afligido por los estrechos pasillos y la eterna penumbra la cual aparentaba aguardar peligros en cada extremo.

Sus ojos husmearon los alrededores envueltos en la oscuridad descubriendo cadáveres, tres cuerpos de un verde oscuro, también descubrió telarañas y extremidades de los peligros de ocho ojos. Tuvieron amenazantes visitas, seguramente a destiempo cada una de ellas, únicamente seguía con vida gracias a la protección de su agobiado compañero, la incertidumbre por la sangre y el arma se desvaneció.

—¿Lo hiciste tú solo? — estaba asombrado de cuan capaz era ese hombre admirando los cortes hechos en sus víctimas — realmente tienes experiencia con la espada.

—No sé cómo lo hice, no pensé, solo actúe al oír sus pasos — contesto absorto en aquel momento, incrédulo de sus acciones, de su maestría y su identidad, pero cansado al evitar descansar.

—¿Los oíste? — el aventurero decidió hacer más caso a las palabras del otro, percatándose a su vez de su indiferencia previa — ¿Cuál es tu nombre? No creo haberlo oído.

—No lo dije, mi nombre está perdido — su mano fue a su cuello sacando un relicario de plata, abrió el objeto apreciando su contenido por un instante, sus ojos adquirieron un brillo de anhelo — solo tengo un nombre grabado, posiblemente es importante pero no tengo la certeza.

—No temas, seguro descubriremos eso que nos evade — Alastor hablaba enserio, su confianza estaba en encontrar a sus compañeros de esta forma podría tener sus respuestas y la tan ansiada salida, pero era algo que prefería guardárselo, no necesitaba decirle al hombre cansado — ¿Te molesta que te llame Erion? Me es difícil hablarte si no sé cómo llamarte.

—No creo ser un Erion, pero es mejor que nada — respondió sin ánimos pero esforzándose por dar una sonrisa — debemos movernos, saben dónde estamos y el olor de la muerte traerá a los hambrientos.

—Creo que necesitas descansar, luego nos marcharemos — se resistió a la idea de Erion estaba seguro de necesitar su ayuda en un corto tiempo.

—No tenemos el lujo de disponer de más tiempo, las alimañas ya están aquí en minutos esto se convertirá en una orgía sangrienta — su voz volvía a ceñirse de cordura y un alto grado de autoridad, volviendo a su mente las palabras del desmarañado hombre.

Sin mayor protestas Alastor tomo su arma y Erion una antorcha con desdén, no por no tener el arma sino como si supiera la verdad detrás de aquel fuego siempre encendido. La marcha inicio con un trote sereno, pensó el aventurero que debía ser por el estado de Erion, la primera bifurcación tomaron el lado derecho al sentir una corriente de aire, algo solo notado por el experimentado hombre, las antorchas dejaron de ser tan frecuentes en aquel trecho, solo se detuvieron para atrapar otro par de alimañas para alimentarse, su carne no era sabrosa pero era necesario para continuar, en esa ocasión Alastor no dejo solo a Erion con la comida, temiendo por ser envenenado no por un ser incorpóreo, ni un sitio desprovisto de vida, sino por otro ser humano. Erion al no oír nada decidió reposar por un tiempo, el aventurero monto guardia por lo que le pareció una eternidad en la inmutable nada, el fuego encendido para el alimento lograba mostrar las paredes y techo sobre ellos pero seis metros más estaba la nada por delante y por detrás, no existía nada, ni el sonido de las cosas más usuales, el consumo del fuego, el vaivén de la respiración profunda de su compañero, su propio tragar de saliva, se sentía como si estuvieran recluidos de la normalidad, negándose a darle fuerzas a esas ideas durmió.

Soñó que seguía vagando por los pasillos terrosos sin final, en el laberinto del mundo de los sueños existían más habitantes que en el físico, habiendo campamentos improvisados, grupos de cuatro personas recorriendo ese sitio pero la inmensidad los hacía perderse de la vista, todos allí parecían felicidades, ninguno demostraba preocupación por no encontrar la salida, las bestias existían en ese lugar y fieles a su naturaleza cazaban a los humanos, no existían gritos ni lamentos por parte de sus compañeros cuando uno de ellos era derribado y asesinado, solo existían sonrisas y carcajadas, era todo tan irreal que sobrecogía al aventurero, pero le tenía un mayor miedo al admitir tener  el deseo de unirse a ese despreocupado paseo, uno que prometía la neblina, uno que eventualmente traería la muerte, pero no una terrible, no, todos parecían disfrutarla seguro el también le agarraría el gusto. La niebla hizo su aparición sobre la tierra, con rapidez trepó las piernas de los hombres y se introdujo en sus orificios en grandes cantidades, incluso Alastor fue presa de la neblina viviente perdiéndose de poco en poco en la inmensa blancura, no sentía nada, el miedo le era ajeno, el estrés estaba a millas de distancia de él, incluso la felicidad no podía encontrarlo, era consciente de su desvanecer y no le importaba, la promesa implícita de la eterna paz le era suficiente aún cuando en letras chiquitas le obligarían a andar sin rumbo definitivo, ni meta concreta, en él aún una parte suya renegaba a tal contrato a ese miserable destino pero era pequeña en comparación al resto, su voz era ignorada ante el deseo corrupto, ídolos y estructuras cedían ante la irrupción de la neblina en su mente, la estructura dónde todo se apoyaba tambaleaba, parecía que todos los símbolos sobre él caerían en la nada, en el sinsentido. Una mano sujeto la nuca de Alastor oprimiéndola, en este contacto podía sentir su propio anhelo por el contacto humano dándole fuerza a la apagada voz de la razón parando su conexión con el olvido.

“Se fuerte, vienen retos que requerirán de toda tu fortaleza, solo así podrás llegar a la meta.”

Aquellas palabras desvanecían el mundo onírico dejando a un sobresaltado hombre, quien noto la dura mirada de Erion este parecía juzgarlo con una seriedad nunca antes vista en él, podría jurar una recuperación insólita de su decadencia mental, despertando para su sorpresa celos y enojo por su mejoría mientras él sucumbía lento pero seguro, quería despotricar contra el otro, deseaba culparlo de comenzar a padecer la enfermedad de la mazmorra pero si lo hacía solo daría un paso más a dicho pasaje retorcido.

—Necesito resistir, esta irá irracional no es mía, será mejor pedirle ayuda ahora que está en su mejor estado — se decía el afligido Alastor quien parecía luchar para emitir una palabra a Erion.

—Dime. ¿Cómo superaste la demencia? — sentía un amargo sabor en su boca tras decirlo en voz alta, le era lo mismo admitir ser un leproso, suspiro intentando dejar ir aquel sentimiento — siento que estoy hundiéndome.

—Lo lamento, no tienes idea de cuánto y más al no tener una respuesta a tu pregunta, yo no supere la locura — el aliento de Erion le llegó de lleno al rostro de Alastor, el aroma a putrefacción era clara, algo le ocurría, de alguna manera su condición mental muto y ahora arremetía contra su vida directamente — la neblina está allí, igual de densa.

El aventurero cayó derrotado al perder su esperanza, su cuerpo temblaba, estaba pálido pero aún así su mirada conservaba la voluntad de luchar, no estaba dispuesto a caer sin pelear aún si ello significará lidiar consigo mismo, tenía el anhelo de ver a esa mujer, tenía que tocarla para hacer verídica su belleza y no darle el crédito a su mente dudativa. Erion admiro al hombre que volvía a levantarse aún a sabiendas del tempestuoso camino por delante.

Volvieron a retomar el camino ahora con mejor paso, el aventurero seguía con dudas y preocupaciones, sobre si mismo, sobre sus colegas, esa hermosa mujer, su acompañante, la supuesta enfermedad y la mazmorra misma la cual parecía arremeter contra la lógica del mundo, con recurrencia su cabeza pedía explicaciones de los extraños acontecimientos, busco ignorarlos, el no era un mago, ni tenía conocimientos para darle una lógica a lo que lo envolvía prometiéndole devorarlo.
Ojos ajenos se posaban sobre aquel dúo quienes osaban ir en contra de la naturaleza de la mazmorra, reglas implícitas comer o ser comido, sumirse en el impulso de la violencia, la muerte solicitaba un pago para dejarlos libre de su frío abrazo. Patas largas carentes de carnosidad trepaban por las paredes y techos marchaban por aquellos simios lampiños, seres quienes conquistaron la superficie obligándolas a vivir en estos parajes de mala muerte. Criaturas parricidas doblemente malditas por distintos tabús, siendo la muerte la precursora del segundo el canibalismo, solo dejando vivir a los especímenes más aptos ajenos a la moral, viles, ingeniosos y voraces, listos para ofrendar a su dios a través de sus mandíbulas, sus múltiples extremidades contaban con cientos de vellos, algunos largos y gruesos, otros diminutos apenas visibles con la iluminación adecuada ellas eran necesarias para detectar su comunicación por medio de la sacra telaraña, sus benditos hilos les daban cientos de ventajas sobre los incautos quiénes sin saberlo se volvían las ofrendas de las aracné, seres de hasta dos metros de alto y con seis de ancho en su etapa adulta, el grupo actual constaba de cuatro de ellas, eran hermanas quienes trabajaban en conjunto para asegurar el pago oportuno a su dios usando la sagrada tela capaz de marcar y doblegar a todo sacrificio, pero eran tiempos difíciles en aquel agujero eran seis hermanas pero la cuota debía ser saldada sin retraso, la dominante quien tenía un tono oscuro en comparación a las demás quienes eran de un color castaño temía de volverse solo tres o peor aún encontrarse con el intocable, esa presencia burlona ante su superioridad, de poder salir inmune a sus dentaduras, su veneno, el cual licuaba el interior de sus presas y su bendita red quien pese a todo intento no podía retenerlo, le era frustrante de tal forma que se desquitó con su quinta hermana.

Redes delgadas eran tironeadas por la cabecilla indicando a los sacrificios, tenían todas las de ganar, ellos eran solo dos y eran pequeños sus armas no podían ser efectivas salvó el fuego, aquella cosa profana quien destruía la bendita línea blanca otorgada por su dios de gran apetito. Las órdenes estaban dadas el cuarteto avanzó bajo el amparo de la oscuridad, sus grandes cuerpos se movían con una insólita velocidad y destreza, solo el sonido de pequeños guijarros cayendo por las paredes era la única evidencia de su marcha. Erion se detuvo dando un vistazo al camino recorrido, esa boca de lobo receloso ante lo adquirido, cerro sus ojos para evitar la lucha contra el abismo, su respiración y el vaivén del fuego sonaban en esa calma al menos por un instante, con mayor atención logro identificar la caída de fragmentos del lugar, varias amenazas iban en camino a ellos.

—¡Corre! ¡Vienen tras nosotros! — la advertencia fue bien recibida, ambos corrieron a su máxima velocidad entre el camino más inhóspito a cada por dar, silbidos resonaban con ecos por aquel pasaje sin final aparente, algo parecía pasar a un lado de los hombres, no podían verlo gracias al manto de la mazmorra, sin embargo era algo largo, la puntería mejoraba podían sentir como el aire rosaba sus piernas, incluso sus pies — ¡Son aracné! ¡Mínimo tres!

—¡¿Tres?! ¡Si solo con una es bastante peligroso! — un silbido paso por un lado de su mejilla, Alastor en sus adentros deseaba que ninguna estuviera revestida con veneno o peor ácido — ¡¿Cómo lidiaste con la otra?! Quizás podamos enfrentarnos con ellas.

—Imposible, aquella era una errante verde en temprana edad solo por ello pude herirla — reveló evitando los hilos pegajosos delante suyo, meneaba la antorcha quemando la mayor cantidad de redes posibles — ¡Debemos buscar otro depredador! ¡No resistiremos una batalla frontal, solo podríamos escabullirnos si lidian con un tercero!

—¡¿Eso no nos expondría a más peligros?! ¡Por no decir lo complicado que es dar con algo aquí! — sus alegatos sonaban válidos al rememorar su camino previo.

—Tomamos una ruta con la menor probabilidad de encuentros gracias al prisionero — le reveló paralizando al aventurero por un instante.

—¡¿Entonces sabe por dónde nos toparemos con otras bestias?! — Alastor no deseaba creer en ese ser invisible, en magia tenebrosa o en un extraño a miles de kilómetros de distancia guiándolos pero ahora eso no importaba solo mantenerse con vida, ya luego podría mostrar su desacuerdo, mientras siguieran vivos.

—¡Si, debemos seguir recto daremos con dos caminos allí tomaremos el..! — Erion fue jalado a la obscuridad gracias a un buen tiro de parte de una de las aracné.

Alastor quedó paralizado, perdió a su guía quien le prometió llevar con un grupo, posiblemente sus compañeros, incluso apostó todo por su decisión aún cuando solo notaba irregularidades, sin él no podría seguir para su mala suerte lo necesitaba aún cuando las redes no eran arrojadas a su persona, era libre de sus perseguidores, libre para volverse loco como Erion, sintiendo una gran pena penetró en la noche reinante del pasaje el cual era insólitamente amplio, siendo de gran provecho para las aracné. Sometido por la desidia solo contempló aquella sólida negrura, su mano derecha temblaba queriendo llegar a desenfundar como si fuese obra de un resorte, quería con todas sus fuerzas no caer en la desesperanza un paso en falso y llegaría a la locura, era un hecho y no una posibilidad. Una luz se abrió camino entre las gruesas cortinas de la mazmorra, primero fue un punto luego se extendió dejando visible a Erion quien se defendía de las redes pegajosas con la antorcha, las siluetas de las criaturas de ocho patas se distinguían, ellas corrían en las paredes y el techo evitando al fuego que trepaba los hilos al mismo tiempo de consumirlo. Alaridos y gritos guturales salían de la boca de Erion quien evitaba ser atrapado por las redes disparadas dos aracné.
Alastor corrió en su auxilio, en su condición la soledad lo aplastaría. La espada cortó hilos que se negaban a soltar al hombre mayor, el fuego era mayor dejando ver a las cuatro criaturas las cuales mostraban la amplitud de sus mandíbulas con total facilidad sus cabezas cabrían en ella, <¡Espabila! ¡¿Acaso eres un idiota?! ¡Debo apuñalarlo!> La espada cortó el aire en dirección a una de estas arañas, el miedo le impidió medir la distancia le faltaban tres pasos para darle alcance.

—¡Grita Alastor! ¡Grita! — le ordenó con euforia su compañero quien pegaba gritos con mayor frecuencia que su uso del fuego.

—¡¿Qué dices?! ¡Pelea! ¡Esto solo se reduce a matar o morir! — hablaba a toda voz sin darse cuenta de ello, la frustración y el miedo lo llevaban a esos impulsos.

La aracné de mayor tamaño disparo bolas blancas contra el hombre con el pequeño filo, la primera le dio en el pie derecho evitando la posibilidad de escape o de un aire heroico, fue justo a tiempo ya que el aventurero intento acercarse para herirlas, dos más fallaron estrepitosamente al haberse movido, la última le dio en el codo con tal fuerza que lo derribo, adhiriéndolo en el suelo incapaz de huir, incapaz de protegerse. Abrumado por el cosechador de la muerte grito a todo pulmón, ambos humanos exclamaron con la suficiente fuerza para que su eco fuera llevado por la mazmorra a una bestia escamosa.

Un descendiente de los dracpnicos, está diferente casta fueron bendecidos con un don amplificado del origen de su raza, una semi-inmortalidad junto con  la degradación de su mente, la eternidad podría pasarla como el esclavo de sus impulsos primitivos, un infierno seguro, sin embargo antes de poder temer a esa posibilidad su situación era otra posiblemente peor era retenida desde su nacimiento, culpable por heredar los pecados de su progenitor, un pecado desconocido seguramente de gran peso suponía por sus cadenas y grilletes los cuales le arrancaron su libertad, sometieron su mente usando los métodos del acero y fuego, apenas quedándole una pizca de curiosidad pero era reacia a ella debido al acondicionamiento sistemático, él era enorme y lo sabía, conocía el caos que podría generar pero esos huecos dónde solo su cabeza podría adentrarse podrían ser una sentencia, los muertos una vez casi lo hicieron, casi lo decapitaron era una muestra del soberano, de su poder sobre aquella monumental masa de escamas y músculo, le imposibilito el carbón y solo le administró la apropiada cantidad de agua para no morir o desarrollarse con la constitución adecuada, era obvio que no buscaba tener un espécimen decadente solo debían mancillarlo ya que su especie carecía de género, solo empezaría a dejar huevos cada tres meses una vez su identidad uniforme se dividiera en dos. La amplia recamara dónde nació le era posible recorrerla aún pese las inmensas cadenas, ellas solo eran un recordatorio en cada tintineo, un mensaje el cual sonaba fuerte y claro en la cabeza revestida de escamas de un verde oscuro, era una propiedad, el objeto de un amó sin rostro ni piedad, el cual solo tendría permitido morir cuando el ser invisible se lo ordenará. Cadáveres sin vida adornaban su camara con algunos pilares, las paredes tenían ilustraciones hechas con acero de una época antigua, dónde un hombre cuyo rostro fue retirado con violencia por un arma años atrás, pero seguía allí una aureola en la cabeza de igual manera su armadura azul, él misterioso guerrero era seguido por una muchedumbre para atestiguar una proeza o talvez un inevitable destino grabado en ese mural como recordatorio de un enfrentamiento titánico ya qidel otro extremo estaba una representación de un monstruo de varias cabezas, el siguiente grabado era una oda al desastre inminente pues ese osado bienhechor era completamente rodeado por las mortíferas cabezas, ellas estaban bien dispuestas a consumirlo de la manera más dolorosa posible, su tercer acto quedó perdido dejando solo manchas de acero quemado y la pared chamuscada, cosas sin sentido para el habitante de esa pequeña jaula. Aquel día en que un ruido vino del muro con túneles estuvo indispuesto a explorarlos, le parecía otra treta de esa presencia incorpórea, pero los gritos no cesaron como otros días, seguía de forma irregular incluso se multiplicó, era un hecho sin precedentes dejándole en claro que no era obra de su señor. <¡¿Señor?! ¡¡Nunca llegará el día en que lo proclame como mi dueño!! ¡Menos aún que siga sus indicaciones!> Con calma la montaña viviente fue hasta el hoyo adecuado extendiendo su cuello en un intento por llegar a la fuente del ruido, la oscuridad de ese estrecho camino no le ocultaba nada, su visión era perfecta sin embargo no había nada memorable solo algunos pinchos con fuego según él pero en breve logro llegar viendo a cuatro grandes bocados, estos estaban apañados cerca de seres delgados curiosos ante sus ojos de reptil, quizás su sabor combinado fueran algo memorable.

—¡Pégate al suelo! — le ordenó Erion quien siguió su propia indicación, las fauces de la criatura paso sobre él.

El escamoso cuello dejo fluidos verdosos de su víctima, aún así su ansia por más seguía presente, una aracné evitó los filosos dientes sin embargo recibió el gran cuello de la bestia descomunal matándola en el acto, su líder sentía como su diosa cobraba su paga al haber fallado en su nombre, debía también ella pagar el peaje de su vida pero sentía que ella aún podía saldar su deuda la criatura estaba allí, venía a por ella que mejor posibilidad tendría, su hermana en cambio se retiró ante la masacre de su familia y lo que visiblemente sería la perdida del juicio de aquella quien las llevo a su final.
La batalla final entre estas dos criaturas inicio cuando la aracné soltó una gran cantidad de pegajosas redes a su boca, el reptil actuó por instinto y cerró su mandíbula pero no lograba volver a abrirla, su error fue la apuesta total de aquel ser de ocho extremidades quien se arrojó al titán iniciando su ofensiva con sus mandíbulas atestadas por fuertes toxinas a la cabeza indefensa del oponente, las escamas eran más duras de lo que se imagino en primera instancia le era difícil inyectar sus bacterias ante su coraza natural, con mucho esfuerzo logro arrancar una escama el primer paso para un daño significativo no paso desapercibido el invasor restregaba su hocico contra las paredes para quitarse a la atrevida presa o al menos las redes. Se aferraba a su presa de grandes proporciones únicamente vistas en sus parientes más longevos, corría de un extremo al otro evadiendo ser pulverizada contra las paredes mientras buscaba la zona expuesta dónde atacar, con rapidez la aracné podía prevenir como vendrían los arrebatos de su enemigo el control ya era suyo, no perdía equilibrio, solo bastaba con ir de aquí por allá para poder matarle y para su suerte llegó al lugar pese todo logro vencer, sin dudar mordió liberando los terribles efectos sobre el reptil pero un inmenso dolor la sobrecogió un contragolpe la mitad de su cuerpo fue cercenado por las paredes solo dejándole una cuarta parte de la totalidad de su veneno y únicamente tres patas, sin fuerzas se desplomó al suelo viendo cómo las suaves criaturas huían arrastrándose comprendiendo que ellos provocaron tal escenario, en silencio ella los maldijo mientras una sombra se posaba sobre sus restos.

Hill's Mortem: The Dungeon Volumen 1 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora