Caso 3

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No hay cosa imposible de realizar siempre y cuando uno ponga todas sus fuerzas en ello. Cuando eres capaz de lograr una sonrisa, eres capaz de hacerlo todo cuando estás aún destrozado por dentro.
Alana Dewitt

Hago lo posible por mantener mi boca y ojos cerrados mientras Annie empuja mi cabeza hacia el agua.

Los brazos que al principio luchaban por aferrarse a los bordes del retrete y tratar de evitar mi claro destino de humillación, ahora sólo cuelgan a ambos lados de mi cuerpo, rozando levemente el suelo baldosado del baño.

Escucho risas y sonidos provenientes de objetos que caen al suelo, probablemente de los libros y cuadernos que llevaba en mi mochila.

Parece que introducir mi cabeza en el retrete de manera diaria ya no parece suficiente para los chicos que controlan esta escuela.

El aire se escapa de mis pulmones, pero realmente no me importa: no hay manera de huir de ellos una vez que te han echado el ojo.

Annie me suelta finalmente, riendo con fuerza al ver cómo la tos se apodera de mí, y aparto el cabello negro corto, mojado en su totalidad, de mi rostro.

El maquillaje que llevaba no es más que un vestigio negro que corre por mis mejillas hasta mezclarse con mis lágrimas, y mi sudadera gris ancha, algo humedecida, me sirve para limpiar el cuadro abstracto de colores que es ahora mi cara.

Bajo la cabeza y espero a que se vayan hacia los pasillos para recoger mi mochila y guardar lo que antes estaba en ella y que ahora yace en el suelo de manera desperdigada.

Suspiro y tomo mis cosas para irme a casa. Me detengo en la entrada del baño y toco mi cabello. Algo falta.

Vuelvo al retrete y diviso en el fondo mi sujetador: un lazo negro pequeño ahora lleno de agua. Lo saco y trato de secarlo lo mejor que puedo con la ayuda de mi falda negra de cuadros, colocándomelo nuevamente.

Salgo al pasillo con la cabeza cubierta por la capucha de la sudadera. Luego de cerciorarme de que los matones de Annie se fueron me dirijo a la salida para ir a casa.

Camino por la acera distrayéndome  de vez en cuando con algún que otro arbusto o pájaro en vuelo, buscando aliviar mi agonía.

Tengo 17 años y sufro de bullying en la escuela desde los 15. Vivo con mis padres en una pequeña casa, pero ellos casi nunca están por problemas laborales, así que podría decirse que vivo sola y no tengo a nadie que me defienda, o siquiera a alguien a quien contarle mis problemas y que pase su mano por mi cabeza diciendo que todo va a estar bien, como muchas veces lo he visto en películas y seriales.

A veces quiero llorar, pero no puedo permitírmelo. Mis padres, aunque casi nunca están, llaman a diario y creen que su hija es una persona sociable a la que todos aman en la escuela, y sé que se sentirían tristes al ver en lo que me he convertido.

Llego y lo primero que hago es ir al jardín para recoger algunas gardenias. Las toco delicadamente con miedo de que se rompan y, con ayuda de unas tijeras, corto doce, colocándolas en un jarrón lleno de cuadros formando un patrón de color rojo. Riego el resto de las flores blancas que crecen en mi pequeño jardín improvisado, y sonrío nostálgica.

Las gardenias eran las flores favoritas de mi hermana Meredith



—¿Qué flores son esas?—le pregunté a Mery mientras miraba atenta cómo colocaba varios jarrones por toda la casa que emanaban un olor delicado y agradable.

—Son gardenias.—respondió con una sonrisa mientras me analizaba con sus ojos negros llenos de dulzura.

—¿Y te gustan?—pregunté acercándome a ella para tirar de su vestido de cuadros rojos, el cual contrastaba con su cabello negro ondulado recogido en una sencilla coleta.

Un día en mi vida #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora