Caso 4

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No me importan las circunstancias ni el tiempo. Es cierto, han pasado años, pero el amor que siento sigue en mi pecho, tan fuerte como el primer día. Te esperaré, pase lo que pase.
Joey Wyatt

Miro el reloj y noto que es tarde. Se supone que desde hacía una hora yo debía estar en el hospital para quedarme a cuidar a Daniel, pero la cola en el supermercado era interminable, y quise darle de comer a Maggie antes de irnos, así que me retracé.

Vuelvo a mirar el reloj y maldigo en voz baja mientras conduzco velozmente por las calles de la ciudad.

Mi pequeña niña de casi tres años juega a mi lado con el peluche de unicornio que su padre me regaló hace cuatro años, y yo sonrío mientras la observo.

Tiene el cabello castaño ondeado recogido en una coleta alta adornada con lazos rosas, y me mira curiosa con sus ojos color avellana, como los míos.

—¿Vamos a ver a papi?—pregunta con emoción.

—Sí—le acaricio la mejilla derecha y deposito un besito en su coronilla—. Vamos a ver a papi.

Aparco el auto en el estacionamiento del hospital y me bajo deprisa, tomando a Maggie de su pequeña manita. Ella trata de seguirme el paso mientras sostiene con fuerza su mochila rosada y el preciado peluche.

Subimos en el ascensor hasta el cuarto piso y caminamos hasta entrar en la habitación que tiene escrito, claramente, el nombre del paciente: Daniel Clarke.

Somos recibidas por Laurent, la madre de Daniel, una señora mayor de sociedad de pelo canoso formando rizos y mirada dulce.

—Lamento la demora.—me disculpo alejando varios mechones de cabello castaño de mi rostro.

—No pasa nada, no te preocupes—toca mi brazo de manera comprensiva y carga a Maggie, dándole muchos besos en sus coloradas mejillas—. ¿Cómo estás, calabacita?

—Bien—susurra la niña dándole un abrazo.

Sonrío por la escena tan adorable entre ellas y me detengo para mirar a Daniel un segundo.

—¿No han habido cambios?—pregunto desanimada al verlo en la misma posición que en la mañana.

La señora Clarke niega con la mirada triste, y me observa mientras me acerco a él tomándolo por la mano izquierda con suavidad.

Su piel tiene más color que antes, pero sigue estando pálida. Su cabello está despeinado y le llega hasta los párpados, señal de que ya hay que cortárselo. De su boca sobresale el tubo que le suministra el oxígeno y, como siempre, sus ojos están cerrados.

Extraño mucho el poder observar sus joyas color miel cuando estoy triste, o cuando simplemente necesito un lugar donde esconderme del mundo.

Suspiro desalentada y suelto su mano al sentir a mi pequeña niña tirar de mi chaqueta. La miro curiosa y ella continúa sujetando el peluche.

—¿Puedo ver a papi?—pregunta mirándome finalmente a los ojos.

Sonrío divertida y la cargo entre mis brazos, acercándola a su padre aún dormido. Ella coloca sus manitas en las mejillas de Daniel y las mueve torpemente como para hacer que despierte, y baja su cabecita al ver que no funciona.

—Papi—susurra—, en dos días cumplo tres años, ¿a que es genial?. La abuela me prometió hacer una fiesta en su casa con mis amigos, y, no te preocupes, prometo traerte de todo lo que comamos allá para que no te sientas solo—trago en seco

«¿Sabes? En la guardería me preguntaron por tí, y yo dije que tú eras como la Bella Durmiente, sólo que no despiertas con un beso...hay que esperar cien años, lo que me pone un poco triste a veces porque me gustaría que fueses a buscarme para ir al parque juntos, como hacen mis compañeros. Te quiero mucho papi, por favor despierta pronto»—se acerca a él y deposita un pequeño beso en su mejilla izquierda, riendo por las cosquillas que le produce su incipiente barba.

Un día en mi vida #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora