Recuerdos encontrados

13 1 0
                                    

Hola a todos.

Quisiera pedirles disculpas por haber estado alejada tanto tiempo de esta historia, y porque este capítulo en específico no tiene una canción, dado que está inspirado en un recuento muy personal.

Sin embargo, pueden escuchar Not Strong Enough de Apocalyptica feat Brent Smith, que es la que más se asemeja al sentimiento que experimenté al escribir esto.

Ya no los molesto.

Gracias por su tiempo.


En mi barrio hay una vecina loca.

Sí, loca.

Pero ella no es una de esas mujeres que no tienen vida propia, matan a sus maridos por celos, o gritan improperios en mitad de la calle.

Nada de eso.

Está casada con un hombre desde hace muchos años: un hombre que la ama y la apoya a pesar de las dificultades de la vida. Es chismosa, para qué vamos a decir que no, pero su forma de hablar y curiosidad casi infantil hacen que todos veamos esa falta como una bendición.

Vamos, que es genial tener una alarma contra robos que funcione con tanta efectividad.

Y la que grita groserías es mi madre, quien se jacta de un título universitario que parece no tener.

Mary, como todos la llamamos, es una mujer demasiado cerrada, educada y gentil como para hablar de sus genitales frente a gente desconocida.

A veces hace cosas extrañas, pero cada error, desde nuestro punto de vista, parece perdonable cuando se trata de su persona. Pero la cosa es mucho más compleja que decir con simpleza que está loca.

Su estado no es conocido por culpa de la sabiduría popular que gusta de marcar a las personas de acuerdo a los más estúpidos y arcaicos estándares, sino porque existe, quizás bajo llave, a la sombra de unos ojos tristes que se lamentan de un pasado doloroso, un papel que afirma que, efectivamente, está loca.

¿Y por qué? ¿Qué fue lo que sucedió?

Todos lo saben, pero nadie habla de ello. Todos sufrieron por lo que pasó hace años. Todos la miran con lástima porque está loca.

Yo también me culpo por ello.

No soy una persona profunda, y me dejo llevar fácilmente por la opinión pública. Quizás por esa razón mi mente bloqueó los recuerdos que nunca debieron ser borrados, y me siento hoy tan culpable cuando veo a Mary limpiando con excesivo esmero el frente de su casa.

Tal vez es en esos momentos en los que ella desea olvidar, alejarse de los pensamientos infelices.

Por eso está loca, porque busca liberarse hablando con las plantas casi centenarias sembradas por las manos de la inocencia; levantándose en la madrugada en medio de lágrimas para caminar hacia la cocina y beberse un café; encogiéndose en una casa repleta de jarrones, flores de plástico, retratos, recuerdos y dolor, mucho dolor.

Lo siento por no haberla comprendido antes.

Ahora vive sola. Su esposo viaja, y sus paranoias se agudizan. El hogar le parece entonces demasiado asfixiante, y se entretiene haciendo recados, hablando con los pocos vecinos que no le han dado la espalda, o bien divagando sin rumbo por ahí, eliminando las preocupaciones de la comida, la casa y sus botellas: las pocas cosas que aún le quedan.

Porque lo más importante lo perdió hace años.

Quien la mira nota que, cuando joven, por allá por la época de los dinosaurios, fue una mujer hermosa: una mujer a la que probablemente le prohibieron estudiar, conocer, superarse, y a la que no le quedó de otra más que empapelar su belleza y dispersar su curiosidad.

Tal vez por eso se casó con un enfermero de profundos y amplios conocimientos, y alienta a todos los niños que ve a prepararse para el futuro, porque seguro que no pudo ser todo aquello con lo que soñaba en la vida.

Se han venido los años y yo solo distingo algunas canas en su pelo negro.

Dicen las chismosas del barrio que ella se esfuerza a diario por aparentar una felicidad que no existe, por verse bien en los espejos externos, por hacer reír con sus ocurrencias, y yo, a pesar de que no debería, les creo.

Ella se llamaba Rosi. Tendría hoy, quizás, unos 20 años. Murió en un accidente de coche mientras realizaba su anhelado viaje a la playa. No tenía ni 15 años cuando sucedió. Era la hija menor de Mary.

Por eso mi vecina está loca, porque no pudo celebrarle la gran fiesta con la que toda niña sueña; porque nunca jamás podría verla sonreír, llorar, conocer, jugar de nuevo; porque no podría llevarla al parque ni tirarle fotos junto a todo tipo de flores; porque ya no habrían regaños cuando la viese cargarme en brazos, fingiendo que yo era su niña pequeña.

Sí, aquella muchachita de pelo negro y vestidos llenos de lazos, con algunos problemas nerviosos y psicológicos, me secuestraba de la cuna desde que era bebé.

Y lo peor es que lo recuerdo todo.

Yo no hablaba por aquel entonces ni socializaba con nadie. Era la repudiada, la apestada. Solo Rosi jugaba conmigo y me cuidaba de todo aunque no dijese palabra alguna.

A veces recuerdo las voces que escuchaba cuando estaba dormida, y sus dicusiones con mi mamá.

-¡Vamos, Martha, déjala salir!

-No es eso, Rosi, es que está durmiendo.

-Pues entonces déjame verla.

Ella la miraba curiosa.

-¿Para qué?

-Para cerciorarme de que ningún fantasma le haga daño en sus sueños.

La extraño, cuánto la extraño.

Es difícil querer algo de lo que no tienes una idea fija, puesto que el sentimiento inquietante que produce el olvido aumenta por momentos. Amas y extrañas algo, pero no sabes qué es hasta que todo desaparece a causa del paso del tiempo.

Y discúlpame, Rosi, porque tus ojos se desvanecieron de mi mente.

No hay peor sensación que la de añorar aquello que nunca fue, y ella nunca creció, nunca tuvo un novio, nunca se enamoró, nunca pudo estudiar en una universidad, ver a los niños hermosos de su hermano mayor, o tener hijos hermosos propios, acompañarme en mis malos momentos, ni discutir con mi papá al ser demasiado estricto conmigo.

Hoy miro nostálgica al cielo gris y me pierdo en la lluvia que cae mientras las memorias con la misma calidad que las novelas televisivas antiguas, regresan a mí.

Seguro que Rosi, la niña que adoraba abrazar a todo el mundo, y la única a la que el doberman Pumba no mordió por morder, y yo, con mi polvo de cuerno de unicornio en vena, y una imagen borrosa de un Pumba furioso corriendo hacia mí para incarme un colmillo, habríamos sido grandes amigas.

Hubiese dado todo por que aquello no pasara, pero tantos años después, ya no se puede hacer nada.

No puedo, entonces, dejar de sentir esa sensación molesta en mi columna vertebral ni unos deseos incontrolables de llorar cuando veo a Mary ansiosa por escuchar la voz de su esposo, un hijo que parece haberla olvidado, o cualquier otro ser humano; o llorando cuando regresan a sus vestigios de mente el dolor, el miedo y la soledad.

La abrazo por lástima, y solo consigo sentirme más culpable, más lejos del sol. Sus lágrimas me encogen el alma; sus ojos claros tan oscuros me hacen retornar a un pasado lleno de felicidades frustradas.

Y es ahí, Rosi, cuando más te pienso. Ojalá y estuvieses aquí. Seguro que tus caricias no le dolerían tanto como las mías, y que tu arrolladora sonrisa detendría el detrimento de su moribundo espíritu.

No dejo de sentirme mal, y te extraño.

Te extraño demasiado, Rosi.

Lo que antes no me era importante ahora me mata por segundos, y siento que no puedo respirar.

Espero que mis lucubraciones no te parezcan aburridas, y que, como cuando era una niña y poco entendía de la oscuridad del universo, continúes protegiendo mis sueños con las flores, recuerdos y lazos que poco a poco están matando a tu madre.

FIN

Un día en mi vida #PGP2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora