CAPÍTULO 1

63 3 4
                                    

Después de verano, uno de los mejores hasta el momento, lleno de diversión con mis amigos de fútbol, empecé el mes de septiembre angustiado, con miedo. He de decir que a pesar de mis 16 años a veces me sentía como un niño pequeño, nervioso por su primer día de clase. Pero este año con razón. Empezaba una nueva etapa, el bachillerato, en un instituto nuevo. Y a pesar de que iría con alguno de mis amigos del equipo, quería causar buena impresión. Sé que la gente me considera sociable, y que hago amigos fácilmente. Pero también soy inseguro de mí mismo, la opinión de los demás me importa demasiado a veces. Y aunque lo sé, no puedo hacer nada.
Me llamo Samuel, y a pesar de entrenar tres veces por semana, no estoy muy musculado. Soy delgado y de estatura media, sin embargo, mi abuela siempre dice que estoy muy alto. Tengo los ojos marrones y el pelo castaño oscuro, no muy largo porque para el fútbol me molesta. Lo suficientemente largo como para tapar mi enorme frente, pero que no me llegue a los ojos. Suelo vestir a la moda, aunque lo que más me importan son las bambas, ya sean para fútbol o para vestir. Soy simpático y divertido, o al menos eso es lo que me dicen. Soy hijo único, pero me llevo genial con mi familia, aunque eso suene extraño. Me encanta quedar con mis amigos a pesar de que soy el típico que pone cualquier excusa para no ir cuando faltan solo 5 minutos, porque le da pereza levantarse del sofá. Pero con la que siempre quedaba ese verano, lloviese o hiciese un calor asfixiante era con Marcela, a la que yo consideraba como mi novia. No lo hablamos, ni nos llegamos a llamar "novios", de manera oficial, pero creo que me gustaba. La conocí ese verano y lo que creía que sería otro rollete de verano, como cualquier otro año, acabó siendo algo más. Marcela era amiga de mí mejor amigo Jon, del fútbol, el me la presentó, y al ser todos del barrio quedamos durante todo el verano, hasta que pasó lo que pasó. Perdí lo que llaman virginidad con ella, pero para ella todo, solo fue un juego. Me puso los cuernos a escasos días de lo que para mí iba a ser uno de los días más difíciles de mi vida, mi primer día en bachillerato. Pero no fue lo peor, no me lo llegó a contar, les pille liándose, a Jon y a ella. Así que ya me podéis imaginar, sin novia y sin mejor amigo, pero bueno, a pesar de mi actitud pesimista, en las malas situaciones siempre soy positivo. Decidí centrarme en intentar hacer un amigo, un nuevo mejor amigo. Porque la relación entre Jon y yo no se rompió por lo de Marcela sino mucho antes...
Mi primer día estaba a punto de empezar, la noche anterior me costó muchísimo dormir, entre los nervios, y la situación que había vivido solamente unos días atrás no hacía más que rondarme por la cabeza. ¿Qué haría al ver a Jon ese mismo día? ¿Cómo haría para hacer nuevos amigos?, ¿Lo tenía todo listo? ¿La mochila? ¿El estuche?... A pesar de mi insomnio debido a los nervios, conseguí dormir, aunque logré hacerlo a las tantas de la madrugada. El sueño hizo que no escuchara la alarma. Suerte de mi madre, que me despertó veinte minutos más tarde de que esta sonara, me levanté desorientado, y enseguida me puse histérico, pobre mi madre que aguanto que le echara la bronca por no haberme despertado antes. Aunque iba tarde, aún me daba tiempo a llegar a la hora al instituto. Me levanté, y me metí en la ducha tan rápido que casi me resbalo. Salí de la ducha, me asee y me acabe de preparar para salir de casa. Suerte que ya me había seleccionado la ropa la noche anterior y que ya había hecho la mochila, eso me hizo ahorrar tiempo. Cuando ya estaba en la puerta me di cuenta de que me faltaban las llaves y que solo quedaban 15 minutos para que empezaran las clases. Corrí a buscar entre la desordenada mesa del comedor, que casi siempre estaba así. Mis llaves estaban a la vista, por suerte para mí, las cogí, y me fui corriendo, abrí la puerta, y grité un ADIÓS MAMÁ, TE QUIERO y cerré la puerta. Por un momento, delante de la puerta de casa me plantee, coger el ascensor, pero tenía muchísima prisa y mi ascensor es muy lento, así que baje corriendo las escaleras. Me crucé con varios vecinos, cosa que me extraño porque era muy pronto, pero no le di importancia. Salí por la puerta del portal y vi el autobús, cogí mi mochila con fuerza, y eché a correr. En ese momento solo pensaba en dos cosas. En que no podía permitirme perder ese autobús y en el recuerdo de mi amiga Ana en ese mismo bus viéndome correr y riéndose mientras me veía, y el aire dejaba al descubierto mi gran frente. Ese recuerdo me provocaba tristeza, era un suceso que se repetía día sí día también durante toda la secundaria. A pesar de que en las primeras semanas siempre madrugaba bastante, a medida que pasaba el tiempo me levantaba cada vez más tarde, y siempre acababa coincidiendo con Ana, y siempre acababa viéndome correr y riéndose de mí. Pero yo a mi Ana me la quería mucho, hecho que hizo que me pusiera triste, Ana y yo no iríamos al mismo instituto, ni cogeríamos el mismo autobús, y aunque siempre seríamos amigos, nunca volvería a ser lo mismo. Volví a la realidad cuando tuve que esquivar a un perro que me ladraba por ir corriendo. He de decir que, a mí, los perros no me dan miedo, pero cuando me empiezan a ladrar porque corro... No sería la primera vez que aminoro la velocidad o que incluso me cambio de acera por precaución. Después de correr los trescientos metros que deben haber de mi casa a la parada, me sentía como si hubiese corrido la maratón de Boston. Diez metros antes de subir al autobús, al ver que había gente suficiente en la parada como para llegar andando y que el bus no se fuera, deje de correr. Mire a los dos lados queriendo no encontrar a nadie conocido, para así disimular que no había corrido, controle mis jadeos. Aunque vaya a fútbol llevaba todo el verano sin entrenar, y queráis o no un sprint de esa magnitud a escasas horas de la mañana, cansa a cualquiera. En el trayecto tuve tiempo de colocarme bien la mochila, colocarme bien la camiseta y peinarme. Vamos que nadie pensaría que había estado corriendo. Cuando subí al bus, como de costumbre no salude al conductor, no por nada personal, ni por poca educación sino porque me pongo en su piel y de buena mañana no me gustaría estar repitiendo buenos días como un loro bobalicón. Saque la tarjeta, piqué y saqué el móvil para ver si tenía ojeras de la noche anterior, y no, no tenía. Solicité la parada, porque si no me olvidaba y el bus no paraba. Aunque mi trayecto solo era de una parada prefería ir en bus que ir andando. Bajé del bus y me dirigí a la puerta del instituto, allí había un profesor que me preguntó el nombre y me dijo que debía ir a la planta 1 aula 12. Subí por las escaleras hasta que estuve delante del aula que a partir de ese día sería mi clase. Inspire, cogí todo el aire que pude, mire el reloj, las 7:57 aún tenía tiempo. Extendí la mano y abrí la puerta.
CONTINUARÁ...

Tú puedes llamarme SamuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora