N u e v e

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— Así que muy ocupado, ¿no? - interrogó ella.

Ashley aún seguía allí parada, en el medio de la habitación en silencio mientras los otros dos individuos se veían el uno al otro; se encontraba incómoda, pero no podía comentar nada al respecto, no quería terminar mal parada en medio de la línea de fuego.

— Ya te lo dije, madre, con el cambio de la compañía no he tenido tiempo de nada. - se excusó burdamente él.

— Ahsley, querida, ya puedes retirarte, y gracias por avisarme de ante mano.

La mirada de la chica fue todo un poema, no se esperaba que la señora le traicionara contando que había sido ella quien había pedido que asistiera lo más pronto que pudiera. Apenada, salió de la oficina no sin antes lanzar una mirada de suplica de perdón a su jefe.

— Necesitas nuevos aires, JiSung, no te hace bien estar todo el día metido en éstas cuatro paredes, esto no es vivir.

Allí iban de nuevo, siempre que su madre le visitaba, siempre era lo mismo, sermones de cómo debería ir su vida, que aún es joven y debería salir con chicos de su edad, y blah blah blah.

— Mamá, por favor, no comencemos, tengo mucho trabajo atrasado pendiente. No tengo tiempo, de verdad.

— Ay hijo, sólo te lo pido, por hoy, sólo por hoy, sal con tu pobre y vieja madre, es lo único que te pido. - allí iba ése todo de suplica al cual nunca podía decir que no. - No he sabido nada de ti en dos semanas, si no es por Ashley pienso que te has muerto o algo por el estilo.

— Gracias. - ironizó.

— No, nada de gracias, es la verdad. Y ahora, tú y yo saldremos, quiera o no. - sentenció lanzando aquella mirada que decía “si dices que no una vez más, nos las arreglaremos en la casa.”

No tenía sentido seguir negándose, su madre nunca sabia rendirse, siempre conseguía lo que quería de una forma u otra, por lo que, seguir, sólo desperdiciaría tiempo el cual tiene tan medido.

Luego de un corto suspiro, no tuvo más elección que aceptar a la propuesta de su madre. Al parecer había planeado un almuerzo en una cafetería no muy lejos de la empresa, y, para su gusto, no era muy transitada, por lo que podría estar en paz conviviendo con su madre.

Ambos se había limitado a pedir café, en ése sentido su madre y él eran muy parecidos, a parte del parecido físico, claro está.

— ¿Cómo te va en la empresa, alguna anomalía? - preguntó ella luego de echar dos cubos de azúcar a su café.

No podía mentir en nada a su madre, le contó todo, absolutamente todo. Comenzó por la llegada del señor Lee, hasta su idea de cambio drástico a la empresa, y, bueno, la otras parte no muy detalladas.

— ¡Pero qué emocionante! - chilló ella recostándose de la mesa. - ¡En mis tiempos de juventud nunca tuve nada tan interesante!

Y bueno, tampoco había comentado el echo de que su madre a penas rondaba los treinta años de edad, por lo cual no eran... Seria como se esperaba, pero aún así era portadora de un carácter digno de temer.

— No veo lo emocionante de todo esto, no hice más que pasar el ridículo. - se quejó él pegando la frente de la mesa.

— Nada de eso, ¿Cómo fue?

— ¿El qué? - preguntó confuso.

— ¡Pues el celo, tonto! - se quejó ella.

En ése momento los colores se le subieron a la cara de tan sólo recordar todo, porque sí, días después todo fue claro para él, hasta el perturbante olor que emanaba de aquel sujeto, pensar en él le hacía estremecer de alguna forma, pero, no sabía si era de asco u otra cosa.

Al parecer aquella acción suya no paso por alto para su madre, la cual no paró de reír al verle de tal forma, sí, se burlaba de él muy abiertamente.

— ¿Cómo era?

— ¿Quién? - preguntó despegando un poco la cara de la mesa para poder verla.

— El señor Lee, físicamente, ¿cómo era?

La pregunta le tomó desprevenido. Recordaba sus rasgos suaves, su mirada inquisitiva, sus visiblemente suave labios, tenía un físico bien cuidado, y su cabello azul partido a la mitad y peinado hacia atrás le daban ansias de querer hundir sus dedos en el.

La mezcla de sensaciones que ése pequeño y vergonzoso momento le abrumaban, desconocía si ésa clase de pensamientos eran a causa de una imagen distorsionada, pero, desde el primer día, el chico le había resultado bien parecido.

— No es la gran cosa, cabello azúl oscuro, ojos marrones oscuros, labios definidos, alto, ejercitado pero sin mucho esfuerzo. - trató de describirlo lo más breve posible, sabía que cada palabra contaba con su madre. - Vestimenta no sabría decirte, siempre le vi de a traje. Sus rasgos son... Tu sabes, rasgo, eso, ya.

— ¿Usa el cabello partido a la mitad, de casualidad?

— Sí, siempre que le vi lo cargaba así, ¿por?

— Púes, creo lo estoy viendo en estos momentos...

— Eso es imposible, mamá, media Corea puede clasificar con esas características... - pero sus palabras dejaron de salir al escuchar aquella singular risa.

Ya la había oído, en la empresa, cada que pasaba por recursos humano y él se encontraba allí conviviendo con los conserjes, hablando de temas burdos sin interés para él.

Verle allí, a unos cuantos metros de él después de su último encuentro hizo que se pusiera derecho de inmediato, adoptado esa expresión neutra en su rostro, aunque por dentro se estuviese muriendo. Desde que empezó la universidad, adoptó la costumbre de siempre tenerla, por cuestiones de su propia ética profesional.

Lo que más llamaba su atención era la chica más baja, de cabellera rubia que yacía prendida a su brazo mientras él y otro par de personas conversaban alegremente, entre ellos Donjin.

A ésa chica la conocía de vista, era la hija del señor Donjin, la cuál era una muy buena diseñadora, más de una vez diseñó distintas prendas para la compañía. Era una chica muy tierna y alegre, siempre que le veía buscaba sacar una sonrisa de sí sin mucho éxito.

Al reconocerlos se encogió en su propio asiento para no ser visto, no quería ser pillado mientras les espiaba discretamente. Creía pensar que no había sido pillado hasta que...

— Eh, ¿qué ése no es el vicepresidente Han? - escuchó decir de alguno de los hombres reunidos, pero no logró reconocer aquella voz.

Cero a la IzquierdaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora