—¡¿Dónde estás México!? —grito eufórico Rusia buscando a su pareja.
México se había ocultado en el sótano, pues Rusia nunca lo buscaría ahí, se había quedado en una esquina cerca de las escaleras, hace poco su pareja se había puesto loca, desquiciado, puesto que había llegado mucho tiempo después del que había dicho y los celos de su amada pareja salieron a flote, pero... ¿Cómo llegaron a esto?
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Rusia había decidido salir un rato con sus amigos, así que dejó a México solo, pero conociendo a Rusia volvería hasta el día siguiente, así que veía la televisión, buscando un canal que no lo aburriera, cambiaba de canal repetidas veces, hasta que su teléfono comenzó a sonar.
—¿Bueno?
»—Hola México, los chicos y yo quisiéramos saber, ¿si puedes venir?«
—¡Claro, estaré ahí en media hora! —colgó la llamada, al menos se podría distraer un rato por el tiempo que su pareja no estuviera.
Se cambió con su típica ropa y su Paliacate rojo, tomó su teléfono y un poco de dinero, le dejó una nota a Rusia por si llevaba antes, continuó su camino hacia la casa de Argentina, donde lo esperaban sus amigos.
Mientras que Rusia se preparaba para irse a casa y poder ver a su México, Estados Unidos lo detuvo.
—México te es infiel —aseguró el Estadounidense.
—Mientes —habló el Ruso, su México nunca le sería Infiel.
—Bueno, piensa lo que quieras, pero ha Estado muy juntito con China, Canadá y Argentina —le mostró unas fotos de México algo junto con los ya nombrados.
Rusia no dijo nada, solo se fue, caminaba hacia su hogar pensando en lo que el estúpido de Estados Unidos le había dicho, pero tenía pruebas, además de que su pareja salía mucho, al entrar a casa se encontró todo en obscuridad, pensó que su pareja ya estaría dormido, así que camino directo a su habitación, ignorando la hoja que estaba en la mesa de su sala.
Se acercó a la cama, pero no había nadie, no había rastro de su pareja, buscaba por todos lados, hasta toparse con la hoja.
»Salí un rato con mis amigos, si le necesitas estoy con Argentina, volveré a las ocho« leyó en voz baja, revisó el reloj de muñeca, »10.50« decía el reloj, Rusia apretó el pedazo de papel y lo rompió, de seguro que estaba con sus estúpidos "amigos", le llamó más de Treinta veces y ninguna contestó.
