Tarde de tíos

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Las tardes de tíos nacieron cuando teníamos nueve años, el mismo día que nos conocimos. Y desde entonces habíamos sido inseparables.

Todo empezó una tarde de abril. Andrew, mi hermano, me había dejado solo en un parque. Recuerdo que no me importó mucho, hasta que empezó a llover.

Todos los niños se fueron a sus casas, huyendo del frío y el agua. Excepto Ezra y yo, que vivíamos en otro barrio y no sabíamos cómo volver. Y fue ahí, solos y calándanos hasta los huesos, donde nos convertimos en amigos.

¿Y Brooke? Bueno, ella apareció con un chubasquero amarillo y las dos trenzas rubias que tanto le gustaba llevar por aquel entonces. Cuando nos vio, arrugó la nariz y nos preguntó qué hacíamos ahí parados. También nos llamó estúpidos. Ya con nueve años era de armas tomar. Después se ablandó y nos invitó a su casa hasta que dejara de llover. Y esa fue la primera tarde de tíos.

A día de hoy, seguíamos quedando igual. Solíamos ir a la casa de Brooke, ya que sus padres estaban casi siempre de viaje, y pasábamos el rato juntos. Veíamos películas, jugábamos a videojuegos o simplemente hablábamos.

Como ahora. Estábamos viendo Kick Ass cuando mi móvil empezó a vibrar. No me dejaban de llegar notificaciones de Twitter.

—¿Por qué tienes cara de estreñido? —preguntó Brooke —. ¿Qué miras?

Se movió en mi dirección e intentó cotillear la pantalla de mi móvil por encima de mi hombro. Yo la esquivé como buenamente pude.

—¿Conocéis a una tal @love24hrs?

—No me suena, ¿por qué?

Ezra soltó un suspiro y paró la película. Después me lanzó una mirada asesina mientras enarcaba una ceja.

—Más te vale que sea algo importante. Estábamos llegando a la mejor parte —exclamó señalando a la pantalla.

La mejor parte era la escena de sexo. Puse los ojos en blanco antes de dirigirme a Brooke.

—Me está acosando por Twitter.

—¿Tienes foto de perfil? —dijo Ezra, ignorando mi falta de interés sobre su opinión.

—Eh, ¿sí?

—Pensará que estás bueno —Brooke se encogió de hombros.

—Me va a potar un arcoiris. Y le parezco un cursi. No tiene pinta de que le mole mucho.

—Mujeres —exageró mi mejor amigo, de forma dramática —. Quieren romanticismo pero luego te llaman cursi. No hay quién las entienda.

Un cojín impactó contra la cara de Ezra, cortesía de Brooke.

—Si supieras tanto sobre nosotras como dices, no estarías a dos velas. Así que cállate.

—Eres cruel —murmuró, aun con el cojín  en la cara.

Brooke volvió a enfocar su  atención en mí.

—¿Y ella? ¿Tiene foto de perfil?

—Sí. Pero es muy oscura y casi ni se la ve.

—Eso es que es fea, de seguro.

La cara de Brooke se contrajo, formando una expresión de asco.

No pude evitar poner de nuevo los ojos en blanco al ver lo que le esperaba al imbécil de mi amigo.

—¿Ezra?

—¿Sí, mi general?

—Mi foto es de ese estilo. ¿Me estás llamando fea?

Ezra dudó.

—Puede.

—Vale, tú te lo has buscado.

Estas eran las clases de discusiones que solían tener, unas mil veces al día de media, mi dos mejores amigos. Se insultaban, peleaban y acababan riéndose a pleno pulmón.

Puede que la razón detrás de todo esto fuera que lo que había entre ellos era más que amistad. Aunque no lo quisieran reconocer.

En parte lo envidiaba. Porque, al final de día, ¿quién no quiere querer a alguien y que le quieran de vuelta? La respuesta siempre sería: nadie.

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