Abstractos

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Si no fuera porque sé que Ezra está en su habitación, habría pensado que no había nadie en la casa de los Parrish. Estaba sumida en un silencio sepulcral.

Hasta que entré yo, haciendo crujir todos los escalones mientras subía las escaleras. Como era de esperar, Ezra no se sorprendió cuando me vio quedarme en el umbral de su puerta. No estaba haciendo nada, simplemente estaba tirado en la cama, mirando al vacío. Resultaba un tanto espeluznante.

-¿Te ha poseído un demonio? -pregunté.

-Que te den -dijo mirándome. No parecía enfadado, más bien cansado -. Te había dicho que no quería hablar contigo.

-Corta el rollo macho alfa conmigo, Ezra. No me tienes que impresionar -murmuré -. Soy tu mejor amigo, y hablar conmigo sobre cómo te sientes no hará que eso cambie.

Levantó una ceja antes de resoplar. Era de esa clase de resoplidos que haces cuando tus padres o ese profesor que te tiene manía, te regañan. Era de esos que dicen: no tienes ni idea, ni la tendrás.

Cuando llevaba ya un rato de pie, decidí tumbarme en la cama, a su lado. Siguió en silencio durante unos minutos más hasta que al fin se dignó a hablar.

-Nunca hubo otra cita -dijo rápidamente.

Creí no haberle entendido.

-Perdona, creo que te he oído mal. ¿Puedes repetirlo?

-Nunca. Hubo. Otra. Cita.

Sin poder evitarlo, golpeé su hombro.

-¡Eres un imbécil! -exclamé.

Volví a golpearle y esta vez dejó escapar un grito de dolor.

-¡Para! ¿Te crees que no lo sé? Por eso pensé... Joder -empezó a decir, con gesto serio -. Pensé que si apartaba a Brooke, tal vez un imbécil como yo no la rompería el corazón.

Tardé unos segundos en contestar. Me resultó un poco difícil escoger las palabras adecuadas con las que poder insultar a mi mejor amigo sin que se enfadara. Aunque mi idea principal era intentar entenderle. Y ayudarle.

-Eres de lo que no hay, Ezra -dije sin más -. En serio, no puedo entenderlo. A Brooke le gustas. Y a ti te gusta ella. ¿Qué necesidad había de joderlo?

Giró la cabeza, solo para poder clavar su triste mirada en la mía.

-La cuestión, querido amigo, es que si Brooke y yo saliéramos la acabaría jodiendo igualmente. Haría algo que estropearía todo lo que tuviéramos. Y no solo nuestra relación, también nuestro grupo.

Negué con la cabeza.

-O podríais haber sido la pareja del año.

-Drew, no todos creemos en los finales felices. No todo son historias de amor dignas de película.

-¿Debería sentirme ofendido? -pregunté. Él me contestó con una sonrisa de medio lado -. No es cuestión de creer en un final feliz o no. Los sentimientos son como... No sé, las lamparas de lava.

-¿Qué te has fumado Drew?

-Cállate y piénsalo. Cuando una lampara de lava está encendida, la cosa gelatinosa sube y baja, flota -dije, incorporándome en la cama mientras gesticulaba, sin poder evitarlo -. Cuando la apagas, la cosa gelatinosa se queda en el fondo, pero sigue ahí. Tu sientes algo por Brooke y aunque intentes apartarla, vas a seguir haciéndolo.

Esta parecía estar a punto de echarse a reír.

-¿Sabes que "la cosa gelatinosa" es cera?

Conté hasta diez mentalmente, controlando mi respiración. Mi comparación de los sentimientos con una lámpara de lava era perfecta, pero Ezra era demasiado Ezra como para verlo.

-La conclusión a todo mi discurso es que los sentimientos son abstractos y que lo único que sabemos sobre ellos es que no podemos evitarlos.

Ezra me miró a la vez que tragaba en seco. Sabía que estaba pensando en Brooke y él sabía que no podía dejar de hacerlo. Se levantó de golpe de la cama y se puso una chaqueta. Mientras buscaba sus zapatos dijo:

-Creo que he tenido suficiente charla por hoy. Mañana le pediré perdón a Brooke, pero eso no significa que vayamos a salir juntos ni nada -exclamó señalándome con el dedo.

-Lo que usted diga.

-Así que no más grupos de WhatsApp -añadió amenazante.

-Eso solo si me molestáis.

-Trato hecho - me examinó con la mirada y rió entre dientes -. Y, ¿Drew?

-¿Sí?

-¿Qué haces en pijama, tío?

Reparé en que seguía en pijama. Me había recorrido cuatro manzanas desde la casa de Brooke hasta aquí. Medio instituto me había visto. ¿Qué había hecho yo para merecer esto?

-Una larga historia -resoplé -. ¿Te la cuento de camino a mi casa?

-¿Me quedo a cenar?

-Voy a comprar tacos. De hecho necesito que los compres tú. No llevo dinero encima, problemas del pijama. Cuando llegue a casa te lo devuelvo.

-Lo que sea por un taco -dijo, relamiéndose los labios.

Latch | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora