An(Drew)

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No era la primera vez que cubría a mi hermano. Lo cierto es que no me importaba hacerlo. Lo que sí me importaba era tener que quedarme solo con mis padres.

Mis padres. ¿Cómo definirles?

¿Sabes cuándo crees que vas a tener un día genial y el profesor de matemáticas te pone un examen sorpresa para el que no has estudiado nada? Pues así. Amargante.

No habían pasado ni dos minutos desde que había abierto la puerta y ya me estaban gritando.

¡Drew, pon la mesa!

¡Drew, tira la basura!

¡Drew, haz esto!

¡Drew, haz lo otro!

Nada de interesarme por mí o por mi vida. Para qué hacerlo cuando existía Andrew.

—¿Qué vamos a cenar? —pregunté, ignorando los gritos de mi madre.

—No sé. Tu madre quiere esperar a que llegue tu hermano para preguntarle.

Que tu padre no se digne ni siquiera a levantar la vista del periódico cuando te habla, es una experiencia poco recomendable. Aunque cuando la has vivido una y otra vez a lo largo de tu vida, te acostumbras y deja de dolerte. O al menos un poco.

Bueno, más bien aprendes a que te deje de doler. Por obligación, necesidad, instinto de supervivencia.

Venga ya, ¿qué clase de padres llaman a sus hijos Andrew y Drew? Parecía un chiste malo. Como si me dijeran que nunca sería tan como él.

En mi caso, la teoría de que el pequeño siempre es el favorito de los padres, se rompía.

—No va a venir —mascullé.

Esta vez mi padre sí me miró.

—¿Por?

—Los de último curso tienen una reunión para dar ideas sobre el baile de octubre —mentí con facilidad.

—¿Y los de penúltimo no? —usó su típico tono de "te estoy juzgando".

—Solo los de último curso —repetí —. Los de penúltimo nos encargaremos de alguna otra cosa sin importancia.

—Bueno, ya te tocará a ti —volvió a fijar su vista en el periódico.

¿Irme a una fiesta salvaje al más puro estilo Project X? Esperemos que sí.

—Aunque no estaría mal que empezaras a participar en más cosas del instituto. Quedará bien en tus solicitudes para la universidad.

Supuse que no era un buen momento para volverle a explicar que no tenía intención de ir a la universidad.

Mi madre apareció de pronto por la puerta de la cocina. Nos miró a ambos y frunció el ceño. No había puesta la mesa, ni tirado la basura, pero me daba absolutamente igual.

—¿Y Andrew?

-
—Llegará más tarde. Está en el instituto —contesté secamente.

—¡Qué responsable que es! —exclamó con orgullo —. Le dejaré un plato de su estofado favorito en la nevera.

Y, sin más, volvió a la cocina.

Creo que me perdí la parte de Sexy and I Know It en la que cantaban sobre la responsabilidad.

—¡Cenamos dentro de cinco minutos! —gritó mamá.

—Yo no voy a cenar. No me encuentro muy bien —le dije a mi padre mientras me levantaba para ir a mi habitación.

—Mejor. No te pongas malo —me ordenó, como si dependiera de mí —. No puedes permitirte faltar a clase. Tienes que conseguir una beca.

Y, de nuevo, la universidad.

Andrew había suspendido dos asignaturas. A saber cuántas suspendía este curso. Pero mis padres no estaban preocupados porque le iban a pagar la universidad. Sin beca.

De nuevo, el denominado síndrome An(Drew), en el que yo importaba una mierda porque mis padres no veían más allá de Andrew.

Y, aunque pudiera no dar esa sensación, no le guardaba rencor alguno a mi hermano. Lo de mis padres ya era otra historia.

—Buenas noches —grité antes de cerrar la puerta de mi habitación, sin recibir respuesta alguna.

Encendí entonces mi portátil y abrí Spotify. Subí el volumen al máximo cuando empezó a sonar Breakeven de The Script.

Dentro del armario tenía escondida una caja de cereales, lo que solía ser mi cena en días como hoy.

Estaba a punto de llamar a Brooke cuando vi que un número desconocido me había​ hablado. Recordé lo que me había dicho mi hermano.

¿Sería el karma? ¿Había venido a buscarme?

Latch | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora