⟮ 2.⟯

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Pareja :  Mikaela x Yūichirō .
     ﹋﹋﹋﹋﹋﹋
N/A :  One-Shot súper corto con final abierto. Últimamente        
      ﹋﹋     estoy bastante sad y me dieron ganas —e inspiración— para escribir algo un poco triste.
   

No podía

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No podía. Simplemente no podía seguir aguantando tal sufrimiento, dolor y tristeza que inundaba todo su ser. Estaba harto de todo aquello, de los insultos que recibía por parte de sus compañeros, de las burlas, agresiones, de todo. Estaba cansado de tener que desquitarse cortándose, maltratándose a sí mismo por ser una asquerosidad de persona.

« “Oh, miren, ya llegó el llorón.” »

« “¡Qué gran culo tienes! Aunque, creo que es lo único bueno que tienes. Quizá por eso se acuestan contigo... ¡Espera! ¡No olvides ponerte una máscara antes de hacerlo o se van a asustar, jajaja.” »

« “Mírate al espejo antes de salir de tu cueva, ¡asustarás a las demás personas!” »

« “Miren es una prostituta. Oh, es espera, es un chico, jajaja.” »

« “No sabía que existían las monstruosidades andantes, porque pareces una.” »

Aquel día, se encontraba caminando de regreso a lo que muchos podrían llamar hogar. Su semblante estaba serio, como siempre. Observaba los moretones y cortes que tenía en su delgado brazo, el cual parecía mostrar una guerra contra él mismo.

Las oscuras nubes comenzaban a tapar el brillante y claro cielo, parecía estar a punto de llover. Un día de invierno como cualquier otro en la vida de Amane Yūichirō; un jóven de diecinueve años.

Su “casa” era una horrible y espantosa pesadilla, no quería seguir ahí. Sin embargo, no le quedaba elección. En numerosas ocasiones pensó en la posibilidad de marcharse, de huir de aquel horrible lugar, pero le temía a su padre, quien había asesinado a la única familia que le quedaba.

Ciertas veces consideró que, en algún momento, el mayor terminaría por matarlo o quemarlo vivo por alguna locura suya. Pero ya no le importaba seguir viviendo o morir, puesto que gran parte de su vida se había ido, había desaparecido.

Al llegar se dirigió directamente hacia su habitación, para evitar cualquier contacto con el otro, el cual se encontraba borracho en la sala principal mirando un partido de fútbol y gritando millones de incoherencias a los cuatro vientos.

Tiró su mochila en la silla del escritorio y se acostó en su cama, mientras observaba el blanco techo de su habitación, sin expresión alguna en su rostro. Miró a su lado, donde se hallaba una fotografía rallada por su fallidos intentos de destruirla, con el marco bastante dañado. Mostraba a su familia con enormes sonrisas, como si se burlaran de él. Pero esa familia tan bonita y feliz ya estaba muerta desde hace ya varios años.

Cubrió su rostro con su brazo. Sus lágrimas empezaron a bajar por sus mejillas, como siempre. No entendía cómo es que había chicos y chicas que podían aguantar aquel dolor. Pero, a diferencia de él, esas personas tenían amigos que les ayudaban a pasar toda esa etapa de tristeza. Él no tenía a nadie para que le ayudase y alentase a seguir con su vida pese a todo.

Después de unos minutos sin hacer nada más que estar echado tapándose la cara con su brazo, se levantó, para luego ir al baño y ducharse. El agua corría por todo su dañado y marcado cuerpo. Simplemente se quedó de pie mirando el suelo, mientras el agua mojaba su complexión un tanto morena.

El azabache recordaba esos golpes, gritos, y la sangre de su madre y hermana de aquella noche. También sus propios quejidos y clamores que hacía cuando su progenitor intentaba matarlas a ambas, lográndolo finalmente.

Salió del baño y se colocó una toalla, rodeando delicadamente su delgada cintura, además de otra toalla que cubría sus finas y sedosas hebras oscuras.

Al salir, se dio cuenta de que había comenzado a llover. Observó por unos segundos la ventana, con una expresión frívola.

—¿También estás triste?— susurró, como si la lluvia pudiese escucharle.

Se marchó de allí, para posteriormente buscar sus ropas. Secó su delicado cuerpo, donde se podían divisar ciertos huesos que sobresalían un poco gracias al bajo peso que poseía. Se puso un poleron bastante grande color negro, para ocultar sus heridas. No tuvo tiempo para ponerse los pantalones, puesto que inmediatamente tocaron el timbre de la casa, y luego escuchó que la voz de su ebrio padre lo llamaba desde la planta baja.

—¡Ve por mí! ¡No me siento muy bie- — no pudo continuar debido a su estado y terminó vomitando.

Bajó por las escaleras, hasta llegar a la puerta principal. Al abrirla lentamente, se sorprendió un poco de ver a un chico de mayor estatura que él, quien aparentaba ser de su misma edad.

—¿S-Sí?— cuestionó levemente nervioso.

—Emm... Lamento las molestias, pero seré tu nuevo vecino, y sólo quería pasar a saludar.— esbozó una leve sonrisa.

¿Cuántos años llevaba ya sin ver una sonrisa verdaderamente amable, la cual no vaya dirigida a otra persona? En ese momento, Yūichirō se sorprendió muchísimo. Era la primera vez que, desde que terminó la etapa de su “buena vida”, le sonreían de aquella manera.

Era una sonrisa que a muchos podría resultarles de lo más común del mundo, pero él podía sentir lo acogedora que era, y por dentro percibía una especie de alegría, algo que no lograba descifrar con claridad.

—Disculpa, soy Mikaela. Lamento no habértelo dicho antes.— estrechó su mano.

El azabache se sobresaltó un poco. Dejó de observar al otro chico, para dirigir su mirada a la mano de éste. Rápidamente reaccionó algo avergonzado por aquel incómodo silencio que se había formado.

—N-No te preocupes...— recibió la mano del contrario, algo tímido. —Soy Yūichirō, un gusto.

—El gusto es mío, Yuu-Chan. Espero que nos llevemos muy bien.

Ese fue el comienzo de su nueva vida...

Owari No Homo | Yaoi DrabblesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora