Las competencias de patinaje eran las más esperadas por Tiberius Blackthorn por dos simples razones. La primera: podía dar frutos de todos esos meses de extenuantes prácticas a diario, las caídas sobre el frío hielo, rutas de correr por la madrugada, la estruendosa voz de su entrenadora cuando se equivocaba de movimiento y salía sucio. La segunda, y quizás incluso más importante, Tiberius podía ver a Christopher Herondale.
El muchacho rubio era su contrincante. Christopher patinaba sobre hielo como si hubiera nacido con patines en sus pies de seda. Tiberius lo había idolatrado desde lejos durante mucho tiempo, viéndole ganar medalla tras medalla, coleccionando el doble de lo que Ty había tenido, quien apenas llevaba dos años en competir. Se cruzaban un par de veces en vestidores y él siempre era amigable, jamás comportándose sobriamente como el resto de los participantes que se veían entre sí con aires de querer saltar sobre la yugular del otro. Ty los observaba desde su asiento y había aprendido el lenguaje corporal de quienes veía a menudo. Posturas erguidas, desafiantes, ojos filosos, voz firme, paso seguro, mentón en lo alto. Kit era todo lo contrario. Se movía con gracia y una naturalidad impresionante, con la belleza de la primera nevada de invierno.
-¡Blackthorn!- Gritó su entrenadora. Ty saltó en su lugar y la miró ofendido. Odiaba cuando alzaban la voz.- Deja de pensar en lo que sea y céntrate en conseguir una de las primeras tres medallas. No seré idiota, no será la de oro. Pero seré optimista. Consigueme la de bronce.
-Si la quieres, búscala tú misma.- Bromeó. Ericka, su entrenadora, agudizó su mirada.
-Ve a vestirte, Tiberius.
Ty tenía que pasar entre un pasillo donde los barullos de la gente llegaban más fuertes por el eco del gimnasio. Suspiró y se calzó los auriculares, subiendo al tope la música para esconder el ruido que odiaba y reemplazarlo con una gustosa melodía.
Llevaba escuchando la misma canción todos los días hacia ya un mes. Le gustaba el suave punteo de la guitarra, el armonioso piano que se presentaba ocacionalmente, el arpa que era casi imperceptible pero no para él, la bateria era suave, caja y bombo y un tenue platillo. La voz del cantante era aguda, lírica y espiral; hacia a Ty querer cerrar sus ojos y danzar a su compás.
Lo hizo por un momento. Sus párpados cayeron solo un instante y se interrumpió chocando contra un cuerpo. No estaba preparado, y la sorpresa en sus agraciados pies tembló haciéndolo caer hacia atrás. Rebotó contra el suelo por el impacto cuando quedó sentado. No alzó la mirada al instante, aun muy sorprendido, y la música seguía sonando cuando vio una mano tendida hacia él y a alguien en cuclillas en frente.
Ty alzó sus ojos grises y vio los celestes. Fue una milésima de segundo pero tenía suficiente experiencia recogiendo información de los ojos de las personas en tan solo un instante. Ese celeste era el del amanecer, cuando el sol apenas salía detrás de las nubes y hacia su gloriosa entrada. Eran blandos, sinceros y respetables. Y quizá podía imaginar un atisbo de importancia en ellos, como si se preocupara por haberlo hecho caer.
Parpadeó unos segundos antes de ponerse en pie, ignorando la mano ofrecida. Estaba nervioso, su corazón latía demasiado fuerte y odiaba la sensación. Le recordaba a un ataque de pánico pero el pánico jamás sería tan hermoso como Christopher Herondale. Chasqueó sus dedos unos segundos a sus costados antes de tomar coraje y sacar sus auriculares. Se oía aun la música salir de los parlantes, algo suave y vibrosa.
Volvió a chasquear sus dedos, pero los ocultó dentro de su chaqueta esta vez.
-Lo lamento muchísimo. No quise empujarte, no veía por dónde venía.- Kit tenía un rostro serio pero un semblante suave. Mantenía una corta distancia y, contrario a lo que acostumbraba, Ty no se alejó.