El dolor que Christopher Herondale sentía le era tan nocivo que pulverizaba su espina dorsal, le quebraba las rodillas, y ardía hasta el último suspiro. No había hielo más helado que su piel ni cueva más vacía que su pecho. El brillo que antes emanaba de su cuerpo ahora era gris y opaco, y cada vez se oscurecía más, amenazando con desaparecer. Él se había dejado extinguir el día en el que Tiberius Blackthorn murió.
Podía ver sus ojos cada vez que cerraba los suyos y oía su risa cuando las campanas de ángel cantaban cuando el viento las movía. Sus dedos picaban en la punta anhelando llegar hasta las hebras negras de su cabello que ya no estaba. Olía el aroma a mar y arena cuando la brisa entraba por la ventana de su habitación y se amoldaba al hueco vacío de su cama donde él ya no estaba.
Pensaba que lo había admitido, que Ty ya no volvería. Pero se daba cuenta que no era cierto cuando las noches de insomnio no le dejaban pegar ni un maldito ojo en la madrugada oscura, con los orbes claros fijos en la puerta, aguardando impaciente a que él llegara, correr hacia su encuentro, y llorar sobre su cuello cuando él le dijera que solo había sido un mal sueño. Las veces que podía conciliar el dormitar un poco, se despertaba desorientado y buscando a Ty, hasta que su memoria de burlaba de sí mismo y le recordaba que él ya no estaba, que jamás volvería.
Podía ver la sombra de su cuerpo paseando por la casa vacía en los lugares donde había estado su último día. Conservaba cada detalle en el mismo lugar, como si no hubiera pasado, adorando cada último toque que Ty había dado. Todo era mas frío, silencioso, e incluso la pequeña gata que había adoptado hacia no más de dos semanas la había regalado a Livia. Sabía que los Blackthorn estarían incluso peor que él, pero no le importaba. No quería compartir su dolor. No quería compartir a su Ty.
Le atormentaba la última despedida. No le había dicho suficientes te amo, no le había abrazado con fuerza para que su aroma se impregnara en él, no le había dicho que se quedara. Tiberius solo había querido ir a la playa en busca de caracolas nuevas y Kit había estado demasido cansado para acompañarle. Él le había dado un beso en la frente y se había ido sin mirar atrás, solo y hacia el mar. Pero jamás había podido llegar hasta ahí porque el mundo era un lugar muy injusto, y los automóviles iban demasido rápido un viernes por la tarde.
Kit se puso en pie y caminó hasta la cocina. Observó la última rebanada de pan que Ty había reservado para la cena. Contó cuantos cereales había dejado en el desayuno de ese día. Fingió ignorar la computadora donde la última canción que habían estado escuchando juntos seguía en pausa. Miró hacia el mar que se veía tan inexistente como Tiberius. En el reflejo del cristal, Kit vio algo moverse detrás suyo con la brisa que ingresaba detrás de la cortina. Se giró y caminó hacia la mesilla de cocina. Encima de ella había un conjunto de revistas sobre decoración de jardines, un número de una veterinaria, y un papel azulado que Kit no reconoció.
Lo tomó entre sus manos con el ceño fruncido y le dio la vuelta, inspeccionando. Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando vio la caligrafía tan risueña y perfeccionada de Tiberius. Sonrió amargamente, él jamás podría olvidarse de sus letras. Se llevó la nota al pecho y suspiró con fuerza intentando guardar algo de compostura, pero todo era demasiado nuevo. Un día Ty estaba en su vida y al siguiente ya no. Apenas llevaba dos semanas sin él y no parecía que alguna vez fuera a hacerse más sencillo.
Kit quería desaparecer y tal vez perderse hasta encontrarse con Ty.
Aun con la nota en el pecho, caminó al cuarto de baño y buscó tras el espejo el frasco de pastillas para dormir. Se miró un segundo al espejo, el suficiente para ver las aureolas violetas bajo sus ojos, la barba ya crecida y el cabello disparejo; no era ni la sombra de quien había sido antes.
Cruzó el pasillo y se recostó en la cama respetando el lugar que le correspondía a Ty. Abrió la nota y leyó el contenido una vez más.
"Te traeré las más hermosas para ti. Podemos limpiarlas juntos. No me gusta verte enfermo. Sé que no lo controlas, pero si mejoras pronto, prometo ver esa película que tanto amas contigo."
Kit abrió el frasco. No contó la cantidad. No fijó el tiempo de su pulso descendiente. No abrió los ojos esta vez.
Y cuando sintió que el cuerpo se volvía liviano y los músculos se disolvian hasta volverse cenizas, la voz de Ty lo recibió.
"Te amo, Kit. Te amo."