Los nervios de Kit se habían afirmado a su pecho desde el momento en el que le había pedido salir en una cita a Ty. Había esperado en vano poder deshacerse de ellos para cuando la noche deseada llegara pero contrario a ello, se habían acentado.
Se miró al espejo por doceava vez y tomó las llaves del departamento en donde vivía, respirando repetidas veces con profundidad para lograr calmarse un poco. Aunque estuviera ansioso, su sonrisa no decaída y temblaba solo para volver a aparecer por las ansias de llegar al restaurante.
Podría haber tomado el autobús pero necesitaba que el aire refrescara su rostro ruborizado, que la noche oscura ocultara el picor de sus dedos y no sentirse en el foco de atención de miradas curiosas que en realidad no estaban ahí pero que él podía sentir el peso de ellas en su nuca. Caminó un par de manzanas antes de encontrarse de frente con el restaurante pactado. El ambiente era monótono, acromático y soso, con las mesas tal vez demasiado juntas y un pianista sentado en su instrumento a la mitad del salón, tocando una melodía suave de fondo. La gente estaba vestida elegante, riendo con cortesía, moviendo demasiado sus manos para mostrar sus accesorios caros. Kit había elegido ese lugar porque le había parecido romántico, ahora se arrepentía al sentir que no encajaba allí, ni siquiera con su traje color azul petróleo ni sus zapatos negros. Pasó una mano por su cabello en un intento de arreglar lo desparejo de sus ondas y se obligó a ser valiente.
Al ingresar, se presentó en la mesa de entrada para que le llevaran a su mesa reservada. Mentiría si no dijera que lo había hecho con una semana de anticipación antes de preguntarle a Ty si le apetecía una cita, con las esperanzas demasiado presentes por un sí.
La mesa estaba a unas dos del centro donde se encontraba el piano. Kit intentó relajarse moviendo los dedos de su mano derecha imitando el sonido del pianista. Su tío Jace le había enseñado tiempo atrás algo de música y aun no podía quitarse la costumbre de la práctica sobre el aire cuando las notas musicales afloraban. El camarero dejó sobre la mesa una canasta de pan y dos menúes frente a cada asiento, sonriéndole a Kit políticamente. Él asintió tratando de verse amable pero el nudo en la boca de su estómago le impidió sonreír.
¿Qué pasaría si Ty no llegaba? Él tal vez se había arrepentido. Kit no era interesante, tal vez descubriría que había sido mala idea aceptar, que no tenía nada suficientemente bueno como para ofrecerle. El patinaje los unía pero tal vez un mundo entre ellos los separaba. Quizá solo era el hielo bajo sus pies donde lograban encontrar un punto donde ser y ahora descubrirían que no había nada más allá. Kit no quería chocarse contra esa pared. Quería aprender lo que Ty amaba, a qué le tenía miedo, qué es lo que pensaba a las tres de la mañana cuando no podía dormir y qué lo hacía sonreír a las dos de la tarde cuando el sol calentaba la ciudad. Quería poder darle algo más que fuera solo hielo. Quería besarlo.
El movimiento a su lado le hizo tensarse y contuvo la respiración cuando alzó la mirada y se encontró junto a él a Ty. Tiberius Blackthorn podía ser fácilmente el muchacho más atractivo del universo. Con sus ojos grises resplandeciendo cuando no sostenían su mirada más de tres segundos (que Kit contó), el cabello ordenado y pulcro y el traje negro entallado, su corbata del mismo color se ajustaba en el cuello de su camisa blanca. Kit tragó con fuerza tratando de recuperar la voz que huía de su garganta y abrió un poco la boca antes de volver a cerrarla.
-Hola, Christopher.- Saludó. Kit se mantuvo quieto y solo mirándolo, perdido.- ¿Está todo en orden?- Ty preguntó con suavidad comenzando a jugar con sus dedos. Kit se puso en pie casi tirando su silla hacia atrás y haciendo a Ty saltar de la sorpresa.
-¡Lo lamento!- Casi gritó.- Lo lamento, yo... toma asiento, por favor ¡No, espera!- Lo rodeó con velocidad corriendo su silla para él.- Siéntate.