Capitulo 3

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La misma rutina de las mañanas: no quería ir al colegio. Quería quedarme en mi cama, sin pensar, ni nada. Pero tenía que ir obligadamente. Prefería guardarme la falta para alguna ocasión especial, y no ir acumulando tantas. Me levanté, vaga. Fui al baño y luego me vestí con un jean y una remera básica blanca. Una campera de jean terminó el conjunto, porque estaba algo fresco. Bajé, pero no comí nada.

—¿No vas a desayunar? —preguntó papá-
—No, llego tarde.

Le di un beso en la mejilla y salí de casa. Mientras caminaba, me puse los auriculares y caminé hasta el colegio. Verdaderamente no llegaba tarde pero quería salir, ir lento y también pensar. Pensar en mí, en que tenía que cambiar mi forma de vida. Empezar a defenderme, o hacer algo para imponer respeto. No quería seguir viviendo de esa forma tan mortal. Tengo dieciséis años, toda una vida por delante. Y no puedo dejar que por imbéciles eso se arruine. Simplemente no me lo permito.

Pero es difícil hacer eso cuando uno está solo. Más porque no se tiene un propósito, ni una meta. Estoy sola en un mundo de gente perversa que se alimentan de ver mal a los demás. Y eso tenía que cambiar. La gente aquí te quiere sólo si eres como ellos. Y cada vez mis ganas de morir crecían, porque puede haber gente buena pero para que la encuentre tendría que tener mucha suerte. Algo que nunca tuve.

Llegué a la escuela y hoy también tenía historia. Creo que no hice las tareas, y eso era muy malo. Pero, más que un uno no iba a tener. El profesor pidió las tareas en su escritorio, pero como yo no las tenía no podía entregarle nada. Luego de un largo rato de la clase, sonó el timbre y salimos todos, era la hora de ir a la cafetería. Pero el profesor me retuvo.

—West, ¿no hizo sus tareas?
—No, lo siento —le dije- las traeré para la próxima clase.

El asintió.

—Necesitas prestar un poco más de atención. Si no, tendrás que rendir la materia. Te estoy advirtiendo para que no pases un disgusto.

Le sonreí.

—Ya paso por muchos, uno más no haría diferencia.

Acomodé mi bolso y me dirigí a la cafetería con indiferencia. Por suerte, hoy Zayn no se había empeñado a molestarme. Por lo menos no ahora, por lo que pude completar algunas tareas ahora, sin que él me las destruya o me las saque. Estaba de nuevo con los idiotas del terciario, aunque a muchos no los conocía. No entendía por qué juntarse con ellos. ¿Para hacerse el superior? ¿Molestarme a mí? No me interesa del todo. Tenía que volver a entrar a clase, por suerte no de historia y eso me sacaba una alegría. Creo que ahora tenía matemática. Patético, horrible.

Me dirigí al salón desganada, y tampoco había hecho mucho. Anoté los ejercicios pero no entendía un pomo de lo que era esto. Sólo quería irme a mi casa, tirarme en mi cama, llorar, dormir y nada más. No hacer ejercicios estúpidos que no me servirían para nada. Digo, no voy a pensar en esto cuando vaya a comprar pan. Rodé los ojos. Todavía faltaban varias materias.

Y así las horas pasaron, y pasaron, y pasaron... hasta que por fin era hora de irse. Tenía que pasar por la biblioteca a retirar unos libros de biología, así que me tardaría un poco en salir del colegio. Unos... cinco minutos más. Luego, bajé y me encontré con lo peor: Zayn y sus ‘amiguitos’. Me miraron con una sonrisa, sobretodo él.

—¿A dónde vas, __________? —preguntó- ¿Por qué no te quedas un rato?
—No gracias, quiero irme a mi casa —sonreí, queriendo avanzar, pero me lo impidió-
—Tú no te vas.

Abrí los ojos sorprendida.

—Discúlpame pero nadie me dice qué tengo que hacer, ni siquiera mi padre. Así que vete a la mierda.

Cuando lo choqué con el brazo, me hizo una mala jugada: pasó su pierna mientras yo pasaba, a lo que caí de rodillas y de manos al suelo. En frente de todos esos imbéciles. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me sentía súper patética. Junté mis cosas como pude, algo torpe y seguí mi camino hacia la salida. Las risas estaban por hacerme explotar. Pero entonces, sentí pasos en mi espalda.

—Niall, ¿a dónde mierda vas? —preguntó Zayn extrañado.

Me tomaron del brazo y me volteé. Miré al chico con una expresión indefinida.

—¿Estás bien? —dijo el chico rubio-
—Eso no te importa —me solté orgullosa.

Entonces, el chico me frenó.

—¿Quieres que te acompañe?

Estaba por reírme en su cara.

—Vamos Niall, ven aquí, déjala —decían varias voces por detrás, hice fuerza para no mirar-
—No —susurró él-
—Mira niño, Niall o como te llames, si crees que necesito ayuda estás muy mal. ¿Por qué mejor no vas con las mierdas de tus amigos y me dejas en paz? Me harías un gran favor.

Me di media vuelta y me fui a zancadas, sentía que los chicos le decían cosas cómo: ¿por qué te acercaste? O cosas así. Entonces salí de la escuela, y casi me caigo. Mis piernas temblaban con mucha intensidad de lo ridícula que me sentía. Pero aún peor: una persona que me quiso ayudar, y yo mentí de una manera cruel. Si bien no quería parecer débil, ¿quién se creía ese chico? No me conoce. Y estoy más que segura que le di lástima y por eso me habló. Tendría que superar esta situación y seguir adelante. Sigo estando sola. Ni siquiera me puse los auriculares: sólo mis sollozos me acompañaron en el camino a casa, y mis fríos y crueles pensamientos. Hasta que llegué, y desganada tiré todo al suelo. Me acosté en la cama y me largué a llorar como un niño pequeño.

Pero aquel chico no dejaba de rondar por mi cabeza. Digo, es la primera vez que lo veo en la vida, ¿y ya se quiere hacer el que se preocupa por mí? Aunque, no niego que fue un lindo gesto. Eso me daba una esperanza. Y lo que no podía creer, es que en medio de esta penumbra, éste chico acaba de sacarme una sonrisa entre mis lágrimas espesas, y cerré mis ojos manteniendo esa sonrisa. Largué un suspiro.

Niall.

Los Ojos de Mi Princesa- (Niall Horan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora