Capítulo VIII

379 49 7
                                    

"Oscuridad"

El pelinegro tomó el volante y empezó a manejar, se sentía terrible. Primero los recuerdos del pasado que no lograban alejarse de su mente, y ahora el hecho de quebrarle el corazón a aquel niño quien lo consideraba como un héroe. El hecho de renunciar tan abruptamente a su puesto de jefe lo hacía sentir como un cobarde, ¿pero que más podía hacer? Sabia que la organización lo necesitaba a él para poder coexistir y el hecho de dejarle toda esa responsabilidad a un chico de tan solo 15 años de edad no ayudaba. Confiaba en Giorno, no lo negaba. Pero era demasiado joven para cargar con el peso y responsabilidad de la organización. Quería volver para retomar el cargo, pero el temor no lo ayudaba.

Su mente comenzó a nublarse, los pensamientos lo asfixiaban, ya no sabia que hacer. Sabe que debe tener cierta compostura y seguridad frente a sus subordinados, pero ahora estaba solo, en la fría cabina del auto, ahogado en llanto. ¿Qué es lo que voy a hacer? Se preguntaba el joven de cabellos azabache. Cada vez perdía más la noción de lo que sucedía a su alrededor, encerrándose en sus pensamientos mientras las frías lágrimas bajaban de sus mejillas.

Hasta que el fuerte sonido de un cláxon lo sacó abruptamente de su trance, se había pasado la luz roja del semáforo y estaba a punto de impactarse con un auto que transitaba en dirección contraria. El menor no pudo detenerse a tiempo, lo que provocó un sonoro choque entre ambas unidades. Las bolsas de aire hicieron su trabajo, pero aún así, el cuerpo del pelinegro sufrió fuertes golpes. Estaba artudido y confundido ante la situación, su respiración estaba agitada y sentía que en cualquier momento iba a desmayarse. Levantó la mirada torpemente, tratando de visualizar el automóvil frente a él, y vaya fue su sorpresa. Era el auto de Leone, no sabia si era suerte o el destino. Quería salir del auto para ver si el mayor se encontraba bien, pero debido al impacto y los golpes proporcionados, le era difícil mover su cuerpo.

Su vista comenzó a nublarse, a pesar de que las bolsas de aire y el cinturón de seguridad lo protegieron de un impacto mayor, no estaba lo totalmente cuerdo para poder mantenerse despierto. Logró ver con dificultad la figura del albino acercarse a su auto.

¿Abbacchio...? dijo el menor débilmente.

¡Buccellati! ¿Te encuentras bien? dijo el mayor preocupado, tratando de entrar al auto del contrario.

El ojiazul no pudo responder, sus ojos se cerraron de golpe, había perdido el conocimiento. En su mente no había nada, solo oscuridad. Trataba de recordar lo sucedido pero no lo lograba. La oscuridad se disolvió y sus ojos se abrieron, miro a los lados confundido, hasta toparse con la mesita de noche de su cama. En ella, reposaba una foto donde se podía apreciar a su padre, junto con su madre y él mismo en medio de ambos, con una gigante sonrisa en el rostro. El pelinegro miro sus manos, eran pequeñas. Volteo hacia el espejo que estaba al lado de su cama, era él cuando tenía 12 años. Bruno se puso de pie y la recámara se desmoronó, ahora se encontraba en el muelle donde su padre solía salir en su bote para llevar a los clientes a sus destinos. El joven ojiazul no entendía que estaba sucediendo, hasta que vio a esos miserables hombres acompañados de su padre. La piel de Buccellati se erizó completamente, recordaba esa escena.

¡Papá! ¡Regresa! gritaba el menor desesperado.

Su padre solo volteó a verlo, no lograba escuchar los gritos de su hijo, pero aún así le sonrió tranquilamente y alzó su mano despidiéndolo. Los ojos del joven ojiazul comenzaban a humedecerse, sabia lo que pasaría, pero se negaba a dejar que sucediera.

¡Regresa! ¡Papá regresa por favor! — sollozaba el menor mientras corría por el muelle — ¡No lo permitiré! ¡Juro que voy a salvarte!

{ Deep Blues } (En Edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora