❥ De nuevo sin luz.

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Llovió y el ambiente húmedo posterior de Buenos Aires la hacía removerse inquieta en el mullido colchón, debía levantarse en menos de tres horas para asistir a una reunión de emergencia convocada, no le gustaba el clima del país albiceleste pero tampoco podía quejarse, el chico apesar de su carácter siempre buscaba su comodidad y la atendía con suma delicadez. El viento sopló, meciendo las cortinas rosadas y ella volteó de nuevo, despegando un párpado cuando un silencio demasiado prolongando se extendió por la habitación, parpadeó desorientada e intentó espabilarse ya que una vaga sensación conocida la embargó. Aquello no le daba buena espina, era necesario admitirlo y cuando se percató de las luces apagadas, su teléfono anunciando batería baja y esa sigilosa atmósfera casi grita por su mala suerte.

Leyó sus mensajes; algunos de Alfred, uno que otro de Lovino enojado, luego estaban los de Catalina expresando su molestia porque cierto europeo no la dejaba tranquila y se la pasaba acosándola. Eso sí que había sido extraño. Se llevó la mano al cabello, despeinando las voluminosas hebras azabaches como el petróleo, bostezando y poniéndose de pie para no continuar mirando un punto fijo en el vacío, distrayéndose con el manojo de pensamientos que fluctuaban en su mente.

-La desgracia me persigue -murmuró frustrado, eso le parecía un castigo del universo hacia ella y un recordatorio de su depavorable crisis.

Masculló cosas inteligibles, paseándose en pijama por la estancia y buscó con parsimonia las prendas que usaría. Sus orbes captaron las quejas que textearon las demás naciones, preguntándose como rayos harían para llevar a cabo dicha conferencia, sin que el inconveniente de la electricidad obstruyera su diálogo y resopló al darse cuenta que lo postergarían para el día siguiente, apesar de su orgullo Martín se disculpó, ya que al ser el anfitrión no contaba con que eso pasaría de la noche a la mañana. Envió una rápida respuesta a su hermana, diciéndole que probablemente se dedicaría a vagar por las calles de la capital y tomar café en un local que tuviese generador eléctrico, requería un aire acondicionado con urgencia. ¡Era un infortunio! Deseaba unas vacaciones del ajetreo intermitente de su país, los conflictos políticos, la inestable economía y así seguía la numerosa lista que llevaba grabada en su espalda, esa podía ser una oportunidad... ¡Claro que sí! Pero no, el socialismo se lo negó una vez más y estaba bastante fastidiada, por lo que se vio incentivada a buscar otra cosa que la mantuviera ocupada.

Desvió la llamada del presidente ilegítimo que aún se autoproclamaba dirigente y no dejaba de importunarla, aunque María ya se encontraba harta de su estupidez por lo que ignoraba cualquier señal de este y evitaba a toda costa cualquier atisbo de comunicación. Se dio una ducha breve, lavando su congoja y yéndose por el drenaje, colocándose un conjunto bonito para su recorrido por la ciudad; una blusa blanca, pantalón de mezclilla, botas negras de gamuza y una chaqueta roja de cuero que le otorgaba ese toque de chica mala.

No conforme con soportar los cortes eléctricos en su territorio, ahora tenía que hacerlo en Argentina

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No conforme con soportar los cortes eléctricos en su territorio, ahora tenía que hacerlo en Argentina. Si eso la perseguía no tardaría en darse unos buenos ramazos para que las malas vibras se despegaran de su figura, metió su mano izquierda en el bolsillo y observó las infraestructuras del centro, detallando lo diferente que es dicha cultura en comparación con la suya. Su bebida no tardó en enfriarse, sin embargo, no le tenía ganas de comer ni nada, era como si un nudo se hubiese instalado en la boca del estómago y sus jugos gástricos empezaban a hacer estragos. Eso sí, extrañaba muchísimo un exquisito plato de pabellón para almorzar y lo que engloba su rica gastronomía, podía estar de malhumor o predispuesta a arrancarle un dedo a alguien de un navajazo, pero jamás despreciaría la comida y menos que fuese preparada en su tierra.

Suspiró, enajenada al acontecimiento que irritó a los pobladores de ese sitio y una lágrima solitaria resbaló por su mejilla tostada, un sentimiento ambivalente reinando en sus entrañas. Odiaba estar atrapada en ese abismo del cual no conseguía escapar, atada de manos y pies, vendada, amordazada, sin poder mover ni un solo músculo para liberar a su gente de ese impetuoso caos que consumía lo que hallaba en su camino. A veces lloraba, incontrolables las gotas que fluían de sus cuencas y le dolían las extremidades; entumecidas y pálidas, se paralizaba en la mitad de su dormitorio y rezaba a la divinidad más poderosa que pudiera salvarla de ese infierno que estaba viviendo, que parecía no tener un inminente final. Los gritos que brotaban de su cavidad bucal enrojecida alarmaban a José Tadeo que no se tardaba en aporrear la puerta, exclamando una serie de interrogantes que fluctuaban en la atmósfera y que no eran contestados, después se tranquilizaba, siendo consolada por el astro platino camuflado entre las nubes esponjosas de la madrugada y una canción la adormecía, exigiendo la visita de Morfeo a sus aposentos.

-¡María, hasta que por fin le encuentro, niña! Estoy cansadísima, no he parado de caminar -habló Coco, alejando su tormentoso tren de divagues. Agarró su codo, guiándola hacia una cafetería que quedaba cerca y se sentó en una silla de madera-. Si supiera, Tincho está que se tira de los pelos por esto, ya que supuestamente es a nivel general como sucede en tu país.

-Es que no puede ser, estoy más salada que el mar muerto -replicó la de tez trigueña, mirando a la colombiana que aún sonreía para subir ese ánimo que rozaba el núcleo de la tierra.

-Parce, no diga eso. Que a todos nos puede llegar a pasar en determinado momento, siempre habrán errores y fallas como estas -expresó la de cabello chocolate, quien llamó al mesero alzando el brazo y le dio un apretón en la mano a su mejor amiga que se notaba a leguas, se hallaba consternada-. No esté regodeándose mucho, que luego se le marca esa tristeza en el semblante. Piense más bien, que ya está a la vuelta de la esquina de esa apremiante circunstancia, ningún mal dura mil años.

-Y no hay cuerpo que lo aguante -terminó el dicho, sonriendo también y soltando una risilla floja que se perdió en la ráfaga de brisa que sacudió su alborotada cabellera-. Cuando lo vea contaré chistes relacionados a esto para que sienta lo que yo siento cuando él hace lo mismo.

Una carcajada escandalosa se escuchó detrás de ella, haciéndola girarse y toparse con Pedro que le daba golpecitos a un estresado Martín. México no paraba de reír, su típico tono causaba esa reacción en quien lo oyera, secundando esa acción mientras que el de iris celestes fruncía el ceño, su mandíbula tensa por la rabia contenida y sus nudillos blancos por la presión ejercida. Hacía un gran esfuerzo por no estallar en cólera, desparramar un montón de improperios y agarrar a palazos al moreno que se secó una lágrima invisible, dramatizando como acostumbraba.

Argentina paulatinamente mermó las vigorosas emociones que hicieron galopar su órgano vital, respirando hondo y soltando el aire de manera sonora. Su piel blanca yacía colorada de bermellón por la ira acumulada, no obstante, esto menguó hasta que recuperó su tonalidad natural. Por otro lado, el de febriles luceros marrones ocupó asiento junto a Venezuela, saludándola con dulzura y tal vez, una melosidad misteriosa que no pasó desapercibida para Coco que arqueó una ceja cuestionante. No se le hizo raro que él estuviese colgado por su amiga de voluptupsa anatomía y facciones finas por la mezcla de razas, además de sus gráciles movimientos que embelesan al hombre más raudo e insensible.

-El problema está siendo solventado según lo que me informó el secretario de estado y lo espero, sino el quilombo que tengo crecerá -comunicó el de hebras doradas, rascando su nuca con ansiedad.

-Wey, te he dicho que te calmes -le dijo Pedro, mirando el menú para pedir algo que no fuera mate.

-Sí, o María te hará burla por eso -coincidió Colombia, señalando a la mayor que abrazó al argentino con cierto cariño y comprensión.

-Es que ya vas a ver.

-Eh, vos si sos mala. Ni se te ocurra porque te prohibido la entrada -amenazó el interpelado, acariciando la coronilla de la azabache que reía suavemente por como lo había tomado.

-No aguantas juego, mijo.

Manzana de la Discordia ❀ VenezuelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora