~Solo ven~

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antes de que esto empiece, quiero dedicar este capítulo a la cumpleañera mariassango. ahora sí, continuemos (tk).

*Miriam*

Dolor de cabeza, un lugar desconocido y demasiada luz.

Así desperté, sin tener la más mínima idea de dónde me encontraba, pero con las mínimas ganas de querer saberlo.

—¿Hola?—pregunté como si alguien me fuese a responder, y obviamente, no hubo respuesta.

Me levanté de golpe, mala idea.

Mi cabeza dió más vueltas que un aro de hoola-hop (malísima referencia, perdón). Quedé ahí sentada unos minutos, esperando a que mi nublada vista se despejará. Froté mis ojos, toqué mi pelo y miré mi cuerpo.

Oh, no.

Esto no, esto no, no, no, no, no y definitivamente, NO.

Después de mi estado de shock extraño, me levanté y me miré en un espejo que había en la pared.

Un desastre en toda regla.

Busqué mi ropa, sin moverme del sitio, entendedme, me dolía todo. Estaba bien doblada en una silla, me encogí de hombros inconscientemente, no tiene sentido, lo sé, pero lo hice. Y comencé a vestirme.

Una vez lista, “retoqué” mi cabello, así como si lo fuese a mejorar o algo, cosa que no fue así. Observé la habitación.

Blanca, completamente blanca. Una cama de matrimonio en el centro, con sábanas blancas y cojines del mismo color. Un cabecero simple, blanco también. Un ventanal enorme por el que entraba más luz de la que me gustaría, y sumadle el color taaaan claro de la habitación, pues eso, más luz aún. El espejo que ya mencioné antes tenía un marco grisáceo, tirando a negro, contrastaba, estaba bien. También había un pequeño armario al lado izquierdo de la cama, en el contrario al ventanal, acompañado de una cómoda con varias figuras sobre esta, las cuales también tenían un tono más oscuro, de nuevo, muy bonito. Nada más, solo una puerta, blanca.

Empecé a odiar el blanco.

Salí. Y nada, un pasillo largo, recto de paredes grises. Decorado de una forma muy, hmm, minimalista. Era sencillo, pero bonito.

Como buena estúpida, repetí:

—¿Hola?—esta vez fue más alto.

Y...para mi sorpresa, una cabeza se asomó por una de las puertas.

Agoney.

Suspiré tranquila.

—Buenos días.—fue lo único que dijo antes de volver a entrar, eso sí con una sonrisa.

Entré por esa puerta, era una cocina, oscura, a diferencia del resto de la casa, él estaba cocinando, supuse que era tarde, porque aquello tenía más pinta de comida que de desayuno.

—Huele bien.

—Lo tomaré por cumplido.

Sonreí y solo le observé. La verdad, tenía mis preguntas de por qué estaba allí y no en mi casa. Supongo que por mi silencio, dedució lo que me preguntaba.

—Estabas borracha, tu hermana solo se reía de tí, ella también lo estaba. No decías más que estupideces.—se le escapó una carcajada adorable—Como yo estaba solo en casa, pues decidí traerte aquí, por lo menos te librerías de una gran bronca. Y eso es todo, creo.—rió de nuevo y se giró hacia mí con dos platos de comida, uno en cada mano.

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