En toda la galaxia hay un sinnúmero de estrellas que nacen, viven y mueren, entre palpitantes y terribles explosiones nucleares: principio, medio y fin de la creación.
Cuando Jungwoo conoció a Doyoung, se sintió como si hubiera descubierto un nuevo planeta. Para Doyoung, fue como si su órbita supiera que Jungwoo era la única estrella fascinante que le faltaba a su sistema, y no pudo evitar que chocara con él.
Jungwoo era una gigantesca estrella; Doyoung, un planeta completamente helado que necesitaba esa exposición.
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Fue en una primavera, Jungwoo vio por primera vez a Doyoung, envueltos por la suave brisa y el aroma de las flores que corría en el lugar, entre los cientos de murmullos que entraban y salían de clases. Jungwoo sintió que contenía la respiración como si el tiempo se hubiera detenido al momento de ver al otro sonreír de oreja a oreja. Jungwoo quiso fundirse en esa sonrisa.
Pero no fue la sonrisa lo que captó la atención de Jungwoo: fue el notar cómo coordinaba todos sus movimientos sin ayuda de nadie. Eso lo dejó fascinado.
Por mucho tiempo sólo estuvo mirándolo de lejos, sus amigos siempre se burlaban de eso, de "cómo el gran coqueto de Kim Jungwoo podía ser tan penoso por una persona". Los que no entendían las inseguridades de Jungwoo, no entendían que tuviera miedo de nunca encontrar a alguien que lo quisiera no sólo por su aspecto físico. Toda la vida siempre había sido adulado por su cara bonita, además de que algunas veces había escuchado rumores de lo puta y zorra que era por los pasillos de la facultad.
Jungwoo deseaba ser querido y amado, deseaba explotar de amor entre galaxias.
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Jungwoo esperó que cada persona saliera del salón mientras miraba como el chico recogía cosas con lentitud. Se acercó de a poco.
— ¿Necesitas ayuda en algo? —habló un poco bajo para no asustarlo.
— ¿Jungwoo? —preguntó el chico un poco sorprendido.
