Capítulo 1

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Plac. La pelota voló por encima de la red a doscientos ocho kilómetros por hora y golpeó justo dentro de la línea de fondo, impulsada por un tremendo saque con efecto que a la jugadora del otro lado le resultó imposible de alcanzar. Hasta al recogepelotas le costó darle caza al salir disparada en una dirección que no se esperaba. La jugadora que servía esperó a que el chico se quitase de en medio y a que su adversaria se preparase antes de soltar otro cañonazo.
—Señoras y señores, ésta es la clase de tenis que se echaba en falta en Wimbledon desde los tiempos de Martina. Estamos antes una asombrosa exhibición de tenis potente y sin fisuras —el comentarista se dirigía en voz baja a través del micrófono de la cabina a los aficionados al tenis que estaban viendo el partido desde sus casas. En la pista central, la multitud aplaudió cuando el marcado acento inglés dijo:
—Cuarenta a nada.
—Sí, Joe, parece que Kara ha empleado su estancia en Inglaterra después del torneo francés para trabajar el primer saque y Jill lo está lamentando. Era lo único que faltaba en el arsenal de Kara y ahora su ajuar parece completo. Kara ha madurado y se ha convertido en una jugadora sobresaliente —continuó la comentarista. Por un instante, la mujer que estaba detrás del micrófono revivió lo que se sentía al estar tan cerca del codiciado título que sin duda iba a ganar Kara Danvers al final de la mañana. La gente volvió a ponerse en pie cuando “Supergirl” se apuntó otro saque directo para ganar el tercer juego consecutivo del primer set.
Kara Danvers era la nueva niña bonita del mundo del tenis, adorada por las masas que acudían a verla jugar, así como por las compañías que hacían cola para conseguir que llevase sus marcas. Con una estatura superior al metro ochenta, el pelo rubio con algunas mechas cortado a media melena, la piel acariciada por las horas que se pasaba al sol y ojos azules claros, estaba claro que había nacido para favorita.
Cualquiera que la viese en una pista de tenis tendría que haber estado ciego para no ver el fuego que la impulsaba a ganar. Sus adversarias, fuera cual fuese su posición en el ránking, se encogían al ver su nombre en el tablón para su siguiente partido. La potencia de la que hacía gala en la pista había hecho que los aficionados le pusieran el apodo de Supergirl, y Kara no era de las que defraudaban, pues había llegado a la final sin perder un solo set y perdiendo tan sólo ocho juegos durante toda su estancia en Inglaterra.
—Jill tiene que ser más agresiva en la red si quiere volver al partido —les dijo Joe Welch, ex campeón en categoría masculina, a los otros dos con quienes compartía la cabina. El gentío apagó el resto de lo que estaba diciendo cuando Kara devolvió un globo con tal fuerza que la pelota rebotó en las gradas detrás de su adversaria, Jill Seabrook, después de haber botado justo dentro de la línea de fondo.
—Nada a cuarenta —dijo la juez de silla por el micrófono, señalando el lado de Danvers a partir de la red, y a continuación—: Juego, señorita Danvers.
Jill volvió a colocarse al resto, con aire ya derrotado, mientras Kara le echaba una sonrisa de triunfo a su entrenador, que estaba en las gradas. Sentada a su lado estaba la invitada de Kara al partido, sonriendo a su vez a la jugadora número uno del mundo. Después de recoger el título, volverían a Estados Unidos para pasar el resto del verano preparando el Abierto y, después de la temporada agotadora que llevaba, Kara tenía ya más que ganas.
Plac. La pequeña pelota amarilla pasó volando a pocos milímetros por encima de la red y aterrizó justo dentro de la línea. Kara agitó el brazo en el aire, satisfecha con el lanzamiento, y el público se puso de pie.
—¡Menudo cañonazo, Gene! —exclamó el tercer comentarista mientras Jill corría desesperada detrás del saque.
—Silencio, por favor —dijo la juez, pues el público estaba de pie otra vez coreando “Supergirl”. Menos de cuarenta minutos después, Kara estaba haciendo su reverencia y levantando el trofeo del torneo individual femenino por encima de la cabeza. Dio una vuelta completa a la pista para que todos los presentes pudieran ver la bandeja de plata que llevaba en las manos. En una ocasión durante una entrevista, había dicho que las victorias eran tan suyas como de sus seguidores y a Kara le gustaba compartir el momento con los que habían pagado la entrada para venir a verla. Se detuvo por fin ante Clark Kent, su entrenador.
Clark había sido en otra época una estrella en auge del mundo del tenis, hasta el día en que se desplomó en la pista central del Abierto de Estados Unidos con una rodilla destrozada. En lugar de aceptar la derrota, se hizo entrenador y descubrió a una chiquilla alta y desgarbada a quien con el tiempo transformó en campeona. Ahora el entrenador sonreía como un padre orgulloso al mirar a la mujer en la que se había convertido dando la vuelta a la pista y mostrando el fruto de su victoria.
—Venga, Imra, vamos a felicitar a la nueva campeona en los vestuarios —le dijo Clark a la joven que estaba a su lado. La torneada castaña estaba empezando a hacerse famosa a su vez en el mundillo musical y estaba loca por Kara. Había conseguido asistir al prestigioso torneo porque el programa de la gira de su grupo los había situado en las proximidades durante las finales. Un par de noches antes se había montado un espectáculo tremendo, porque los tres habían salido a cenar y las dos jóvenes fueron reconocidas. En un país que se alimentaba de las historias sensacionalistas de la prensa amarilla, aquello había sido como un regalo llovido del cielo.
—Disculpe, señor Kent, tengo un mensaje para usted —el joven vestido con los colores tradicionales de Wimbledon le entregó a Clark una nota que le hizo fruncir el ceño en cuanto empezó a leerla. Detestaba que Kara lo utilizase para librarse de un ligue.
—Imra, cielo, ¿por qué no vuelves a la ciudad y esperas a que Kara te llame? Le debe de haber pasado algo con uno de esos últimos saques y ahora está con un preparador —la cara de preocupación de la bonita muchacha hizo que se sintiera como un cerdo, pero el precio sería muy alto si aparecía con ella en el vestuario.
—¿Se va a poner bien? —el plan de Imra era salir del club del brazo de Kara, con la esperanza de que hubiese más fotógrafos por allí cerca. La publicidad que su grupo y ella habían conseguido durante su estancia en Inglaterra no tenía precio. La joven cantante no lamentaba en absoluto que se la viera del brazo de la chica mala del tenis mundial. Tampoco lamentaba los rumores de que se acostaba con Kara.
—Se va a poner bien. Esto es típico en Kara, créeme.
“Si tú supieras, cariño”, pensó el entrenador, mirando a la joven que tenía delante. Si Kara hacía lo de siempre, ésta sería la última vez que la vería salvo por coincidencia. Como en un restaurante, donde lo típico era que a Kara le acabasen tirando un vaso encima antes de que llegase el postre. A veces todavía le asombraba que las mujeres quisieran salir con la guapa estrella del tenis, teniendo en cuenta su historial, pero todas estaban convencidas de que ellas serían la elegida que iba a domar a la fiera de Supergirl. “Tachemos a otra de la lista”.
Clark entró en la sala verde canturreando “una marca más en la tapa de mi pintalabios” justo cuando Kara estaba terminando sus entrevistas después del partido. La miró meneando la cabeza y la hizo reír por su reacción ante el favor que le había pedido en la nota. Volvía a casa y no quería la complicación que le podían suponer las crecientes exigencias de Imra. Clark la felicitó con el gesto torcido por haberlo utilizado como gorila, le dio un pescozón en la nuca y la envió al vestuario a cambiarse.
Lo dejaría pasar, como siempre, al tener en cuenta que no tenían tiempo de relajarse sin preocuparse por el siguiente torneo. Se trataba del Abierto de Estados Unidos, el único que todavía no había conquistado la jugadora americana que tenía más trofeos que mujeres con las que se había acostado. Clark sabía que no tendría que insistir mucho para que Kara se pusiera a trabajar a fondo para el título que la convertiría en una auténtica campeona. El trofeo francés, el australiano y ahora el de Wimbledon volvían a casa con ellos y ya casi saboreaba el Slam.
La final masculina todavía se estaba jugando cuando llegaron al aeropuerto. Kara ardía en deseos de volver a casa después de llevar más de tres meses fuera del país. Los dos agentes de policía que les habían asignado mantenían a raya a las masas mientras Clark y Kara esperaban sentados a que anunciasen su vuelo. Los guardaespaldas estaban a distancia suficiente para que la pareja tuviese cierta intimidad, pero lo bastante cerca para enviar un mensaje a los fans demasiado enfervorizados. Dejaban pasar de vez en cuando a unos pocos en busca de un autógrafo, la mayoría chicas adolescentes emocionadas de sentarse tan cerca de su ídolo, y luego volvían a alargar los brazos e impedir el acceso.
Kara les dedicaba un momento para preguntarles sobre su propia técnica tenística y dar consejos a los que parecían tomarse en serio el deporte. Se había cambiado la ropa de tenis por un traje ligero de lino con una camiseta blanca muy ceñida. Al no llevar la chaqueta puesta, todos los que estaban cerca veían los músculos que se agitaban en los brazos de Kara mientras ésta estampaba su firma en cualquier cosa, desde pelotas de tenis hasta programas del torneo. La gente se quejó cuando se empezó a embarcar el vuelo y la jugadora y el entrenador recogieron sus cosas para marcharse.
Como en la mayoría de los vuelos, la tripulación del vuelo 756 de Virgin estaba esperando en la puerta para recibir a sus pasajeros. La pelinegra que estaba cerca de la entrada habría reconocido a su famosa pasajera nada más doblar la esquina del túnel, aunque no hubiese llevado una gran bolsa llena de raquetas. Había pasado la mañana viendo cómo la hábil Kara Danvers aniquilaba a su adversaria. Al verla en persona, todos los que estaban en la puerta estuvieron de acuerdo con que la jugadora era aún más guapa en persona.
—Bienvenida a bordo, señorita Danvers, espero que disfrute de su vuelo, y felicidades por su triunfo —dijo la capitana Lena Luthor. Había salido de la cabina, como tenía por costumbre antes de cada vuelo, para unirse a la tripulación en el recibimiento de los pasajeros en la puerta, y había dejado la chaqueta con los galones de su graduación colgada del respaldo de su asiento.
—Gracias, señorita. Pero si me quiere de verdad, ¿me podría traer una taza de chocolate caliente y un sándwich si los tiene? Gracias, bonita —dijo Kara. Los auxiliares que rodeaban a Lena se taparon la boca con la mano para disimular las sonrisas y las risas que estaban a punto de escapárseles por lo que había supuesto la joven. Lena era una piloto excelente, pero una perfeccionista, y trabajar con ella era un poco difícil, de modo que ver que alguien le bajaba un poco los humos tenía su gracia.
—Veré lo que puedo hacer mientras piloteo el avión y esas cosas —dijo Lena tratando de controlar su genio. Su tripulación se mantuvo con la mirada al frente y en silencio, sabiendo el esfuerzo que había tenido que hacer la piloto para no añadir “cretina” al final. Kara tuvo la decencia de ofrecerle una mirada de disculpa, pero no se la ofreció verbalmente, sino que se encogió de hombros y pasó ante el grupo rumbo a su asiento.
—Así se hace, campeona, seguro que nos manda a la clase turista para vengarse. Ahora que estamos solos, ¿quieres decirme qué pasa con Imra? —Clark metió su bolsa en el compartimento de encima y luego se sentó junto a la ventanilla, dejándole a Kara el asiento del pasillo.
Los dos siguieron sonriendo mientras los demás pasajeros iban entrando y felicitándolos al pasar como si fuesen viejos amigos. Kara saludaba asintiendo a cada uno, sin hacer caso de su entrenador por el momento.
—Vamos, Kara, sentarse a mi lado en uno de estos torneos es como el beso de la muerte para cualquier relación que pareces tener. Quiero que tengas vida fuera del tenis y que seas feliz, niña. Créeme, eso te provocará más deseo de ganar que estas gilipolleces que has estado haciendo con todas estas chicas.
—Tengo el deseo de ganar, Clark, así que déjalo ya. No eres mi madre. Sólo quiero volver a casa y relajarme un poco sin complicaciones. ¿Acaso es un crimen? Imra era divertida, pero ella tiene sus propios rollos de los que preocuparse sin que yo se los fastidie. En serio, colega, cuando conozca a ésa de la que hablan todos los cuentos de hadas, serás el proverbial primero en saberlo.
Cuando sacó de la bolsa de mano su ejemplar de la primera edición de Matar a un ruiseñor, Clark supo que la conversación había terminado por ahora. El pelo cortado a la altura de los hombros formó una cortina alrededor de su cara que la aislaba del mundo exterior y Kara se perdió en otra novela clásica. “Ésta es la Supergirl sobre la que nadie escribe”, pensó Clark. Kara era mucho más que el tenis, pero esas otras partes las mantenía ocultas.
La chica mala del tenis era en realidad una persona muy reservada e inteligente a quien le encantaba leer cuantos libros le permitía su programa. Pero Clark sabía que eso no era una noticia de primera plana tan interesante como lo sería la llorosa Imra en cuanto se diera cuenta de que le habían dado plantón. El ceño que se le puso al pensar en eso se disipó rápidamente cuando vio que la capitana avanzaba por el corto pasillo de primera con una bandeja en la mano. A lo mejor la mujer hasta tenía sentido del humor.
—Siento haber tardado tanto, pero hemos tenido que mandar a buscar las “esponjas”. No querríamos que se dijera que en Virgin no hacemos lo imposible por hacer felices a nuestros pasajeros —dijo Lena sarcásticamente al tiempo que depositaba la bandeja delante de Kara. El discurso se interrumpió momentáneamente cuando el libro que tenía la mujer en las manos se cerró sin hacer ruido y la piloto se vio atravesada por unos ojos azules como cielo.—. ¿Le parece bien Godiva? —preguntó Lena, sin retroceder de nuevo al pasillo. En su cabeza surgió el dicho “los ojos son el espejo del alma” al verse atraída al espacio personal de Kara. Era como si Lena pudiese sentir el poder que estaba sentado tan cerca de ella cuando Kara soltó aliento, bajó la cabeza y miró la ofrenda que le había traído la capitana.
—La verdad es que a mí me va más el chocolate Hershey, capitana —dijo Kara sin volver a levantar la mirada. Al conocer ya lo que eran las iras de las mujeres desairadas, la tenista decidió que debía disculparse antes de que esto se convirtiera en un vuelo infernal—. ¿Le serviría de algo que me disculpara, capitana? No pretendía insultarla en absoluto. El hecho de que usted sea la capitana de este avión ni se me pasó por la cabeza al subir a bordo, lo cual me figuro que me convierte en una mujer machista. De modo que le pido disculpas y a partir de este día seguiré adelante sabiendo que he aprendido una valiosa lección sobre lo inoportuno de llegar a conclusiones infundadas. Gracias por el chocolate caliente y por el sándwich, de ensalada de pollo, según veo, y por ayudarme a elegir el libro que voy a leer durante el viaje de regreso a casa.
El propio discursito sarcástico de Kara hizo que Lena bajara la mirada hacia el regazo de Kara, borrando sus propias conclusiones de que se trataba de una deportista descerebrada.
Al mirar a esos ojos aparentemente incoloros cuando volvieron a aparecer, Lena pensó de repente en la amante que tenía en Nueva York. Los ojos de Gayle eran del color opuesto a los de Kara y Lena no pudo evitar compararlos. Éste iba a ser su último vuelo transatlántico durante un tiempo y volvería a tener unos horarios más normales que le permitirían estar más en casa. Gayle la estaba esperando en Tampa para pasar unas vacaciones antes de volver juntas a la ciudad. Esperaba que esos días a solas devolviesen el fuego a una relación que parecía estar apagándose, con la ausencia constante de Lena y las quejas constantes y la posesividad de Gayle.
—No pasa nada, señorita Danvers. Únase a la larga lista de personas que han llegado a la misma conclusión. Le pido perdón por pagarlo con usted.
Lena regresó a la cabina sin decir nada más y Kara se asomó al pasillo para observar el contoneo de sus caderas al caminar. La forma en que le quedaba la falda le indicaba a Kara que la capitana hacía algo más que quedarse sentada en la cabina pilotando aviones. Era una belleza en movimiento.
—Olvídate, tenista —dijo uno de los auxiliares a quien la capitana le había quitado la bandeja de las manos—. La reina de hielo tiene una relación bien estable con una corredora de bolsa de la Gran Manzana, así que ahí no tienes posibilidades, grandullona.
Leyendo la placa con su nombre, Kara sonrió antes de contestar al hombre, que era obviamente gay.
—Tranquilo, Winn, los peces fríos no son mi tipo, ¿o es que no lees la prensa del corazón? —Winn se echó a reír con ella y luego Kara bajó la vista y volvió a su libro. Echó un puñado de “esponjas” en la taza que le había traído Lena antes de beber un sorbo.
Diez horas después, la melodiosa voz de Lena sonó por los altavoces informando a todo el mundo de su inminente llegada al aeropuerto de Miami. Repasó la lista de conexiones para que los que iban a continuar viaje supiesen a qué puerta dirigirse cuando hubiesen desembarcado.
—Así que, señoras y señores, si son tan amables de poner el respaldo de sus asientos en posición vertical, aterrizaremos dentro de unos diez minutos. Una vez más, gracias por haber elegido Virgin para volar y esperamos volver a verlos a bordo en el futuro.
—La sesión fotográfica para Nike es dentro de tres días, así que vas a tener que empezar en el gimnasio a partir de hoy. Si te van a poner con el culo al aire en Times Square, más vale que lo tengas bien macizo —dijo Clark. Hacía veinte minutos que había sacado la agenda para poder repasar los próximos compromisos. Tener atrapada a Kara en un avión le sirvió para repasarlo todo hasta fin de mes.
—¿De quién dices que ha sido la idea?
El patrocinador le había presentado la idea antes de Wimbledon para añadirla a la lista de deportistas que ya habían aparecido en los anuncios vestidos tan sólo con el calzado deportivo para ilustrar que el calzado y el cuerpo eran lo único necesario para triunfar en el deporte.
—Ha sido idea de Mike, y te prohíbo que le eches la bronca. Ya sabes lo sensible que es y el que tiene que vivir con él soy yo. Todas las tomas serán de espaldas y ha conseguido que se encarguen Annie y su equipo totalmente femenino, así que deja de quejarte —Clark la señaló con el dedo para recalcar lo que decía. Lo último que deseaba era que las dos personas que más quería en el mundo le dieran la murga durante semanas.
—Sólo he hecho una pregunta, Clark, no sé por qué lo interpretas como una queja. ¿Van a venir a casa o se va a hacer en un estudio? —dejó el libro y se levantó para volver a ponerse la chaqueta. La tripulación se había quedado asombrada al ver que aparte del chocolate caliente y el sándwich del principio, Kara sólo había tomado agua mineral. Las catorce botellas que se había bebido la mantenían hidratada y activa por sus constantes visitas al cuarto de baño. En su opinión, no había cantidad alguna de alcohol que mereciera la pena para intentar superar el desajuste horario, así que mientras la mayoría de los demás pasajeros luchaba con la fatiga, Kara se pasaría el resto de la tarde levantando pesas.
—Te quedas en casa, niña. Annie ha pensado que la pista de casa que da al golfo puede quedar bien en las fotos. Ahora esperemos no perder la conexión. Ya sabes cuánto odia Mike esperar en los aeropuertos.
—¿Y ahora quién se queja? —preguntó Kara. Se estaba recogiendo el pelo en una coleta cuando los dos notaron que las ruedas del avión tocaban la pista una vez y a continuación hubo tres fuertes botes más y luego los motores se invirtieron para perder velocidad. Como no se lo esperaba, Kara estuvo a punto de estamparse de cabeza con el asiento de delante, a pesar de llevar abrochado el cinturón de seguridad, de lo fuerte que fue la sacudida al aterrizar. Aparte del anuncio anterior, ésta era la primera vez que Kara pensaba en la capitana.
Kara y Clark esperaron a que saliera todo el mundo antes de levantarse de sus asientos. Su paciencia se solía ver recompensada con una puerta de salida vacía, pues los pasajeros ya estaban siendo recibidos por familiares y amigos o corriendo a la sala de recogida de equipajes.
Kara levantó por fin la mirada de su libro para descubrir que el avión estaba vacío y que Winn esperaba en la puerta con su gran bolsa de raquetas y un bolígrafo. Imra y Clark no eran los únicos seguidores fanáticos que había en las gradas y el auxiliar iba a aprovechar esta oportunidad para conseguir un autógrafo en el programa. Cuando se levantó, le pasó la bolsa y le ofreció el folleto con mirada suplicante.
—Winn, cariño, no sabía que te interesase el tenis —aceptó el bolígrafo y se sentó en la primera fila de asientos de primera a la espera de oír su respuesta antes de escribir algo en el folleto reluciente que tenía en la mano.
—He tenido que hacer un intercambio y aceptar unos vuelos horrorosos para poder ir a verte jugar. La final ha sido increíble, aunque me habría gustado que durase más. Si ese primer ace que lanzaste por encima de la red hubiera alcanzado a Jill, creo que el partido se habría terminado a causa de un hueso fracturado. Tenerte en el vuelo de vuelta a casa ha sido un regalo añadido —detuvo su parloteo de adoración cuando Kara se puso a escribir. Le devolvió el programa con una nota de agradecimiento por su hospitalidad y luego dedicó un momento a firmar algunos recuerdos más que le presentó el resto de la tripulación.
Lena observaba desde la puerta de la cabina mientras Kara entretenía a su tripulación, comportándose de una forma que no tenía nada que ver con la persona sobre la que escribía la mayor parte de la prensa. La tenista jamás parecía impacientarse cuando le ponían en la mano otro objeto para que lo firmase y acabó abriendo la gran bolsa negra que tenía a los pies y sacando una de las raquetas. Con el bolígrafo de Winn, escribió Kara “Supergirl” Danvers en el mango, así como la fecha.
—Siento que no hayas visto más partido, Winn, pero me moría por coger el vuelo de vuelta. Puede que tu deseo se cumpla en el Abierto, puesto que parece ser mi talón de Aquiles —al otro lado de su nombre, Kara escribió Raqueta del primer ace en Wimbledon—. Espero que esto te compense por esos vuelos horribles. Para mí tiene mucho valor que la gente se tome tantas molestias para venir a ver cómo golpeo unas pelotas.
Las raquetas estaban hechas a medida para ella por el patrocinador y eran un valioso artículo de coleccionista para los pocos fans que habían recibido una como regalo. La que había usado durante la mayor parte del partido quedaría colocada en casa junto al trofeo. Clark y ella se echaron a reír por el chillido que soltó Winn al recibir su regalo. Kara se imaginaba los malos tragos que habría tenido que soportar el hombre durante su vida a causa de su evidente preferencia sexual. Respetaba a las personas como Winn que tenían auténtico espíritu de supervivencia y dejaban que resplandeciera.
—Oh, Dios mío, gracias. Es el mejor regalo que me han hecho en mi vida, Kara, gracias —Winn la abrazó cuando se levantó y casi se desmayó cuando Kara le devolvió el abrazo—. Yo sé que todos esos periodicuchos sólo contaban mentiras —dijo Winn.
—Gracias, Winn, eso me llega al alma —Kara lo estrujó una vez más, sonriendo al oír eso—. No juegues con ésa. Consérvala para tus próximas vacaciones. En una subasta podrías conseguir suficiente para ir a Hawai si lo haces en un día propicio.
—Ni hablar, ésta me la quedo —dijo Winn. La tripulación les deseó buen viaje cuando Kara se colgó las bolsas del hombro y salió del avión, advirtiendo al salir que la puerta de la cabina estaba cerrada. La sesión de autógrafos improvisada le había permitido escapar sin tener que volver a enfrentarse a Lena.
—¿Nos va a recoger Mike? —preguntó Kara. En la siguiente etapa de su viaje a Tampa había menos gente y terminaron de repasar su agenda sin interrupciones.
—Sí. Iban a llegar algunos de tus contratos para la renovación, así que esperemos que los haya vuelto a firmar todos y se le haya pasado el berrinche por haberse perdido este viaje —Clark suspiró. Mike Mathews era un hombre encantador, pero se podía pasar días lloriqueando si se le daba un motivo. Clark y él vivían juntos y, además, trabajaban juntos para mantener a Kara feliz y en el ránking.
—Como has dicho, tú eres el que tiene que vivir con él, colega, no yo. Recuérdale su comisión si se pasa de la raya. Sólo con la más pequeña se podría comprar ese nuevo coche deportivo que quiere junto con un nuevo vestuario a juego —Kara lo miró meneando las cejas y se echó a reír cuando Clark la miró ceñudo. En opinión de Kara, Mike y el auxiliar de vuelo al que acababan de conocer, Winn, podían competir en materia de pluma.
Los dos hombres eran el modelo de Kara en el tema de las relaciones amorosas, pues llevaban quince años juntos. Habían construido su casa cerca de la suya en Press Cove, una extensión de playa casi desierta cerca de Clearwater, Florida. Su casa tenía todo lo que le hacía falta para entrenarse para los próximos torneos, al tiempo que le ofrecía la soledad que necesitaba para prepararse para las semanas de viajes. Clark ansiaba estos viajes de vuelta a casa tanto como Kara, porque así Mike y él tenían el tiempo necesario para fortalecer el estado mental de Kara, además de su cuerpo. Tener todos los vicios imaginables al alcance de la mano habría destrozado su carrera de no haber sido por su influencia, así como la de las dos hermanas de Kara.
Kara rara vez se quejaba de sus compromisos, pues sabía que su carrera no duraría para siempre. Tenía una pequeña oportunidad de conseguir alcanzar todas sus metas antes de retirarse a su casa o a la silla del comentarista. A los veintidós años, le quedaba mucho tiempo para plantearse el futuro, si no sufría ninguna lesión. Lo que le había ocurrido a su entrenador era algo que siempre tenía presente y que la llevaba a entrenar más duro, por si el tiempo que pudiera brillar en la pista central resultaba efímero.
—Ya sabes cuánto le gusta verte jugar, así que no te metas con mi chico —dijo Clark. Se trasladaron a la puerta de embarque de su vuelo de conexión, los dos deseosos de llegar a casa. La mujer que los siguió a bordo no daba crédito a su suerte al ver a los dos altos deportistas que iban por delante de ella.
“¿Es que las superestrellas del tenis no viven en Nueva York o algo así?” se preguntó Lena al tiempo que caminaba más despacio para pasar desapercibida. La piloto tenía muchas ganas de llegar a su propio asiento de cuero de primera para echarse una siesta rápida antes de reunirse con Gayle. La idea de tener que compartir el espacio con Kara Danvers la hizo desviarse a la cabina en busca de un asiento libre. Lena se conformaría con la charla banal de la tripulación en lugar de la siesta.
Kara se había disculpado, pero tenía algo que seguía molestando a la piloto. “A lo mejor es por su forma de pedir disculpas”. Lena no podía evitar pensar que Kara era una de esas personas que no estaban acostumbradas a equivocarse nunca, o al menos a reconocer que se habían equivocado.
La idea que se había hecho la joven sobre su cargo en el vuelo anterior había herido a la piloto en un punto sensible, anulando la atracción instantánea que había sentido cuando Kara apareció por la esquina. Lena estaba acostumbrada a los chistes por parte de los hombres, pero cuando se trataba de mujeres triunfadoras, le sentaba aún peor. No, Kara Danvers podía guardarse sus bromitas y su belleza para impresionar a otra persona, a ella no le interesaba. Lo que ahora necesitaba era pasar unos días al sol con Gayle, pero sin permiso, la mente de Lena regresó a la tenista dormida que estaba al otro lado de la puerta de la cabina.

JUEGO, SET Y PARTIDO (ADAPTACIÓN SUPERCORP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora