—Clark, yo que tú no lo haría, tío. Esta mañana todavía parecía un poco cabreada y, gracias a ti, creo que yo también me la he cargado. No te haces idea de cuánto te lo agradezco —Lena ocupó su asiento en el palco e impidió que Clark bajase al vestuario y prendiese la mecha de Kara.
—Ha sido por su propio bien y luego me lo agradecerá —el entrenador se sentó a su lado y buscó con la mirada al resto del grupo que se iba a reunir con ellos.
Antes de contestarle, Lena se alisó la camisa de lino que se había puesto encima de los pantalones cortos esa mañana. Había recibido una llamada de su madre diciéndole que, si iba a aparecer en la portada de alguna otra revista que a ella no le quedara más remedio que ver en la cola de la caja del supermercado, lo mínimo que podía hacer Lena era vestirse un poco mejor.
—Seguro que sí, y están comprando botellas de agua, así que dejar de mirar.
—¿Está enfadada de verdad? —preguntó Clark.
—Digamos que cuando llamaste anoche, yo estaba toda contenta y tú interrumpiste antes de que pudiera… bueno, ya sabes.
—¿Devolver el favor?
—Tú sigue, entrenador Clark, y dejaré que te adentres estúpidamente en la guarida del león —Lena señaló la zona de vestuarios. Cuando se volvió para mirar lo que señalaba su dedo, Kara ya estaba allí mirándolos, con una musculosa Andrea Rojas a su lado—. Qué chica tan enorme.
—Sí, y aunque sé que Kara es fuerte, esa mujer que tiene al lado me da miedo. El año pasado ganó a Kara en dos sets seguidos. Eso ya fue malo de por sí, pero es que la muy zorra estuvo atormentándola durante todo el partido. Kara se cabreó de tal modo que se le fue todo el juego, incluso el servicio —Clark saludó al resto de la tropa que había llegado cargada de bebidas y cosas de picar y luego se volvió para mirar la pista.
—¿Qué quieres decir con que la atormentó? —preguntó Lena.
Alex abrió su botella de agua y también se puso a mirar el calentamiento de su hermana. Contestó antes de que pudiera hacerlo Clark.
—Ya lo verás cuando empiece el partido. No creo que Andrea haya cambiado mucho su estilo. El año pasado se pasó de la raya y la descalificaron en Inglaterra, por eso no ha jugado. La muy zorra ya ha empezado con sus estupideces, diciendo a los periódicos que ésa es la única razón de que Kara se haya llevado el título.
Kara estaba practicando el saque e intentando no hacer caso de la gilipollas que tenía al otro lado de la red. Andrea sonrió con sorna cuando la primera bola pasó volando a su lado y se fue a su silla y se sentó, sin darle a Kara la satisfacción de intentar devolverla. El recogepelotas trató de no dar muestras del dolor que tenía en las manos por recoger un saque tras otro que Kara empezó a lanzar por encima de la red mientras intentaba poner su mente en el lugar que le correspondía. Andrea miró hacia el graderío, buscando a Clark y al resto de la familia de Kara, pues sabía que era allí donde encontraría a la persona que buscaba de verdad.
Lena miró a Andrea cuando ésta metió la mano en su bolsa, sacó el periódico donde aparecía su foto y la besó, tras lo cual lanzó otro beso hacia las gradas. La adversaria de Kara se echó a reír cuando Lena, toda colorada, se levantó y se puso en jarras.
—Clark, llévame allí abajo ahora mismo —la rabia del tono de Lena no pasó desapercibido a nadie de los que estaban sentados a su alrededor y los fotógrafos que había entre el público se prepararon para lo que pudiera ocurrir con las provocaciones de Andrea.
—Tranquila, Marichispas. Está intentando picar a Kara a través de ti, no dejes que ocurra justo antes del partido —Clark obligó a Lena a sentarse de nuevo e intentó razonar.
—No quiero ver a esa adolescente descomunal, quiero ver a Kara antes de que empiece este asunto.
Kara miró hacia las gradas buscando a Lena antes de regresar al túnel para cambiarse la camiseta antes del partido, pero se llevó una sorpresa al ver que Clark y ella la esperaban hacia el final del túnel, de modo que los espectadores no pudieran verlos.
—Hola, ¿qué haces aquí?
—Esperar para desearte suerte y para decirte unas cosas —contestó Lena.
—Oye, Clark, ¿me traes una camiseta limpia?
Clark asintió y se fue para buscar las cosas de Kara. La única que no captó la indirecta fue Andrea, que se apoyó en la pared del túnel frente a ellas y se quedó mirando.
—Kara, si te pido que hagas una cosa por mí, ¿lo harás?
—Claro, cariño, si puedo. ¿Qué quieres?
—Quiero que salgas ahí fuera y pases por la piedra a esa gilipollas de ahí —Lena señaló a Andrea y la apuntó con el dedo corazón cuando la mujer volvió a lanzarle un beso.
Kara sonrió y luego se la acercó.
—¿Y qué gano si lo consigo? ¿Sabes que es la que me pasó a mí por la piedra el año pasado?
Lena oyó que Clark volvía, por lo que tiró de la camiseta que llevaba Kara y se la despegó del cuerpo. Cogió la toalla que le pasó Clark y secó todo el sudor que cubría a Kara tras el calentamiento y luego le puso la camiseta nueva, quedándose con la vieja. Cuando Kara se colocó la nueva valla publicitaria, como lo llamaba ella, Lena le bajó la cabeza y la besó.
—¿Quieres saber lo que consigues?
Kara asintió, de modo que Lena volvió a bajarle la cabeza y se puso a susurrarle al oído. Clark estuvo a punto de desmayarse cuando lo que le estaba diciendo Lena le dejó tan flojas las rodillas a Kara que tuvo que apoyarse en la pared. Cuando terminó, Lena le dio un beso a Kara en la oreja y la miró.
—¿De verdad? —preguntó Kara.
—Sí, y hasta dejaré el teléfono descolgado, pero sólo si vuelvo aquí el domingo para verte jugar la final.
—Deberías dar clases de motivación —dijo Kara, mientras Andrea y ella veían cómo Lena se desabrochaba la camisa que llevaba, se la quitaba y se la daba a Kara.
—Para que tengas suerte —Lena la metió en la bolsa de Kara y se puso la camiseta que se acababa de quitar Kara —. Tengo que reconocer que a ti te quedan mucho mejor —Lena contempló la prenda que le quedaba grande y olía a Kara.
—A mí me parece que estás muy guapa con mi ropa, cariño, y en cuanto termine de machacar a Andrea, estarás aún más guapa sin ella.
Las adversarias ya habían sido presentadas y habían ocupado sus puestos para cuando Clark y Lena regresaron a sus asientos. Andrea era la primera en servir y aunque Kara se lanzaba para alcanzar todas las pelotas que pasaban por encima de la red, el nivel de Andrea se mantuvo y ganó el primer juego. En la primera foto de Lena que sacaron casi todos los paparazzi se la veía mordiéndose la uña del pulgar cuando Andrea rompió el saque de Kara y se puso dos juegos a nada.
A Kara le resultaba asombroso, menos de una hora más tarde, mientras estaba sentada secándose la cara con una toalla, haber perdido el primer set sin ganar un solo juego. Miró a Andrea, observando cómo tragaba los últimos restos de agua que le quedaban en la botella. La muy idiota ni siquiera parecía muy cansada.
—¿Tú crees que me dará todo lo que te ha prometido si gano yo? Dile que me alojo en el Hilton si lo único que le interesa es acostarse con la ganadora. Esa piel tan deliciosa tenía un aspecto de lo más atractivo —Andrea estaba iniciando la siguiente fase de su plan de ataque, que consistía en jugar con la mente de Kara, destrozando lo que le quedaba de concentración.
—No es tu tipo, Andrea —Kara parecía tranquila, a pesar de que ardía en deseos de levantarse y estampar todas las raquetas que llevaba en la bolsa contra la cabeza de la mujer.
—Cabello negro, guapa y sexy. ¿Qué hay en eso que no sea mi tipo?
—Es todo eso, pero también es humana y yo creía que a ti sólo te iban las perras. ¿O es que sólo logras salir con esa clase de fulana? Sabes, deberías vigilar lo que bebes cuando sales por las noches. A la hora de cerrar todo el mundo se parece a mi chica, pero estoy segura de que es sólo por la iluminación de esos sitios.
—Tú ríete, Danvers. Faltan cuarenta minutos para que te vayas a casa con la zorra para que te pueda lamer las heridas.
—Lo que me lame Lena, gilipollas, no es asunto tuyo.
—Silencio, por favor.
Kara esperó a que el público siguiera las instrucciones del hombre y luego se volvió y pidió unas bolas. Había llegado el momento de hacerle probar a Andrea lo que a ella le encantaba servir.
—Quince a nada.
El marcador metió a la gente en el partido y el comentarista gritó en todos los auriculares de radio que había en el estadio. Kara Danvers se había despertado de la siesta que se había echado durante el primer set.
—No sé de dónde ha salido eso, pero esperemos que Kara pueda mantenerlo —comentó el emocionado locutor sobre el ‘ace’ que acababa de marcar Kara.
Kara se sentía bien y estaba deseando jugar los próximos sets, porque no tenía la menor intención de perder. Para que Andrea se enfadase aún más por haber fallado el saque, Kara se trasladó caminando a cámara lenta al otro lado de la pista para volver a sacar. Esta vez la bola pasó por encima de la red con la misma intensidad, pero Andrea la rozó y la envió a las gradas. El público enloqueció cuando Kara hizo un molinete con la raqueta y fingió enfundarla como una pistola tras oír por los altavoces el anuncio de “Treinta a nada”.
—Ahora está que echa humo, señoras y señores, y menuda sorpresa se ha llevado Andrea. Y la señorita Rojas debería estar agradecida de que el público se haya entusiasmado con esos dos saques de Kara, porque su lenguaje la habría descalificado si el juez de silla llega a oír ese último exabrupto.
Pero el comentarista y todo el mundo que estaba viendo el partido habían leído los labios de la mujer y el hombre estaba en lo cierto.
La siguiente hora estuvo marcada por largas y veloces jugadas de volea y en el rostro de Andrea empezaron a aparecer muestras de fatiga. La tenista, que jugaba a base de potencia, no estaba acostumbrada a correr tanto como la estaba obligando a correr Kara y con cada carrera corta de un extremo de la pista al otro, se le iba poniendo la cara cada vez más roja.
En medio del tercer set, Andrea detuvo el juego durante por lo menos cinco minutos para discutir con el juez de línea por lo que a ella le parecía una decisión dudosa. Kara se limitó a botar la pelota en su lado y miró hacia las gradas, saludando a Lena, que se había levantado y le había lanzado un beso por el tenis que había visto hasta ese momento. A la mayoría de los reporteros que había en las gradas no le había pasado desapercibido el cambio de atuendo cuando Lena y Clark volvieron a sus asientos. La nueva pareja estaba logrando que el tenis femenino fuese aún más emocionante de lo que ya era.
—Juego, set y partido, señorita Danvers.
El anuncio se produjo después de que Kara hubiera roto el servicio de Andrea por tercera vez en el tercer set. Kara le estrechó la mano en la red y trató de pasar por alto el rápido “que te follen” que le dijo Andrea cuando Kara se volvió y saludó al gentío. La victoria la acercaba aún más al único título que no tenía.
Como en todos sus demás partidos, Kara se detuvo en la entrada del túnel y dedicó un tiempo a firmar autógrafos. Cogía al azar los trozos de papel que le ofrecían desde la barrera junto con bolígrafos. De forma automática, cogió el que tenía más cerca de la mano cuando lo que acababa de firmar regresó a su dueño. Hasta que lo tuvo en la mano Kara no se dio cuenta de que era un sobre y que en él aparecía su nombre. No tuvo forma de saber, en aquel mar de rostros, a quién pertenecía cuando volvió a mirar a la multitud. Saludando rápidamente, se volvió y entró de nuevo en el túnel, dejando a una horda de fans decepcionados aferrados a sus programas sin firmar.
—Cariño, has estado brillante —gritó Lena cuando bajaron al vestuario después del partido. Kara parecía muy animada por la victoria, pero cansada. El calor de Nueva York empezaba a resultar agotador y la superficie de las pistas no hacía sino intensificarlo.
—Intento agradar —Kara se agachó para besar a su amante antes de recoger su bolsa.
—Lo que has hecho es apuntar a las líneas de fondo y pasar por la piedra a Andrea —dijo Clark.
—Contigo no hablo y si pones los dedos cerca de un teléfono para llamar al apartamento de Lena, descubrirás que la ciudad de Nueva York no es lo bastante grande para que te escondas, cretino.
—Kara, pídele disculpas a Clark—la regañó Lena.
—¿Te ayudo a ganar y así me lo agradeces? —dijo Clark, intentando parecer herido.
—Me alegra saber que atribuyes toda mi habilidad a la frustración sexual, entrenador.
—Si es así, tendrás sexo hasta después del próximo domingo —bromeó Lena. Se puso a chillar cuando Kara la levantó, se la puso encima de un hombro y echó a andar hacia la puerta—. Kara, mi madre ya me ha visto una vez en la portada del Enquirer. Si consigues que sean dos veces, me la voy a cargar.
Kara la bajó y trató de mantener el buen humor. Le costó, teniendo en cuenta la nota de amor que le habían pasado antes de bajar por el túnel. Ahora se daba de tortas por no haber prestado atención a quién le había entregado el sobre. Fuera quien fuese, se trataba de la persona que le había estado enviando las notas desde el principio. Kara reconoció la letra historiada en cuanto el papel se abrió en su mano. Kara se convenció a sí misma de que la decisión de no decírselo a Lena era para evitar que la piloto se preocupase.
Más tarde, cuando llegaron al piso, Lena le dio lo que parecía ser la lección número trescientos sobre relaciones, centrada en un sermón sobre el diálogo sincero cuando Kara le dejó leer la nota. Sólo era una más de las formas en que Kara pensaba que Lena iba a cambiar su manera de vivir, pero compartir sus días con la piloto hacía que cualquier sermón mereciese la pena.
—Llámalo ahora mismo.
—Vamos a ducharnos y luego lo llamo. Venga, Len, no es que el que me acecha vaya a entrar aquí a matarnos a las dos —intentó razonar Kara. La discusión había empezado en el coche, cuando cometió el error de mostrarle a Lena la nota que había recibido.
El chiflado que las enviaba había incluido la foto de Lena que había aparecido en el periódico, con la promesa a la azabache de salvarla de la malévola influencia de Kara. Cuanto más la miraba Kara, más le daba la impresión de que tendría que reconocer algo sobre las notas y la forma en que estaban escritas. La anticuada caligrafía era una manera rara de escribir una amenaza de muerte por parte de alguien que quería matarte. Era casi como una invitación a morir en el momento en que lo decidiera.
Lena cogió el teléfono y se lo pasó a Kara junto con la tarjeta que le había dado el detective Hunter cuando la fue a ver en el entrenamiento. El policía había dejado una más por si Kara necesitaba llamarlo, puesto que Clark se había quedado con la primera.
—Esto es serio, Kara. Ahí fuera hay un chiflado que quiere enviarte a la gran pista de tenis del cielo y creo que ha llegado el momento de que empieces a tomártelo con cierto respeto —dejó un momento el teléfono, fue hasta donde estaba Kara sentada en la cama y se colocó entre sus piernas—. Te quiero, Supergirl, y quiero que sigas por aquí durante muchos años. ¿Lo haces por mí, por favor?
—Ah, vamos, no me mires así —Kara se levantó, cogió el teléfono y marcó el número. No hizo falta mucha persuasión para lograr que Rip aceptase reunirse con ellas en el piso de Lena.
Lena consiguió que Kara se echase hasta que llegara Rip, con la esperanza de que una corta siesta aliviase el agotamiento que se veía en el rostro de Kara. No oyó la llamada a la puerta ni la conversación que mantuvo Lena con el detective cuando llegó. Se llevó la carta y el sobre para analizarlos en busca de huellas y prometió volver más tarde para interrogar a Kara. Rip había visto el partido por televisión y no podía echarle en cara a Kara que necesitase desconectar un rato. Al volver a salir al calor, Rip Hunter no vio la figura apoyada en un árbol a cierta distancia en la calle.
De haber mirado, Rip se podría haber interesado por el rosario que colgaba de unos dedos apretados. El soldado de Dios había ido pasando metódicamente de una cuenta a otra mientras rezaba por la oportunidad de librar al mundo de Kara Danvers. Ella sería la primera de las hermanas Danvers que recibiría la salvación a través de la muerte.
—El Señor purificará el mal que corre por tus venas, Kara. Me ocuparé en persona.
Una vez terminado el rosario, la figura algo encorvada se volvió y se dirigió al hotel de los barrios bajos donde guardaba las herramientas de la tarea que tenía entre manos. Había llegado el momento de purificar su propia alma, para que cuando llegase la hora, su mano fuese certera y estuviese santificada.
El hombre de recepción ni se molestó en mirar cuando el huésped pasó ante él rumbo al lento ascensor que había al fondo de la entrada. No había habido quejas contra el huésped que había llegado dos semanas antes del gran torneo de tenis y la doncella no había pasado mucho tiempo en la habitación, pues se daba la vuelta todos los días al ver el cartel de no molestar colgado en la puerta. De haber pasado, la policía habría recibido un aviso sólo por los gritos.
El hombre no miró a nadie mientras avanzaba por recepción. El hotel aún empleaba llaves y tuvo que moverla en la cerradura para conseguir que se abriera y poder entrar. Encima de una cama había una colección de cuchillos que se podrían haber usado como espejos, de lo limpios que estaban. Sólo uno de ellos estaba envuelto en un trozo de tela gruesa de lino, que fácilmente podría haber sido la cosa de mejor calidad que había en la habitación. Éste era especial porque en él estaba la sangre de la bestia, tras su primer intento fuera del restaurante.
Cayó de rodillas ante una pequeña piscina hinchable para niños cubierta por una red de malla e inició su ritual purificador.
—Yo soy alfa y omega, el principio y el fin. El que crea en mí conocerá el reino de los cielos.
Al Señor no le importaba que no recordase las palabras exactas que le habían enseñado las monjas años atrás, lo que importaba era que creía.
—Señor, necesito tu ayuda para derrotar a la bestia. Es adorada por las masas que no conocen el camino —levantó despacio la malla de la piscina y metió la mano dentro. El movimiento de su mano hizo sonar la advertencia de los crótalos, pero eso no le impidió continuar. Dios estaba de su parte y lo protegería de las serpientes.
—Muéstrame una señal, Señor.
El cuerpo grueso y fuerte de la serpiente de cascabel se enrolló alrededor de su brazo derecho, con espacio suficiente para hacer sonar su crótalo de la muerte. En lugar de sentir miedo, metió la otra mano para coger otra, que también se enrolló alrededor de su otro brazo. Levantó ambas serpientes agitadas en el aire y miró a los ojos de los áspides. No parpadeaban y ambas cabezas estaban preparadas para atacar. El que las manejaba les había dejado suficiente espacio para hacerlo si así lo decidían.
Había pasado toda su vida intentando servir al dios en cuya existencia creía. Un dios que abatía a aquellos que iban en contra de su palabra mediante soldados sagrados cuidadosamente elegidos para cumplir su voluntad, pues este dios no se apiadaba de los que vivían fuera de su norma. El fiel servidor que sujetaba a las serpientes se había apartado de su iglesia y había creado su propia religión, con el tipo de ser supremo al que seguía. No había sitio para la decencia.
Observó asombrado cuando una gota de veneno cayó de la boca de la más grande, que no atacó.
—Cumpliré tu voluntad, Señor Dios.
Aún le hormigueaba el brazo donde había caído el veneno mientras devolvía a su guarida a las pruebas de su fe. Había llegado la hora.
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—¿Por qué siempre te huele tan bien el pelo?
—Vi la marca de champú que llevas en la manga derecha y decidí probarlo —contestó Lena. Estaba acurrucada en la cama y Kara estaba pegada a ella, pasándole los dedos por el pelo.
—Sigue así y tendré que darte unos azotes.
—Por atractiva que sea esa idea, Rip va a volver dentro de nada y quiero estar vestida para cuando llegue.
—¿Y tu sentido de la aventura, cariño? ¿A mamá Luthor no le encantaría leer las costumbres salvajes y sexys de su niña?
—Tú sigue así y mi madre te va a comer viva. Ya piensa que eres una mala influencia para mí.
—No puedo estar tan mal si no consigo convencerte para que te quites estos pantaloncillos.
Lena se dio la vuelta al oír la broma y pasó los dedos por los labios de Kara.
—¿Querrías venir conmigo a conocer a mi madre? —la pregunta le sonó a Kara casi vacilante y puso dos dedos bajo la barbilla de Lena para levantarle la cabeza.
—Yo iría a cualquier parte contigo, cariño, no lo dudes jamás.
La llamada a la puerta fue lo que acabó con el beso que se estaban dando. Kara empezaba a pensar que había una especie de conspiración para impedir que tocase a Lena. Miró hacia la puerta del piso con los mismos sentimientos que tenía por el teléfono que había al lado de la cama de Lena.
—Rip, ¿cómo va la caza del hombre? —preguntó Kara.
—Interesante.
—Le ofrecería una silla para sentarse, pero Lena todavía no ha salido a comprar muebles. ¿Qué tal si salimos los tres a cenar temprano? Cuando haya terminado de hablarme del loco que me persigue, le daré algunas indicaciones para mejorar su tenis.
Fueron en el coche de policía de Rip hasta un pequeño restaurante italiano familiar que al detective le gustaba antes de ponerse a hablar de perseguidores. Los resultados que había obtenido el laboratorio criminal del FBI eran desconcertantes no sólo para ellos, sino también para la policía de Nueva York. Los federales habían hecho un análisis de la tinta que daba más pistas sobre el atacante, pero qué era lo que indicaban esas pistas seguía siendo un enigma.
—Les entregamos todas las cartas que se han enviado hasta la fecha y no había huellas en ninguna, pero todas tienen una cosa en común —explicó Rip.
—¿El qué? —preguntó Lena. Alargó la mano y le quitó a Kara el quinto palito de pan que se llevaba a la boca.
—¿Qué haces? Tengo hambre.
—Te va a quitar el apetito y no podrás con la cantidad inmensa de comida que has pedido, así que calla y presta atención —Lena se volvió de nuevo hacia Rip y asintió para que continuase.
—La tinta que ha usado esta persona está mezclada con una toxina. Mis contactos del FBI creían que, si estaba usando una clase de tinta especial, podríamos seguirle el rastro hasta el lugar donde la hubiera comprado y así dar con él o ella. Resulta que la tinta es de lo más corriente, pero lo que la hace única es que el tipo la mezcla con veneno de serpiente de cascabel.
Lena se irguió y se quedó mirando la ensalada que le había servido el camarero mientras Rip hablaba. A su lado, Kara cogió el tenedor y se puso a enrollar el fetuccini que había pedido como entrante, preparándose para tomar un bocado. Lena pensó que era como si Rip la hubiera felicitado por los zapatos que llevaba, por la indiferencia que mostraba la tenista.
—¿De dónde se saca veneno de serpiente de cascabel? —preguntó Kara —. O sea, nunca he estado en un supermercado donde hayan anunciado un descuento en la caja número dos por veneno de serpiente de cascabel —la broma hizo que Lena se levantase y saliera corriendo hacia el cuarto de baño—. Discúlpeme un momento, ¿quiere? —Kara dejó el tenedor y siguió a la alterada mujer.
El último cubículo del pequeño servicio estaba cerrado y Kara oyó unos sorbetones que salían del otro lado.
—¿Puedo pasar? —preguntó Kara. Al no obtener respuesta, Kara entró en el cubículo central y se subió al retrete—. Por favor, habla conmigo, Len.
—¿Qué va a hacer falta para que empieces a tomarte esto como una amenaza? No me parece justo que acabe de encontrarte y que alguien esté empeñado en matarte y que tú te lo tomes como si fuese correo de tus fans.
—Ábreme la puerta un segundo, por favor.
Lena alargó la mano y abrió la puerta. El tamaño del cuerpo de Kara pareció llenar el hueco entero cuando la puerta se abrió y golpeó la pared. Sin importarle el grado de limpieza del suelo, Kara se puso de rodillas ante la alterada mujer y le cogió la cara entre las manos.
—No puedo vivir con miedo, Len, yo no soy así. Aunque hasta ahora nunca había ocurrido nada de esta magnitud, no voy a permitir que eso cambie mi forma de ser. Hacer eso significaría que tendría que apartarme de ti y nadie puede pedirme que haga eso. Mientras el objetivo sea yo, no tengo que preocuparme por ti y quiero que la cosa siga así. Te quiero y sé que te preocupas, pero esto no va a poder con nosotras ni conmigo.
—Eso no lo puedes prometer —Lena la miró como si quisiera creer lo que decía Kara, pero ganó el llanto.
—Puedo y te lo prometo. Te prometo, cariño, que este tiparraco de la tinta de serpiente no se va a acercar a mí. El derecho a entrar y ocupar mi espacio personal está reservado exclusivamente para ti.
—¿Está mal que quiera que tengas cuidado? —preguntó Lena.
—No, y te prometo que empezaré a fijarme más en lo que me rodea. Si este idiota se ha tomado la molestia de ordeñar a una serpiente mortífera para escribirme una carta, creo que merece un poco más de precaución por mi parte. Vamos, antes de que se te enfríe la ensalada.
—Es una ensalada, Kara, se supone que tiene que estar fría —Lena aceptó la mano para levantarse, pero agradeció más el abrazo que recibió al estar en pie.
—Sí, pero creo que Alfredo se va a retorcer en la tumba cuando vea la masa petrificada que deben de ser ahora mi fetuccini.
—Lo siento, Rip —dijo Lena cuando regresó a la mesa.
—Comprendo lo que está pasando, Lena, no se preocupe. Este caso resulta confuso porque hay muchos deportistas homosexuales y no comprendo por qué este tipo está tan obsesionado con Kara. La única explicación es que tal vez ella aparece en los periódicos algo más que los otros con la vida que lleva fuera de la pista.
Lena clavó el tenedor en su ensalada y miró a Kara enarcando una ceja.
—Esos días se han terminado, detective, se lo prometo. Si no, aparecerá en los periódicos por otra serie de razones.
—Tenía que ocurrir —dijo Kara.
—¿El qué, cielo? —preguntó Lena, cogiendo la mano de Kara.
—He pasado de ser el Hugh Hefner de las pistas a la domesticidad tan deprisa que me ha dado un calambre en el cuello.
Rip se echó a reír ante la confesión, pero la cara enamorada de Kara le dijo que no estaba muy triste por la situación.
—Para ponerlas al día sobre la investigación, además de la tinta con veneno, en las cartas no había huellas dactilares y el papel se encuentra en miles de tiendas de todo el país. Los del FBI han aceptado crear un perfil del atacante para ver con exactitud dónde debemos concentrar nuestros esfuerzos. Sigo diciendo el atacante, pero la verdad es que podría ser una mujer.
—Pues si parte del perfil consiste en tirarle bebidas encima a Kara por cualquier razón, van a tener mucho trabajo —dijo Lena. Rip la miró como si no comprendiera y Kara la miró a través de unas rendijas azules.
—Ocurre a menudo, ¿no? —preguntó Rip con el mismo tono de broma que había empleado Lena.
—A mí puede descartarme, porque le haré saber dónde estaba cuando se enviaron las notas, puesto que yo misma soy culpable de haberlo hecho una vez. Eso y que me aterrorizan las serpientes —Lena se inclinó y le dio un beso a Kara en la mejilla, tratando de eliminar el puchero que había contribuido a crear.
El grupo pasó el resto de la comida hablando del tenis de Rip. Lena decidió salir a comprarse una raqueta para intentar aprender lo básico. Con algo de suerte, podría convencer a Kara para que jugase un partido lento con ella en esa pista estupenda que tenía en casa. Su nuevo amigo las llevó a casa con la promesa de mantenerlas informadas sobre lo que descubrieran la policía de Nueva York y el FBI en el curso de la investigación.
Una de las vecinas de Lena meneó la cabeza al ver a la piloto, que estaba provocando a Kara sin piedad mientras ésta intentaba abrir la puerta. El miedo que había primado antes se había desvanecido, pues Kara había hecho todo lo posible para que Lena se olvidase de la actual amenaza.
—Rápido, cariño, tengo una promesa que cumplir —dijo Lena, metiendo las manos por debajo de la camisa de Kara.
Kara pegó un respingo cuando las pequeñas manos le hicieron cosquillas y se le volvieron a caer las llaves.
—Si no te comportas, vas a tener que desnudarte aquí en el pasillo.
La cerradura cedió por fin y Kara levantó a Lena en brazos y notó que las fuertes piernas le rodeaban la cintura cuando Lena se agarró bien para el trayecto hasta el dormitorio. Lena mordisqueaba suavemente el labio inferior de Kara, intentando azuzarla para lo que estaba por venir. Le dio gusto sentir la cama debajo y a Kara encima cuando terminaron su recorrido del apartamento. Y entonces un ligero ruido las detuvo a las dos en seco.
—Lena, no te muevas, amor —Kara levantó la mirada despacio y vio el bulto justo al lado de la cabeza de Lena debajo de la sábana. Ninguna de las dos lo había advertido al entrar, por lo concentradas que estaban la una en la otra, y aunque hubieran observado la cama, el punto que ahora se movía parecía un pliegue de la sábana.
—Kara, ¿qué es eso? —el cascabeleo sonó más fuerte y a Lena le pareció que si su corazón se ponía a latir más deprisa, la cama entera empezaría a temblar.
—O es un vibrador grandísimo con sensores de movimiento —empezó Kara.
—No tengo un vibrador —susurró Lena, tratando de controlar la risa ante el penoso intento de Kara de animarla en esos momentos.
—Pues entonces creo que es una serpiente de cascabel.
—¿Qué vamos a hacer?
—Rodéame la cintura con las piernas y coloca despacio los brazos alrededor de mi cuello —le indicó Kara.
—¿Por qué?
—Cariño, me encanta hablar contigo, lo sabes, pero mantener una larga conversación en una cama donde hay una serpiente venenosa no es mi idea de pasarlo bien —Kara vio que la serpiente se desenroscaba y se acercaba, agitando el crótalo con más fuerza.
Se levantaron de la cama como una unidad y fueron a la puerta mientras Lena se agarraba con todas sus fuerzas. Lo último que vio Kara fueron los colmillos que atravesaban la sábana a meros centímetros de donde había estado la cabeza de Lena. Quien hubiera hecho esto ya se había pasado y esperaba estar armada con sus raquetas de tenis cuando el chiflado decidiese por fin salir de su escondrijo.
—Espera aquí —ordenó Kara cuando llegaron al cuarto de estar. Tenía que intentar librarse de la serpiente antes de que esa maldita cosa se ocultase en alguna parte del piso y pusiese huevos o algo. No era probable, pero había visto demasiadas películas en habitaciones de hoteles de todo el mundo para estar dispuesta a correr el riesgo. Kara abrió su bolsa y sacó una de sus raquetas de entrenamiento.
—No puedes dejarme aquí sola, voy contigo. ¿Me prestas una raqueta? —preguntó Lena. Kara sacó otra de la bolsa y se la pasó a su sombra—. Es la primera vez que me dejas tocar una de estas cosas —dijo Lena, aferrándola con las dos manos.
—Toma nota mental para el futuro. Si hay algún bicho peligroso en la habitación, no dudes en liarte a raquetazos.
El crótalo era visible cuando volvieron a entrar en la habitación, pero por fortuna el extremo peligroso seguía enredado en las sábanas. Kara no tenía mucha experiencia con reptiles, pero quien fuese su dueño debía de haberla alimentado bien, por lo gorda que estaba. El primer golpe que le atizó Kara hizo que el cascabel se quedase casi rígido y luego se agitó de nuevo a toda velocidad. Siguió dándole golpes hasta que apareció una mancha de sangre y la maldita cosa dejó de moverse.
—Seguro que ese tal Steve Irwin haría que me diesen una paliza si hubiera visto esto —dijo Kara.
Lena se estremeció al pensar en todo el asunto, con la raqueta de Kara aferrada contra el pecho.
—¿Cómo crees que ha entrado aquí?
—¿Es que las serpientes de cascabel no son nativas de la ciudad de Nueva York? —preguntó Kara.
—Sólo en Wall Street, cariño.
—Entendido, preciosa. ¿Estás bien?
—Tengo que reconocer que debería estar más histérica por el hecho de que hubiera una serpiente en mi cama, pero tenerte conmigo ha hecho que me sienta bien. Tú haces que me sienta segura, Kara—Lena soltó la raqueta y corrió hasta Kara para abrazarla—. Pero me espeluzna saber que alguien a quien no conocemos ha estado aquí.
—Sí, porque esa cosa era demasiado gorda para deslizarse por debajo de la puerta. Vamos a llamar a Rip para que venga y haga lo que haya que hacer y luego vamos a buscar habitación en el Plaza. A lo mejor puedo hacer que la despellejen y me hago una cinta para la cabeza para llevarla en la final.
—¿Nos vas a comprar una cama nueva? —preguntó Lena.
—No sólo, sino también un par de sillas para poder ponerme los calcetines por la mañana.
La sirena que se oyó fuera indicó el regreso de Rip junto con otro par de unidades para sacar las huellas del apartamento e interrogar a los vecinos que pudieran haber visto algo.
Las dos mujeres se marcharon en cuanto la policía terminó de hacerles preguntas y Rip les prometió que cerraría con llave al acabar. Alex, Sam y Clark las estaban esperando en el Plaza cuando llegó su taxi, pues querían comprobar en persona que estaban bien. Cuando por fin se quedaron solas, Kara sostuvo a Lena cuando la conmoción de lo que había sucedido se transformó en un ataque de llanto histérico.
El atacante se había acercado tanto que Kara ya no hizo más promesas. Mantener a Lena a salvo había sido lo principal para ella desde el momento en que oyó ese crótalo y ahora las cosas no iban a cambiar. Iba a aceptar la protección policial que le había ofrecido Rip al principio, aunque sólo fuese para mantener sana y salva a la chica que tenía en sus brazos.
—Buenos días, ¿necesitan ayudar para encontrar sus asientos? —el acomodador del Abierto parecía deseoso de escoltar a Lena y a sus acompañantes hasta el palco situado cerca de la pista. La había reconocido por la foto del periódico de la semana anterior, junto con las otras dos morenas que estaban con ella.
—Gracias, sabemos dónde están. ¿Han visto a Eve? —preguntó Lena. La final iba a comenzar al cabo de una hora y no se veía a su amiga por ninguna parte. El único que parecía fuera de lugar era Rip, que llevaba chaqueta para ocultar su arma. Se suponía que tenía que vigilar a Kara, pero la tenista le había dicho que, si no se sentaba en las gradas con Lena, no podía venir. Lo único que preocupaba ahora a Lena era que estuviera tan embelesado con el partido que ni siquiera se diese cuenta si un gorila veloz se sentaba con ellos.
—Está aparcando el coche. Ese encanto nos ha dejado en la puerta diciendo que no quería que estuviésemos demasiado tiempo al descubierto —contestó Sam. Detrás de ella, Alex y Natasha estaban sentadas cogidas de la mano y compartiendo un bollo.
Abajo, Kara pensó en todos los juegos que le habían hecho falta para llegar a este punto. Un punto en el que se había encontrado en numerosas ocasiones para al final no conseguir su objetivo. Al otro lado del vestuario estaba sentada Caitlin Snow, la desconocida que había ido subiendo por las filas hasta convertirse en la heroína del torneo. Todas las cabezas de serie que habían subestimado a la recién llegada de Texas se habían vuelto a casa desconcertadas por su nivel de juego.
Cambiando sus costumbres, Kara dejó vagar la mente pensando en otras cosas aparte del próximo partido, para intentar que se le calmase el estómago. Nunca fallaba y los nervios previos al partido le habían dado un susto a Lena esa mañana. Encontrarse a Kara vomitando en el cuarto de baño no entraba en su lista de cosas que esperarse y la piloto había tardado un rato en creerla cuando le dijo que le ocurría siempre antes de cualquier final en la que jugase.
Su amigo el encantador de serpientes había estado tranquilo desde el susto del apartamento y Kara tenía la esperanza de que siguiera así hasta que acabase el partido. Tener a un agente de policía protegiendo a Lena era una cosa menos de la que preocuparse, de modo que se fijó en Caitlin Snow para ver qué hacía.
La joven estaba sentada con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, como si estuviera aburrida y esperando un autobús. No se movió en absoluto hasta que las llamaron para calentar. El ruido de las cámaras al disparar empezó en cuanto las dos salieron del túnel. Kara dedicó un momento a mirar hacia las gradas y sonreír a Lena. Sintió un calor por dentro al abrir la bolsa y sacar una raqueta. La tensión desapareció y Kara se dispuso a jugar.
—Hago esto para agradarte, Señor.
—Perdone, ¿ha dicho algo? —preguntó la señora mayor sentada a una sola fila de distancia de la pista. El caballero sentado a su lado había estado murmurando para sus adentros desde que se había sentado.
—He dicho que el Señor esté con usted.
—Gracias —le sonrió y luego se puso a hablar de nuevo con su marido sobre las condiciones de Kara y sus posibilidades de ganar este año. En la pista, Kara había vuelto a su silla y sacó una toalla para secarse los ojos. Algo traído por el viento se los había irritado tanto que parpadeaba sin parar.
Fue el grito de la señora mayor lo que hizo que se volviera para ver qué le pasaba. La voz era la misma de la noche del ataque ante el restaurante.
—Muerte a los que pecan contra Dios.
El dolor y la creciente mancha de sangre sobre el blanco de su ropa de tenis ocurrieron casi simultáneamente.
Kara no perdió el tiempo y usó la toalla para apartar el extremo del cuchillo cuando el hombre lo echó hacia atrás para volver a clavárselo y así tener tiempo de coger su raqueta. La blandió y la afilada hoja cortó las cuerdas.
—Pero ¿qué os pasa con mis raquetas?
Kara estaba tan concentrada en ver dónde iba a atacar con el cuchillo que no pudo ni mirarlo a la cara.
Sin hacer caso del dolor, golpeó de nuevo con la raqueta y lo alcanzó en la mandíbula, lo cual le hizo retroceder unos pasos y sacudir la cabeza como para despejársela tras el golpe. El hombre avanzó de nuevo tambaleándose, pues no quería fallar en su misión de matar a Kara. Pero ella estaba preparada, botando sobre la punta de los pies como si estuviera esperando a que un saque pasase por encima de la red. La raqueta salió lanzada de nuevo y le arrancó el cuchillo de la mano, haciéndolo girar como una peonza.
Desde el graderío, Rip bajó los escalones a la carrera antes de que el atacante tuviera otra oportunidad de herir a Kara. Las cuatro mujeres sentadas con él seguían de cerca al policía.
—Muy bien, gilipollas, esto por obligarme a salir a comprarle a mi chica una cama nueva —el golpe echó hacia atrás la cabeza del hombre, enviándolo contra la red—. Y esto por la preocupación que le has causado a mi novia. Eso es, novia, hijo de puta —con gran satisfacción, Kara lo vio caer como un guiñapo inmóvil. Rip no tuvo problemas en esposarlo al bajar de un salto a la pista. El último golpe de Kara había dejado al tipo inconsciente.
El personal de seguridad llegó para ayudar a sacar al atacante de la pista y cuando le dieron la vuelta, fue Kara la que se sintió como si alguien le hubiera pegado un golpe. Había envejecido desde la última vez que lo había visto, pero el hombre atontado que empezaba a recuperar el conocimiento no se parecía al hombre que le había hecho chocolate caliente hacía ya tanto tiempo. Pero, efectivamente, era él, Jeremiah Danvers, su padre.
Todo el mundo se quedó sentado en silencio cuando Kara dejó caer su raqueta y salió de la pista. Se oyó un anuncio oficial por los altavoces diciendo que el partido se retrasaría hasta que todo quedase aclarado.
Las mujeres que habían estado sentadas en el palco de Kara la vieron marchar sin volverse para mirar al hombre que la policía se estaba llevando. Sam y Alex lo habían reconocido en cuanto chocó con la red, pero se quedaron paralizadas al no poder creer que el hombre que era su padre quisiera asesinar a una de sus propias hijas. Clark y Mike habían bajado al vestuario para ocuparse de las heridas de Kara y ahora que el espectáculo había terminado, todas fueron a reunirse con ellos. Las hermanas de Kara habían estado a punto de incumplir su promesa de mantener a Lena a salvo a toda costa cuando vieron la sangre sobre la blanca camiseta. Ahora estaban más preocupadas por el estado mental de su hermana pequeña que por la herida.
El médico roció el costado de Kara con un anestésico para poder coser el corte, que seguía sangrando. Kara miró a su entrenador y al compañero de éste con una expresión que sólo se podía describir como afligida.
—Ha sido él, tíos, mi padre era la persona que ha enviado todas esas cartas.
Recordó entonces por qué la caligrafía le resultaba tan familiar. Todas las Navidades, Kara lo veía sacar esa pluma especial y meterla metódicamente en el tintero de su escritorio para escribir los sobres de las tarjetas.
—Kara, tienes que pensar que está enfermo y no sabía lo que hacía —dijo Mike.
—Usaba esa misma letra adornada para escribir las tarjetas de felicitación en Navidad. Era el único momento en que se tomaba la molestia de asegurarse de que cada letra de cada nombre era perfecta. Supongo que también le ha venido bien para enviar amenazas de muerte.
—Intenta no pensar en eso ahora, Park. Podemos salir de aquí y dejarlo todo atrás, agradecidos al saber que ya no puede volver a hacerte daño —Clark se arrodilló a su lado, deseando únicamente meterla en un avión de vuelta a casa. El único lugar donde sabía que se curaría.
—Tengo que jugar un partido, entrenador, y tengo toda la intención de jugarlo. Ese fanático santurrón no me va a quitar esto también. Ayer puso esa puñetera serpiente en la cama de Lena y no le pienso perdonar lo que podría haberle ocurrido. Mi madre y él pueden pudrirse tranquilamente, después de esto ya no hay vuelta de hoja.
—Kara, ¿estás bien? —Lena se quedó un poco apartada, pues no sabía si Kara estaba preparada para ver a nadie, incluida una novia nueva. No dudó en coger la mano que le ofreció Kara como invitación.
—Estoy bien, cariño. ¿Quieres sentarte conmigo mientras me ponen un parche?
—¿Tu vida siempre está tan llena de acción? —ahora le tocaba a Lena intentar animar a Kara.
—Sólo en las grandes ciudades. En casa, Abby y yo solemos quedarnos sentados aullando a la luna para entretenernos.
—Eso me parece curiosamente maravilloso. ¿Estás lista para volver a casa?
—Te prometí la custodia conjunta de este trofeo y siempre intento cumplir mis promesas. Echa un vistazo y dime si la Tarántula de Texas parece segura de su victoria.
Lena miró por encima del hombro de Kara y vio a la rubia sentada con los ojos cerrados y una sonrisa en la cara.
—Es como si ya ni siquiera hiciera falta que juegues, porque lo tiene todo bien atado.
—Todo listo, señorita Danvers—el médico terminó de dar cinco pulcros puntos y le puso un vendaje compresivo para impedir que se saltaran si decidía jugar.
—¿Estás segura de esto? No quiero que te hagas más daño del que ya te has hecho —dijo Lena mirando el costado de Kara.
—Len, esa gente de ahí fuera ha pagado para ver buen tenis, no las escenitas de mis problemas familiares, así que eso es lo que tengo pensado darles. O al menos, les daré un partido completo. Puede que no juegue con mi finura de costumbre.
—¿Finura? —preguntó Lena, a punto de echarse a reír—. No es que no seas fina en otros aspectos de tu vida, cielo, pero jugar al tenis no entra en esa categoría.
—Está bien, soy la vaca burra bocazas del tenis femenino, denúnciame.
—Pues la verdad es que preferiría… —Lena terminó el resto de la frase susurrando al oído de Kara. El fuerte bronceado de ésta no logró disimular el rubor que le inundó la cara y echó una mirada aviesa a Caitlin.
—Vamos, Snow, a machacar.
—Me alegro de que estés dispuesta a colaborar con tanta elegancia, chata, porque eso es exactamente lo que tengo planeado hacer contigo.
Cuando Caitlin terminó de hablar, Sam, Alex y Natasha tuvieron que hacer un esfuerzo conjunto para sacar a Lena del vestuario.
—Bueno, aficionados al deporte, si no aparecen más locos corriendo por las gradas con instrumentos cortantes, creo que ya estamos preparados para jugar al tenis —dijo el comentarista cuando la cámara enfocó a Kara sentada en la banda bebiendo una botella de agua. Lo que la cámara no mostraba era el caos que tenía dentro de la cabeza.
Alex Danvers se levantó y clavó una mirada fulminante en la cabina, cortando cualquier otro comentario chistoso que tuviera en mente el locutor. Luego se volvió hacia Lena y le ofreció unos cacahuetes.
—Pruébalos, saben mucho mejor que las uñas.
—No lo puedo evitar, estoy nerviosa por ella.
—Créeme, chica, ella ya está suficientemente nerviosa por las dos. Éste es el año de Kara, Len, lo noto.
—Servicio, señorita Danvers.
Kara fue a la línea de saque y esperó a que le lanzaran las pelotas. Tomó aliento con fuerza y lo soltó despacio, dejando caer los hombros en un esfuerzo por relajarse.
Clark y Mike aguantaron la respiración cuando lanzó la pelota al aire preparándose para enviarla por encima de la red. Este saque les daría una idea de la potencia que todavía le quedaba a Kara, teniendo en cuenta que ahora tenía dos cortes en el tronco. Debía de haber usado todas las técnicas de meditación que había aprendido en su corta vida, porque a los dos hombres les pareció ver briznas de pelusa de la bola al entrar en contacto con la raqueta.
—Quince a nada —el juez de silla señaló el lado de Kara y esperó a que el siguiente saque pasara por encima de la red. Las jugadoras tuvieron que esperar un par de minutos a que la gente se calmase. Por mucho que apreciasen a Caitlin por su esfuerzo para llegar a la final, ahora que el partido estaba en marcha, su lealtad estaba firmemente atrincherada en el lado de la red correspondiente a Kara.
Todavía se estaba disputando el tercer juego del primer set cuando Rip regresó a su asiento. Se había quitado la chaqueta y parecía un aficionado cualquiera que había venido para disfrutar del tenis. Después de meter al señor Danvers en un coche patrulla, había colocado agentes de uniforme por las gradas para vigilar por si aparecía algún otro fan problemático.
—¿Cómo va? —preguntó.
—Ha ganado el primer juego y ha estado a punto de romper en el segundo, pero Caitlin ha aguantado —Lena dejó de hablar en cuanto Kara volvió a poner la pelota en juego. Se quedó en la línea de saque e hizo correr a Caitlin por toda la pista con la colocación de la bola.
—Cuarenta a nada —el juez de silla señaló de nuevo el lado de Kara. Ese servicio fue seguido de un saque directo que ganó el juego. El primer set terminó en menos de cincuenta minutos y Kara parecía tener buen aspecto para las personas que la miraban y la querían. Clark observó su cara por si veía alguna indicación de debilidad o dolor, pero se quedó sorprendido al ver solamente la habitual cara de partido de Kara.
Ocurrió en el tercer juego del segundo set. Kara había ganado los dos primeros y Caitlin empezaba a sentir la fatiga de correr y del calor. En una persecución desesperada para alcanzar una bola que Kara había enviado en una dirección que no se esperaba, Caitlin le devolvió un globo alto. Cuando Kara se estiró para lanzar un mate, casi oyó los puntos que se saltaban y el dolor fue instantáneo. La pelota cayó dentro de la línea de fondo marcando el punto para Caitlin, seguida de la raqueta de Kara.
—¿Señorita Kara? —preguntó el juez de línea cuando hizo una mueca de dolor al agacharse para recoger la raqueta.
—Estoy bien.
—Treinta a quince —se anunció el marcador, que daba la ventaja a Kara, pero ahora Caitlin había descubierto su punto débil.
Los globos empezaron a llegar con más frecuencia y a Kara le costaba cada vez más lograr pasar la pelota por encima de la red, fuera cual fuese el ángulo desde el que golpeara, por lo que perdió el segundo set en menos tiempo del que había tardado Caitlin en perder el primero.
Estaban empatadas a seis juegos en el tercero cuando Kara tuvo por fin que pedir tiempo. Los estirones constantes se habían cobrado su precio y el vendaje ya no podía retener la sangre. Lo único bueno de toda la situación era que el médico que le había dado los puntos la estaba esperando nada más entrar en el túnel, tal y como había pedido ella. Kara se quitó la camiseta con una mueca de dolor sólo por ese movimiento.
—Hágame un apaño para que dure por lo menos diez saques más.
—Señorita Danvers…
—Llámeme Kara, y no quiero saber lo mal que está, arréglelo. Tiene trece minutos hasta que tenga que renunciar al partido.
El hombre se puso a trabajar, admirando a Kara por su forma de quedarse sentada en el túnel sin un solo gesto de dolor a pesar de lo que él le hacía. Antes de ponerle otro vendaje compresivo, roció la zona con una cantidad masiva de anestésico. No duraría mucho, pero podría aliviar lo suficiente a Kara para que pudiera alcanzar algunos de esos golpes baratos que le había estado lanzando Caitlin. El médico pensaba que un solo globo más y la tejana debería temer por su vida, dado el talante del público.
—Señorita Danvers, ¿está preparada para seguir jugando?
—Sí, señor.
El hombre de la silla volvió a ajustar el micrófono en su sitio e indicó que el tiempo había acabado.
—Desempate para el partido, la señorita Danvers sirve primero.
Kara miró a las gradas y buscó a Lena antes de hacer el menor amago de servir. La azabache se levantó para que la viese más fácilmente y sonrió cuando sus ojos se encontraron. Lena se puso las manos sobre el corazón y asintió, haciendo sonreír también a Kara. Ésta se dio unos golpecitos en el corazón con la punta de los dedos y le pareció oír un suspiro colectivo por parte del público.
El primer saque pasó por encima de la red y Kara se llevó una sorpresa al descubrir lo poco que le dolía el costado de repente. Caitlin restó con un revés y empezó el juego de volea. Estuvieron lanzándose la pelota con golpes fuertes y bastante claros, sin grandes florituras, durante unos doce pases. A la primera oportunidad, Caitlin envió un globo alto por encima de la red. Kara lo calculó y se quedó esperando el momento adecuado.
—Punto, señorita Danvers.
Kara había lanzado un mate que estuvo a punto de alcanzar directamente a Caitlin Snow. Si la chica iba a ganar, lo haría jugando al tenis, no a base de explotar las heridas de Kara.
Durante quince minutos, el público asistente y el que estaba en casa vieron la clase de tenis que habían acudido a ver mientras ambas mujeres combatían para hacerse con el dominio. El trofeo y el título estaban a un golpe de distancia.
—Ventaja, señorita Danvers, punto de partido.
Kara había esperado una vida entera para oír esas palabras. El público estaba igual de excitado, de pie y entonando su cántico de “Supergirl”. Ante ellos estaba una auténtica campeona que había hecho un esfuerzo ímprobo para volver a meterse en el partido. Tenía sangre en la camiseta, estaba cubierta de sudor y en las gradas Lena ponía las lágrimas.
—Silencio, por favor.
Kara sacó y lanzó la bola por encima de la red y Caitlin salió disparada para intentar alcanzarla. Su única salvación fue que la línea de sensores pitó y la bola fue declarada fuera. Ahora Caitlin sólo tenía que tirarse encima del segundo servicio, tradicionalmente más lento, y devolver el juego a iguales.
—Fuera —gritó el juez de línea seguido de:
—Segundo servicio —por parte del juez de silla.
Lo único que se le pasó a Kara por la mente antes de volver a sacar era que ya era hora de volver a casa. Oía las olas chocando con los pilones de debajo de la pista de su casa y estaba deseando echar un partido por la tarde en el que no se jugara tanto con el resultado.
—Silencio, por favor.
Nadie se quedó más petrificado que Caitlin Snow cuando el segundo saque la pasó volando a mayor velocidad que el primero. Casi quiso decir que no estaba preparada y que quería volver a jugar el punto, pero ya era demasiado tarde, éste era el año en que Kara tenía que ganar el Grand Slam.
—Juego, set y partido, señorita Danvers.
La pista central del estadio estalló con los flashes de las cámaras mientras Kara levantaba el trofeo por encima de la cabeza y daba una vuelta completa a la pista. Se detuvo al llegar ante Lena y su familia para que pudieran compartir la victoria. Kara sabía que esto no lo había logrado sola y que las personas que le sonreían tenían gran parte del mérito y también se merecían sus momentos de triunfo.
—Menudo mesecito, ¿eh? —dijo Clark mientras esperaban sentados en el aeropuerto a que anunciaran su avión.
—Ha salido bien, así que los problemas han valido la pena —Kara se rascó alrededor del primer corte, que ya estaba casi curado. Las emociones sentidas al saber quién lo había hecho y por qué tardarían más, pero eso también se resolvería con el tiempo.
Jeremiah Danvers había sido ingresado en un hospital estatal hasta que se le considerase capacitado para someterse a juicio por los dos ataques contra Kara. Con las protestas de Clark y sus hermanas, Kara había hecho una declaración ante el abogado de Gayle sobre su participación en el melodrama en que se había convertido el torneo. Kara esperaba que Gayle saliera de la botella el tiempo suficiente para conseguir la ayuda que necesitaba.
—Señorita Danvers, si lo desea, sus amigos y usted pueden embarcar antes —la empleada de Virgin sonrió a las dos únicas personas sentadas en la sala VIP y se ofreció a llevarles las bolsas. Mike había ido a comprar unas revistas para el vuelo a Miami y estaba igual de deseoso de volver a Press Cove—. Enhorabuena por su victoria de esta tarde.
—Gracias —Kara siguió a la menuda morena por la puerta, pensando que Lena debía de haber llamado para asegurarse de que los trataban bien. La piloto se iba a reunir con ella en Florida dentro de unos días para poder decidir su futuro juntas.
Kara tuvo una sensación de déjà vu cuando doblaron la esquina y vieron a la tripulación esperándolos para saludarlos.
—Bienvenida a bordo, señorita Danvers, espero que disfrute de su vuelo, y felicidades por su triunfo —era lo mismo que le había dicho Lena el día en que se conocieron.
—Sí, sí, pero si me quieres de verdad… —empezó a decir Kara.
Lena estrechó los ojos e intentó parecer enfadada.
—¿Haré qué?
—Esto —Kara soltó su bolsa y se acercó a la piloto. La tripulación y Clark se quedaron mirando mientras se besaban y abrazaban, ninguna de las dos dispuesta a parar la primera. Cuando la falta de aire se convirtió en un problema, Kara se apartó y miró a su cara preferida—. Aunque un sándwich de ensalada de pollo y un chocolate caliente me sentarían muy bien.
—Tú ve a sentarte, listilla, que yo voy a llevar este avión hasta casa.
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JUEGO, SET Y PARTIDO (ADAPTACIÓN SUPERCORP)
RomanceKara Danvers era la nueva niña bonita del mundo del tenis, adorada por las masas que acudían a verla jugar, así como por las compañías que hacían cola para que lleve sus marcas. Lena Luthor es una piloto de avión, después de un primer encuentro atro...