Epílogo

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Casi un año después, el apartamento de Lena estaba amueblado y se reservaba para las ocasiones en que estaban en la ciudad, pero la piloto había decidido mudarse a vivir con Kara en Florida. Vivir con la tenista fue la decisión más fácil que había tomado en su vida y nunca echaba de menos la vida que había dejado en Nueva York. La Virgin le había facilitado la transición, permitiéndole cambiar su centro de salidas a Miami.
A Kara le gustaba cocinar, leer y dar paseos por la playa con ella. Si fuese más perfecta, Lena juraría que Kara era como vivir con un anuncio de contactos personales. Se quedó mirando por la ventana de la cocina mientras Clark y Natasha hacían trabajar a su amante para prepararla para Wimbledon.
Lena apagó el horno y sacó el asado que había estado dorando antes de salir por la puerta.
—Si entras ahí y te acercas a esa bandeja, yo misma te llevo a la perrera, señorito, y me vuelvo con un gato —amenazó a Abby.
El perro se tapó los ojos con una pata y gimoteó, haciendo su mejor número de inocencia.
—No me pongas esa cara de “¿quién, yo?”, Abby Danvers. En eso eres igualito que tu mamá, así que no me lo trago.
El perro siguió a Lena hasta la pista, agitando la cola ante la posibilidad de perseguir bolas de tenis. Kara lanzó una por encima de la valla en su dirección y Abby se sintió en el paraíso perruno.
—Ya os podéis ir a casa, colegas, ha llegado la jefa para su lección de tenis —les dijo Kara a Clark y Natasha.
—¿Podemos despedirnos de ella primero? —preguntó Clark.
—Que sea rápido. Es más mona que vosotros y la he echado de menos teniendo que estar todo el día aquí fuera con vosotros dos.
Lena se echó a reír y saludó agitando la mano a los dos amigos que se iban. Saber que estarían allí para cuidar de Kara hasta que ella pudiera ir a Inglaterra era un consuelo. El desconsuelo era pensar en todas esas noches en las que tendría que dormir sola cuando Kara se fuera.
—¿No estás demasiado cansada?
—Qué va, nunca estoy demasiado cansada para ti, Len. ¿Qué tal si echamos un partido con incentivos para la lección de hoy?
—¿Un partido de tenis con incentivos?
—Sí, te quitas una prenda de ropa por cada punto que pierdas —Kara meneó las cejas con la propuesta.
—¿Quieres que juegue al strip tenis con la jugadora número uno del mundo?
—Mm, sí. Venga, será divertido y te dejo sacar a ti primero.
—Oh, seguro que así gano —Lena cogió la raqueta que le tendía Kara y fue a la línea de saque. Cuando Kara estuvo preparada, Lena intentó recordar todo lo que había aprendido sobre el servicio. Abby ladró detrás de Lena y la bola salió volando en un ángulo extraño cuando intentó golpearla—. Silencio en el gallinero, que no es que me esté guardando ases en la manga.
Lena lo intentó de nuevo y Kara, fiel a su palabra, ralentizó mucho su juego. Así y todo, Kara ganó el primer punto. Con exagerada lentitud, Lena se quitó la camiseta y la lanzó hacia atrás. Cuando apenas había tocado el suelo, Abby salió corriendo con ella. La piloto botó la siguiente pelota más tiempo de lo normal cuando los ojos de Kara se quedaron clavados en el sujetador de seda verde oscuro que llevaba.
Con el siguiente golpe, Kara se olvidó y devolvió la pelota con tanta fuerza que Lena ni siquiera intentó alcanzarla y se limitó a quitarse los pantalones cortos.
—¿Puedes venir aquí, por favor? —preguntó Kara junto a la red. Las bragas a juego eran demasiado para ella y ni se planteó concentrarse en el partido.
—¿Te das por vencida?
—Me rindo, cariño —Kara levantó a Lena por encima de la red y la besó. Lena rodeó la esbelta cintura con las piernas cuando Kara salió de la pista y se dirigió al borde del agua. Bajó a Lena el tiempo suficiente para que las dos pudieran quitarse toda la ropa y luego se adentró en el mar. El agua todavía estaba algo fría, pero al estar pegadas, Lena se sentía estupendamente.
—Te quiero —dijo Lena. Era muy fácil decirle esto a Kara.
—Yo también te quiero. ¿Te gusta vivir aquí?
—Me encanta vivir aquí. Estoy contigo y nuestro perro se pasa la vida enterrando mi ropa. ¿Cómo no me va a encantar?
—Entierra tus cosas para que estén a salvo, eso quiere decir que le gustas —dijo Kara y luego besó a Lena en el cuello.
—¿Y tú qué, te gusto?
—Más que eso, cariño. ¿Qué te parece si te llevo dentro y te demuestro hasta qué punto?
Los pies de Lena no llegaron a tocar la arena cuando Kara se encaminó hacia la puerta de atrás. Kara había comprobado la casa más próxima esa mañana para asegurarse de que seguía libre de inquilinos, pues no quería que Lena se disgustase por unos vecinos cotillas.
La decoración de la casa había cambiado un poco a lo largo de los meses que Lena había dedicado a convertirla en un hogar para las dos. Mezcladas con las fotos de los torneos había fotos de la familia de Lena, cuya madre se las había dado en una de sus numerosas visitas. Lillian Luthor y Kara tenían una relación estupenda, para gran alivio de Lena. Su madre le había confesado la noche en que conoció a Kara que nunca le había gustado la forma de tratarse que tenían Lena y Gayle. Con Kara, el mundo entero podía ver lo que sentía por Lena.
Era la mirada que ahora recibía Lena al ser depositada en la cama por el alma tierna que la había llevado dentro. Kara la tocaba con tanto deseo que Lena nunca sentía que lo hacía por obligación, sólo por amor, y cuanto más la tocaba Kara, más la deseaba.
—Eres tan guapa —dijo Kara. Se tumbó al lado de Lena y subió la mano desde la cadera de Lena hasta cogerle un pecho. El pezón se arrugó de inmediato bajo su palma y a Kara le encantó el gemido que acompañó al movimiento. Kara sustituyó la mano por los labios y chupó el botón rosa claro.
—Me encanta que hagas eso —las manos de Lena sujetaron la cabeza de Kara en el sitio por si no sabía a qué se refería. La succión aumentó al tiempo que las manos de Kara regresaban a su cuerpo—. Déjame sentirte, amor —le pidió Lena.
Kara se movió hasta colocarse encima de Lena, aguantando casi todo su peso sobre los codos. Le encantaba esta postura porque permitía el contacto con cada centímetro de piel. Lena se quedó quieta un momento, disfrutando de la misma sensación, y luego trasladó las manos al pelo de Kara para bajarla y besarla.
—Hazme el amor —dijo Lena, abriendo más las piernas para pegar más a ella el cuerpo más grande. Kara notó las manos de Lena por su espalda al tiempo que sus propias manos se dirigían al centro de Lena. Tuvo que levantar un poco las caderas para alcanzar el punto donde la deseaba Lena y al hacerlo, dejó espacio suficiente para que Lena la tocase a su vez.
Ambos centros estaban húmedos y ambas mujeres estaban listas, por lo que no tardaron mucho. Lena notó el crescendo alimentado por los gruñidos de Kara en su oreja. A Lena nunca dejaba de asombrarle que, con Kara, hacer el amor era tan excitante como la primera vez. Incluso en días como éste en que el final las sorprendía antes de lo que querían, Lena se sentía adorada en el momento en que Kara se ponía rígida encima de ella para convertirse a continuación en un montón de gelatina gigante.
—Si es así como aprendiste a jugar al tenis, no me lo digas, ¿vale?
—¿No te gustan mis métodos de enseñanza?
—No he dicho eso, cielo, es que no quiero saber dónde aprendiste ese método, Romeo. Y mucho menos de quién lo aprendiste, ¿entendido?
—Entendido.
—¿Tienes hambre?
—Has cocinado tú, así que voy yo y lo traigo aquí, ¿qué te parece? —preguntó Kara.
—Me parece que te quedarás allí comiéndote el asado directamente de la bandeja mientras yo me quedo aquí muriéndome de hambre.
Lena besó a Kara en la frente y luego salió rodando de la cama y alargó la mano para ayudar a levantarse a la mole inerte.
Lena seguía riendo por las payasadas de Kara cuando entraron en la cocina para comer y en ese momento advirtió dos cosas. A Abby allí sentado con aire de querer silbar si pudiera hacerlo y la mitad del asado desaparecida. El perro abrió mucho los ojos y sacudió la cabeza cuando Lena lo fulminó con la mirada.
—¿Qué ha pasado con mi cena? —quiso saber Lena. Le costó mantener la cara seria cuando Abby levantó una pata y señaló a Kara.
—Ni hablar, colega, acaba de hacer una inspección detallada de mi boca.
Como había aprendido de los errores de su ama en lo tocante a disgustar a Lena, Abby bajó la pata y retrocedió despacio hacia la puerta. Salió corriendo cuando estuvo seguro de que no lograría alcanzarlo antes de que él pasase por la puerta para perros.
—Te juro que os separaron al nacer. ¿Qué voy a hacer con vosotros? —Lena se volvió y rodeó la cintura de Kara con los brazos. Más tarde le diría a Abby que la cena de ellas seguía en el horno. El asado extra de la cocina había sido para él desde el principio.
—Podrías quedarte con nosotros.
—Oh, ya lo creo que me quedo contigo y con Abby, por eso no te preocupes. Quiero sentarme junto al fuego, comer asado y escucharte mientras me lees un poema.
A Kara le costó controlar la sonrisa al estrechar más a Lena.
—Pues sí que es fácil darte gusto —Kara llevó en brazos a Lena a la biblioteca y la sentó en uno de los cómodos sofás mientras ella preparaba una bandeja para llevarla allí.
El fuego ardía alegremente cuando Kara volvió y se encontró a Lena mirándolo tan profundamente que le dio mucha pena distraerla.
—Tenemos fuego, vino y un buen banquete —dijo Kara.
—Yo sólo te necesito a ti.
—Pues me tienes, tesoro.
—Léeme algo —Lena se quedó mirando a Kara cuando ésta llevó rodando la escalera hasta una sección del fondo y subió por ella para alcanzar el estante de arriba del todo. Kara sacó una antigua edición encuadernada en cuero con desvaídas letras doradas en la cubierta y cuando la abrió, las páginas casi parecían translúcidas.
“¿Te debo comparar con un día de verano?
Tú posees más belleza y suavidad.
Los ásperos vientos agitan los tiernos brotes de mayo
Y la vida del verano expira demasiado pronto.
A veces el ojo del cielo brilla demasiado ardiente
Y a menudo se opaca su tez dorada:
Y todo lo bello a veces declina,
Por azar o por el mudable curso indómito de la naturaleza.
Pero tu eterno verano no decaerá,
Ni perderás la belleza que posees,
Ni la muerte se jactará de que caminas a su sombra,
Cuando crezcas en versos eternos dedicados al tiempo.
Mientras el hombre respire o los ojos vean,
Esto vivirá y esto te dará vida”.

La voz de Kara se apagó hasta desaparecer con la palabra “vida” y Lena se quedó sentada, habiendo olvidado la comida, escuchando lo que había seleccionado. Por alguna razón, el soneto hizo que se le saltasen las lágrimas y Kara se las secó.
—Si te va a hacer llorar, no volveré a leerte sonetos de amor.
—Lloro porque me amas tanto que te arrodillas aquí y lo haces por mí —Lena se secó las lágrimas que se le habían escapado de los ojos.
—En realidad estoy de rodillas por otra razón —dijo Kara.
—¿Cuál?
—Que Abby quería venir a pedirte perdón por lo del asado y se me ha ocurrido ablandarte para allanarle el camino.
Lena se echó hacia delante y acarició el labio superior de Kara con el dedo.
—Va a hacer falta que me leas muchas cosas más de este libro para lograrlo, Shakespeare.
Kara chasqueó los dedos y Abby entró corriendo por la puerta y se detuvo al lado de su ama. Llevaba una cestita en la boca y alargó una pata para que Lena se la estrechase.
—Lena, Abby y yo te queremos y deseábamos darte una cosa para demostrarte lo importante que eres para nosotros. Si fuese poeta, esto sería mucho más elocuente, pero lo intentaré. ¿Quieres darme la oportunidad de hacerte feliz durante el resto de tu vida? Te prometo que, si dices que sí, jamás pasará un solo momento de tu vida en el que no sientas que eres el centro de mi universo. Te amo y seguiré amándote hasta que no me quede aliento en el cuerpo.
El perro depositó la cesta en el regazo de Lena, puso la pata al lado para que mirara dentro y soltó un gañido suave para contribuir a la proposición.
Lena se echó a llorar de nuevo al ver la caja de un anillo colocada en la paja de dentro.
—Sí.
—¿Ese sí es para mí o para el perro?
—Para los dos, tontorrona, ya sé yo que vienen unidos —Lena se echó hacia delante para sellar el acuerdo con un beso antes de que a Kara se le ocurriera cambiar de idea. Sintió que estaba en casa por primera vez desde que se lanzó a vivir por su cuenta y Kara le daba la libertad de albergar esperanzas para el futuro.
—¿Brindamos? —propuso Kara. Lena se echó a reír cuando Kara cogió dos tazas de la bandeja que había traído. El chocolate caliente era el único recuerdo que Kara había decidido conservar de su padre.
No necesitaron decir nada más al entrechocar las tazas y beber un sorbo del líquido caliente y casi aterciopelado. Lena se apoyó en un hombro fuerte y dio gracias de que Kara viviera su vida eligiendo el camino menos transitado. Al final había llevado a la tenista hasta su puerta y allí, Lena juró que Kara siempre encontraría el amor que se merecía. Esto sólo era el comienzo.

FIN

JUEGO, SET Y PARTIDO (ADAPTACIÓN SUPERCORP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora