Capítulo 3

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—Bueno, a ver todas, vamos a montarlo todo antes de que nos caiga encima uno de esos chaparrones de verano típicos de esta zona. El año pasado hice aquí la portada de Sports Illustrated y me cargué mi lente Nikon preferida. Si hoy pasa lo mismo, van a rodar cabezas —dijo Annie Crain, la fotógrafa que había contratado Nike.
Su equipo de catorce mujeres se apresuró a montar la iluminación en la pista exterior, con la esperanza de conseguir toda la luz natural posible. En el gimnasio, Kara estaba levantando pesas, desnuda y tumbada en un banco encima de una toalla, para no tener marca alguna en el cuerpo que pudiese captar la cámara.
Los gritos y la música de al lado despertaron por fin a Gayle, que seguía durmiendo en las dunas, con la impresión de tener la boca llena de arena. La mezcla de alcohol y sol había empeorado aún más su situación y se sentía como si le hubiese pasado por encima una manada de caballos durante la noche. Al entrar en la casa se cruzó con Lena, que salía vestida con su traje de baño. Lena se apartó de ella como si tuviera miedo y Gayle alargó la mano para reconfortarla, haciendo que la rubia retrocediera unos pasos para huir de ella. La actitud de la mujer más menuda le indicó a Gayle que en ese momento no había nada que decir, de modo que se fue en busca de la ducha y una aspirina. Tal vez después de una siesta se sentiría mejor y podrían tener la conversación que estaban evitando. Si Gayle hubiera vuelto a casa por la noche, se habría encontrado la puerta del dormitorio cerrada con pestillo.
La música que sonaba en el equipo exterior obligó a Lena a dejar su libro y concentrarse en lo que ocurría en la casa de al lado. Aparte de un montón de gente con cámaras, había una colección inmensa de zapatillas de tenis alrededor de la pista. Cuando la fotógrafa estuvo colocada, llamó a un hombre que se llamaba Mike y le dijo que fuese a buscar a Kara. El chaparrón del que se había estado quejando la mujer estaba a cierta distancia sobre el mar y parecía que traía consigo un deslumbrante espectáculo de relámpagos.
Lena se quedó mirando cuando Kara salió de la casa a la terraza, ahora limpia, cubierta tan sólo con un albornoz. Habían quitado la valla que rodeaba la pista y Lena llegó a la conclusión de que iban a fotografiar a Kara jugando. A la piloto le pareció raro que Kara cogiese una raqueta y se dedicase a golpear unas cuantas bolas de calentamiento con el albornoz puesto. Desde una barca en el agua, sin que se lo viera, Clark le lanzaba globos por encima de la red para que Annie pudiera marcar las posiciones para distintos planos.
Cuando Kara estuvo bien cubierta de sudor, le indicaron que podían empezar y se quitó el albornoz. Lena dio gracias a Dios de estar sentada en la playa y no en el agua. Estaba segura de que al ver aquello se habría ahogado.
Kara estaba plantada en la pista con el pelo suelto y vestida tan sólo con zapatillas de tenis. Gracias a la sesión de maquillaje a la que se había sometido Kara esa mañana, parecía que no había la menor línea de bronceado en el cuerpo más perfecto que había visto Lena en su vida. “La leche”, fue lo único que se le ocurrió pensar al tiempo que volvía a oír los chasquidos del día anterior. Kara golpeaba una pelota tras otra mientras la mujer completaba cada vez más carretes de fotos. El telón de fondo de la tormenta inminente sólo acentuaba la figura de Kara, pensó Lena mientras veía cómo sobresalían sus músculos cuando golpeaba la pelota. Sin su permiso, los pies de Lena la llevaron cada vez más cerca de la pista mientras la sesión de publicidad iba tocando a su fin.
Cuando Lena llegó a la terraza, Kara estaba sentada a la mesa donde habían cenado la noche antes, bebiéndose una botella de agua y envuelta en el albornoz con el que había salido. El hombre que le había estado lanzando pelotas desde el agua estaba sentado con ella y el otro hombre ayudaba al equipo a recoger sus cosas.
—Lena, buenos días. Espero que nuestra pequeña muestra de capitalismo no te haya molestado en exceso. Si no, habla con Mike, ha sido todo idea suya —dijo Kara. El gimoteo de Abby había advertido a Kara de la presencia de la piloto antes de verla.
—No, he venido a disculparme de nuevo por lo de anoche —empezó Lena, pero Kara levantó una mano para detenerla.
—No es necesario, capitana. Creo que si yo hubiera estado en el lugar de Gayle, la velada habría sido igual, sin la bebida y los platos rotos. Pero me alegro mucho de que vinieras, me ha gustado pasar un rato juntas antes de que tengas que volver al mundo real —el traje de baño por fin le hizo caer en la cuenta de quién era esta mujer y de que efectivamente, como había dicho Winn, tenía una relación con otra persona.
“Gayle no tendría tan buen aspecto como tú en tu lugar”, pensó Lena, volviendo a repasar la imagen mental de Kara desnuda.
—Pues gracias, a mí también me ha gustado. Estoy pensando en volver hoy y quería verte antes de irme. Si alguna vez vas a Nueva York, no dejes de llamarme y si estoy en la ciudad, me encantaría invitarte a cenar —dijo Lena. Se cruzó de brazos para disimular su incomodidad.
—¿Por qué no subes a tomar un zumo o algo? —le ofreció Kara, que todavía no quería verla marchar. Kara se daba cuenta de que, como ella, Lena parecía sentirse sola y de repente, la idea de no volver a verla le resultó inaceptable.
—Kara, tenemos que terminar con esto —insistió Clark. Kara le echó una mirada fulminante para que se callara y el entrenador no le hizo ni caso. En la mesa delante de él estaba la quinta amenaza de muerte que recibía Kara en el último mes. En cada nota, el grupo que se autodenominaba los Soldados de Cristo explicaba con más detalle cómo iba a matar a la tenista. Los titulares de la prensa amarilla sobre su reciente ruptura con Imra habían provocado una nueva avalancha de cartas odiosas de la extrema derecha, pero a Clark este grupo le daba miedo. Los demás nunca enviaban descripciones tan detalladas de cómo iban a acabar con su amiga.
—Tal vez debería irme, Kara, pareces ocupada.
“Y estoy aquí plantada medio desnuda y tú estás desnuda debajo de ese albornoz”.
—Tonterías, Lena, es que Clark es nuestro preocupón oficial. La gente me amenaza todo el tiempo por lo que soy, por la ropa con la que juego, por cómo llevo el pelo, lo que quieras, siempre encuentran algún defecto. Esto no es nada nuevo y estoy segura de que no va a ser la última vez que ocurra. ¿Manzana, arándanos o naranja?
—Manzana, gracias —cogió la carta que estaba en la mesa y la leyó cuando Clark la instó a hacerlo. Lena no había venido para alterar aún más a Kara, de modo que optó por el humor cuando su anfitriona le pasó el vaso de zumo—. Ah, así que sabes cómo me llamo, empezaba a tener mis dudas.
—Claro que sé cómo te llamas, capitana. Winn me lo contó todo sobre ti. Lo que te gusta, lo que no te gusta y la clase de persona que eres.
—No quiero ni saberlo —dijo Lena. La silla se la tragó y Lena deseó haberse acordado de ponerse una camiseta encima del revelador traje de baño que llevaba.
—Abby, tráeme azul, chico —le dijo Kara al perro, enviándolo dentro antes de resolver las dudas de Lena—. Tanto él como el resto de esa tripulación opinan que eres exigente, pero te quieren, Lena. Se sienten seguros contigo. Jo, pero si eres capaz de pilotar el avión, servir chocolate caliente y aguantar a tenistas pagadas de sí mismas. Buen chico —dijo Kara cuando Abby regresó con una camiseta roja en la boca. Kara se la lanzó a Lena y acarició a Abby celebrando su buena acción. Ya le costaba bastante mirar a Lena así vestida por razones evidentes, pero ahora tenía grabada en la mente la imagen de la mano de Gayle metida en las bragas del bikini.
—Gracias, Kara, pero esta camiseta es roja —Lena le mostró la camiseta antes de ponérsela.
—Lo sé y tú también lo sabes, pero él no. Abby es daltónico, pero está deseoso de complacer, así que no te metas con él.
—Efectivamente. Lo debe de haber aprendido de ti. ¿Puedo usar tu teléfono, por favor? —Lena se levantó y fue a la cocina cuando Kara asintió. Dejó que el entrenador y la jugadora se ocupasen de solucionar su problema mientras ella trataba de solucionar el suyo.
—Gracias, Andrea, tengo un vuelo para mañana. Voy a tomarme un par de días libres para empezar a buscar casa en cuanto llegue, así que te agradezco que me dejes quedarme contigo hasta que la encuentre —en tan sólo diez minutos, Lena había conseguido un vuelo de vuelta a Nueva York y alojamiento con una vieja amiga hasta que resolviera sus problemas familiares, por lo que podría aprovechar el resto de sus vacaciones para buscar un nuevo piso.
La piloto volvió a salir y se encontró a Kara vestida y preparada para lo que supuso que era un entrenamiento. Las manos que normalmente sujetaban una raqueta, sujetaban ahora la carta amenazadora que predecía su muerte y por el movimiento de sus ojos, Lena se dio cuenta de que la estaba leyendo de nuevo. Clark estaba de pie junto a la barandilla de la terraza, contemplando el agua con cara de preocupación. Lena nunca había visto a nadie que pareciese un espíritu tan libre como Kara Danvers, y eso sólo con la acción estar sentada. “¿Quién querría matar a una persona por eso?”
—¿Todo arreglado? —Kara levantó los ojos del papel que tenía en la mano y sonrió a Lena. Ya había recibido cosas así con anterioridad, pero esta gente parecía algo más organizada que el resto. Al final de la hoja habían puesto una lista de sus torneos para señalar los distintos lugares donde podían alcanzarla.
—Sí, gracias. Debería dejar que vuelvas al trabajo. Tengo que hacer el equipaje y buscar un sitio donde alojarme en el pueblo —Lena retorció con las manos la camiseta prestada que llevaba puesta y esperó a que Kara se alejase.
—¿Por qué?
—¿Por qué, qué?
Clark se fue de la terraza y se encaminó a la pista cuando las oyó iniciar su conversación. Lena se imaginó que Kara y él habían discutido mientras ella usaba el teléfono y que no había un claro ganador. O tal vez se estaba imaginando cosas y proyectando la pelea que sabía que la estaba esperando en la casa de al lado en las dos personas cariacontecidas que había aquí.
—¿Por qué te vas a alojar en el pueblo cuando yo tengo tres habitaciones para invitados que están vacías? Prometo portarme impecablemente, capitana, si me haces el honor de ofrecerme tu compañía esta noche. Hasta te invito a cenar fuera, para que no tengas que sufrir mis artes culinarias dos noches seguidas —Kara susurró algo al oído del perro y éste se acercó y se plantó ante Lena. Levantó la pata y la agitó ante la menuda rubia, intentando que se fijase en él—. ¿Ves? Hasta Abby quiere que te quedes. Incluso te llevo al aeropuerto por la mañana. Soy una taxista excelente.
—Bueno, no me voy a quejar si quieres volver a cocinar para mí, eres una cocinera estupenda. ¿De verdad no te importa que me quede contigo? —Lena le rascó la cabeza a Abby mientras miraba a Kara.
—No te lo habría ofrecido si me importase. ¿Quieres que te acompañe y te ayude a recoger? —Kara no iba a pedir explicación alguna de por qué Lena no se marchaba con Gayle, pero anoche había ocurrido algo y quería asegurarse de que Lena estaba bien.
—No, ponte a trabajar antes de que sea Clark el que no quiera que me quede —Lena se daba cuenta de que Kara no quería que se marchase sola después de la escena de Gayle de la noche anterior. Su relación había muerto, pero Gayle nunca se había mostrado violenta, aunque a ella tampoco le apetecía tener una gran pelea—. ¿Qué tal si me llevo a Abby y los dos nos reunimos contigo en la pista cuando acabe? Como nunca he conseguido entradas en el lateral, esto va a ser todo un regalo para mí.
—Silba si necesitas que vaya —Kara tiró la carta amenazadora en la mesa y se agachó para coger sus raquetas. Natasha no tardaría en llegar para empezar la sesión y Kara quería terminar temprano para poder pasar la tarde con Lena.
—No sé si puedo silbar tan fuerte.
—Se lo decía al perro —la frente arrugada de la rubia le indicó a Kara que estaba intentando averiguar si lo decía en serio o no.
—Venga ya —dijo Lena por fin, por encima de la risa de Kara.
Gayle se había ido a pasear por la playa después de la ducha y de ver que no conseguía dormirse, para intentar pensar en una forma de pedirle disculpas a Lena por su comportamiento. Desde el primer momento en que conoció a Lena, Gayle se enamoró de la sociable mujer y durante mucho tiempo había creído que Lena sentía lo mismo por ella. Se había mostrado implacable para conseguir hacer suya a Lena, pero los largos viajes y la forma constante en que la encontraba en falta empezaban a decirle a Gayle que estaba perdiendo a la piloto. El problema era que ella no estaba dispuesta a soltarla. En sus otras relaciones, era Gayle la que se había marchado, no al revés. Aparte de la noche anterior, no veía un motivo para que Lena la rechazara.
Nada parecía haber cambiado cuando regresó de su paseo y al ver que Lena aún no había vuelto, Gayle se fue al pueblo en coche. Tal vez unas flores y una botella de su vino preferido podrían ser el principio de un final mejor para sus vacaciones. Cuando el coche de alquiler llegaba al final del camino de entrada, Lena se dirigía a la pista de tenis que flotaba sobre el agua después de haber dejado su equipaje en una de las habitaciones de invitados de la casa de Kara.
Desde el momento en que salió de la terraza con Abby hasta que regresó había pasado menos de una hora, pero Kara y la rubia alta con la que jugaba estaban empapadas en sudor. Como había visto Lena el día anterior, las dos llevaban un ritmo aceleradísimo mientras Clark gritaba indicaciones de vez en cuando por encima de los gruñidos que acompañaban casi todos los golpes.
Lena se sentó en un banco que estaba justo detrás del lado de la red donde jugaba Kara y bebió un sorbo de la botella de agua que se había traído. Abby se subió de un salto a su lado y le puso la cabeza en el regazo con aire relajado, pero Lena se dio cuenta de que no apartaba los ojos de la pelota, a la espera de una oportunidad de lanzarse sobre una perdida.
—Alarga más los golpes, Kara, apunta a las líneas. Si tu adversaria cree que las bolas van a ir fuera, a lo mejor no las persigue hasta el final. Cuando eso ocurre, ganas tantos y conservas energía —dijo Clark. Kara dejó que la siguiente pelota que le había lanzado Natasha pasase volando a su lado y se detuvo para hacer un breve descanso.
—¿Por qué iban a dejar pasar una bola, Clark? Yo las persigo todas, incluso las que parece que se van a ir por medio metro.
Clark le lanzó un par de pelotas y la apuntó con el dedo.
—Por supuesto que tú las persigues todas. Eso lo sabes tú, pero no todo el mundo me tiene a mí de entrenador —Clark infló un poco el pecho al recordar la cara de derrota de Jill Seabrook en el tercer juego del primer set. Kara era de verdad una de esas personas que surgían una vez cada década y que combinaban la potencia de juego con el toque delicado necesario para ganar—. Ahora vuelve al trabajo.
Kara botó la pelota las cuatro veces que tenía por costumbre y luego adoptó su postura de saque. A Lena le parecía un arco tensado y preparado para disparar. Vio cómo la bola dejaba la mano de Kara y se encogió cuando la raqueta la golpeó por encima de la red. Eso no se oía por televisión cuando se veía un partido de tenis. La bola aterrizó a lo que a Lena le pareció un milímetro de la línea, donde Natasha, algo cortada, fue a darle y falló.
—Maldita sea, Kara, yo creo que a la chica ya le gustas, no hace falta que alardees tanto —Natasha apuntó con la raqueta por encima de la red y miró furibunda a Kara. La jugadora sueca se había retirado del circuito profesional dos años antes y se mantenía en forma entrenando con Kara siempre que podía. Se habían conocido en el último partido de Natasha, en el que la joven Kara la había apeado del torneo en semifinales. Desde entonces, intentaba por todos los medios estar en su piso de Clearwater durante el verano para estar cerca de Kara. Habían tonteado de forma inofensiva, pero nunca habían cruzado la línea de la buena amistad que habían construido.
—Para ti es la capitana Lena Luthor, mala perdedora —Kara apuntó a Natasha a su vez con su propia raqueta, a la espera de esa sonrisa que siempre tardaba en aparecer cuando Kara la sobrepasaba con un buen golpe.
—También te sabes mi apellido, me deja impresionada, señorita Danvers.
Cuando Kara dejó de jugar, Abby se había puesto a gimotear en su regazo. Kara se volvió y se puso en jarras para hacer callar a ambos espectadores.
—En la placa de tu nombre decía L. Luthor, así que claro que me sé tu apellido. Abby, corta el rollo, hoy no hay bolas perdidas para ti, tenemos compañía. No puedo pasarme horas secándote todo ese pelo que tienes, chico, así que disfruta del sol —Kara se volvió de nuevo hacia Natasha, preparada ya para servir otra pelota.
—Y yo que creía que sólo me estabas mirando el pecho.
Kara dejó caer la pelota que había lanzado al aire para sacar y por un segundo Lena pensó que la alta mujer había sufrido un tirón en la espalda por detenerse tan bruscamente al oír su comentario.
—Créeme, Lena, cuando me ponga a mirarte, sabrás muy bien cuál es la intención —se volvió otra vez hacia Natasha y atrapó las pelotas que le lanzó Clark. Estuvieron jugando una hora más y luego Kara dio por terminada la sesión. Clark no parecía contento con ella, pero tenían dos meses para prepararse para el Abierto, de modo que un día perdido no iba a matarlos.
Las dunas que separaban la casa de Kara de la de al lado las tapaban bastante bien, por lo que Gayle no las vio regresar juntas a la terraza. Tras una visita a la tienda de vinos para la botella y a la floristería para comprar las rosas preferidas de Lena, Gayle salió a la playa en busca de la piloto. Al no encontrarla en la manta, Gayle echó a andar alejándose de la casa de Kara, pensando que Lena se había ido a dar un paseo. Era la única posibilidad, puesto que el coche se lo había llevado ella al pueblo. Al cabo de una hora, Gayle dio la vuelta y regresó a la casa. A unos cientos de metros del desvío que llevaba a la parte de atrás de su casa de alquiler, vio un trozo de papel que revoloteaba por encima de la arena, de modo que lo recogió y se lo metió en el bolsillo para tirarlo cuando llegase a la casa.
—Lena, ¿estás aquí? —Gayle cerró la puerta corredera de cristal al pasar y se quitó los zapatos llenos de arena en la alfombrilla. Al no recibir respuesta, cruzó la casa rumbo al dormitorio. La nota estaba en la almohada de su lado de la cama y en el sobre sólo ponía Gayle. Sonrió, pensando que era un detalle por parte de Lena escribirle una nota. En los primeros meses de su relación, Gayle se encontraba cartas de amor de vez en cuando en el maletín y eso le hacía mucho más soportable el tiempo que pasaba en la bolsa. La sonrisa se desvaneció en cuanto terminó de leer y en lugar de volver a leerlo, aplastó el papel y lo tiró al suelo. Para comprobar, Gayle abrió el armario y lo encontró vacío.
—Ya veremos si esto ha terminado, Lena. Vas a tener que hablar conmigo, porque con esta nota no me vale —Gayle cogió la botella de whisky y se sirvió un vaso entero. Se lo bebió de un trago y lo llenó de nuevo para alimentar su rabia. La botella de vino y las rosas estaban en la encimera, burlándose de ella por la traición de Lena. Gayle cogió la botella y la estrelló en la pared. Las espinas que se le clavaban en los dedos no penetraron la neblina del whisky cuando hizo trizas el ramo y lo tiró a la basura.
—¿Lista? —Kara entró en el salón de su casa. Estaba lleno de trofeos y fotografías de su carrera en las pistas y Lena estaba allí desde que se había duchado y vestido. Cuando Kara entró, Lena estaba acariciando delicadamente con un dedo el trofeo de Wimbledon que acababa de llegar a casa con ella. Dentro de pocas semanas, la fotografía enmarcada en la que aparecía mostrándolo a la multitud de la pista central colgaría a su lado, como con los otros que había en la sala.
Lena pasó a otra foto de Kara con otras dos mujeres que se parecían un poco a ella, pero como había dicho Kara, las dos eran más altas. Aparte de la estatura, una tenía el pelo castaño y la otra rojizo, y ambas tenían la misma sonrisa resplandeciente.
—¿Éstas son tus hermanas?
—Sí, ahí estamos en el Abierto de Francia del año pasado. Tenían tiempo libre y vinieron a verme jugar. Les debo mucho y me siento feliz cuando miro a las gradas y las veo animándome. Seguro que te parece muy inmaduro, pero son la única familia que tengo —Kara se metió las manos en los bolsillos de sus pantalones de lino y se quedó mirando al suelo tras su confesión. Alex y Sam eran las dos únicas personas, aparte de Clark y Mike, que no querían nada de ella. El dinero, la fama y la publicidad de aparecer en los periódicos de su brazo no tenían importancia para ellos.
Lena se acercó y puso la mano en el brazo de Kara. Al ver este lado vulnerable de Kara, se dio cuenta de que había juzgado mal a la persona del avión. Ésta era la auténtica Kara.
—No, eso no te hace inmadura, Kara, te hace increíblemente tierna —cuando los ojos azules se posaron en ella, Lena comprendió por qué tantas mujeres habían sido víctimas de ellos.
—Gracias por pensar eso —dijo Kara.
—¿Tus padres han muerto? —Lena sentía curiosidad porque no había fotos de una pareja mayor en ninguno de los marcos esparcidos por la habitación. El brazo que tenía bajo la mano se puso de piedra ante la pregunta y eso la llevó a pensar que habían muerto en un accidente horrible y lamentó haberlo preguntado.
—No, están bien y viven en Atlanta. Por desgracia, están en desacuerdo con mis hermanas y conmigo y no nos hablamos muy a menudo. La verdad es que prefiero no hablar de ello —Kara respiró hondo y trató de soltar la rabia instantánea que la había inundado con la pregunta inocente de Lena.
La actitud de sus padres, unida a las cartas que estaba recibiendo, empezaba a hacer cada vez más mella en Kara. Le daba asco que las personas que se suponía que más la querían estuvieran en realidad de acuerdo con el contenido de las cartas que estaba recibiendo.
—Lo siento —Lena apretó el brazo de Kara, intentando consolarla, y se alegró al notar que los músculos se relajaban bajo su mano.
—No lo sientas, no es culpa tuya y tampoco mía. Mis padres nos han condenado a todas al infierno por nuestra forma de vivir. Una hija homosexual ya habría sido malo, pero tres era un exceso, en su opinión. El colmo es que o una o las tres aparecemos constantemente en las páginas de deportes o en televisión restregándoselo en la cara —Kara hizo un gesto con los dedos, como marcando comillas, al decir esto—. Nunca han asistido a un partido ni nos han apoyado desde que yo tenía dieciséis años. El abismo que hay entre nosotros es ya tan grande que jamás podremos cruzarlo y a estas alturas no creo que ninguno de nosotros quiera hacerlo.
—Bueno, pues esas dos señoritas han hecho un trabajo magnífico contigo —dijo Lena, señalando la fotografía que había estado mirando antes. Con eso la sonrisa volvió al rostro de Kara y Lena advirtió que seguía con la mano en el brazo de la alta mujer—. ¿Has mencionado algo sobre cenar?
Kara miró a Lena y se echó a reír. La noche anterior, Lena había comido el doble que ella y le había echado el ojo al trozo de pescado que Kara se dejó en el plato. Sólo pareció satisfecha después de comerse la segunda porción de tarta de queso que había traído Kara como postre.
—Efectivamente, pero vas a tener que esperar a que haga una parada en el camino —Lena hizo un puchero y Kara casi se echó a reír de nuevo. La mujer que tenía delante era un poco mayor que ella, pero al verla con el vestido de playa que se había puesto, parecían de la misma edad.
—¿No puede esperar?
—No, mi librero ha encontrado una primera edición de La conjura de los necios y quiero pasarme a recogerla. Si eres paciente conmigo, te prometo que valdrá la pena —Kara le ofreció la mano como invitación y miró a Lena haciendo su propio puchero.
—Eres un enigma, Kara Danvers. Yo creía que los deportistas sólo leían revistas de deporte y veían el canal ESPN en televisión —Lena aceptó la mano que se le ofrecía, esperando que no le sudasen las palmas. Se sentía un poco nerviosa de estar aquí con Kara mientras Gayle estaba tan cerca. Lena estaba segura de que Gayle ya habría encontrado la nota y estaría buscándola. Su único deseo era que la que en breve iba a ser su ex amante consiguiera ayuda y se interesara por otra persona antes de volver a verse. Para Lena la relación había acabado y no estaba dispuesta a seguir siendo el sistema de apoyo de Gayle ni su pretexto para buscarse excusas.
—Sólo leo revistas de deporte cuando aparezco en la portada y sólo veo el ESPN cuando dan noticias sobre mí —dijo Kara lo más seria que pudo, para intentar hacer sonreír a Lena.
—Ah, ésta es la Kara Danvers que conozco y quiero —esto último se le escapó antes de poder censurarlo y la sonrisa de Kara fue tan intensa como el rubor de Lena.
Kara le estrechó la mano, dejando pasar el comentario sin ponerla más en evidencia.
—Lo cierto es que leo más libros que revistas de deporte y sólo veo la televisión muy de vez en cuando. Eso no encaja con esa imagen mía que presenta la prensa amarilla, pero tampoco he sido nunca dada a querer encajar con la definición que otras personas quieran dar de mí.
Lena siguió a Kara hasta la parte de atrás de la casa mientras la tenista tiraba suavemente de ella para llevarla a la puerta del garaje.
—¿Y todo eso que cuenta la prensa amarilla sobre tus noches de vino, mujeres y música?
—Bueno, eso no es ningún enigma, Lena. Me gustan las mujeres, me gusta divertirme y no voy a pedir disculpas por ello. No tardará en llegar el día en que la gente diga, “Kara Danvers, ¿y quién es ésa?” al oír mi nombre y eso no me molesta tanto como a otras personas que han estado en la cumbre antes que yo. Me sustituirá otro chico malo u otra chica mala que dará más juego en la prensa y cuando llegue ese día, las chicas que ahora me llaman para pasarlo bien se dedicarán a otra cosa —Kara alcanzó sus llaves y abrió la puerta del garaje. Lena vio que había un Mercedes negro aparcado al lado del todoterreno en el que ya había visto a Kara. Tras apretar rápidamente un botón, las luces del coche soltaron un destello y las puertas se abrieron.
—Y cuando eso ocurra, ¿qué harás?
—Cuando eso ocurra, viviré de una forma muy parecida a como vivo ahora. Juego al tenis, leo libros y le enseño algunos trucos nuevos a mi viejo perro. Ya sé que cuando nos conocimos no te causé muy buena impresión, pero no estoy tan mal. Por lo menos, eso creo yo. ¿Te sorprendería saber que ninguna mujer que hayas leído que pueda haber tenido una relación conmigo ha puesto jamás el pie en mi casa? Jo, ni siquiera saben dónde vivo. Date cuenta de que sólo tengo veintidós años, no he tenido tiempo de ganarme la fama que me han endilgado —Kara le abrió a Lena la puerta del coche y la ayudó a meterse en el asiento del pasajero. Lena sonrió, mirando a Kara mientras ésta pasaba por delante del coche, y pensó en lo que acababa de decir.
—¿Entonces por qué estoy yo aquí? —miró el perfil que tenía al lado y puso la mano en el brazo de Kara. Ésta se quedó callada tanto tiempo que Lena pensó que no iba a contestar o que estaba intentando encontrar la respuesta escrita en la pared llena de herramientas de jardinería que había delante del coche.
—Me pareció que te vendría bien un refugio y eso es lo que esta casa significa para mí. No está totalmente aislada, pero casi. Mañana seguirás adelante y puede que nunca te vuelva a ver, si eso es lo que quieres, así que supongo que quería pasar una noche contigo. Suena a tópico, mi querida Lena, pero tienes algo que me resulta… bueno, no sé cómo me resulta, pero hace que me den ganas de saber más sobre ti. De modo que esta noche compraré un libro, te llevaré a cenar, te dejaré ante la puerta de tu habitación y te desearé buenas noches. Y mañana te llevaré al aeropuerto con la esperanza de haberte hecho más llevadero este mal momento —cuando terminó, Kara pulsó el botón de apertura de la puerta del garaje y arrancó el coche. Antes de salir tras meter la marcha del coche, miró a Lena y añadió—: Se me olvidaba una cosa.
—¿El qué?
—Se me olvidaba decirte lo guapa que estás esta noche.
Lena se alisó tímidamente el vestido playero que se había puesto. La prenda de algodón de color amarillo brillante iba sujeta con unos finos tirantes y le quedaba bien con el pelo y el sol que había cogido. Lena no estaba buscando cumplidos, pero se había quedado un poco decepcionada al ver que Kara no decía nada. “Esto no es una cita, Len, ¿por qué iba a decir nada?” Lena sonrió, aunque por dentro se estaba regañando. Lo único que no había planeado ponerse era un jersey ligero encima del vestido, pero al salir de la ducha se dio cuenta de que la marca que era una impresión perfecta de los dedos de Gayle en su brazo resultaba claramente visible. Un recordatorio de la pérdida de control de Gayle.
—Gracias —cuando Kara arrancó el coche y salió a la autopista, Lena volvió a apoderarse de su mano. Si sólo iba a ser una noche, iba a aprovecharla al máximo. No se sentía culpable por querer ser feliz, aunque sólo fuese durante unas horas.
—Lena, te presento a Barnaby Philpot Perry —Kara se puso detrás de Lena tocándole los riñones al hacer las presentaciones—. Y sí, se llama así de verdad.
El caballero ya mayor de barba blanca y ojos casi negros salió de detrás del mostrador, cogió la mano de Lena y se la besó.
—Kara, me has estado ocultando cosas, esta criatura es simplemente divina.
—Gracias, Barnaby, nos acabamos de conocer, lo sabe todo sobre mí y así y todo, ha aceptado salir conmigo. Me he pasado para recoger mi libro y llevar a cenar a la criatura divina.
Lena estaba observando la tienda, admirando las pilas de libros antiguos y coleccionables bien cuidados mientras Kara hablaba con este anciano aparentemente excéntrico.
—Tiene una tienda estupenda, señor Perry —añadió para tratar de desviar la conversación de su persona.
—Gracias, querida, pero por estupenda que le parezca, no se puede comparar con la biblioteca que aquí mi amiga tiene en su casa. Me siento feliz al saber que cada vez que se lleva uno de mis tesoros, va a habitar en esa habitación maravillosa. Vaticino que en el futuro hablarán más de la colección Danvers que de ese deporte tan tonto que practica —Barnaby le entregó a Kara su libro y le dio también a Lena un pequeño paquete. Lena estuvo a punto de protestar, pero Kara hizo un gesto negativo a espaldas del librero.
—¿Me estás ocultando algo, Kara, con eso de la colección Danvers? —preguntó Lena, con lo que logró que Barnaby se diese la vuelta y pudo fulminar en broma a Kara con la mirada.
—Qué vergüenza, Kara, es la mejor habitación de toda la casa ¿y no se la has enseñado? —las arrugas que le rodeaban los ojos le indicaron que estaba tomándole el pelo. Barnaby siempre estaba deseoso de que Kara regresase de sus viajes, pues sabía que no tardaría en pasarse por allí o llamarlo para ver si tenía algo nuevo.
El viudo había conocido a la tenista dos años antes, cuando entró en su tienda un día en busca de nuevo material de lectura. Le asombraba que una persona joven todavía leyese a los clásicos y que le gustase sentarse con él para comentarlos. Cuando compró la casa, Kara transformó una de las habitaciones en biblioteca, con butacas cómodas y gran cantidad de estanterías de roble. Habían pasado muchas tardes después de sus entrenamientos sentados el uno frente al otro leyendo un libro. Para Barnaby era una alegría, porque desde la muerte de su esposa se había quedado sin familia y Kara nunca le daba la impresión de estar siguiéndole la corriente a un viejo.
—Error que corregiré cuando lleguemos a casa, Barnaby. Ahora sé bueno y llámame esta semana para comer juntos. Ah, y antes de que se me olvide, te he traído una cosa —Kara salió al coche para coger el libro que le había comprado en Inglaterra.
—Qué encanto de chica es Kara—dijo Barnaby. Se lo decía a Lena, pero miraba a Kara mientras ésta cogía algo del asiento trasero.
—Sí que lo es. Yo la acabo de conocer, pero me doy cuenta de que en ella hay más de lo que la mayoría de la gente se imagina. Parece ser buena amiga de la gente a la que quiere —Lena también miraba a la alegre joven que ahora regresaba a la tienda.
—Puede considerarse afortunada de que la considere su amiga, Lena —las campanillas de la puerta sonaron y el anciano alargó las manos para recibir su regalo—. ¿Qué me has traído?
—No está en muy buen estado, pero me lo perdonarás cuando veas la fecha de edición. Que lo disfrutes y no te quedes levantado toda la noche para intentar acabarlo —Kara le entregó la edición encuadernada en cuero de los sonetos de Shakespeare que se había dedicado a buscar durante sus ratos libres en el torneo. Shakespeare era uno de los autores preferidos de Barnaby, que tenía una de las mayores colecciones de sus escritos que había visto en su vida. Se quedó mirando el libro y luego abrazó a Kara.
Las dos mujeres se despidieron y volvieron al coche para ir a cenar a Tampa. Kara había dejado los dos libros con los que se habían marchado en el asiento de atrás después de ayudar a Lena a subir al coche y luego agitó la mano para saludar a Barnaby, que estaba en el escaparate con su libro debajo del brazo.
—Qué detalle tan cariñoso has tenido con él —Lena volvió a apoderarse de la mano libre de Kara en cuanto estuvieron en la autopista. Se alegraba de que Kara no fuese una de esas personas a las que no les gustaba que les invadiesen su espacio personal.
—Todavía no he ido a la universidad, así que considero a Barnaby mi maestro de la vida. Le gusta buscarme cosas que leer y luego me habla de ellas. Su mujer murió hace unos cuatro años y las grandes cadenas le han arrebatado parte del negocio, pero él sigue aguantando —Kara la miró un instante y luego volvió a fijarse en la carretera. Lena empezaba a lamentar tener que marcharse por la mañana. Había tantas cosas más que quería saber sobre Kara Danvers.
—¿Me vas a enseñar la habitación preferida de Barnaby? —Lena volvió el cuerpo sin soltar la gran mano y apoyó la espalda en la puerta para ver mejor el perfil de Kara. Sin mirarla, Kara sonrió, asintió con la cabeza y le estrechó los dedos. No tuvieron necesidad de hablar de nada más durante el resto del trayecto.
El restaurante elegido por Kara era un local italiano iluminado románticamente, con una gran vista y comida aún mejor. La joven que las llevó a su mesa era la hija del dueño y ya conocía a Kara de ocasiones anteriores. Cuando Lena enarcó una ceja ante el cariñoso recibimiento que dio a la mujer alta, Kara se echó a reír. “Ésta debe de ser toda la preparación para ponerme a tono para más tarde”, fue lo que se le pasó por la cabeza al darse cuenta de que Kara ya había estado aquí. “Porque, cariño, una no viene a comer sola a un sitio como éste”.
—¿Cómo están Clark y Mike? —preguntó la encargada.
—Están bien, les daré saludos de tu parte.
—¿Hoy no cenan contigo?
—No, esta noche vamos a ser sólo la señorita Luthor y yo, Francesca. ¿Qué tal si nos traes una botella de Chianti mientras decidimos lo que vamos a comer?
La joven se volvió y fue a los estantes de vino de la parte del fondo a buscar el vino que le gustaba a Kara.
—Creía… —empezó a decir Lena, sin saber cómo terminar la frase. Kara miró los platos especiales que aparecían en el menú, sin mirar a Lena cuando ésta interrumpió el silencio que se había hecho al marcharse Francesca.
—Ya sé lo que creías. Velas, música romántica, vino y vistas al mar suponen que más tarde te tienes que acostar conmigo. Vengo aquí a veces con Mike y Clark cuando estoy en casa y, te lo aseguro, no me interesa acostarme con ninguno de ellos. El padre de Francesca hace una salsa estupenda y unos platos de ternera aún mejores, que he pensado que te podrían gustar, pero si prefieres, podríamos ir a un sitio… no sé, ¿más iluminado?
Antes de que Lena pudiera decir nada, Francesca regresó a su mesa con la botella que había pedido Kara y dos copas. Sirvió un poco en la copa de Kara, esperando a que diera su aprobación antes de servir otro poco en la copa de Lena.
—Lo siento, Kara.
—No tienes nada que sentir, capitana. En cierto modo tienes razón, soy esa persona de la que todas tus amigas te dicen que te alejes. Pero te he prometido portarme bien y es lo que voy a hacer —Kara alzó su copa y esperó a que Lena hiciera lo mismo. Se echó hacia delante para entrechocar su copa con la de la rubia y recitó una estrofa de su poema preferido—. Diré esto con un suspiro dentro muchos siglos: dos caminos se separaban en el bosque y yo… yo tomé el menos transitado y ésa ha sido toda la diferencia.
—Robert Frost, ‘El camino no tomado’ —susurró Lena. Bebió un poco de vino y gozó de la sensación de calor que le dio al bajar por su garganta—. Podrías volver loca a una chica con tanto romanticismo, Kara. En algún lugar, dentro de muchos siglos, habrá una mujer que habrá amado su vida porque pudo compartirla contigo —la saludó alzando de nuevo la copa y juró que esa noche ni un solo detalle más de las tan cacareadas hazañas de Kara la volvería a molestar. Pasar el rato con la tenista la ayudaría a averiguar más cosas sobre la persona que era que leyendo un artículo sobre ella en el Enquirer.
La cena duró tres horas, en el curso de las cuales dieron cuenta de varios platos, postre y bebidas. Conversaron de temas ligeros y los otros clientes las miraban a menudo cuando se reían por diversas cosas. Era justamente el tipo de velada que a Lena le había apetecido para sus vacaciones, sólo que ni se le había ocurrido pensar que la compartiría con Kara Danvers. Su idea de final perfecto habría sido un paseo por la playa, pero un recorrido por la inmensa colección de libros raros de Kara también estaba muy bien.
Quitándose los zapatos, Lena pidió una sola cosa.
—Léeme lo que más te guste de todo lo que tienes aquí.
Kara fue al otro lado de la habitación, subió por la escalerilla con ruedas hasta el estante más alto y sacó un libro. Lo dejó en la mesa del café para quitarse los zapatos, encantada con la risa de Lena cuando ésta vio el título.
—¿Guerra y paz? Te das cuenta de que me voy mañana, ¿verdad?
—Sólo quería ver si seguías despierta después de esos dos postres y medio que te has comido —esquivó el pequeño almohadón que le tiró Lena con indignación fingida y luego se levantó para coger otro libro.
Dos caminos se separaban en un bosque amarillo,
Y lamentando no poder tomarlos ambos
Al ser un solo viajero, me quedé largo rato
Siguiendo uno con la mirada todo lo lejos que pude
Hasta donde se perdía en la maleza;
Entonces tomé el otro, igual de bello,
Y tal vez más digno,
Pues era herboso y no estaba desgastado;
Aunque a ese respecto, el paso por ellos
Los había desgastado a ambos por igual,
Y ambos estaban esa mañana igualmente cubiertos
De hojas que ningún pie había ennegrecido a su paso.
¡Oh, dejé el primero para otro día!
Pero sabiendo que un camino lleva a otro,
Dudaba de si volvería alguna vez.
Diré esto con un suspiro
En algún lugar dentro de muchos siglos:
Dos caminos se separaban en un bosque y yo…
Yo tomé el menos transitado,
Y ésa ha sido toda la diferencia.
Kara leyó el poema completo de Robert Frost que había citado durante la cena. Cuando terminó, Kara levantó la mirada y vio a Lena recostada en la butaca con los ojos cerrados.
—Gracias por este día. Hacía mucho tiempo que no lo pasaba tan bien y lamento que tenga que terminar tan pronto —dijo Lena sin abrir los ojos, disfrutando sencillamente de la habitación de la que había hablado Barnaby con tanto cariño. Cuando los abrió, Lena aceptó la mano de Kara para levantarse y su ofrecimiento de acompañarla hasta la puerta del cuarto donde iba a dormir.
Kara le devolvió a Lena sus sandalias y sonrió.
—Buenas noches, Lena, espero que tengas buenos sueños —Kara la besó suavemente en los labios, luego se volvió y se dirigió al dormitorio principal. Lena cerró su puerta y se apoyó en ella, llevándose los dedos a los labios. No era el tipo de beso recibido de una amante, ni siquiera de alguien con quien se hubiera salido una vez, pero de todas formas le había producido un hormigueo por todo el cuerpo.
—Buenas noches, Kara, y creo que eso va a ser imposible ahora.

JUEGO, SET Y PARTIDO (ADAPTACIÓN SUPERCORP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora