Capítulo 7

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—Señora, por favor, no puede atacar a una persona esposada —uno de los agentes de seguridad miraba a Kara para ver si estaba dispuesta a ayudarlo a separar a Lena de la mujer a quien la policía intentaba llevarse detenida. En cuanto le quitaron el pasamontañas, todo el mundo se quedó de piedra cuando Lena se lanzó contra Gayle con la intención de machacarla y de hecho consiguió darle unos cuantos puñetazos antes de que los de seguridad lograran sujetarla.
—¿Y por qué no? Acaba de intentar matar a Kara. Yo creo que eso me da derecho a pegarle un puñetazo —tenía el puño preparado por si el agente de seguridad estaba de acuerdo con ella.
—Vamos, matoncilla, no te vayan a llevar a ti también al calabozo —dijo Kara. Fue Gayle la que trató de abalanzarse sobre ellas cuando Kara se acercó más y pegó a Lena a su cuerpo abrazándola. El hombre alto que la había estado sujetando tiró a Gayle al suelo y se sentó encima de ella hasta que la policía que acababa de llegar se la pudiera llevar detenida.
—¿Conoce a esta mujer, señorita Danvers? —el hombre que se lo preguntó mostró su placa mientras otros dos agentes se llevaban a Gayle a un coche patrulla que esperaba.
Kara explicó de qué conocía a Gayle y por qué creía que la mujer la había atacado. Lo único que no sabía era si había sido Gayle quien la había atacado aquella noche fuera del restaurante. Cuando Clark, las hermanas de Kara y Eve llegaron para recogerlas, la policía ya se había llevado a Gayle.
—¿Estás segura de que no te ha herido? —Lena tenía ganas de volver a echarse a llorar, ahora que el motivo de su ira estaba sentado en la parte trasera de un coche de policía. Se había querido morir al ver el cuchillo que se hundía en el costado de Kara con toda la fuerza de la que era capaz Gayle.
—Estoy bien, cariño, te lo juro. Ni me ha rozado, pero ojalá los de seguridad no hubieran llegado tan deprisa.
Las pequeñas manos no se detuvieron hasta que Lena se convenció de que el cuchillo sólo había rajado la bolsa y no a Kara.
—¿Por qué?
—Porque… —empezó a decir Kara al tiempo que se agachaba y abría la bolsa, sacando dos de las raquetas—. La muy zorra me ha cortado las cuerdas y el tipo que me tensa las raquetas está en Florida —las dos raquetas que mostró Kara tenían un agujero hacia el centro.
—Seguro que podemos encontrar en la ciudad a alguien que te las pueda encordar como a ti te gusta, cielo —a Lena le entraron ganas de echarse a reír por la cara que le puso Kara, pero pensó que a Kara no le haría gracia. Volvió a tener una sensación de hilaridad desbordante, teniendo en cuenta lo que le podría haber ocurrido a Kara, cuando Clark vio lo que sujetaba su estrella y se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Todas? —preguntó el compañero del entrenador. Kara asintió con la cabeza contestando a la pregunta de Mike y al instante éste se puso a marcar un número en su móvil.
A su lado, Clark se limitó a comentar:
—Y Günter está en Tampa.
Lena pensó que ya acabarían diciéndole cuál era la tragedia mientras el grupo examinaba todas las raquetas de la bolsa.
El trayecto de vuelta al piso de Lena transcurrió en silencio una vez terminaron de hablar con el detective de policía asignado al caso. Eve miró un par de veces por el espejo retrovisor cuando el tráfico se detuvo y vio a Lena abrazando a Kara, que iba dormida. Cuando sus ojos se encontraron, Lena le mostró los dedos cruzados y sonrió. Tener una ex amante que había intentado asesinar a la actual era una experiencia nueva para ella. “No sabía que era digna de que se luche por mí hasta este extremo”.
Después de ducharse, Kara se retiró para echarse una siesta a solas, pues Eve y Lena iban a salir a encargar comida en el restaurante del final de la calle. Lena había invitado a cenar a las hermanas Danvers y a Natasha después de que le jurasen que no les importaba comer en el suelo. Regresaron y cuando estaban a media manzana de distancia las dos mujeres vieron un coche que se detenía y del que bajaron dos hombres.
Ambos hombres, de constitución atlética, sacaron unas grandes bolsas negras del maletero del coche y luego consultaron un trozo de papel, como si buscasen una dirección. Antes de que pudieran echar a andar por la calle buscándola, Lena y Eve llegaron junto a ellos.
—¿Necesitan ayuda? —Lena sujetó bien la bolsa de comida en los brazos y se mantuvo a una distancia prudencial de los dos desconocidos.
—Por favor, ¿sabe dónde es esta dirección? —el alto hombre rubio tenía un fuerte acento alemán y le ofreció a Lena el papel que tenía en la mano.
—Eso es fácil, porque es la mía. ¿Desean algo? —Lena le devolvió el papel y esperó a que contestaran.
—Tenemos una entrega para Kara Danvers y Clark dijo que la encontraríamos aquí.
Lena reconoció la forma de las bolsas, parecidas a la que Kara usaba para llevar su equipamiento, y sonrió, pensando que a Kara le gustaría lo que hubiera en ellas.
—¿Raquetas, supongo?
—Sí, señora. Algunas de las que estaban cortadas y otras que nuestro jefe ha pensado que le gustaría probar. La compañía ha enviado a Günter en un vuelo especial para ocuparse de todo, así que esperemos que esta noche haya terminado con todas las que quedan.
La puerta del edificio se abrió y salió Kara, vestida con el pantalón de chándal y la camiseta que había dejado en la cama esa mañana. Con aspecto más descansado y calzada con zapatillas deportivas, llegó al lado de Lena y le dio un beso.
—¿Quién es su jefe? —Lena señaló a los dos hombres, vestidos de forma parecida a la de Kara.
—Uno de los vicepresidentes de la empresa que fabrica las raquetas Head —contestó Kara antes de adelantarse para estrecharles la mano a los dos repartidores. Una vez intercambiados los saludos, uno de los rubios se puso a abrir latas de pelotas, echándolas en una canasta de entrenamiento que había sacado del maletero. Cuando Lena estaba a punto de preguntar qué estaba haciendo, Kara abrió una de las bolsas en la acera y sacó un montón de raquetas.
Durante la hora siguiente, Lena y la gente a la que había invitado se quedaron sentadas en los escalones de su edificio viendo a Kara jugar al tenis en la calle. Metódicamente, Kara iba sacando todas las raquetas de las bolsas y probándolas hasta que quedaron seis apoyadas en las piernas de Lena.
Kara cogió una de las nuevas que le había enviado su patrocinador y abrió la última lata de pelotas. Con una sonrisa, llamó a Eve.
—¿Quieres jugar conmigo?
—Ooh, Eve, yo que tú tendría cuidado, conozco bien esa cara que se le pone. Vas a tener problemas —dijo Natasha riendo cuando la amiga de Lena tragó con fuerza a su lado.
—Intenta recordar que yo no me gano la vida con esto. ¿Vale?
—Procuraré —Kara le guiñó un ojo a Lena y luego lanzó la primera bola. Algunos de los niños que estaban mirando corrieron detrás de la pelota cuando Eve intentó golpearla y falló. Los nuevos vecinos de toda la manzana de Lena estaban encantados con la oportunidad de ver un Abierto más personal desde sus ventanas.
A Alex se le salió la cerveza por la nariz cuando una anciana le pidió a Lena que si a continuación tenía planeado salir con Becky Hammon del New York Liberty se lo comunicara para poder bajar a la cancha del parque para mirar. La jugadora de voleibol no sabía qué tenía más gracia: el comentario de la anciana o el sonrojo de Lena.
—Gracias, chicos, decidle a Wilson que le agradezco la celeridad —Kara estrechó la mano de los dos tenistas que le habían traído las raquetas.
—¿Se llama Wilson y trabaja para Head? —preguntó Lena. Kara le dio un pescozón delicado y luego cogió una bolsa para llevarla arriba. Clark y Mike cogieron la otra, contentos de que todo hubiera salido bien, incluido el detalle de tener todas las herramientas que iba a necesitar Kara para el resto del torneo.
Una vez arriba, Lena y Natasha se afanaron en la cocina calentando la comida que había quedado olvidada en los escalones cuando Kara se puso a jugar. Lena tomó nota de la cantidad que tendría que encargar la próxima vez que se le ocurriera la idea de invitar a cenar en casa a una jauría de atletas hambrientos. Después de despedirse en los escalones del edificio con besos y abrazos, Sam y Alex se ofrecieron a acompañar a Eve y Natasha a sus respectivos hogares esa noche y los hombres llamaron a un taxi que pasaba, de modo que Lena se llevó a su tenista arriba para darle un baño caliente.
—Debes de haber perdido dos kilos a base de sudar ahí fuera y seguro que has ganado casi tres a base de mugre.
Kara no se tomó demasiado en serio los aspavientos de Lena, puesto que la pelinegra estaba de rodillas desnuda al lado de la bañera. Se metió dentro y se arrodilló entre las piernas de Kara para poder lavarle el pelo.
—Levanta una pierna, por favor, tesoro.
Kara dejó colgando media pierna izquierda por fuera de la bañera para que Lena tuviera espacio para acercarse más. Cuando Lena así lo hizo, Kara se metió en la boca el pezón que tenía justo delante, haciendo que Lena se olvidase de lo que estaba haciendo por un instante.
—Qué bien sabes —dijo Kara alrededor de su amigo ahora todo animado.
—Ah, no, quieta ahí. Ya sé que mañana no tienes que jugar, pero te vas a dar un baño y a acostar. Por mucho que me guste ver tu lindo culito corriendo por toda la pista, los partidos cortos me gustan mucho más. Y me da la sensación de que a ti también —Lena oyó y notó que Kara la soltaba con un pop.
—Aguafiestas.
—Sólo quiero cuidarte —Lena aclaró el jabón del pelo de Kara y terminó la tarea con un beso.
—Y yo te lo agradezco —dijo Kara con una sonrisa. Cuando Kara estuvo seca y vestida con otra camiseta y pantalones cortos, Lena la instaló apoyada en el cabecero de la cama y le dio de comer el postre.
Kara oía a Lena lavando los platos que habían usado, pero la mujer de ojos verdes le había dado órdenes estrictas de quedarse en la cama y no entrar en la cocina. Tenía la esperanza de que fuese porque Lena quería que descansase y no porque no sabía qué decir después de lo que había ocurrido esa tarde. Lena se acurrucó pegada a ella en cuanto apagó las luces y se puso un corto camisón.
—Gracias por venir a todos mis partidos hasta ahora. Para mí es muy importante levantar la mirada y verte sentada en las gradas —dijo Kara suavemente y estrechó más a Lena. El sólido cuerpo cargado de curvas le resultaba tan gozoso pegado a ella que Kara no pudo evitar dejar que sus manos se pasearan un poco. Lena era tan bella físicamente que le recordaba a Kara una cosa que había leído una vez en un libro. “Tenía figura de reloj de arena con treinta minutos extra añadidos porque sí”. O algo así, y ahora sé a qué se refería. El pensamiento vagó por la mente de Kara mientras su mano se posaba en el trasero de Lena.
La boca de Lena se curvó en una sonrisa al oír lo que había dicho Kara. Era muy tierno, teniendo en cuenta la cantidad de gente de todo el planeta pegada a sus televisores para poder ver jugar a Kara, que fuese Lena quien más le emocionaba a la tenista tener allí.
—No más importante de lo que es para mí estar ahí para verte jugar. En cierto modo, es un poco raro.
El largo cuerpo que estaba debajo de Lena se agitó un poco cuando se echó a reír.
—¿Raro?
—No raro en el sentido de extraño, mi amor. Raro en el sentido de ver a alguien que hace una cosa para ganarse la vida que otra gente quiere ver y aplaudir. ¿Tú le ves el sentido?
—Nunca me lo he planteado así.
—No me quejo, me gusta ver cómo haces algo que te encanta. A mí me encanta volar, pero no tengo un club de fans y no aparezco con el culo al aire en un cartel publicitario en Times Square —Lena besó la extensión de piel que tenía bajo los labios, deseando que el torneo terminase para que Kara se pudiera relajar un par de semanas.
—No estés tan segura, yo soy una gran fan tuya y si quieres, puedo decirle a Mike que hable con Nike. He visto tu culo y sin la menor duda puede competir perfectamente con el mío en Times Square.
—No sé por qué eres fan mía. Hoy casi logro que te maten —Lena se subió un poco y apretó la boca de Kara con los dedos para detener la protesta que se avecinaba—. Sabes que tengo razón. La loca ésa no habría intentado matarte de no ser por mí.
Kara abrió la boca y mordisqueó los dedos de Lena, logrando que la mujer más menuda se echase a reír y olvidara la depresión que le estaba entrando.
—Yo también querría matar a alguien si te apartaran de mi lado, Lena. Eres tan especial y te quiero tanto…
Los dedos volvieron a detener a Kara al tiempo que la cara de Lena se teñía de rojo.
La idea de lo que podría haberle ocurrido a Kara se coló de nuevo en el cerebro de Lena como una pesadilla y soltó un sollozó desde lo más hondo del pecho. Cuando el cuchillo de Gayle se clavó en la bolsa de Kara, en ese instante de violencia, Lena se dio cuenta de estaba tan enamorada de ella que se habría muerto al ver herida a Kara. Qué tragedia habría sido saber eso en un instante para que se lo arrebatasen al instante siguiente.
—Tú no me has apartado de nadie, Kara. Lo intenté, de verdad que lo intenté, pero las peleas y la bebida me habían agotado. Esa noche Gayle me dio miedo en aquellas dunas y no he podido olvidar la cara que tenía mientras luchaba por no pegarme. Ahora ha intentado hacerte daño a ti —Lena se echó a llorar de verdad al confesar esto.
—Oye, Len, tranquila. Estamos bien y Gayle ya no puede hacernos daño. Venga, todo va a ir bien —Kara estrechó a la llorosa mujer entre sus brazos y la sostuvo mientras hablaba—. ¿Quieres saber una cosa de la que me he dado cuenta hoy?
La cabeza azabache asintió contra su pecho y el llanto se fue calmando, sustituido por hipidos.
—Hoy estaba jugando y Marsha me estaba dando una paliza, regodeándose a placer, y por un momento pensé que iba a perder contra la niña bonita de América —Lena levantó la cara del pecho de Kara, interesada por saber por dónde iba la historia—. El año pasado la mera idea me habría cabreado, por todo el esfuerzo que supone prepararse para un torneo como el Abierto, pero este año pensé que tú no me ibas a despreciar si perdía, por lo que no me importaba tanto. Levanté la mirada y te vi ahí, mordiéndote las uñas, y de repente caí en la cuenta.
—¿De qué, tesoro?
—De que te quiero, Lena. Entiéndeme bien, no te considero un trofeo, pero si pudiera ganar tu corazón, podría no volver a ganar otro partido de tenis y me daría igual.
“En los libros cuando alguien confiesa su amor, la chica le da un besazo, no se echa a llorar como si se le acabara de morir el perro”, pensó Kara cuando Lena se puso de nuevo a sollozar pegada a su pecho.
—Podrías decirme eso un millón de veces al día y jamás me cansaré de oírlo.
Kara usó el faldón de su camiseta para secarle la cara a Lena después de que lograra decir eso entre lágrimas.
—Basta de lloros por esta noche, cosita bonita. Vamos a dormir para que mañana no estés cansada en el trabajo. ¿Dónde vas por la mañana?
—Tengo un vuelo por la mañana hasta Houston y de ahí a Dallas, donde me quedo enfriando motores tres horas antes de volver. He aceptado el horario cacoso esta vez para poder cogerme unos días para ver el resto de tus partidos.
Kara rodó de lado para poder arropar el cuerpo de Lena con las mantas. Después de un tierno beso, Kara se pegó a ella por detrás y se relajó.
—¿Cómo voy a dormir cuando vuelvas a Florida? —preguntó Lena, poniendo la mano sobre la que Kara le había colocado en el abdomen por debajo del camisón.
—Muy fácil, no voy a volver a Florida. Al menos, no sin ti.
Lena sonrió en la oscuridad al oír la respuesta y se puso la mano de Kara entre los pechos. Detrás de ella, Kara sonrió también al saber que la respuesta había acabado con algunos de los demonios que poblaban la mente de Lena.
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—Señor, hemos encontrado esto en uno de los cajones del escritorio que había en el estudio. También hemos recogido numerosos artículos de periódico sobre la señorita Danvers y su programa de partidos —el agente uniformado le pasó al detective al mando una bolsa en la que había una carta. La nota que había dentro de la bolsa de plástico era como muchas de las otras que había recibido Kara declarando que iba a morir porque era una abominación ante Dios.
—Esto no tiene sentido —murmuró Rip Hunter entre dientes tras leer la nota por tercera vez. Había escuchado la explicación de Kara sobre cómo conocía a Gayle y por qué la corredora de bolsa la había atacado.
—¿Por qué no, señor? —preguntó uno de los agentes que habían acompañado a Rip para registrar el piso de Gayle.
—Porque atacó a Kara Danvers porque la mujer le robó a la novia. ¿No les parece que eso también convertiría a la señorita Marsh en una abominación ante Dios? Esta vez no hubo ninguna amenaza durante el ataque —Rip continuó cuando le dio la impresión de que los dos policías no seguían lo que estaba diciendo—. Fuera del restaurante, Gayle Marsh se acerca corriendo a Kara Danvers y la ataca con un cuchillo. Antes de hacerlo, dice, “Muerte a los que pecan contra Dios” o algo por el estilo. Dos semanas más tarde, hace lo mismo, sólo que esta vez a plena luz del día, pero vestida igual y con la misma arma. Yo no creo que esto lo haya hecho la misma persona, pero ¿de dónde sacó la Marsh esta nota? Si la comparamos con todas las otras que me enseñó el entrenador de Kara Danvers, me apuesto la paga a que coinciden.
—Yo creo que esa zorra está loca, jefe. Más loca ahora que hace dos semanas. Los loqueros llaman a eso enfermedad mental en espiral.
—Está bien, Sigmund, recojan el resto de las cosas y volvamos a comisaría. Seguro que a la señorita Danvers le gustaría saber que la chiflada que le ha enviado todas esas notas está encerrada. Cuanto antes, mejor, porque he apostado por el resultado del Abierto este año. Esta tal Marsh podría haberme costado una fortuna si llega a impedir que Kara llegue a la final.
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—¿Tienes dinero para la comida? —preguntó Kara mientras ayudaba a Lena a ponerse la chaqueta. La pregunta hizo reír a la piloto, que se volvió en cuanto pasó los brazos por las mangas.
—Sí, pero no lo necesito. La aerolínea nos da de comer en tierra o en el aire, depende del vuelo. ¿Tú qué vas a hacer hoy?
Kara abrazó a Lena y la besó en la frente. Estaba preocupada por Lena, pues había tenido que despertarla tres veces durante la noche para sacarla de una pesadilla que Kara estaba convencida de que trataba de ella. Lo que de verdad quería hacer era pedirle a Lena que se quedase en casa y no fuese a trabajar, pero pensó que a la rubia no le haría gracia la sugerencia.
—Jugar al tenis, ver la televisión y luego esperar a que vuelvas. Te voy a echar de menos hoy, capitana —dijo Kara.
—Baja un poco, larguirucha —Lena empujó la cabeza de Kara por detrás intentando que se agachase para poder alcanzar sus labios—. Yo también te voy a echar de menos. ¿Me prometes que tendrás cuidado y que te mantendrás apartada de maníacos armados con cuchillos hasta que vuelva?
—Te lo prometo. Tú evita pájaros en vuelo rasante y auxiliares de vuelo juguetonas. Soy celosa, así que tenlo presente, Marichispas.
—No soy yo la que aparece siempre en las portadas de la prensa amarilla, Kara—Lena besó a Kara por última vez antes de salir para llamar a un taxi. Con un poco de suerte, tendría vientos favorables de cola y estaría de vuelta a tiempo de poder salir a cenar.
Cuando la piloto estaba ya casi en las puertas de Virgin en JFK, su teléfono móvil empezó a sonar y tras hurgar en el bolso lo encontró antes de que quien llamaba colgase.
—Diga.
—Hola, capitana.
—¿Qué pasa, ya me echas tanto de menos que me llamas al trabajo? —Lena saludó agitando la mano a uno de los encargados de facturación que estaba entrando en el edificio a su lado. Casi suspiró de alivio al notar el aire acondicionado en cuanto se abrieron las puertas.
—Es cierto que te echo de menos, pero no te llamo por eso. ¿Te acuerdas de que esta mañana dijiste algo de que soy yo la que aparece en titulares cada vez que sacan los periódicos? —preguntó Kara desde el banco de las instalaciones de entrenamiento.
—Sí, estoy saliendo con un imán para las tías, qué quieres que te diga.
—Cariño, ¿estás en el aeropuerto?
—De camino para recoger a mi tripulación y mi avión en estos precisos instantes.
—Antes de que salgas volando por el azul infinito, hazme el favor de pararte en uno de los quioscos de prensa, si no te importa —Kara oyó gente alrededor de donde estaba Lena cuando la piloto dejó de hablar, y cruzó los dedos deseando que el carácter de la mujer contase con un gran sentido del humor.
—¿Me tomas el pelo, Kara? —Lena se quedó mirando la portada de uno de los periódicos amarillos nacionales y se vio a sí misma bajo un titular que decía ‘La mujer que cazó a Supergirl’.
El fotógrafo había pillado a Lena en un momento de descuido cuando aclamaba algo que había hecho Kara en la pista. A pesar de la gorra de béisbol del FDNY y las gafas de sol que llevaba, era imposible no saber quién era.
—Quería avisarte antes de que te tomasen el pelo.
—Gracias —Lena siguió mirando la foto y a causa de su inmovilidad los clientes que la rodeaban empezaron a comparar la foto con la mujer que la miraba con cara rara.
—¿Estás enfadada?
—No, cielo, sólo sorprendida de que alguien haya hecho una cosa así. Yo no soy nadie.
—¿Bromeas? Eres la mujer que cazó a Supergirl. Creo que el alcalde te va a dar una medalla esta tarde cuando vuelvas —Kara se sintió mejor al oír la carcajada al otro lado de la línea. Fue un momento fugaz porque cuando levantó la mirada vio al detective del día anterior que cruzaba la pista hacia donde estaba sentada, y soltó un suspiro.
—¿Qué te pasa?
—Te lo cuento esta tarde. Buen vuelo y te quiero —dijo Kara antes de colgar y volverse hacia el policía, que tenía aire disgustado.
Lena sólo quería llamar de nuevo a Kara y averiguar por qué parecía tan irritada de repente, pero ya llegaba tarde para las comprobaciones previas al vuelo. Se quedó sorprendida al ver que no había nadie tras el mostrador de la puerta de embarque cuando llegó allí, de modo que bajó por el túnel hasta el avión para reunirse con su tripulación. Al doblar la esquina, Lena sintió que le ardía la cara al ver a todos los empleados de la Virgin que había por allí cerca esperando junto a la puerta con un periódico y un bolígrafo en la mano. El rubor empeoró cuando se pusieron a aplaudir y entonar el cántico de “Supergirl” que había resonado por la pista central el día antes.
—Así se hace, campeona. No sabíamos que tenías tantas agallas —le tomó el pelo Winn. Para que se sintiera mejor, se acercó a ella y la abrazó y luego la acompañó hasta la cabina para que recuperase un color normal.
—No voy a poder saludar a los pasajeros, ¿verdad?
—Capitana, estás enamorada y me alegro por ti. Tranquila, la única razón por la que esa gente ha hecho eso es porque les caes bien, no para ponerte en evidencia. Si un pasajero intolerante te echa en cara lo de esta foto, se encontrará con un regalito extra en el café, así que no dejes de hacer lo que tienes por costumbre. Además, era una tentación demasiado grande para pasarla por alto, teniendo en cuenta lo que llevabas puesto. No me extraña que te hayan sacado en primera plana —dijo Winn.
—Pensé que a Kara le haría gracia, así que me la puse como broma —Lena miró la camiseta de la foto y se echó a reír. Cuando se vistió después de que Kara se fuera, la camiseta que había elegido le pareció demasiado buena para no ponérsela. En ella aparecía Supergirl volando sobre el Empire State Building, llevando en brazos a una hermosa chica, y el letrero que había debajo decía ¿Quién es tu súper?
—¿Y? —preguntó Winn.
—¿Qué?
—Que cuál es la respuesta, boba.
—William, en ocasiones como ésta es importante recordar lo joven que es Kara Danvers comparada con nosotros —Lena hizo una pausa y Winn se acercó más y asintió con la cabeza—. Es alucinante la cantidad de expresiones malsonantes que conoce Kara en las que aparece la palabra súper. Así que la forma más sencilla de responder a la pregunta es que ella es mi super.
—¿Algún azote de por medio?
Ante la pregunta de Winn, a Lena se le volvieron a poner las orejas coloradas.
—Fuera.
—¿Me puedes firmar esto antes de irme?
—Fuera —Lena acompañó la orden señalando la puerta de la cabina.
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—¿Qué puedo hacer por usted, agente? —preguntó Kara. Estrechó la mano que le ofrecía y se preguntó por qué parecía tan disgustado.
—Buenos días, señorita Danvers—Rip Hunter alargó la mano tras saludar y esperó a que la tenista se la estrechara. Pensó que cuando le dijera lo que había venido a decirle, haría que lo echasen.
—Por favor, llámeme Kara. ¿Tiene más preguntas? Si es así, no sé en qué más puedo ayudarlo, salvo tal vez para decirle que hable con mi novia. Vivió varios años con Gayle, así que supongo que eso la hace más experta en esa chiflada que yo.
—He venido para decirle que la señorita Marsh ha salido esta mañana bajo fianza —fue como si una nube de tormenta le cubriera el rostro y Rip casi se estremeció.
—¿Cuánto? —preguntó Kara.
—¿Cuánto, el qué?
—¿Cuánto ha sido la fianza, detective?
Rip se sentó a su lado en el banco y vio que Natasha y Clark entraban en las instalaciones.
—Una pregunta interesante. Creo que han sido 150.000 dólares. ¿Por qué lo pregunta?
—Es que me alegra saber que cuando Lena llegue a casa e intente matar a Gayle, sólo me costará dieciocho de los grandes sacarla de la cárcel. Sólo es el doce por ciento del total, ¿verdad?
El veterano policía se echó a reír ante su razonamiento y le entraron muchas ganas de trabajar con la jugadora para atrapar a la otra persona que intentaba matarla.
—Efectivamente, Kara. Pero lo que quería preguntarle es si cree que fue Gayle la que la atacó fuera del restaurante cuando llegó a la ciudad.
—Detective Hunter, éste es mi entrenador, Clark, y ésta es mi compañera de entrenamiento, Natasha —Kara hizo un gesto señalando a los dos que se habían quedado de pie ante ellos, en silencio para no interrumpir—. Respondiendo a su pregunta, no, no lo creo. En ese momento, hacía dos meses que no veía a Lena y el hecho de que estemos juntas es supuestamente la razón de que me atacara, en ese momento no habría tenido motivo.
—¿Alguna idea de quién podría haber sido el primer atacante?
—Ni idea. Lo único que tenemos son las cartas que ese chiflado sigue mandando y que hablan de Dios y el pecado. Como mi estilo de vida y yo somos la parte pecaminosa de la ecuación, librarse de mí es importante para alcanzar el equilibrio perfecto. Claro que también podría haber sido un crimen oportunista. Un loco con un cuchillo y un pasamontañas cuya afición es rondar cerca de los restaurantes de lujo por si da la casualidad de que las tenistas lesbianas han reservado mesa para cenar.
Rip meneó la cabeza y se echó a reír junto con Clark y Natasha.
—Buena teoría, pero me parece que no. Quiero concentrarme en ese crimen, puesto que ya sabemos quién cometió el segundo ataque. Y por favor, llámeme Rip. Estoy de acuerdo con su entrenador en que ahí fuera hay alguien que quiere hacerle daño sólo por su estilo de vida, Kara. Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para asegurarme de que eso no ocurra —le entregó una tarjeta con sus datos y trató de buscar una excusa para quedarse y ver un poco de su sesión de entrenamiento.
—Gracias, será agradable tener a alguien protegiéndome la espalda aparte de Clark y todas las demás personas que me quieren. No me gusta ponerlos a ellos también en peligro. ¿Usted juega? —preguntó Kara, pasándole la tarjeta a Clark y cogiendo una raqueta.
—Lo suficiente para saber lo mal que se me da.
—Pues quédese un rato y a lo mejor le puedo enseñar unos cuantos trucos nuevos —se ofreció Kara.
Clark ocupó su lugar en el banco y se metió la tarjeta del agente en el bolsillo de la camisa. La idea de que Gayle estuviese fuera de la cárcel y de que Lena hubiera aparecido en la portada del periódico esa mañana lo ponía nervioso. Una cosa buena de toda la situación era que todo este peligro no estaba afectando al juego de Kara. Sus golpes eran limpios y perfectos, libres de la tensión que se estaba volcando en todos los demás aspectos de su vida.
—La primera vez que vi jugar a Kara fue en el Abierto de Francia hace un par de años y desde entonces soy su fan. Uno la mira como ahora y se pregunta por qué querría nadie hacerle daño. A todos nos encantaría hacer algo en esta vida tan bien como ella juega al tenis —le dijo Rip a Clark.
—A algunas personas sólo se les da bien el odio, Rip, y por eso yo siempre estoy alerta por ella. Porque le aseguro que ella no va a cambiar nada de sí misma por culpa de alguien a quien no le gusta con quién comparte la cama por la noche. Gracias por ayudar, cualquier cosa que necesite por nuestra parte, sólo tiene que llamarnos —Clark le ofreció su propia tarjeta y luego se levantó para afinar un par de golpes de Kara.
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—Señoras y señores, si son tan amables de recoger sus mesas y colocar sus asientos en posición vertical, aterrizaremos dentro de pocos minutos. En Nueva York hay una agradable temperatura de treinta grados centígrados y son las nueve y quince minutos, hora local. Los miembros del personal que están recogiendo las bebidas les darán toda la información que necesiten sobre vuelos de conexión. En nombre de la tripulación y en el mío, les damos las gracias por volar con Virgin y esperamos poder servirlos en futuros vuelos —Lena desconectó el micrófono y se concentró en las luces de aterrizaje que los llevarían de vuelta a JFK—. Buen trabajo, chicos, me alegro de que este día haya acabado por fin —Lena volvió a comprobar su posición e hizo unos pequeños ajustes para la aproximación final. La escala en Dallas se había alargado cuarenta y cinco minutos más a causa de un pasajero estúpido que había intentado subir a bordo con una pistola cargada y había logrado pasar por el primer control de seguridad. Eso y la portada del periódico competían para desquiciarle los nervios.
—Cuando quieras, Len. ¿Hay posibilidades de que veamos a Supergirl en el aeropuerto? Nos hemos enterado de que nos lo perdimos hace un par de días —le tomó el pelo su navegante, haciendo caso omiso de la rápida mirada fulminante que le lanzó ella.
Lena se situó en la puerta con el resto de la tripulación para despedirse de al menos un par de pasajeros. Si se daba prisa, tal vez podría llegar a casa antes de las once y Kara no estaría durmiendo. Cuando la tripulación se empezó a mover más despacio delante de ella, Lena se preguntó por qué la zona de espera seguía abarrotada de gente, teniendo en cuenta la hora y que estaban en el pasillo de vuelos nacionales del aeropuerto. Lo que vio fue una confirmación de que si Kara era la persona con la que iba a pasar el resto de su vida, esa vida jamás sería aburrida ni escasa de bromas.
Kara estaba firmando autógrafos para algunos risueños fans y llevaba una chapa para marcar animales colgada de la oreja y una correa alrededor del cuello. Hasta que se volvió de cara a la gente no pudieron leer la camiseta que respondía a la pregunta que había planteado la de Lena. El letrero de ‘Cazada y marcada’ les dio a todos un ataque de risa y Lena meneó la cabeza.
‘Sí, de aburrida nada’, pensó Lena al tiempo que Kara le pasaba la correa cuando se acercó.
—Y no lo olvides, Danvers. Tengo testigos —dijo Lena, frunciendo los labios para recibir un beso de bienvenida que Kara le dio al instante—. ¿Qué haces aquí? Tenías que estar en casa descansando para mañana.
—Tengo buenas noticias y noticias no tan buenas. Y podemos hablar de eso más tarde. ¿Por qué no me presentas a todas estas personas tan guapas de uniforme que están apelotonadas detrás de ti?
Lena se volvió entre los brazos de Kara y la presentó a su tripulación, notando cómo se movía el bíceps que tenía apoyado en su hombro cada vez que Kara estrechaba la mano a cada persona nueva. Su capitana se estaba planteando encargar a más de uno la limpieza de los servicios si seguían echando miradas provocativas a Kara.
—Esto podría venir bien —dijo Lena tirando ligeramente de la correa que tenía en la mano antes de soltarla del cuello de Kara. Se dirigieron cogidas de la mano a la salida, donde Eve las esperaba en su coche. Kara la había sobornado con otra entrada para el partido del día siguiente si las llevaba a la ciudad. La alta rubia vio que Lena estaba enfadada al tiempo que intentaba convencer al tipo que estaba a punto de ponerle una multa de que sólo iba a estar aparcada dos minutos más.
—¿Que la han soltado? Pero intentó matarte, Kara.
—Soy consciente, todas mis cuerdas hicieron el sacrificio final por mí —bromeó Kara.
—Esto no tiene gracia. La gente que hace cosas así no se merece estar suelta por ahí. Seguro que ahora está planeando su próximo ataque.
—Len, cálmate. Si acaso, Gayle estará intentando dar con un buen abogado, no con otra forma de matarme. Quería venir a recogerte para decírtelo y que no te cabreases al enterarte por otra persona, pero ya veo que sólo me hacía ilusiones —dijo Kara al tiempo que abría la puerta de atrás del coche.
—No estoy enfadada contigo, tesoro. Es que no es justo que tengas que preocuparte por esto la noche antes de tu partido.
Kara se inclinó y besó a Lena de nuevo, pasando la mano por el suave pelo negro que había llegado a adorar.
—No estoy preocupada, cariño, y no quiero que tú te preocupes.
—Ya, ¿y por qué?
—Deberías preocuparte más por lo que Eve va a pensar de ti al ver que no hablas con ella porque te estás dando el lote conmigo en el asiento de atrás. Pero por si está escuchando, ella debería mirar la carretera en lugar del asiento de atrás. Porque si tenemos un accidente mientras intenta conseguir ideas nuevas, les daremos su nombre y su dirección a los periódicos y les diremos que ha sido ella la que me ha eliminado del Abierto. A los corredores de apuestas les encantaría ir a hacerle una visita —Kara se echó a reír suavemente cuando la conductora apartó los ojos del espejo retrovisor y dedicó toda su atención a la carretera.
Para cuando llegaron al apartamento, Eve estaba necesitada de una ducha fría sólo de escuchar los gemidos que soltaba Lena y Lena tuvo que ser transportada en brazos escaleras arriba porque sus piernas se negaban a moverse salvo para abrirse.
—Date prisa con la llave, amor —exigió Lena. Kara la había bajado y apoyado en la pared para poder abrir la puerta—. Te necesito.
Kara logró abrir la puerta y agarró a su compañera para el rápido trayecto hasta el dormitorio. Cuando tuvo a Lena en la cama y con la falda a medio quitar, la piloto echó el freno a cualquier otro avance.
—Tenemos que parar, Kara.
—¿Parar? Ni hablar.
—Sí, mañana tienes partido y recuerda lo que pasó la última vez. No quiero que Clark te obligue a quedarte en el hotel porque yo no me puedo controlar —explicó Lena.
Kara tiró la falda por encima de su hombro y le quitó las bragas a Lena con un rápido movimiento. Cuando se puso a desabrochar los botones de la camisa que llevaba Lena, la azabache intentó escurrirse cama arriba para apartarse de Kara.
—En serio, Kara, tienes que parar.
Kara se arrodilló en la cama y avanzó hacia Lena, tumbándose a su lado cuando estuvo lo bastante cerca.
—¿Quieres que pare?
—Sí, eso es. No quiero, pero tenemos que ser buenas.
Kara pasó los dedos por los empapados pliegues de Lena y ella gimió de nuevo.
—¿Quieres que deje de hacer esto?
—No. ¡O sea, sí! No hagas eso.
Kara apartó los dedos y los subió para humedecer un punto de la blusa de Lena, justo encima de un pezón endurecido.
—¿Y esto? ¿También tengo que dejar de hacer esto? —preguntó Kara y luego mordió ligeramente por encima de la tela.
Lena estableció un nuevo récord al quitarse la camisa y el sujetador, bajando la cabeza de Kara hacia su pecho en cuanto terminó. En cuanto tuvo a Kara pegada a un pezón feliz, Lena volvió a colocar la mano de Kara entre sus piernas. Los sonidos que emitía Lena estaban empezando a poner a Kara al borde de la combustión, pero la azabache las detuvo de nuevo.
—Vamos, Len, sabes que lo deseas. Noto que lo deseas —Kara agitó los dedos rodeados de calor húmedo para recalcar lo que decía.
—Desnúdate antes de que llegues demasiado lejos, cariño, y luego ponte de nuevo al trabajo —Lena tiró de la camiseta mientras Kara se bajaba los pantalones de chándal que llevaba.
Desnuda, Kara se tumbó encima de Lena y al segundo empezó a disfrutar de la sensación de la piel suave pegada a la suya. Las uñas cortas que se arrastraban por su espalda la hicieron rodar hasta que Lena quedó tumbada encima de ella y luego puso de nuevo la boca y las manos donde estaban antes de la pausa para desnudarse.
Cuando las caderas de Lena empezaron a moverse, fue Kara la que se detuvo. —Todavía no, cariño, aún no estoy —protestó Lena.
—Arrodíllate, por favor, Len —Kara se quedó confusa cuando la cara de Lena, pegada al pecho de Kara, se puso caliente y el resto de su cuerpo no se movió. El calor procedía del rubor y la inmovilidad procedía de las dudas—. ¿Qué pasa?
—Es que no… o sea, es que normalmente no… nunca he… —farfulló Lena.
—Cariño, yo nunca te obligaría a hacer algo con lo que te pudieras sentir incómoda. No quiero atarte ni hacerte daño, sólo quiero darte placer y lo que se me había ocurrido te lo iba a dar, te lo prometo. Confías en mí, ¿verdad? —preguntó Kara. La cara algo enrojecido asintió contra su hombro y Kara sonrió—. Y sabes que podemos parar en cuanto quieras, ¿verdad? —Lena asintió de nuevo—. Vale, pues ponte de rodillas y de cara al cabecero.
Lena era tan tímida que Kara juró darle una paliza a Gayle la próxima vez que la viera. Nadie se comportaba así a menos que la persona con la que hubiera estado no se hubiera molestado en hacer que se sintiese deseada y apreciada.
Lena bajó la mirada al notar movimiento en la cama y descubrió unos grandes ojos azules que la miraban y por las arruguitas de los lados supo que Kara estaba sonriendo. Con una lentitud exagerada, Kara separó los húmedos e hinchados labios del sexo de Lena con los dedos y luego siguió el mismo camino con la lengua plana hasta encontrar el botón duro que iba a ser el punto central durante los próximos minutos.
En cuanto su lengua tocó el punto donde más la deseaba Lena, Kara obtuvo el resultado que buscaba y Lena echó las caderas hacia delante, tratando de conseguir un contacto más firme y dejando respirar a Kara. Cuando los lametones se transformaron en succión, Lena cerró los ojos y se agarró a la cama para no caerse, de lo intensa que era la sensación.
Lena gozaba tanto con las sensaciones que olvidó cualquier tipo de vergüenza por la postura en la que estaba y cuando estaba a punto de pedir algo más, Kara se le adelantó. Despacio, Kara introdujo dos dedos y los curvó un poco, atinando con el punto justo para que Lena se pusiera a gimotear. Cuando le resultó excesivo, Lena se soltó de la cama y agarró la cabeza de Kara para que la chupase con más fuerza.
Lo único que salvó a Lena de partirse la cabeza con la cama al terminar fue que Kara consiguió sostenerla. Lena sentía que Kara estaba transformando poco a poco a la mujer que era y la sensación era maravillosa.
—¿Estás bien? —preguntó Kara a la coronilla de Lena, cuya cabeza descansaba sobre su hombro.
—Estoy genial, gracias a ti. Siento… —la disculpa de Lena quedó interrumpida por los dedos que le apretaron los labios.
—Te quiero, Len, y eso quiere decir que vamos despacio hasta que te sientas cómoda.
—Yo también te quiero, y te deseo —Lena fue bajando hasta colocarse de nuevo de rodillas, sólo que esta vez entre las piernas de Kara.
—La camiseta no era broma, cariño, soy toda tuya.
Lena se inclinó y cuando estaba a punto de besar a Kara, sonó el teléfono. Se planteó no hacer caso, pero luego pensó en todo lo que estaba ocurriendo en su vida y lo alcanzó, en medio de las protestas de Kara.
—Diga.
—Hola, Lena. ¿Está Kara?
—Hola, Clark, sí, espera un momento, ahora mismo se pone —Lena le pasó el teléfono y luego se sentó sobre los pies para admirar la larga extensión de piel que tenía ante los ojos.
—Kara, ¿estás teniendo sexo? —preguntó Clark en cuanto oyó la respiración de Kara al otro lado.
—En este preciso instante, no, si es que tienes que saberlo, así que lo que quieras, dilo rápido.
—¿Me haces el favor de volver a pasarme a Lena?
Kara obedeció, con la esperanza de que así colgase antes.
—¿Sí? —preguntó Lena, mirando a Kara a los ojos mientras hablaba con Clark.
—Lena, ¿tú sabes quién es Andrea Rojas?
—¿Me debería sonar el nombre? —Lena se escurrió hacia delante a instancias de Kara, encantada con la sensación de las manos callosas que le recorrieron el cuerpo cuando se puso a horcajadas sobre el firme abdomen.
—A lo mejor te vendría bien suscribirte a una revista de tenis. Andrea Rojas es la jugadora número cinco del mundo y la persona que machacó a Kara el año pasado durante este torneo.
—Ajá —dijo Lena, perdiendo el hilo de la conversación cuando Kara le pellizcó los pezones.
—Unos minutitos más, Lena, te lo prometo —Clark ni se imaginaba lo que debía de estar haciendo Kara para que Lena quisiera colgar el teléfono tan deprisa—. Piensa en lo bien que jugaría Kara mañana si tú no le das una cosita.
—¿Sabes lo que me estás pidiendo? No le va a hacer gracia.
—¿Quieres aguantar la pataleta mayor del mundo si pierde? —Clark le deseó buenas noches y cruzó los dedos.
—Cielo, ¿qué tal una ducha? —preguntó Lena, levantándose de la cama.
—¿Ahora, quieres ducharte ahora?
—Venga, por favor.
Kara se levantó y pensó en todas las cosas que podrían hacer bajo el agua, de modo que siguió los pasos de Lena hasta el cuarto de baño. Como recompensa por salir de la cama, Lena la besó y le dio la vuelta para colocarla de espaldas a la bañera.
En cuanto el agua alcanzó a Kara, la impresión acabó con su ardor tan deprisa que se quedó allí plantada parpadeando, intentando averiguar qué había pasado. Lena parecía estar intentando dar con una rápida vía de escape antes de que Kara cerrase el agua fría y se lanzase a perseguirla.
—Yo no quería hacerlo, cariño, tienes que creerme.
Kara cogió con calma una toalla de la barra y empezó a secarse el pelo.
—Lo sé, Lena. Clark, en cambio, va a morir la próxima vez que lo vea.
Como quería volver a practicar el sexo en esta vida, Lena se limitó a asentir con la cabeza, mostrando su acuerdo. La palabra “compórtate” se convirtió en su nuevo mantra mientras contemplaba el trasero de Kara que volvía a la cama. Qué ganas tenía de que ya fuese mañana por la tarde.

JUEGO, SET Y PARTIDO (ADAPTACIÓN SUPERCORP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora