Capítulo 4

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Lena deambuló por la casa con Abby buscando a Kara a la mañana siguiente, con la esperanza de desayunar con ella antes de tener que salir para el aeropuerto. Su avión no iba a despegar hasta dentro de tres horas, por lo que tenían tiempo de sobra para comer y charlar. La música que salía de la habitación que había al otro lado de la cocina la llevó hasta Kara. El perro se quedó en el umbral y agitó una pata para que Lena pasara.
Tumbada en un banco acolchado, la tenista estaba haciendo flexiones con peso. Lena admiró la fluidez ensayada de sus movimientos, sorprendida de que hiciera falta tanto esfuerzo para jugar bien. Kara estaba empeñada en mantenerse en la mejor forma posible para evitar lesiones.
—Buenos días —Lena esperó a que el peso estuviera en su sitio antes de hablar. No eran ni las siete de la mañana y Kara ya estaba sudando.
Kara levantó la cara de la toalla donde la tenía apoyada y vio a Lena en pijama dentro del gimnasio.
—Hola, ¿has dormido bien?
—Sí, gracias. Esta casa es fantástica, Kara, se descansa muy bien en ella. ¿Has acabado ya?
—Ésa era la última serie que voy a hacer hoy. Deja que me duche y te saco a desayunar —Kara echó la toalla en la cesta del rincón y luego se bebió el resto del zumo que había estado tomando durante el entrenamiento.
—Quiero cocinar para ti, si no te importa que use tu cocina. Considéralo mi forma de darte las gracias por todo lo que has hecho por mí en los dos últimos días. No es mucho, pero me gustaría hacerlo por ti.
—¿No te importa?
—No me habría ofrecido si no quisiera hacerlo. Ve a ducharte y luego ven a la cocina —Lena sonrió y le dieron ganas de dar los buenos días a Kara con un abrazo, pero su alta anfitriona no se había acercado a ella al salir por la puerta. Sus pensamientos se detuvieron en seco al oír golpes en la puerta de atrás. Kara se detuvo en la puerta y sonrió, intentando tranquilizar a Lena. A Kara le sorprendía que la idiota de al lado hubiese tardado tanto en venir a montar la bronca por lo que había ocurrido.
—¿Qué tal si te sientas a disfrutar de las vistas mientras yo me ocupo de esto? —la pared de ventanas sólo cubría la parte del fondo del gimnasio y daba a la playa. Quien estuviera en la terraza no podía ver dentro.
—¿No te importa? —la expresión perdida de Lena tenía tan poco que ver con la mujer segura de sí misma que le había plantado cara en el avión que a Kara le costaba compararlas.
—No me habría ofrecido si no quisiera hacerlo —Lena se echó a reír al oír la repetición de sus propias palabras—. Te olvidas de que soy una experta en materia de voleas. Pero en serio, estoy acostumbrada a tratar con mujeres difíciles, Lena, fíate de mí. Gayle no es más que una mala perdedora que necesita tiempo para calmarse —Kara estaba intentando hacer reír a Lena, pero el resultado fue el opuesto y los ojos verdes se llenaron de lágrimas.
—Lo siento, es que la última vez que hablamos no fue agradable y no estoy preparada para volver a ver a Gayle tan pronto —Lena se abrazó a sí misma para intentar consolarse y la manga corta de su camiseta se subió lo suficiente para que Kara le viera el bíceps.
—¿Qué pasó?
—No le gustó la respuesta que le di a una pregunta que me hizo —fue lo único que se le ocurrió decir a Lena. Las lágrimas resbalaron por su cara y se preguntó cómo había terminado en esta situación.
—No te hará daño, te lo prometo —Kara se acercó y abrazó a la asustada mujer, haciendo todo lo posible por conseguir que perdiese el miedo a la que seguía llamando con insistencia. Cuando Lena se relajó apoyada en ella, Kara susurró—: Ahora mismo vuelvo.
Kara vio a Gayle por el cristal de la puerta. La corredora de bolsa parecía haber dormido con la ropa puesta y le caía el sudor por la cara. Se cayó hacia delante cuando Kara abrió la puerta de golpe. Kara se la quedó mirando cuando Gayle usó su cuerpo más alto para sostenerse.
—Sí, ¿qué deseas?
—¿Dónde está Lena? —sin el coche, Gayle sabía que Lena no podía haber ido lejos sin la ayuda de su nueva amiga. La tenista se limitó a cruzarse de brazos y se quedó plantada justo dentro de la puerta mirándola—. Escucha, sólo quiero hablar con ella. Nos hemos peleado un poco y sólo quiero tener una oportunidad para arreglar las cosas.
—La próxima vez que la vea, le diré que quieres hablar con ella. Es decisión suya si quiere hacerlo, así que ¿por qué no la dejas en paz un tiempo para que se piense las cosas? O al menos hasta que se le quite la marca del brazo —Kara esperó a ver si Gayle iba a decir algo más o si se iba a marchar sin dar problemas. A Kara no le preocupaba la seguridad de Lena, sólo cómo se estaba tomando esta visita inesperada: por esa razón había dejado a Abby en el gimnasio, para que le hiciese compañía.
—No me voy a ir sin luchar, Kara, recuérdalo. Lena es mía y lo que ocurra entre nosotras no es asunto tuyo.
Kara le cerró la puerta en la cara de golpe. Alguien que sintiera eso hacia las mujeres no se merecía estar con una persona tan especial como Lena.
—Gilipollas —murmuró Kara por lo bajo. Se quedó en la cocina mirando por la ventana para cerciorarse de que Gayle volvía a la casa de al lado. Kara deseaba pasar más tiempo con la piloto antes de que ésta se fuese, pero tener de vecina a la novia a quien acababa de dejar no era la mejor de las situaciones. Volvió a entrar en el gimnasio y se encontró a Lena sentada en el suelo con Abby.
—Gayle quiere hablar contigo —Lena tenía una cara tan triste que Kara frenó cualquier comentario jocoso que estuviera pensando hacer—. Se ha ido, así que no te preocupes, Lena. Dejaremos a Abby fuera un rato por si acaso, así que sonríeme.
—Tendría que haber puesto fin a esta relación hace mucho tiempo. En realidad, es culpa mía, no quería a Gayle como ella esperaba, pero acabó convirtiéndose en algo cómodo. No ha sido justo para ella que me haya quedado tanto tiempo, pero estoy harta de las peleas constantes que tenemos —Abby rodó hasta ponerse del otro lado para que Lena pudiera acariciarlo un poco más. La menuda rubia se lo había encontrado esperándola fuera de su dormitorio esa mañana y estaba empezando a gustarle tanto como su dueña.
—No me debes ninguna explicación. Lo más importante es que hagas lo que es bueno para ti. ¿Tienes donde alojarte cuando vuelvas a la ciudad? —si Gayle era capaz de llegar a la violencia, Kara no quería que Lena estuviera cerca de ella en absoluto.
—Sí, voy a vivir con una amiga hasta que encuentre casa. Voy a preparar el desayuno y tú ve a darte esa ducha. No, Kara, eso me ayudará a distraerme de todo esto —dijo Lena para acallar la objeción que estaba a punto de hacer Kara —. No tengo muchas vacaciones, así que creo que debería hacer las cosas que me divierten y para mí, una de ellas es cocinar.
—Tú mandas, así que adelante. Abby, ve fuera, chico —el perro se tapó los ojos con una pata, como si supiera que lo que le había pedido Kara iba a poner fin a su masaje. Lena y Kara se echaron a reír por las payasadas del comediante y lo obligaron a apartarse de Lena.
Kara se puso un albornoz cuando oyó a Lena llamarla para desayunar después de haberse duchado. Su invitada sabía desenvolverse muy bien en una cocina, según vio Kara al sentarse ante una maravillosa tortilla, tostadas y croquetas de patata y cebolla. Para hacer feliz a Kara, Lena había hecho chocolate caliente en lugar de café y sonrió al ver que los ojos azules se ponían en blanco de lo bueno que estaba.
—¿Qué te pasa a ti con el chocolate caliente? —Lena sujetaba su propia taza de humeante brebaje, mirando a través de la nube que desenfocó el rostro de Kara por un instante. Kara parecía estar reviviendo una pesadilla y Lena estuvo a punto de decirle que no tenía por qué contestar, pero Kara la sorprendió contándole algo muy personal.
—Es el mejor recuerdo de mi padre que tengo de cuando era pequeña. Éramos los primeros en levantarnos y se metía en la cocina y hacía una taza para cada uno. Y nada de cacao en polvo, mi padre cortaba escamas de chocolate de verdad y lo iba removiendo despacio con el azúcar hasta que quedaba perfecto. Con los años acabó siendo nuestro ritual de todas las mañanas y nos sentábamos a la mesa y hablábamos de todo tipo de cosas. Entonces, cuando yo tenía unos dieciséis o diecisiete años, descubrió que era como Alex y Sam y dejó de dirigirme la palabra. Yo lo esperaba hasta que tenía que irme a entrenar, pero él no salía de su habitación hasta que me marchaba. Tal vez fuese lo mejor, porque cuando sí hablábamos, sólo nos gritábamos.
Lena alargó la mano hasta el otro lado de la mesa y la puso sobre la de Kara. Le parecía absurdo que las personas tan rígidas y llenas de prejuicios tuviesen hijos.
—Siento habértelo preguntado, Kara.
—No pasa nada. Todas esas tazas que tomaba de niña hicieron que me enamorase del chocolate. Puede que mis padres no me acepten ahora, pero al beber chocolate caliente me acuerdo de una época en que sí lo hacían —la gran sonrisa que Lena había visto en televisión un millón de veces al ver jugar a Kara se dirigió a ella desde el otro lado de la mesa. Las cosas le podrían haber ido mejor en la vida, pero Lena agradecía que sus padres hubieran aceptado sus opciones sin problemas. Sólo querían que fuese feliz y encontrase a alguien con quien compartir su vida.
—Eres una persona maravillosa, Kara, y con el tiempo tus padres se darán cuenta. Yo sólo te conozco desde hace un par de días, pero al menos eso ya lo sé.
Kara volvió la mano y estrechó los dedos de Lena. Se alegraba de haberle ofrecido a la bonita rubia un sitio donde pasar la noche. Lena se marcharía dentro de poco más de una hora y lo más probable era que nunca volviese a verla, pero, así y todo, se alegraba de haberlo hecho.
Kara metió todo el equipaje de Lena en el maletero del coche después de que Lena se hubiera vestido. Se cuadró ante la piloto al verla salir de la habitación vestida de uniforme y se llevó un manotazo en el brazo. Cuando se marcharon, ninguna de las dos vio a la mujer desaliñada que estaba sentada en una de las dunas que separaban las casas. Todavía no era mediodía, pero Gayle tenía un vaso de whisky en una mano y en la otra el trozo de papel que se había encontrado en la playa el día antes. Sabía que Kara había mentido sobre Lena y al ver a su novia en el coche, lo confirmó.
—No digas que no te he advertido, Kara Danvers.
Lena estaba en la cola para despegar detrás de otros cinco aviones, de modo que se puso a pensar en los dos últimos días de su vida. Había dejado a Gayle y había conocido a Kara; esto último la hizo sonreír. Kara la había llevado al aeropuerto y se había empeñado en aparcar y acompañarla dentro. Era increíble la cantidad de gente que había reconocido a la estrella del tenis que caminaba a su lado cuando se dirigían a su puerta de embarque.
Ya en la puerta, Kara le dio su equipaje de mano y una tarjeta con todos sus números. Antes de despedirse, una mujer se había acercado con su hija pequeña y le había preguntado a Kara si querría hacerse una foto con la niña. Kara le entregó la cámara a Lena y posó con la madre y la hija. Lena estuvo a punto de tomarles el pelo diciéndoles que iba a tener que alejarse para que sus sonrisas cupiesen en el encuadre.
Como la noche anterior, Kara la besó suavemente en los labios y luego se dio la vuelta y se marchó. Lena volvería a su turno de vuelos y Kara a sus duros entrenamientos para prepararse para Nueva York y el Abierto. La voz de la torre de control le habló en el oído y recibieron autorización para despegar.
—Adiós, Kara.
Su copiloto la miró para ver si había dicho algo, pero Lena estaba concentrada en hacer despegar el avión del suelo. Lena estaba segura de que en los próximos dos meses Kara se olvidaría de ella y pasaría a otra persona. Desde tierra, Kara se quedó mirando el avión que despegaba mientras pensaba lo mismo sobre Lena.
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—Estás preparada. Creo que las demás mujeres de este torneo lo van a pasar fatal —dijo Natasha un día después de entrenar. Kara había empleado el mes para trabajar todos sus golpes y mejorar su resistencia mediante ejercicios físicos. Clark había tenido en cuenta el calor más acusado de lo normal que hacía en Nueva York ese verano y le había programado horas extra para correr.
—Gracias, Natasha, me encuentro bien y me apetece jugar. ¿Me prometes que vendrás a entrenar conmigo? —Kara se secó la cara y recogió sus raquetas tras su último entrenamiento en casa. Se iban a tomar libres los dos próximos días para ocuparse de los últimos detalles antes de partir hacia Nueva York. Abby se iba a quedar con Mike durante un par de semanas hasta que su amigo volase a la ciudad para reunirse con Clark y con ella.
—No me lo perdería por nada del mundo, sobre todo si va a estar Alex. Si no puedo tenerte a ti, amiga mía, voy a intentar ligarme a esa hermana tuya —gracias a una cuidadosa planificación, las hermanas de Kara asistirían a la mayor parte del torneo—. Si tengo suerte, podré comparar su culo con ese anuncio que hiciste hace semanas.
—Por favor, no me lo recuerdes. Hablaré bien de ti y te veré dentro de dos semanas. Clark nos ha reservado horas para jugar cuando llegues.
Natasha besó a Kara en ambas mejillas antes de marcharse, prometiendo que la llamaría en cuanto llegase a Nueva York.
Cuatro días después la tenista y su entrenador llegaron a Nueva York y se alojaron en el Hotel Renaissance. Después de registrarse y deshacer el equipaje, los dos fueron a la Stage Deli a comprar bocadillos y un trozo de tarta de queso. Era su primer lujo tras instalarse.
Al día siguiente, Kara fue a Central Park para correr por la mañana temprano. Mientras se estiraba no pudo evitar fijarse en una mujer que la miraba fijamente al tiempo que hacía sus propios estiramientos. Las cartas de amenaza contra su vida habían empezado a llegar con más regularidad y Kara miraba a su alrededor pendiente de posibles peligros siempre que salía sola. Había habido discusiones más que suficientes entre Clark y ella sobre este tema, pero se negaba a someterse a lo que Mike y él querían. En su opinión, si empezaba a vivir con miedo o cambiaba su forma de hacer las cosas, los idiotas que le enviaban las cartas empezarían a ganar.
—Perdón por mirar tanto, pero sólo quería desearle buena suerte —la mujer rubia interrumpió su silenciosa observación y habló con Kara. Al erguirse, Kara advirtió que la mujer era de su misma estatura.
—Muchas gracias —antes de que pudieran establecer una conversación en profundidad, Kara se colocó los cascos de la radio y echó a correr por el sendero. Era a esta hora de la mañana cuando más echaba de menos la tranquilidad de la playa.
Las dos semanas siguientes fueron las más duras, como en cualquier torneo en el que hubiera participado Kara. La espera para jugar era lo único a lo que nunca se había acostumbrado, pero era a lo que atribuía el rápido comienzo que caracterizaba su estilo de juego. Pero esta vez había una cosa que interfería con ese aburrimiento y era si iba a intentar localizar a Lena o no. La piloto no la había llamado en todo el verano y Kara intentaba imaginar por qué. ¿Acaso Lena había seguido adelante o había vuelto con Gayle? Aunque así fuese, Kara pensaba que la mujer le debía al menos una llamada telefónica.
Kara terminó de correr y luego dedicó dos horas a entrenar en la pista. Clark la encontró en su habitación, sentada junto a la ventana y leyendo un libro pocas horas después de volver. Odiaba molestar a la jugadora, vestida con calzones cortos y camiseta, pero ya era hora de que Kara saliera de su murria.
—¿Quieres salir esta noche? —se sentó en la silla frente a ella después de tirarle los pies al suelo.
—¿No se supone que me tienes que mantener encerrada comiendo comida sana y bebiendo agua destilada o algo así? —Clark se echó a reír ante la ceja enarcada en su dirección—. Seguro que no debes llevarme por el mal camino en la gran ciudad.
—Estaba pensando en una cena, Kara, no en salir de putas.
—No sé, una puta podría ser una nueva experiencia para estrechar nuestros lazos de amistad. Prometo no contarle nada a Mike.
—No, gracias, pero ¿qué te parece cenar en Gotham en cambio? He reservado para las ocho —dijo, riendo y dándole empujones con el pie por el comentario de la puta.
—¿Y cómo has conseguido tal cosa, entrenador Clark? —cerró de golpe el libro que tenía en la mano para prestarle toda su atención.
—Es fácil, he hecho la reserva a tu nombre. Me viene bien conocer tan bien a la diosa del tenis. Venga, últimamente estás un poco mustia y esto puede ser divertido. Podemos ponernos guapos y salir de picos pardos —Clark la miró con su mejor cara de súplica.
—Claro, ¿qué puede pasar?
El taxi los dejó delante del restaurante con quince minutos de antelación, por lo que tuvieron que esperar en el bar hasta que su mesa estuvo lista. Esparcidas por el local había suficientes celebridades para quitarle la presión a Kara, de modo que estaba muy ilusionada con probar este restaurante de tanto renombre.
—Bienvenida, señorita Danvers, y gracias por venir esta noche. Si su acompañante y usted son tan amables de seguirme —la encargada los llevó a una mesa situada casi en el centro del restaurante. Algunas personas saludaron a Kara con la cabeza, pero por lo demás la dejaron en paz para disfrutar de su velada.
Kara ocupó la silla que daba a la puerta y cogió la carta que le ofrecía el camarero. Al levantar la mirada vio a la misma mujer que había visto en el parque aquella primera mañana, sólo que ahora la mujer llevaba un traje ligero veraniego y tenía el pelo recogido en un moño por encima del cuello. La admiradora entró en el bar y se sentó en una de las banquetas como si esperase a alguien, a juzgar por cómo miraba el reloj.
—¿Cuántas probabilidades hay de ver a la misma persona dos veces en dos lugares distintos en una ciudad del tamaño de Nueva York? —preguntó Kara. Dejó la carta y alcanzó la carta de vinos mientras Clark se volvía para ver de quién estaba hablando—. El Opus Uno, por favor —el camarero asintió y se fue para traer el vino que había elegido.
—¿De quién hablas? —Clark se volvió casi del todo en su silla para ver mejor a los clientes sentados a su alrededor. Cuando Kara estaba a punto de felicitarlo por sus soberbios modales en la mesa, un grupo de personas entró por la puerta. A dos de esas personas las reconoció de inmediato.
—Joder, ¿en qué demonios estaba pensando al preguntar qué podía pasar? Me tendría que haber quedado a terminar el capítulo que estaba leyendo.
—¿Qué? —Clark hizo otro rápido repaso visual y se fijó en una mujer rodeada por un séquito—. La leche —fue lo único que se le ocurrió comentar. “Si tuviera esta suerte con la lotería, podría dejar la carrera de entrenador”, pensó Clark, sin dejar de mirar hacia la entrada.
Lena estaba a un lado con su uniforme de piloto mirando mientras los empleados atendían a la estrella del pop Imra y al grupo que había venido con ella. Vio a Eve en el bar y fue hasta ella. La alta rubia con la que estaba viviendo abrazó a Lena y la saludó con un beso.
—¿Qué tal el viaje desde el aeropuerto?
—No ha estado mal, esta noche no hay mucho tráfico. Parece que hay más gente aquí que en la calle —Lena observó lo que ocurría en el restaurante entre los brazos de Eve. El cariñoso saludo no pasó desapercibido a los ojos azules de la mesa del centro y ésa fue la razón principal de que Kara no se diera cuenta de que Imra la había visto sentada con Clark.
—Ah, pobrecita —dijo la rubia alta, dándole otro beso a Lena.
—Park, ojo, tía.
El camarero acababa de servir sus copas de vino después de que Kara le dijera que la botella estaba bien, por lo que Imra tenía munición en abundancia. Kara apartó los ojos del segundo beso que se estaba produciendo en el bar y vio a la iracunda cantante de pie a su lado.
—Al menos podrías haber tenido el puto detalle de dejarme colgada tú misma, gilipollas, no hacerlo a través de tu lacayo.
Cuando se enjugó el Merlot de la cara, no pudo evitar pensar en lo bueno que estaba. Si la primera copa que le había tirado Imra había hecho pensar eso a Kara, la copa de Clark no hizo sino confirmarlo. El director del restaurante fue lo único que impidió que la mujer desairada derramase el resto de la botella encima de Kara.
—¿Qué tal un poco de comida china para acompañar a este buen vino? —Kara se secó la cara de nuevo e hizo la pregunta con toda la calma posible. Clark no pudo evitar echarse a reír al ver la camisa blanca de Kara pegada a su cuello.
—Me parece muy bien, Kara, vámonos —Clark dejó dos billetes de cien dólares en la mesa y se levantaron para marcharse. El director quiso devolverle el dinero, pero insistieron en pagar. No era culpa del restaurante que Imra se hubiera actuado así.
Lena casi tiró a Eve por las prisas de alcanzar a Kara antes de que se marchasen. La tenista no había mirado en su dirección y Lena se quedó tan sorprendida al ver que Kara estaba con Clark y no con un ligue que por un momento se quedó inmóvil. Llevaba semanas convencida de que Kara había pasado a otra cosa y se había esforzado por aceptar que su pequeño tonteo veraniego sólo había sido eso. Una agradable velada que no iba a llegar a nada.
Una pareja se estaba apeando de un taxi cuando salieron y Clark le sostuvo la puerta a Kara. Vio a la persona que salía corriendo de las sombras cuando se volvió para decirle a Kara que se diese prisa. La distancia que los separaba le impidió hacer nada salvo mirar impotente, pero Kara se volvió al ver su cara de pasmo.
Llevaba la cara cubierta por un pasamontañas azul de esquiar, pero el gran cuchillo de caza que llevaba en la mano era bien visible. Lo único que oyó antes de sentir el dolor fue:
—Muerte a los que pecan contra Dios.
Kara sujetó por la muñeca la mano del asaltante que sostenía el cuchillo y ésa fue la única razón que impidió que la espantosa hoja se clavase del todo, causando daños más graves. Desde donde estaba, Clark vio la mancha roja que se mezclaba con el morado del vino sobre la camisa y la chaqueta de Kara. Antes de que pudiera poner los pies en movimiento, el asaltante regresó corriendo al callejón y desapareció.
El corte la había alcanzado casi en medio del pecho, como si el tipo del cuchillo hubiera querido atravesarle el corazón, y era tan profundo que la sangre se colaba entre los dedos de la mano con la que Kara se apretaba el pecho. A Kara se le ocurrió pensar estúpidamente que no estaba anémica al ver lo oscura que era su sangre en contraste con el blanco de su camisa.
—Creo que tal vez lo que se impone es un poco de flan de tapioca del hospital, Clark. Y toma nota por mí para recordarme que nunca más vuelva a aceptar una invitación tuya a cenar. Eres como un imán ambulante para los desastres cuando se trata de mí y las mujeres —bromeó Kara.
Su voz sacó a Clark de su estupor y se puso en movimiento para ayudar a Kara a entrar en el taxi. Lena salió justo a tiempo de ver la mueca de dolor de Kara al entrar en el vehículo y la sangre que le cubría la mano, visible a la luz de la puerta del restaurante. La tenista y su entrenador no vieron a Lena, que se quedó paralizada en la entrada del restaurante.
—No es mortal y ésa es la buena noticia. La mala noticia es que voy a tener que darle un mínimo de seis puntos para cerrar el corte —el médico de urgencias había limpiado la herida y estaba anestesiando la zona antes de empezar a suturar mientras les ofrecía el diagnóstico. Todavía daba gracias a cualquier deidad que estuviera escuchando por haber estado de guardia cuando Clark entró con una pálida Kara.
—¿Afectará a mi juego? —preguntó Kara.
—Bueno, señorita Danvers, yo no le recomendaría jugar, al menos hasta que le quitemos los puntos.
—Está de broma, ¿verdad? No llevo todo el verano pelándome el culo para quedarme viendo el Abierto de Estados Unidos en la habitación de mi hotel —Kara estaba a punto de levantarse y salir en busca de otro hospital si las respuestas de este tipo no empezaban a cambiar.
—No, un tirón jugando al tenis y estas cositas que estoy a punto de ponerle se podrían saltar. Yo no le recomendaría jugar hasta que esté curada.
—Kara, ¿puedes hacer el favor de quedarte ahí echada hasta que este simpático doctor termine? Faltan dos semanas para el torneo, estaremos bien —Clark estaba ocupado estudiando el tablón de anuncios de la sala, esforzándose por no mirar el pecho ensangrentado de Kara y la raja de mal aspecto que le marcaba el tórax en el lado izquierdo. Habían llamado a la policía, pero sin una descripción del atacante no sabían por dónde empezar.
—Estos puntos van a tardar más en poder ser eliminados —añadió el médico, tocando la zona con los dedos para ver si podía seguir adelante.
—Usted empiece a coser, a ver si acabamos de una vez —Kara no se iba a poner a discutir sobre su capacidad para jugar con un tipo al que acababa de conocer y cuya titulación parecía recién adquirida.
—Me encantó cómo jugó en Wimbledon este año —el médico de urgencias empezó a suturar cuando la anestesia local que había administrado hizo efecto. La última persona a la que se esperaba ver durante su turno era a Kara Danvers.
—Doctor, no se lo tome a mal, ¿vale? Pero más coser y menos hablar. Le agradezco lo que ha dicho, pero me encantaría volver a mi habitación y echarme. Los fanáticos religiosos armados con grandes cuchillos tienen ese efecto en mí, así que haga el favor de disculparme si soy descortés —después de eso, Kara se quedó mirando mientras el joven médico le daba diez pulcros y pequeños puntos en el pecho. Cuando se abrochaba de nuevo la camisa manchada, ya había olvidado el ataque y estaba concentrada en cambio en la idea de que había vuelto a ver a Lena.
“Qué pequeño es el mundo, verdaderamente, capitana”. ¿Cuántas probabilidades había de compartir su carrera matutina con la mujer con la que ahora se acostaba Lena? Aquella mañana, Kara había aceptado los buenos deseos de la mujer con amabilidad y cortesía, pero sin dar pie a entablar una larga conversación. Ahora se preguntaba si lo que ahora sabía la habría llevado a actuar de otra forma, puesto que había notado la presencia de la alta rubia corriendo detrás de ella durante las casi dos horas que estuvo en el parque. “¿Le habrá dicho Lena que me conoce?” Kara se imaginó que ahora se estarían partiendo de risa a su costa.
—¿Lista?
—¿Qué, perdona? —Kara terminó de vestirse y miró a Clark, que parecía preocupado.
—¿Estás lista?
—Sí, vámonos. Doctor, gracias por atenderme tan bien. Si necesita entradas dígaselo a Clark y él se ocupará de todo —dijo Kara, estrechándole la mano al hombre y firmando unos cuantos autógrafos para los enfermeros antes de marcharse.
A la mañana siguiente, Kara se despertó con un dolor lacerante en el pecho y alguien que daba golpes en la puerta de su habitación.
—Clark, tío, vamos a tener que hablar sobre este alojamiento —refunfuñó Kara por lo bajo al tiempo que se levantaba y abría las cortinas para poder localizar su albornoz. Con gesto impaciente, abrió la puerta, estirándose un poco los puntos—. ¿Qué?
—Zorra asquerosa —había más de un cliente en sus respectivas puertas para poder ver a Imra chillándole a Kara, al haberse despertado con los golpes. La tenista sonrió y saludó agitando la mano a una joven que estaba plantada en su puerta vestida tan sólo con una camiseta y que sonreía a su vez.
—¿A qué debo el placer de tu visita esta mañana, corazón?
—Déjate de corazón, guarra, ¿cómo has podido? —Imra estampó el periódico que había enrollado en el pecho de Kara y luego entró en la habitación—. Oh, Dios mío, lo siento, Kara —la pequeña cantante regresó para ayudar a Kara a entrar de nuevo en la habitación, puesto que estaba doblada por el dolor—. ¿Estás bien?
—Sí, pero si insistes en seguir pegándome esta mañana, me veré obligada a pedirte que te marches —Kara se apoyó en su ex amante y se dirigió a las sillas que estaban junto a las ventanas. Podía comprender por qué la mujer estaba enfadada con ella, pero tras el incidente del vino de la noche anterior, Kara creía que la excitable artista se habría quitado el resquemor de encima.
—Vamos, Kara, tú sabes que no lo decía en serio, pero esta mañana he visto esta basura y me ha sentado fatal —el periodicucho que se había traído Imra yacía olvidado junto a la puerta. Imra fue a cogerlo y se lo entregó a Kara. Cuando lo desenrolló, Kara se sintió como si la hubiesen golpeado por segunda vez en el día.
El titular rezaba: “Una pelea de amantes acaba con una jugadora en el hospital y una cantante en la cárcel”. La fotografía de debajo era de Kara y Clark al salir de urgencias la noche antes. El fotógrafo había conseguido un plano estupendo de su ropa manchada de vino y sangre cuando salían por la puerta de urgencias.
—Venga, corazón, la gente no se va a creer esta basura —Kara sonrió y le ofreció la mano a Imra. Soltó una leve risa cuando Imra se cruzó de brazos y se puso a dar golpecitos en el suelo con el pie.
—Seré muchas cosas, Kara Danvers, pero facilona no —a pesar de lo que decía, Imra se acercó a Kara, pero se mantuvo fuera de su alcance.
—No me pareces facilona, igual que no creo que seas una ex amante rabiosa que me ha apuñalado —Kara volvió a ofrecerle la mano y esta vez Imra aceptó la invitación. Se sentó encima de Kara, regodeándose de nuevo en la sensación maravillosa.
—Has herido mis sentimientos.
—Lo siento. Tienes razón, soy una zorra. Volvía a casa por el verano y pensé que no era así como querías pasar el tiempo, de modo que te planté. Soy una vagabunda del tenis a la que le quedan un par de años buenos si tengo suerte, mientras que a ti te esperan años y años en el candelero. Era mi forma de ayudarte.
Imra soltó una carcajada por la pobre explicación y luego se levantó y abrió el albornoz de Kara. Se dejó caer de rodillas y depositó un beso tierno en la zona de piel hinchada sujeta con los puntos negros. Mientras sus manos acariciaban las largas piernas que tenía a ambos lados, Imra preguntó:
—¿Sabes una cosa, Kara?
—¿Qué?
—Que sólo dices tonterías —Imra se echó hacia delante de nuevo y mordió un tentador pezón. Lo chupó y oyó gemir a Kara —. ¿Y sabes otra cosa?
Kara tardó un poco en hacer acopio de los trozos dispersos de su cerebro que daban forma al habla coherente antes de poder responder. Estaba segura de que todos los hombres y las lesbianas que habían visto a Imra sobre el escenario darían el brazo derecho en estos momentos por poder estar en su lugar.
—¿Qué?
—Que eso es algo que me encanta de ti —Imra se levantó despacio y se quedó plantada ante Kara, que ahora estaba excitada—. ¿Te gusta lo que ves? —Kara asintió con la cabeza cuando Imra levantó los brazos y se quedó esperando. Sospechaba que éste era el momento en el que la bella mujer despreciada solía decir “pues qué pena” y se marchaba. Imra la sorprendió al quitarse el jersey ceñido que llevaba, seguido de los vaqueros. Con esos andares lentos y sexys que ponían frenéticos a sus fans cuando los lucía en un concierto, Imra se trasladó a la cama y se tumbó—. Pues ven aquí y verás que tocarlo está mucho mejor.
Kara dudó. No había cosa que desease más que hacer feliz a Imra, pero sólo era sexo. “¿Quiero seguir persiguiendo relaciones que sé que no van a durar?” Imra le gustaba, pero el amor no entraba en ello. Imra vio la incertidumbre que nublaba el rostro de Kara y la ayudó a decidirse.
—Sin ataduras, cariño, ni una sola. Llámalo sexo compasivo, puesto que estás herida.
—Es lo mínimo que puedes hacer, dado que me has apuñalado y esas cosas —Kara lanzó el periódico a la cama, haciendo reír a Imra. Cuando se levantó y dejó caer el albornoz, Imra suspiró.
—Eres una zorra, pero vaya si no eres la más guapa que he visto en mi vida —la humedad que tenía la cantante entre las piernas se duplicó al sentir la piel de Kara en contacto con la suya cuando la tenista se tumbó y la cubrió. “Esta vez te va a costar más alejarte, Kara”. Imra no daba crédito a lo mucho que había echado en falta hacer esto con Kara.
Había pasado el verano recorriendo tristona toda Europa hasta que terminaron la gira. Esto era lo primero que había apuntado en su lista de cosas pendientes y estaba saliendo a pedir de boca. Si conseguir que Kara volviese a su vida iba a ser tan fácil como conseguir que volviese a su cama, Imra calculaba tener un anillo para Navidad. Fue lo último que se le pasó por la cabeza antes de que Kara hiciera buen uso de sus manos.

JUEGO, SET Y PARTIDO (ADAPTACIÓN SUPERCORP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora