Capítulo 5

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—No es posible que hayas estado durmiendo todo este tiempo —la llamada de Clark la había sacado de un sueño exhausto. Por un momento, Kara se preguntó de quién era el cuerpo desnudo que tenía pegado a la espalda, hasta que recuperó el conocimiento por completo y recordó cómo había pasado la mañana. “Si con eso no se me han saltado los puntos, jugar al tenis va a estar tirado”.
—No, durmiendo no —dijo en voz baja para no despertar a Imra.
—Voy para allá —Clark oyó la voz áspera y pensó que Kara seguía alterada por lo de la noche anterior.
—Dame una hora y luego puedes venir —Kara se soltó del lío de extremidades que tenía detrás y se sentó.
—¿Por qué? —preguntó Clark enarcando una ceja que Kara no podía ver.
—Puedes esperar o puedes venir ahora y ver a Imra desnuda en mi cama, tú eliges.
—A lo mejor si te pegamos un par de veces al día con una raqueta bien tensada, empiezas a aprender de tus errores pasados —dijo Clark, dejándose caer en la cama al oír la noticia.
—Sí, bueno, cuando Brad Pitt se presente en tu habitación y se eche desnudo en la cama con mirada incitadora, hablaremos de esa fuerza de voluntad más fuerte que el acero que tienes, entrenador. Hasta entonces, deja que me dé una ducha.
—Esto podría venir bien, los periódicos llevan toda la mañana llamando ahora que tú y yo hemos aparecido en los titulares. Sácala a comer esta vez y deja que la prensa os vea juntas. Es lo mínimo que puedes hacer por la chica. Porque deja que te diga que, si pretendes que yo vuelva a dejarla plantada por ti, dimito —Clark respiró más relajado: esta vez se iba a librar de plantar a la emotiva Imra cuando Kara no quisiera volver a verla.
—Lo tendré en cuenta si quiero un nuevo representante.
—¿Dónde vas? —la voz que se oyó detrás de Kara sonaba tan áspera como la suya mientras hablaba por teléfono con Clark.
—A ducharme y luego te voy a invitar a comer. Supongo que te vendrá bien que los tiburones nos saquen unas fotos juntas para que tus fans no piensen que eres una maníaca homicida.
“Vale, Imra, a ver si lo de sin ataduras iba en serio. Tengo que empezar a pensar mejor estas cosas y tal vez entonces pueda sentarme a disfrutar bebiendo una copa en lugar de llevármela puesta”, pensó Kara cuando las consecuencias de lo que había hecho esta mañana le empezaron a quedar tan claras como la luz que entraba por la ventana.
—¿Puedo ducharme contigo? —Imra se sentó en la cama y dejó que la sábana le resbalase hasta las caderas. Kara se quedó mirando y no precisamente su pelo revuelto. Se apoyó en las manos y arqueó la espalda un poco, mejorando el panorama de Kara.
—¿Eh? —Kara chasqueó los labios y trató de recuperar el hilo de lo que estaba pensando antes de que los atributos quirúrgicamente mejorados de Imra acabasen con su raciocinio de un mazazo.
—Ya sabes, para ayudarte a que no se te mojen los puntos y esas cosas —Imra señaló el pecho de Kara y esperó, pues no quería empujar demasiado fuerte ni demasiado deprisa.
—No, tú relájate, que no tardo nada.
“Kara, Kara, Kara, no estás siguiendo las reglas, cielo, y me estoy empezando a cabrear de verdad. Deberías estar metiéndome mano por todas partes, no duchándote sola”. Imra se levantó y llamó a su agente para decirle dónde estaba y dónde iba, para que hubiera reporteros esperándolas cuando Kara y ella llegaran. En su mente volvían a ser pareja y ahora era el momento de comunicar la feliz noticia al resto del mundo.
Imra salió primero hacia el coche que esperaba mientras Kara recogía los mensajes que había para ella en recepción. Sonrió a la pelinegra de ojos verdes que subía por la calle con un ramo de flores en la mano y Lena, por cortesía, sonrió a su vez. Kara salió por la puerta de entrada y se dirigió a la puerta abierta del coche sin mirar a su alrededor. Un almuerzo más con la estrella del pop y quedaría libre. Mientras comprobaba sus mensajes, repasó todo lo que había dicho en la habitación y se sintió satisfecha al darse cuenta de que no había dicho nada que sonase a promesa.
—Vamos, cariño, tenemos mesa reservada y me muero de hambre —Imra se metió primero en el coche y cuando Kara entró por la puerta, el chófer la cerró y pasó a la parte de delante para emprender la marcha. Kara no llegó a ver cómo Lena daba el ramo de flores que llevaba en la mano a una mujer sin hogar que pasaba ante el hotel.
“No me extraña que no me llamase”. Lena se alejó en dirección opuesta para que Kara no pudiera verla.
El entrenamiento fue más lento en las siguientes semanas, pues Kara jugaba para ver cuánta movilidad tenía. Clark le vendaba el pecho todas las mañanas para evitar que se le saltasen los puntos de la herida que se le iba curando y para reducir el dolor al mínimo. El torneo empezaba al día siguiente y tenía la impresión de que los partidos iban a durar más, puesto que Kara había perdido un poco de potencia con el primer servicio, pero esperaba que la fuerza del resto de su juego los sacase adelante.
—¿Quieres que vaya contigo? —Clark recogió todas sus raquetas y cogió la bolsa para que ella no hiciera esfuerzos—. A lo mejor esta vez te da suerte cambiar de tradición.
—Sé que Mike ha sacado entradas para que esta noche vayáis a ver Rent, grandullón, así que no, estaré bien. Mi tradición me hizo llegar a la final el año pasado y si esta vez llego hasta ahí, me daré por satisfecha —Kara se rascó el pecho, ardiendo en deseos de meterse bajo la ducha en su habitación. Cuanto más se curaba la herida, más le picaba. Lo único que esperaba era poder controlarse para no parecer que se estaba toqueteando delante de las cámaras a partir de mañana.
—Vale, pero iremos contigo si quieres.
—Clark, pásame esa bolsa y lárgate de aquí —Kara alargó la mano para que le diese la bolsa de raquetas y fulminó a su entrenador con la mirada.
—No, la llevo yo durante doce horas más, muchas gracias. Estará esperándote en tu habitación cuando vuelvas, no te preocupes. Que te diviertas esta noche y nos vemos por la mañana. Llámame si necesitas cualquier cosa. Y no te preocupes por la familia, Mike las va a recoger y traer desde el aeropuerto.
Cogieron un taxi hasta el hotel y se separaron.
En las dos semanas que habían pasado desde el ataque, Kara había trabajado para ponerse más fuerte y había intentado restar importancia a los titulares de los periódicos locales que cubrían la historia de que Imra y ella volvían a estar juntas. Historia que la cantante no parecía negar y que Kara estaba intentando olvidar. Un almuerzo no significaba una alegre reconciliación.
Su mesa la estaba esperando junto a la pared de cristal que daba a los árboles iluminados de Central Park. Estaba preparada para un comensal y los demás clientes se distrajeron de sus conversaciones y sus comidas cuando entró y se sentó. Bajo un brazo llevaba un libro fino de poemas de Robert Frost que colocó en la mesa cuando el camarero le ofreció la carta.
—Bienvenida de nuevo, señorita Danvers, ¿quiere tomar lo de siempre?
—Gracias, Barry, y sí, lo de siempre está muy bien —su camarero se fue a preparar la bebida que había pedido, dándole tiempo para mirar la carta.
A Kara nunca le importaba comer sola y lo hacía siempre que iba a empezar cualquier torneo importante en el que jugaba. La soledad que encontraba en un restaurante lleno de gente y un buen libro le permitía olvidarse del tenis durante un par de horas, puesto que en los días siguientes no iba a pensar en otra cosa. La siguiente adversaria, el repaso de los errores cometidos en los últimos sets, los dolores que la acompañaban tras un par de tardes muy duras en la pista central y todos los demás detalles que querría cubrir Clark una vez empezase la competición.
Barry regresó, le puso la taza delante y le tomó nota. Cuando se fue, ella abrió el libro encuadernado en cuero que se había traído y se puso a leer, bebiendo sorbitos de la taza colocada en la mesa. Kara dejó de oír los susurros que corrían sobre ella entre la mayoría de los clientes que llenaban el restaurante esa noche. Algunos querían acercarse a desearle suerte, pero al ver lo enfrascada que estaba en el libro y que estaba sentada dando la espalda a casi todo el mundo, se quedaron sentados donde estaban.
—Estás mirando —Eve bebió un trago de su cóctel y trató de entablar conversación de nuevo con Lena. Habían salido a cenar para celebrar que Lena había encontrado un piso que le gustaba. La piloto se mudaría en cuanto le llevasen los muebles que había encargado.
—Perdona, ¿qué decías? —contestó Lena, pero siguió con los ojos clavados en la mujer que bebía chocolate caliente a tres mesas de distancia. Eve y ella también estaban sentadas al lado de los ventanales, pero Kara no había mirado ni una vez en su dirección desde que se había sentado.
—He dicho que estás mirando. No te tenía por una aficionada al tenis loca por las estrellas, Len. La precoz señorita Danvers y yo nos conocimos no hace mucho, si quieres te la presento —Eve bebió otro trago e inclinó la cabeza hacia Kara.
—¿Tú conoces a Kara? —Lena apartó por fin los ojos de Kara y se fijó en su acompañante para la cena.
—¿Kara? Vaya, puede que haya exagerado mi relación con la niña bonita del tenis. ¿La conoces? —Eve dejó su copa y alargó la mano para coger la de Lena. La piloto llevaba un par de semanas muy alicaída y por mucho que lo intentase, no conseguía que Lena le dijera qué le pasaba.
—Sí, nos conocemos. ¿De qué la conoces tú?
—Le deseé suerte en el parque una mañana cuando la vi haciendo estiramientos para correr. Me dio las gracias y luego salió disparada como si Satanás la persiguiera por todo Manhattan. La verdad es que la señorita Danvers me hizo correr como en mi vida cuando intenté seguir su ritmo y después de esa mañana tuve que descansar una semana para recuperarme. Si hace eso cada mañana, no me extraña que tres sets de tenis le parezcan una cosa tirada.
—Sí, Kara parece tomarse todas las cosas de su vida con el mismo entusiasmo —Eve enarcó una ceja al oír eso y Lena volvió a centrar su atención en la solitaria jugadora.
—También la vi mirándonos en Gotham aquella noche. Me pareció cosa del destino volver a encontrármela después de verla esa mañana. Miraba con muchísima atención y lo atribuí a que ella también pensaba lo mismo, pero si la conoces, a lo mejor es que te estaba mirando a ti.
—¿Qué quieres decir con que nos estaba mirando? —Lena se olvidó de Kara por un momento y volvió a mirar a Eve. Lo único que recordaba de esa noche era la sangre que se derramaba entre los dedos de Kara cuando se metía en el taxi.
—Yo la estaba mirando cuando entraste tú y sus ojos te siguieron hasta el bar. Estaba mirando cómo nos saludábamos y entonces esa tal Imra la bañó en vino. Sabes, siempre estás leyendo cosas como ésa, pero nunca te imaginas que las vas a ver de verdad mientras se desarrollan ante ti —antes de que Eve terminase su observación, descubrió que estaba sentada sola, pues Lena se había trasladado a la mesa donde estaba sentada Kara.
—Has herido mis sentimientos —dijo Lena en voz baja, de pie junto a la silla vacía de la mesa de Kara.
“Ése debe de ser el mantra que inspiro a las mujeres”, pensó Kara al levantar la mirada del libro que tenía en la mano y posarla en la mujer que ahora se había sentado a su mesa.
—¿Y cómo, por favor, he hecho tal cosa? —Kara levantó la mirada del poema que estaba leyendo y miró por encima de Lena a la rubia que parecía ser su acompañante constante. Alzó su taza de chocolate y saludó a la mujer, que ahora parecía pasmada y que estaba mirando a la persona con la que estaba cenando sentada con otra.
—No me llamaste este verano —Lena jugueteaba con la servilleta que tenía en la mano y que se había traído de su mesa sin darse cuenta. Estaba respirando hondo para organizar todas las ideas que se le pasaban por la cabeza. Eran todas las cosas de las que había querido hablar con Kara y ahora le salían como reproches.
—Es cierto, no lo hice —Kara echó una larga mirada a la mujer que había ocupado la mayor parte de sus pensamientos cuando no estaba inmersa jugando al tenis durante ese verano.
—Pensé que lo harías por lo menos una vez, después de… bueno, después del tiempo que pasamos juntas.
—Yo también lo pensé, capitana, pero no me correspondiste con tus números, por lo que no sabía cómo ponerme en contacto contigo. Si querías hablar conmigo, tú tienes todos y cada uno de los números con los que encontrarme al otro lado. En Virgin Airlines son muy amables, pero dar información sobre sus empleados no forma parte de su servicio de atención al cliente. Así que ya ves, lo intenté, pero al parecer no querías que te encontrase —Kara no había cerrado el libro que estaba leyendo y no le había pedido a Lena que se sentase con ella. Tampoco se le había pasado por alto que se estaba enfadando.
Lena no le había prometido nada al marcharse, por lo que no tenía motivo para enfadarse ahora que la piloto estaba aquí con otra persona. Esa otra persona que se la había estado comiendo a besos dos semanas antes en el otro restaurante donde las había visto. “Se cosecha lo que se siembra, Kara, y como has plantado una hilera tras otra de mujeres desdichadas por todo el planeta, esto es lo que obtienes”.
—Claro que te di mis números —ante el tono cortante de Kara, Lena no sabía qué hacer.
—Capitana, no me voy a quedar aquí sentada discutiendo contigo, pero no, no me los diste. Te alojaste en mi casa, jugaste con mi perro, pero no dejaste atrás información alguna sobre ti al partir. Además, veo que la vida te va muy bien. No comprendo qué sentido tiene que hablemos, a menos que lo que quieras es regodearte y eso, querida mía, me parece un poco indigno de ti —Kara levantó la taza y volvió a saludar a Eve. La mujer estaba sentada a la mesa con la barbilla apoyada en la mano, observando lo que ocurría no muy lejos de ella, y alzó de nuevo su copa hacia Kara. Sus ojos pasaban de Kara a Lena como si estuviera viendo un tipo especial de partido de tenis.
—¿Qué demonios quieres decir con eso? —Lena se echó hacia atrás e intentó dilucidar por qué Kara se mostraba tan desagradable.
—Tu cita se empieza a sentir sola, capitana.
—Estoy segura de que a mi amiga no le importa quedarse sola un minuto mientras yo estoy aquí saludándote. Aunque no sé para qué me he molestado, puesto que parece que te ha picado una especie de mosca en el culo. Eve es la persona con la que he estado viviendo y no salgo con ella, bueno, técnicamente no.
—¿Algún problema, señorita Danvers? —Barry regresó con su entrante y vio a la mujer sentada con Kara. Tanto él como todos los que los rodeaban notaban que ninguna de las dos parecía muy contenta.
—Ningún problema, Barry, es sólo una conocida que quería desearme suerte —Kara sonrió al camarero y luego a Lena—. Gracias, Lena, ya has cumplido con tu deber y ahora eres libre de marcharte.
—¿Por qué, es que Imra va a venir de un momento a otro?
“¿Por qué demonios le hablo como si me debiera algo? Levántate y vete, Len, antes de que llame a seguridad”, pensó Lena, pero sus pies se negaron a volver a su propia mesa.
—Te lo he dicho ya una vez, capitana, no te creas todo lo que lees en el periódico. Si hay algo que te mueres por saber, pregúntamelo. Soy una perra, pero la franqueza no es mi problema —dijo Kara, echándose hacia delante. Logró que la declaración sonara lo más amenazadora posible en un susurro.
—¿Te has acostado con ella desde la última vez que te vi?
El libro se cerró por fin de golpe y Kara advirtió que Barry no se movía tras oír la pregunta de Lena.
—¿Hay algo que usted también quiera preguntarme, Barry? —preguntó Kara, levantando la mirada hacia el camarero. Qué pocas ganas tenía de soportar esta mierda esta noche.
—No, lo siento, por favor, discúlpeme —parecía decepcionado por haber sido despedido antes de que Kara contestase a la pregunta.
—Ahora, en respuesta a tu pregunta, sí, lo he hecho.
Lo bueno, pensó más tarde, era que el chocolate caliente que había estado bebiendo se había puesto a temperatura ambiente y que no quedaba mucho en la taza. Kara cogió la servilleta y se limpió los ojos para poder ver el cóctel de langostinos que le había servido Barry.
Lena se quedó mirándola mientras Kara daba un mordisco a un solo langostino antes de sacarse la cartera del bolsillo de la chaqueta. Con un rápido cálculo mental, Kara dejó suficiente para cubrir todo lo que había pedido pero que no se iba a quedar a comer más la propina. Con toda la dignidad posible, Kara se apartó de la mesa y se fue sin conceder a Lena una sola palabra más. La piloto se debatía entre estallar en lágrimas porque Kara no la quería o porque había quedado como una completa idiota ante una sala llena de gente.
—Sabes, Kara, un día de estos vas a tener que aprender que la franqueza no siempre es lo más conveniente. La próxima vez a ver si tomas nota, como por ejemplo del presidente Clinton. Miras directamente a los ojos y dices, “No he mantenido relaciones sexuales con esa chica”. Fin de la historia, puesto que además no es asunto de nadie.
La mayoría de la gente que pasaba por la entrada del parque que llevaba a Tavern on the Green miraba a la tenista y se preguntaba si iba colocada con algo al verla caminar por la calle cubierta de chocolate y hablando sola.
Kara caminó un rato y luego se sentó en el murete bajo de piedra que bordea Central Park para poner en orden sus ideas. Lena no tenía derecho a estar enfadada con ella. Si le hubiera importado tanto seguir donde lo habían dejado, habría llamado.
—Tampoco es que no me haya pasado todo el verano pensando en ella y que no haya intentado ponerme en contacto con ella. Era lo único en lo que pensaba.
—Me alegro de oírlo, pero habría preferido que no te hubieras acostado otra vez con Imra. Te he echado de menos, Kara, y créeme, tú también has ocupado bastante mis pensamientos. Te has olvidado el libro —Lena se sentó a su lado en el muro, ofreciéndole el libro mojado que Kara se había dejado.
—Ésta no es forma de tratar una primera edición de Frost —dijo Kara, alzando el libro empapado en chocolate.
—No, me imagino que no. Siento habértelo tirado encima, no sé qué pronto me ha dado.
—Sé perfectamente qué pronto te ha dado, llámalo experiencia, pero dime, Lena, ¿qué es lo que esperas?
—Quiero pasar tiempo contigo, Kara. Este verano, durante un par de días, pensé que habíamos empezado algo que era especial para las dos. Si me lo hubieras pedido, me habría quedado contigo unos cuantos días más para ver si ahí había algo.
—¿Y por qué no lo hiciste, quedarte, quiero decir? No te habría echado.
—A una chica le gusta que se lo pidan, Kara. Si no, parecemos unas desesperadas si nos instalamos sin más —Lena se acercó más y cogió una de las manos que recordaba haber cogido la noche en que salieron a cenar.
—¿Y crees que ahora te voy a pedir algo? Me has bañado en chocolate en un restaurante lleno de gente. Ya tengo suficientes problemas con la gente que cree que soy una cretina con las mujeres para encima necesitar ayuda externa.
Lena se miró los pies y soltó la mano de Kara, pensando que había perdido antes de empezar siquiera. El verano no era más que una anomalía que no se iba a repetir ni a continuar donde lo habían dejado.
—Lo siento, envíame la factura del tinte.
—Capitana, ¿te crees que te vas a ir de rositas? Si es lo que crees, estás muy equivocada, además de ser una olvidadiza con respecto a dejar números de teléfono para que la gente te pueda llamar.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Lena, dejando asomar una sonrisa por primera vez desde hacía semanas.
—Quiero muchas cosas, pero primero quiero saber si le has dado las buenas noches a tu cita —Kara le sonrió y el corazón de Lena empezó a entrar en calor.
—Sí, contra mi propio criterio, pero sí.
—Bien, ahora dime, ¿por qué no me has llamado este verano?
—Pensé que iba a parecer pegajosa.
—Ya, ¿te importaría muchísimo si ahora te diera un beso? —Kara se inclinó más hacia Lena hasta que sus hombros entraron en contacto.
—Sí.
—¿Sí, quieres que lo haga, o sí, te importaría? —Kara se levantó y se quedó plantada ante Lena cuando la mujer no le dio la respuesta que estaba esperando.
—Sí, me importaría —Lena sonrió y se acercó a la mujer ceñuda antes de seguir—. Este vestido es nuevo y no quiero llenármelo de chocolate.
Kara sonrió a su vez y luego estrechó a la mujer más baja contra su pecho, asegurándose de que parte del chocolate manchaba a Lena.
—Envíame la factura del tinte, capitana.
El beso sorprendió a Lena por lo deprisa que Kara la cogió entre sus brazos.
Fue parecido al que le había dado Kara la noche en que salieron a cenar y la dejó ante la puerta de la habitación de invitados. Sólo que esta vez Lena abrió los labios e invitó a Kara a entrar. Lena notó los callos de las manos de Kara cuando subieron para sostenerle la cara, pero en lugar de concentrarse en su aspereza, pensó que la fuerza de las manos de Kara hacía que se sintiera a salvo. Pero el contraste estaba en sus labios, porque eran suaves como la seda y tocaban los suyos con el grado de presión justo para hacer que quisiera más.
—Yo también te he echado de menos —Kara la besó otra vez y luego cogió a Lena de la mano y echó a andar de vuelta a su hotel.
—¿Dónde vamos?
Mientras caminaban, Kara le contó su tradición previa a un torneo de cenar sola y se echó a reír al ver el ligero ceño que adornaba la cara de Lena. Ésta pensaba que Kara la estaba despidiendo apenas dos minutos después de haberse besado.
—Bueno, creo que ésta es la única ciudad del mundo donde esa tradición mía no funciona, así que he pensado que por esta vez voy a cambiar de táctica. ¿Has cenado ya?
—No, he estado muy ocupada convirtiéndome en carnaza de la prensa amarilla. ¿Qué tal si te invito a cenar y luego tú me das la custodia compartida del trofeo si ganas el Abierto?
—¿Qué tal si pago yo y tú simplemente te dejas agasajar?
Lena se sentó en una de las sillas mientras Kara se quitaba la ropa manchada en el cuarto de baño. Se quedó mirando la cama y se imaginó a Kara revolcándose en ella con Imra. No tenía forma humana de competir con alguien así, ni con ninguna otra chica con la que se hubiera relacionado Kara en los dos últimos años.
—Tengo el vestido manchado —era una pobre excusa para salir de la habitación, pero Lena no quería seguir allí. Quería volver a esa biblioteca de Press Cove y que Kara le leyese algo de los cientos de libros que llenaban las estanterías.
—He pensado que podríamos ir a tu casa y así te puedes cambiar y poner eso en agua fría o algo así para que la mancha no se quede —Kara señaló el vestido de Lena, sintiéndose ahora culpable por haberlo manchado.
—¿No te importa?
—¿El qué? —Kara frunció el ceño, sin entender la pregunta.
—Irte de aquí —Lena hizo un gesto señalando la habitación por donde estaban esparcidas todas las cosas de Kara. Ésta pensó que aquello tenía que ver con algo más que la habitación.
—Quiero cenar contigo. De hecho, he querido cenar contigo desde la última vez que te saqué a cenar y la vez en que me hiciste el desayuno. Abby y yo hemos estado suspirando por ti, capitana, así que no me defraudes ahora que te he recuperado.
Fueron en taxi al nuevo piso de Lena, donde no había muebles y sólo el grueso de la ropa que no necesitaba tener en casa de Eve. Kara se paseó por el espacio y miró por las ventanas del salón mientras Lena iba a cambiarse. Cuando salió del dormitorio iba vestida igual que Kara, con vaqueros y una camiseta informal. Sonrió al salir y ver a Kara con el libro que le había regalado Barnaby cuando lo visitaron aquella noche antes de ir a cenar. Era una colección de poemas de amor y sonetos de Shakespeare, el autor preferido de Barnaby. Como era su preferido, Lena lo había apreciado y disfrutado mucho más, simplemente por el hecho de que la hubiera estimado lo suficiente como para desprenderse de él. Con algo de suerte, podría convencer a Kara para que le leyera algunos de esos poemas esta noche.
—¿Qué te parece si encargamos comida y cenamos aquí? —Lena acababa de recuperar a Kara y no estaba dispuesta a compartirla todavía. En el piso sólo había una cama que se había llevado de la casa que había compartido con Gayle. Era lo único que se había llevado de allí al mudarse y sólo porque tenía el valor sentimental de ser la que había tenido desde que era niña.
Kara miró a su alrededor y sólo vio los suelos de parquet presentes en todas las habitaciones, pero estaba dispuesta a cualquier cosa que le apeteciera a Lena.
—Muy bien.
Las cajas de comida estaban esparcidas por el salón y su conversación estaba por fin empezando a ser tan cómoda como la primera vez que pasaron tiempo juntas. Cuando Kara miró el reloj, se sorprendió al ver que era casi medianoche y hora de irse, si quería estar en condiciones de jugar por la mañana.
—¿Te estoy aburriendo? —Lena sabía que cuando estabas con alguien y ese alguien miraba el reloj, la velada había tocado a su fin.
—No, es que tengo que irme si quiero mantenerme despierta en la pista mañana. A las televisiones no les hace gracia retransmitir partidos desde la pista central en los que una de las jugadoras se echa la siesta en las bandas. Dime que puedo volver a verte y me marcharé feliz.
—Puedes volver a verme, pero ¿por qué no te quedas aquí y vuelves en taxi temprano?
—Porque dudo de que pueda servir o levantar los brazos por encima de la cabeza si esta noche duermo en el suelo. Venga, te acompaño a casa y si te portas bien, os daré a ti y a la bomba rubia unas entradas para el partido de mañana.
—No tienes que dormir en el suelo, tonta, tengo una cama, y, de todas formas, tenía pensado quedarme aquí, no en casa de Eve —Lena llevó a Kara al único dormitorio del piso y le enseñó la cama pulcramente hecha que estaba sola pegada a la pared del fondo.
—Es una cama doble —Kara se quedó en el umbral con las manos embutidas en los bolsillos, mirando la superficie de dormir como si fuese un lecho de clavos.
—Sí, ¿y qué?
—Lena, mido un metro ochenta y cinco. Eso quiere decir que no quepo en esa cama —señaló la cama y se preguntó dónde tenía pensado dormir Lena.
—Vamos, Supergirl, haremos lo que podamos —Lena se quitó los pantalones y se sacó el sujetador por una de las mangas y luego se tumbó en un lado de la cama. Lo único que esperaba era que Kara comprendiese que no se trataba de sexo. Se trataba de conocerse y llegar a una confianza entre las dos. Como hubiera un solo titular más emparejando a Kara y a Imra, mataría a Kara mientras dormía.
“¿Se marcha?” A Lena le dejó de latir el corazón por un instante cuando la tenista se dio la vuelta y se alejó por el pasillo. Recuperó la sonrisa cuando oyó que se encendía la luz del cuarto de baño. Cuando Kara regresó, iba vestida tan sólo con las bragas y la camiseta que había llevado debajo del jersey ligero. Kara se sentó en el otro lado de la cama y ahuecó la almohada antes de tumbarse para dormir. Oyó reír a Lena porque los pies le colgaban por el extremo de la cama.
—Buenas noches, Lena.
—¿No me vas a dar un beso de buenas noches?
—Sólo si tú quieres.
—Quiero.
Kara se volvió, juntó los labios con los de Lena y alargó el beso cuando notó que las manos de la piloto se metían en su pelo para acercarla más.
Kara bajó el ritmo, pues sabía que era demasiado pronto para iniciar ese tipo de relación con Lena. Hizo rodar a Lena hacia su lado de la cama y pensó que por primera vez sentía que ésta era una mujer que le podía llegar a importar lo suficiente como para mantener una relación que no durase las tres citas de rigor. Lena le sujetaba la mano y estaba tan cerca que Kara sentía su calor corporal, pero sólo tenían las manos en contacto. “¿Qué diría la prensa si te pudiera ver ahora, Supergirl?” se preguntó Kara cuando el olor afrutado del champú de Lena le inundó la nariz.
A la mañana siguiente Lena se levantó y descubrió que el otro lado de la cama estaba vacío. Le entró el pánico al pensar que Kara se había marchado sin más, hasta que vio los pantalones aún doblados junto a la cama en el suelo. Lena encontró a la tenista sentada en el suelo del salón con los ojos cerrados y las piernas cruzadas como si estuviera meditando. El silencio de la habitación y la primera luz de la mañana que entraba por las ventanas desnudas hacían que la estancia vacía casi pareciese un templo, por lo que Lena se quedó callada para no distraer a Kara de lo que estuviera pensando. Kara ni siquiera abrió los ojos cuando se oyó un ligero golpe en la puerta, ni cuando Lena fue a ver quién era.
—Buenos días, Lena —Clark estaba en el recibidor con dos grandes bolsas negras, a la espera de que lo invitase a pasar.
—Buenos días, está ahí dentro, si es que has venido por Kara.
—Sí, pero mejor la dejamos terminar antes de entrar ahí —Clark dejó la bolsa de raquetas nada más cruzar la puerta y la abrió para sacar algunos suministros médicos. Dejó la otra bolsa a los pies de Lena, lo cual le permitió a ésta ver de cerca la ropa de tenis llena de logotipos de patrocinadores en distintos puntos. Advirtió que hasta los calcetines llevaban algo cosido en la parte de arriba cuando Clark los sacó y los puso encima de las demás cosas.
Clark la vio mirando lo que se iba a poner Kara y sonrió.
—El talento es lo que hace que todas esas compañías la usen como anuncio ambulante, pero eso es lo que paga las facturas cuando demuestras que sabes jugar.
—¿Ver a Kara con esto en la manga de verdad hace que alguien quiera conducir un Lexus? —preguntó Lena, señalando un lado de la camiseta.
—¿Tú compras útiles de oficina en una determinada papelería porque patrocina un torneo de fútbol universitario?
Lena se echó a reír ante la analogía y supo que probablemente era una discusión que había mantenido a menudo con los fans y los patrocinadores.
—¿Qué está haciendo? —señaló a la silenciosa mujer sentada en la otra habitación.
—Está repasando todos los golpes mentalmente. Repasa todas las posibilidades para que no haya sorpresas en las que no haya pensado, ni puntos débiles que no haya eliminado ahora, en lugar de en la pista central. Kara es auténtica, Lena, le da al público lo que éste paga por ver. Tenis a plena potencia donde no hay prisioneros y la esperanza de vida de las bolas es prácticamente nula.
—¿Eso es dentro o fuera de la pista?
—No lo sé, tú has pasado la noche con ella, ¿te ha forzado? —a Clark no le gustó el tono de la pregunta de Lena y tampoco que Kara hubiera estado liada la noche antes de un torneo importante.
—No, para nada. Lo siento, no debería haber dicho nada.
—Tonterías, es que a Clark le gusta causarme problemas siempre que tiene oportunidad. ¿Trabajas hoy? —Kara se había levantado y se había acercado silenciosamente con los pies descalzos hasta donde estaban hablando.
—No, hoy no. Tenía planeado verte hoy en televisión, si quieres saber mi oscuro secreto —bromeó Lena, esperando que Kara no se sintiese insultada por la pregunta que le había hecho a su entrenador.
—¿Qué te parece si tu amiga y tú os unís a Clark y a mis hermanas en mi palco?
Clark le dio a Kara las entradas que le había pedido esa mañana cuando lo llamó. Lena las cogió y le dio las gracias a Kara con un beso en la mejilla. A Eve le haría muchísima ilusión, pues le encantaba el tenis femenino.
Lena se quedó mirando mientras Clark ayudaba a Kara a vestirse, cambiándole primero las vendas y ciñéndole el pecho lo suficiente para cubrir los puntos, pero sin quitarle la capacidad de respirar. Era como ver a un gladiador preparándose para salir a la arena. Sólo que ésta te podía partir los huesos si no tenías cuidado con pelotitas amarillas cubiertas de pelusa. Con un beso de buena suerte por parte de Lena, Kara salió por la puerta.
Kara se volvió antes de meterse en el taxi y miró hacia las ventanas del piso de Lena. La piloto estaba allí, apretándose los labios con los dedos, algo aturdida por el beso que se acababan de dar. La saludó agitando la mano y sonrió antes de desaparecer en el taxi, y Lena suspiró. Las cosas empezaban a cobrar buen cariz y no era porque hubiera conseguido entradas para un partido de tenis.

JUEGO, SET Y PARTIDO (ADAPTACIÓN SUPERCORP)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora