0. Prólogo: Forget them all

1.1K 34 6
                                    

La ventana de la habitación de las chicas se abrió sigilosamente en aquella noche de invierno. Un niño entró, dejando rastro de hojas secas que caían de su vestimenta por detrás de él. Todas las luces estaban apagadas excepto las dos pequeñas lámparas que habían en las mesitas de noche. Las camas estaban ocupadas por dos chicas que estaban arropadas entre las sábanas de seda.

La habitación era bastante grande. Era circular y con muchos juguetes viejos recogidos por los rincones. Paredes empapeladas con patrones como si fuera un pequeño bosque, llenas de cuadros de pinturas extrañas para él (pero familiares), y fotografía de las niñas desde que eran simplemente bebés. Una alfombra de terciopelo, y también circular, en medio de la habitación. Tenía circulos de color rojo, blanco, azul y una estrella en la mitad. Delante de la cama había un tocador con un espejo doble donde había varias fotografías. El chico pudo observar como en alguna de ellas había sido protagonista. Aún recordaba el día que Wendy le enseñó lo que era una cámara de fotos y para qué servía. "Las fotografías sirven para congelar el tiempo en los mejores momentos," había dicho ella, "aunque también pueden servir para que nunca olvides a alguien que realmente te importa lo suficiente".  Peter cogió una foto de ella, en donde salía sonriendo. Recuerdos vinieron a su mente y la nostalgia a sus ojos. Las lágrimas optaron por quedarse en el limite de las pestañas. Luego miró hacia abajo, muchos tipos de colonias, alguna que otra cajita de polvos, que una vez pensó que era otro tipo de polvos de hadas, y era simplemente maquillaje. También había cintas de colores para el pelo, peines, pulseras, pendientes y una mano de madera donde colgaban varios colgantes. Y una cámara. La cámara que siempre habían usado para congelar sus pequeñas aventuras en el mundo real. Peter la cogió y la llevó consigo, al igual que la fotografía.

Ignoró la única lágrima que cayó por su rostro tras recordar aquella aventura que siempre intentó evitar y aunque finalmente lo hiciera, no se arrepintió. Una aventura que hoy debía terminar. 

Se dirigió hacia las niñas. Al hacerlo, se dio cuenta que aún seguía allí. La pequeña casita de muñecas en la que jugó la primera vez que entró en aquella casa. Justo al lado, la caseta de Nana, el perro niñera de la familia Darling.

Miró a sus viejas amigas. 

La primera vez que les vio sabía perfectamente que no eran nada iguales. Por una banda, estaba la chica del pelo rubio con ojos verdes, piel pálida y con pecas entre las mejillas y la nariz. Por otro lado, la hermana pequeña (por diferencia de dos minutos) de cabello castaño con reflejos de color miel, ojos azules y pecas que apenas se veían tras su piel rosada. Pero al conocerlas mejor, descubrió que eran aún más diferentes. Una  era atrevida, desconfiada, rebelde, flexible, atrevida y luego, estaba la otra que era más cabezota, insegura, dócil y confiada.

A pesar de esto, compartían el mismo día de nacimiento, la misma estatura y algo que a él le encantaba: la pasión por vivir nuevas aventuras. La gran mayoría de las que han experimentado, las mellizas, había sido junto a él y sus amigos en un mundo totalmente paralelo al que estaban ahora.

Pero esta noche, esas aventuras y aquél mundo, terminarían.

 Él se acercó a la morena. Flotó en el aire hasta colocarse encima de ella sin tocarla. Pero no pudo evitar apartarle el mechón de pelo que le tapaba la  cara y poder observarla de brazos cruzados. Una pequeña sonrisa traviesa salió de su rostro. Volvió a recordar cada aventura junto a ella. Cada recuerdo, cada palabra, cada mirada y/o sonrisa.

—Lo siento. —susurró el chico. —Pero he de dejarte crecer. Debes de vivir esta aventura sin mí. Tienes que ser feliz, y siendo honestos, es la única forma que conozco para protegerte. A ti y a tu hermana. Puede que no recuerdes mis palabras una vez me vaya, pero aún así quiero que sepas que no me voy del todo. No te abandono para siempre. Solo durante un tiempo. No se exactamente hasta cuando, pero lo que sí sé es que será suficiente tiempo como para poder salvar a mis amigos. A mi mundo. A todos nosotros. Por eso he de irme, Wendy. Y una vez más, lo siento.

Hizo una larga pausa. Cogió una bocanada de aire y volvió a susurrar:—Espero que nos volvamos a ver. No importa donde, ni cuando. Solo... espero.

Salió por la ventana lo más rápido posible y se sentó en el tejado de la casa de los Darling. Esperó durante varios segundos hasta que su fiel amiga llegó de las profundidades del oscuro cielo estrellado, haciendo una larga y fina linea dorada por su polvo de hadas.

— ¿Ya lo has hecho?—preguntó ella.

Él asintió. —Ahora es tu turno. Haz que olviden todo. Hasta el más pequeño de los recuerdos que tienen de nosotros y nuestro mundo.

—Hatta te matará por esto. —dijo Tinker. —Esto no es permamente, Peter. ¿Qué pasa si cuando descubra la verdad, te odia?

Asintió. —Me odiará. Alice también. E incluso Hatta por permitirlo. Pero es la única forma. Además, de aquí a que recuerden, pueden pasar años y en ese tiempo, pueden cambiar las cosas. Muchas cosas.

Tinky no discutió. Suspiró rendida y voló hasta la habitación de las  chicas. Dos golpes de polvos de hadas en sus cabezas y todo recuerdo que tenían de sus antiguas aventuras desde que conocieron a Peter, se esfumaron. Fueron remplazadas por recuerdos falsos de niñas londinenses de dieciséte años.

—Supongo que es cierto lo que dicen. Todos los niños crecen, excepto uno.—susurró Tinker Bell al alejarse de las chicas.

La pequeña hada salió a reunirse con su amigo una vez más, y asintió. Ya estaba hecho, pensó Peter. Los dos volaron hacía el cielo, pasando por el London Eye. Volaron, y volaron, y volaron, hasta la segunda estrella... todo recto, hasta el amanecer.

Two twins in CursedlandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora