Capítulo 4

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Lo citó el lunes a la salida de la escuela

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Lo citó el lunes a la salida de la escuela. No había estado durmiendo bien últimamente y eso se notaba en su rostro. Su coleta estaba un poco desalineada y algunos mechones caían desordenados. En conjunto no hacía falta ser muy perspicaz para notar que Luz no era la misma joven pulcra, cuidada y perfectamente autosuficiente de siempre.

Balanceaba sus libros de un lado a otro, no le gustaba llevar mochila porque de ese modo hacía algo con sus brazos y su espalda no pagaba el precio de cargar con tanto peso. Él se había demorado diez minutos ya, dándole el tiempo suficiente como para sumirse en el recuerdo de encuentros pasados.

Antes de que Valeria se enterara de todo, ella solía escabullirse en esa misma esquina a esperar que Ariel saliera de la universidad y juntos se iban a un hermoso café que quedaba a un par de cuadras de allí. Se preguntó si ese día harían la misma rutina, su elección fue involuntaria. Fue la fuerza de la costumbre la que la llevó a decirle que lo esperaría en la misma esquina de siempre.

Los días se empecinaban en ser un eco del invierno, una corriente polar hacía que la primavera fuese más gris que lo usual. Le pareció que el día masmás triste de toda la estación había sido el día que enterraron a Valeria, pero aquella tarde, empecinada en tener un cielo plomizo, con ráfagas de viento que bamboleaban la hojarasca rezagada de los árboles, parecía hacerle competencia. ¿Acaso había algo más triste que una pareja rota condenada a verse nuevamente? Sí. Una amiga, casi una hermana, que se condenó así misma a la muerte. Pensó de repente.

Desde el sábado lo único que hacía era tener pesadillas con Valeria muerta y aparecida cual espectro. Si su mente no se empecinaba en recordarle lo sucedido, dibujaba recuerdos nuevos en los que Valería seguía con vida mientras sonreían felices en una tarde soleada que jamás sucedería. Entonces ella despertaba llorando y no quería volverse a dormir para no dejar que su mente la enredara en los caminos felices de momentos imaginarios en donde su amiga le perdonaba el haber mantenido el secreto de la relación con su hermano.

Una pesada mano se cerró sobre su hombro y Luz pegó un salto de la impresión. Casi gritó cuando se giró, comprobó que se trataba de Ariel. Se había acercado a ella y ni siquiera lo había escuchado llegar. Así de ensimismada la encontró por lo que se apresuró a disculparse diciendo:

—Parece que lo único que hago es asustarte últimamente. Lo siento.

Él se acercó para besarla pero ella instintivamente corrió el rostro. Se abrazaron fríamente cada uno sorprendido con la reacción del otro. Pudo sentir el aroma a perfume de diseñador que tan bien conocía: amaderado con un dejo a canela. Y Se apresuró a separarse justo cuando el recuerdo de la esencia impregnaba su mente.

Las cuadras que los separaban delal café las caminaron en silencio, casi por inercia. Ninguno de los dos emitía palabra alguna. El silencio era incómodo, pero en la mente de Luz resultaba más reconfortante que un discurso forzado acerca de algo trivial. Ya tendrían tiempo para hablar en el café. En silenció contempló las facciones angulosas de Ariel. Sus enormes ojos celestes parecían hundidos en ojeras oscuras, pero eso solo hacía que se vieran mas traslúcidos y aquiferos de lo que eran.

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