ѕι єℓ ϲοяαzόи нαϐℓαѕє.

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Antes de empezar tengo que avisar de algunas cosas.
Esta historia va ha estar dividida en varias partes porque es demasiado larga y no os quiero matar.

Es larga y quiero probar a publicar algo en diferentes cachos XD

Espero q os guste y se que dije que publicaría algo más de l de "SECUESTRO", pero me da pereza subir, a si q espero q a finales de esta semana pueda subirlo.

Ahora empecemos con la historia, y de verdad espero q os guste
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Había algo que no acababa de entender sobre ella. Una presión en el pecho me
advertía para mantener la distancia. Una sensación en lo más profundo del estómago me
animaba a acercarme y entablar conversación. Un pensamiento efímero, un recuerdo que
creía enterrado y una confusión general que me impedían tomar una decisión.
En verdad era una chica intrigante. Apoyada como quien no quiere la cosa en la
pared de la sala de descanso. Sonriendo por algún comentario del grupo de personas que la
rodeaban. Pero sin duda, lo que más llamaba la atención era su cabello, una melena corta y
plateada.
Parecía hipnotizada. Ni siquiera había llegado a sentarme en alguno de los muchos
lugares que quedaban libres, estaba ahí quieta, de pie en medio de la sala, mirando a una
completa desconocida como si esperara que en algún momento se giraría y se acercaría a
saludarme.
Fue extraño cuando unos minutos después se despidió de sus amigos.
Inconscientemente bajé la mirada y empecé a buscar algo inexistente en la moqueta roja que
forraba la sala de descanso de la residencia de estudiantes. a Si estás buscando una lentilla,
yo la daría por perdida. Extrañada volví a levantar la mirada. Ahí estaba ella, sonriente y
ligeramente encorvada, como si estuviera ayudándome a buscar esa supuesta lentilla
perdida. Mi sorpresa fue tal, que al incorporarme tropecé con un mochila que había en el
suelo y caí de espaldas. a ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? La chica del cabello plateado
me tendía la mano para ayudarme a levantar. a Sí, sí, solo ha sido un tropiezo tonto.- acepté
su mano con las mejillas del mismo color que la moqueta.- Bueno, pues muchas gracias.
Quise darme la vuelta y escapar de aquella situación tan embarazosa, pero por alguna
extraña razón todavía no nos habíamos soltado las manos. a ¿Eres nueva en la residencia?-
preguntó torciendo ligeramente el rostro.- No recuerdo haberte visto antes por aquí. a En
realidad no, solo he pasado una temporada en casa y hoy vuelvo a reincorporarme.- Cuando
lo dije en voz alta me arrepentí de haberlo hecho, ahora seguro que me preguntaba y tendría
que dar unas explicaciones que me había prohibido volver a repetir. a Así que vienes para
hacer los exámenes finales, ¿eh? Todavía estoy intentando entender por qué los de los
primeros años hacéis siempre lo mismo. Te aseguro que es mejor asistir a clase, después es
más sencillo todo. Quise replicar, pero preferí encogerme de hombros y tragarme las
palabras antes de que se me escapara algo que no quería que la gente supiera a Si no es
inoportuno preguntar, ¿por qué curso vas? a Segundo de Periodismo.- respondí aliviada por
el cambio de conversación.- ¿Y tú? a Estoy terminando la carrera de Trabajo Social. El año que viene voy a especializarme en el ámbito infantil. A todo esto, me llamo Sam. a Yo, Olivia,
encantada. Nos dimos dos besos, formalizando esa presentación que no tenía por qué
haberse producido, pero que extrañamente me hacía sentir un poco mejor, como si hubiera
un algo que había hecho que nos conociéramos, y me refiero a algo más que mi incapacidad
para disimular. a Bueno, encantada de conocerte, ahora me voy, que mis niños me están
esperando. Sam salió corriendo y yo me quedé de nuevo sola, de pie en medio de una sala
abarrotada y sin saber a qué se refería con que "sus niños la esperaban".
Al día siguiente, y para mi sorpresa, Sam volvía a estar en la sala de descanso, esta
vez sola
y leyendo un libro de texto. Por suerte o por desgracia, el único hueco que quedaba libre
estaba a su lado. Suspiré un par de veces antes de decidir si me acercaba o no. a Hola,
Sam. ¿Puedo sentarme? Ella levantó la vista de su libro y se quedó mirándome. Al momento
me arrepentí de haber decido ir a la sala de descanso en vez de a mi habitación, la chica del
cabello plateado parecía no reconocerme. Me puse roja y me entraron unas ganas inmensas
de convertirme en avestruz para poder esconder la cabeza bajo tierra. a Hola de nuevo,
Olivia.- respondió unos segundos después con una sonrisa.- No esperaba que te acordaras
de mi nombre. ¿Cómo estás? Vale, eso había sido extraño. Sin duda me había preocupado
por nada. a ¿De verdad creías que iba a olvidarme de alguien como tú de la noche a la
mañana?- Me di cuenta tarde de que había expresado mis pensamientos en voz alta e
intenté corregirme - Quiero decir que me acuerdo de ti, no espera, que no te he olvidado,
que... ¡Aaagh! Estoy bien ¿y tú? Sam volvió a reírse, cerrando definitivamente el libro. Me
miró a los ojos y de pronto empecé a sentime como si estuviera en casa. a En verdad tienes
razón.- dijo con ironía.- No es fácil olvidar a alguien con el pelo plateado que te echó la
bronca por no venir a clases. a Era yo la que creía que no te ibas a acordar de mí. - contesté
yo contagiándome de su risa.- ¿Una loca castaña que busca algo en el suelo? Es muy
común. a Puede que sí. Pero una loca castaña que había estado espiándote, antes de hacer
como si buscaba algo en el suelo, no es tan común como te crees. Una vez más aparecieron
esas ganas de salir huyendo y una vez más fue Sam la que terminó nuestro vergonzoso
encuentro. a Un placer volver a verte, Olivia.- dijo levantándose y dándome dos besos.- Pero
llego tarde a ¿Con tus niños?- la contesté sin pensarlo recordando la frase, que aunque no lo
iba a confesar, me había mantenido en vela toda la noche. a Sí.- respondió Sam sin aparente
molestia.- Trabajo algunas tardes en el orfanato donde hago las prácticas. Deberías ver la
alegría de esos niños cuando voy a jugar con ellos o cuando les llevo alguna gominola.
Bueno, me voy a ir ya. Espero que nos volvamos a ver. a Sí, claro, hasta luego. Sam se fue
con una sonrisa y yo me quedé sola, escondiendo la cabeza entre las manos y sin ser capaz
de entender por qué había vuelto a actuar de esa manera tan extraña.
Al día siguiente pasó algo similar. Volví a encontrarme con Sam en la sala de
descanso. Al siguiente fue en la puerta de la residencia. Y cuando me la encontré por quinta
vez, esta vez frente a mi facultad, empecé a pensar que puede que nuestros encuentros no fueran tan casuales. a ¿Estás siguiéndome?- la pregunté acercándome a ella después de
pensarlo un par de veces.- Porque esto empieza a ser sospechoso. a En realidad no.-
contestó con su característica sonrisa.- Solo estaba de paso y te he visto por la cristalera.
Como no tenía prisa me he esperado para saludarte. ¿Qué tal la mañana? a Bueno, podría
haber sido peor. ¿Vas a ver a los niños? a Hoy no.- respondió un poco decepcionada.- He
quedado con unos amigos para ir a comer. Ya sabes, compromisos que una hace y de los
que luego se arrepiente. Torcí el gesto sin entender a lo que se refería. Que yo recordara
nunca me había pasado nada parecido. De todas formas, me alegraba haberla visto. a
Bueno, pues pásalo lo mejor que puedas.- contesté con una falsa sonrisa. Sam se despidió
con la mano y empezó a correr calle abajo.
Cuando volví a quedarme sola vi lo estúpida que debía haber sonado. "¿Pásalo lo
mejor que puedas? ¿No se me podía haber ocurrido nada mejor?"
Deambulé sin rumbo por las calles. No me apetecía volver a mi habitación y
tampoco tenía a nadie a quien llamar para ir a tomar algo. Sin duda, los últimos meses
habían deteriorado profundamente las pocas amistades que me quedaban. Quien dice los
últimos meses, dice el último año... año y medio.
Estaba tan distraída pensando en el momento en el que mi vida cambió de ese
modo tan radical que no vi al chico que se acercaba corriendo. a ¡Hey, Olivia! ¡Cuánto tiempo
sin verte! Reconocería esa voz en cualquier parte y, si había alguien al que no quería ver
bajo ninguna circunstancia, ese era él. a Parece ser que ya has vuelto de tus vacaciones
indefinidas. a Sí, claro.- contesté con amargura.- Hola a ti también, Toni. Toni, el que hasta
hace aproximadamente medio año había sido mi novio, volvía a estar ahí, enfrente de mí,
con las mismas pintas de siempre y sin que pareciera que lo sucedido le hubiera afectado lo
más mínimo. Con esa risa socarrona suya, se acercó y empujándome de la espalda intentó
besarme. a ¿Qué te crees que haces?- contesté empezando a ponerme nerviosa. a ¿Qué
voy a hacer? Saludar a mi novia.- respondió él con total tranquilidad. a Por si no lo sabías,
hemos rota hace medio año. a Bueno, eso lo dirás tú. Yo nunca he decidido que quería dejar
lo nuestro. a ¿Me estás tomando el pelo?- respondí empezando a notar la presión en mi
pecho.- Creo que después de tanto tiempo sin una sola llamada, teniendo en cuenta lo que
pasó, nos convierte casi en desconocidos. a ¿Para qué voy a llamarte?- dijo Toni con
indiferencia.- Fuiste tú la que desapareció. Cada vez estaba más nerviosa. La presión en el
pecho había aumentado y empezaba a notar que me faltaba el aire. "¡Ahora no, por dios!
¡Ahora, no! ¡No delante de él!" a Bueno, mira, me da igual.- dije con dificultad.- Por si no te
ha quedado claro, hemos roto y preferiría no tener que volver a saber de ti. Justo en ese
momento, el teléfono de Toni sonó. La llamada pareció ser lo suficientemente importante
como para que dejara de molestarme. a Me tengo que ir.- dijo como despedida.- Eso sí, que
sepas que no es mi última palabra. Sin duda aquello había sonado a amenaza, pero en esos
momentos tenía un problema mayor. Volver a encontrarme con Toni había activado todos
esos recuerdos que intentaba mantener controlados en mi mente. Sus palabras habían
abierto la puerta y ahora era incapaz de cerrarla. Era incapaz de controlar mi respiración, y la presión en el pecho, y por si fuera poco, había olvidado las pastillas en mi habitación de la
residencia.
Me dejé caer al suelo llevándome las manos al pecho, me costaba respirar y por
mucho que tratara de relajarme, Toni siempre volvía a mi cabeza y con él todo lo que había
pasado. Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas y creía que iba a desmayarme en
cualquier momento, pero de pronto algo cambió. Sentí un olor conocido y a alguien que se
acercaba corriendo. a ¡Olivia! ¡Olivia! ¿Estás bien? ¿Qué te pasa? a No... puedo... respirar...-
conseguí responder a duras penas.- Me está... dando... un ataque... de ansiedad. Sam había
aparecido de la nada y ahora estaba ahí, agachada a mi lado, con cara de preocupación y el
cabello revuelto por la carrera. a ¡Qué hago, Olivia! ¿Te llevo al hospital? a ¡No... no! No
hace falta...- respondí de pronto más tranquila.- Enseguida ... se me pasa. La chica, poco
convencida de que mis palabras fueran ciertas, sacó su teléfono, pero la detuve antes de que
pudiera llamar a nadie. Ya había estado muchas veces en el hospital durante los últimos
meses y lo que menos me apetecía ahora era tener que volver a contar por qué me pasaba
esto.
Al cabo de unos segundos, cuando Sam pareció convencerse de que estaba mejor,
se sentó a mi lado en el suelo de la calle y me abrazó hasta que terminé de tranquilizarme.
Creo que a partir de ese momento algo cambió en mí y no puedo especificar el qué.
Desde el incidente con el ataque de ansiedad, Sam y yo empezamos a vernos más
seguido. Quedábamos para tomar algo y me contaba las travesuras de los niños del
orfanato. Yo solía hablarla de mi día o la hacía reír con algunas anécdotas de la infancia.
Nuestras quedadas empezaron a convertirse en algo diario y una semana más
tarde parecía que fuéramos amigas de toda la vida. Sam se convirtió en ese apoyo que
inconscientemente necesitaba para superar mi trauma, y sus historias y la forma que tenía de
hablar de su trabajo hacían que, según iban pasando los días, cada vez la admirara más.
Un día como otro cualquiera, mientras hablábamos de la última travesura de Pedro,
uno de los niños del orfanato, Sam me vino con una pregunta que nunca me habría
imaginado que me haría. a Oye, Olivia.- dijo después de estar callada por unos segundos.-
¿Quieres acompañarme una tarde cuando vaya con los niños? Te encantará conocerlos. Son
asombrosos y están llenos de vida. Además, puede que alguno quiera conocerte a ti. a ¿Me
lo dices en serio?- respondí atragantándome con el batido que estaba bebiendo.- ¿De verdad
quieres que te acompañe? No, espera, ¿de verdad puedo acompañarte? ¿no hay unas
reglas de visita o algo por el estilo? a Las hay,- respondió Sam riéndose de mi reacción.- sin
embargo, le he hablado a mi jefa de ti y no le importa que vayas a hacernos una visita. Pero
si no te apetece ir no pasa nada, tampoco te sientas obligada. Puede que no fuera la mejor
idea, pero Sam me había hablado tanto de los niños y las niñas con los que trabajaba que en
verdad estaba deseando ver lo que describía con mis propios ojos. a ¿¡Cómo no va a
apetecerme!?- respondí sin darle más vueltas para evitar echarme atrás.- Me encantaría ir a
conocerles a todos. Sam sonrió claramente emocionada de que hubiera aceptado. Por mi parte, entusiasmada por su propuesta, me levanté de un salto y fui a abrazarla, sentándome
en sus piernas para que ella pudiera devolverme el abrazo con facilidad.
Sin duda me había imaginado el orfanato muy diferente de como era en realidad.
En primer lugar, no estaba escondido en mitad de la nada y rodeado de un bosque eterno,
sino en el centro de la ciudad, a escasos dos o tres kilómetros de las universidades. Y mejor
ni hablamos de que la apariencia distaba mucho de la de un monasterio o una cárcel
abandonada, era más como un edificio de estos modernos, con grandes ventanales y no más
de dos plantas. a ¿Sorprendida? - me preguntó Sam empujándome la espalda para que
siguiera caminando.- ¿Tú también esperabas un edificio que se caía a trozos? a Eso
tampoco, pero esperaba algo más antiguo. Este edificio no tiene que tener más de quince
años. Sam sonrió dándome uno de esos abrazos que tanto me gustaban antes de echar a
correr hacia la puerta entreabierta.
El interior tampoco era como me lo había imaginado. Entramos a lo que bien podría
ser la recepción de un hotel, donde una mujer que rozaría la cuarentena y con más
mechones grises que morenos, saludó a Sam con una sonrisa y gritándola por encima del
barullo que no sé quién la estaba esperando con un dibujo nuevo. a Te van a caer genial.-
dijo Sam rodeando mis hombros con su brazo.- Son todos maravillosos. Cada vez que Sam
hablaba de su trabajo se la iluminaban los ojos y la sonrisa aparecía en sus labios. La
obsesión que tenía por esos niños era inexplicable.
La luz y el color inundaron mis sentidos cuando atravesamos el pasillo que había
junto a la señora de recepción y llegamos a una sala enorme donde niños y niñas de todas
las edades corrían de un lado para otro o jugaban con los cientos de cosas que había allí. a
¡Sam, Sam! Javier se ha hecho pis en los pantalones, es un tonto.- gritó una niña de unos
cinco años con dos coletas mientras corría hacia Sam para que esta la cogiera en brazos a
¡Que te digo siempre, Patricia! a Que no me burle de mis compañeros...- respondió la niña
con una vocecita de quien no ha roto nunca un plato.- ¿Y ella quién es? a Me llamo Olivia.-
contesté sonriendo a Patricia.- Soy una amiga de Sam.
La niña me miró intrigada durante unos segundos, pero pronto se cansó y moviéndose para
que Sam la bajara, siguió contando anécdotas de lo que había sucedido durante el día.
Unos minutos más tarde, Patricia se distrajo jugando con un grupo de niños de
aproximadamente su edad y Sam, cogiéndome de la mano, me llevó a una sala apartada
salpicada con varias cunas. a Este es Óliver.- dijo cogiendo al niño que gruñía en la cuna
más cercana.- Es el más pequeño del orfanato, creemos que tendrá unos cinco meses. Un
bebé con un barullo de cortos mechones marrones y unos ojos de un azul grisáceo me
miraba con una sonrisa escondida detrás del chupete. Una sonrisa que le creaba graciosos
hoyuelos en sus regordetas mejillas. Me quedé hipnotizada mirando al bebé. El pequeño no
paraba de sonreír mientras estiraba sus bracitos intentando tocarme. a ¿Quieres cogerlo?-
preguntó Sam acercándome a Óliver. Quería, pero una presión en el pecho me decía que era
mala idea. Sam ignoró mi cara de miedo y colocó al bebé entre mis brazos. a ¿Ves cómo no era tan difícil? Óliver es un amor, le encantan las visita. El niño se acomodó en mis brazos
emitiendo graciosos sonidos. Acaricié su carita con añoranza y, sin poder evitarlo, los
recuerdos desbordaron mi mente. Contuve las lágrimas a duras penas y cuando volví a mirar
a Sam ella parecía sorprendida. Su mirada cambiaba del bebé adormilado en mis brazos a
mí, cada vez más rápido, como si quisiera establecer una relación entre nosotros. a ¿Estás
bien, Sam? Parece que hayas visto un fantasma. Sam volvió a la realidad y fijó sus ojos en
los míos moviendo la cabeza, imagino para despejar su mente. Sin decir una palabra salió de
la habitación y me dejó sola con el bebé.
Al cabo de un rato, cuando Óliver ya estaba completamente dormido y Sam todavía
no había regresado, decidí dejar al niño en la cuna y salir a buscarla.
La encontré no muy lejos de allí. Estaba sentada en un banco del parque, vigilando
que un par de gemelos de unos tres o cuatro años no se cayeran de los columpios. a ¡Hey!-
dije acercándome a ella.- Te has ido sin decirme nada. a Sí, lo siento.- contestó señalando el
hueco vacío a su lado.- Me pareció que necesitabas estar un rato a solas con Óliver. Cuando
salí me pidieron que llevara a estos traviesillos al parque y no tuve tiempo de avisarte. Asentí
conforme. En verdad me habían encantado esos momentos que había compartido con el
bebé y, al contrario de lo que pensaba, estar con él no había hecho que mis recuerdos
iniciaran un nuevo ataque de ansiedad. a Por cierto.- dijo Sam pasando su brazo por mis
hombros.- Puedes venir conmigo siempre que quieras. Patricia ya me ha preguntado si
volverías alguna vez. a Tenías razón cuando decías que tus niños eran increíbles.- contesté
abrazándola con una sonrisa.- Y por supuesto que voy a querer volver a verlos.
Durante los siguientes días, acompañé a Sam siempre que iba al orfanato. Los
niños se acostumbraron tanto a verme por allí que pronto empezaron a hacerme dibujos y a
llamarme para que jugara con ellos, pero, sin duda, el mejor de todos era Óliver. Cada vez
que me veía asomarme a su cuna sonreía como si fuera capaz de reconocerme y emitía
graciosos sonidos hasta que yo le devolvía las carantoñas.
También eran increíbles los paseos con Sam por el parque, a veces con los carritos
de los niños más pequeños, otras persiguiendo a los más mayores para que no se alejaran
demasiado. Estaba pasando tanto tiempo con Sam y "sus niños" que empezaba a sentirlos
como parte indispensable de mi vida, ya no me sentía sola y las muestras de cariño eran
constantes. La parte mala era que había abandonado definitivamente mi curso, lo cual, en
verdad, tampoco era tan grave. Había estado fuera de la universidad más de un semestre y
aunque quisiera, era prácticamente imposible ponerme al día con todo.
Por si fuera poco, Sam había aprendido lo que tenía que hacer cuando me daba
uno de mis ya característicos ataques de ansiedad, aunque también tengo que confesar que
se habían reducido
significativamente desde que pasaba tiempo con ella y me había acostumbrado a estar
siempre rodeada de esos pequeños monstruitos.
Habíamos pasado tanto tiempo juntas que ya era capaz de saber si estaba cerca antes siquiera de llegar a verla. Cada vez que se acercaba empezaba a notar un cosquilleo
por todo mi cuerpo. No fallaba nunca. Empezaba el cosquilleo, aparecía Sam.

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Hasta aquí la parte de hoy, prometo y lo juro que como muy tarde en 2 días estará la continuación.

Espero que os haya gustado

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