Nos tumbamos en la cama entre besos húmedos y caricias eléctricas que suben la temperatura. Afuera hace un frío de mil demonios. No me ha importado nunca acostarme con hombres mayores que yo. Rick se conserva bien, cumplirá cincuenta y cinco el mes que viene y tiene una hija universitaria de mi edad. Reconozco que la juventud atrae a una gran cantidad de clientes.
Pero en la cama no pienso en estas cosas. Focalizo mi total atención en el hombre que tengo delante y en aliviar su tensión. Rick está deseoso. Correspondo a sus besos fogosos y aumento los gemidos. Tiene por costumbre hacerme lamer dos de sus dedos y luego los desliza desde los pechos, haciendo círculos en los pezones, pasándolos por mi vientre y acabando en el monte de venus. Luego abre los labios vaginales, palma mi humedad indiscutible y los introduce en el coño. Los mueve, de fuera a adentro, y juega con mis jugos íntimos mientras observa como gimo, como le miro con lujuria, como abro la boca y me humedezco los labios, como me muevo y, sobre todo, como reacciono a sus movimientos perfectamente calculados.
Cuando siento las manos de un hombre experto como Rick en mi interior, se hace la magia. Me pone cachonda a niveles máximos. Además, es guapísimo. Me atrae tanto su madurez, sus canas y sus arrugas como el ímpetu y la fuerza que desata cuando follamos.
Le muerdo el labio y él sonríe. ¡Madre mía, esa sonrisa pícara! Me agarra el cuello como si fuera a ahogarme, pero con delicadeza, y me besa en la clavícula y en el cuello, lamiendo y haciendo lengüetazos en la piel. Su lengua invade mi boca y me coge el pelo con una mano. Ahí sé que está muy cachondo, especialmente porque noto su polla gruesa dentro de los pantalones, contra mi piel.
ESTÁS LEYENDO
Diario de una prostituta
RomanceRelato sobre sexo prohibido, amores inconfesables y mucho erotismo.