Permanecemos tumbados en la cama, acompasando nuestras respiraciones ya más relajadas. Me besa en la nariz, en los labios y en la frente. Su barba espesa raspa un poquito, pero no me importa. Me gusta su dulzura después de un polvo magnífico.
A veces suelo imaginar cómo sería hacer el amor con él siendo su esposa y no su prostituta. Supongo que nos quedaríamos en la cama un rato más, riendo y conversando, y después iríamos al parque con los niños. O quizás iríamos a comprar al supermercado y él me agarraría el culo cuando nadie nos viera y me susurraría al oído todas las guarradas que acababa de hacerme y las que tenía pensadas para el próximo polvo.
Pero sé que estoy fantaseando. Tengo que conformarme con su agradable compañía unos minutos más antes de que vuelva a vestirse, y albergo la esperanza de que me llame pronto. Dice que lo hará, pero no sabe cuándo porque tiene muchos viajes de negocios. Además, su mujer ha empezado a sospechar de tantas idas y venidas a horas extrañas, y no quiere jugársela.
En el momento de la despedida, deja los billetes en la cajita de bambú que tengo en el comedor, como es de costumbre, y se dirige a la puerta. Yo estoy desnuda y me he envuelto con las sábanas de seda. Antes de salir a la calle, pasa las manos por mi cabello suave, ahora un poco alborotado, y se embriaga con mi perfume. Me da la sensación de que quiere llevarse mi esencia de recuerdo. Me besa dulcemente por última vez y se va. Cierro la puerta y escucho el motor del Mercedes Benz alejándose calle abajo.
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Diario de una prostituta
RomanceRelato sobre sexo prohibido, amores inconfesables y mucho erotismo.