Lo que Quiera la reina.

386 16 0
                                    

-¿Karin-chan?- los parpados de Karin se agitaron levemente ante el llamado tan cariñoso y maternal de Rangiku. -¡Está despertando, está despertando!- se oía entusiasmada y aliviada, también. ¿Pero por qué? ¿Y quién más estaba ahí?

Trató de abrir los ojos, pero de inmediato una luz cegadora la obligó a cerrarlos, y de repente se sintió híper-consciente de lo doloroso que todo se sentía. Todo su cuerpo le dolía, incluso respirar se sentía doloroso.

Planeaba continuar con los ojos cerrados, solo porque era la única forma en la que descubrió que el dolor se atenuaba aunque sea un poco, pero entonces comenzó a recordar lo último que se le venía a la memoria, y abrió los ojos como platos.

-¡Mi bebé!- trató de incorporarse pero lo único que logró fue revolverse un poco y casi gritar por el inmenso dolor que la invadió de sopetón, mucho mayor al que ya tenía solo por haberse movido tan levemente.

Unas manos gentiles se posaron en sus hombros y la obligaron a volver a recostarse.

-Tranquila, Karin-chan, debes estar quieta.- llegó la dulce voz de la princesa.

-¿Momo-san?- susurró incrédula, dándose cuenta entonces de lo seca que se sentía su garganta. ¿Qué hacía ella aquí?

-Es bueno verte de nuevo, Karin-chan.- le sonrió con algo de tristeza.

La pelinegra miró a su alrededor, dándose cuenta de que estaba en la enfermería de la doctora Unohana, pero esta estaba llena de aparatos extraños que nunca había visto antes. Habían más personas en la habitación, aparte de su dama y su cuñada, entre ellas Kouzu, que estaba dormido sentado en una silla a los pies de la cama, la doctora Unohana y su enfermera Isane, dos hombres desconocidos con pinta extraña y… Hitsugaya, sentado en un rincón oscuro de la habitación.

Sus ojos se ampliaron y su corazón se aceleró del terror. Ese maldito… todo era su culpa…. Su cuerpo tembló, y el miedo se esfumó, reemplazado por el puro odio. Sabía que antes había dicho que no dejaría que el odio la consumiera, pero ahora en su corazón ya no quedaba nada, nada más que un profundo deseo de acabar con su propia vida, justo después de primero matar a ese monstruo.

-¿Qué hace aquí?...- susurró mirando con incredulidad a esas personas que supuestamente la querían. Pero si en serio la querían aunque sea un poco ¿por qué lo dejaron entrar? -¡¿Qué hace él aquí?!- gritó retorciéndose furiosa sin importarle el dolor.

-¡Karin-chan, cálmate!- trató de tranquilizarla Matsumoto mientras la sujetaba por los hombros para que no se moviera, pero no la iba a escuchar, no si es que ella la traicionaba trayendo a ese desquiciado inhumano a cualquier lugar cerca de ella.

-¡Quiero que se vaya! ¡No lo quiero cerca de mí!- lo notó pararse del asiento en el que había estado y más furia la lleno. -¡Lárgate!- le gritó. -¡Monstruo, asesino! ¡Ojala te pudras en el infierno! ¡Asesino, asesino!- lágrimas de rabia llenaron sus ojos y el dolor de su cuerpo la taladró, pero no dejó de gritarle, incluso cuando vio que realmente se dirigió hacia la puerta y se fue, no dejó de gritar sino hasta que uno de los hombres desconocidos con la pinta extraña se le acercó y le inyectó algo en el brazo.

Todo su cuerpo se relajó y más lágrimas se escaparon en lo que volvía a caer en la reconfortante inconsciencia.

Cuando volvió a despertar, el dolor ya no era tanto, pero si se sentía mucho más débil.

Sus ojos se deslizaron por todo el lugar donde se encontraba, dándose cuenta que seguía en el mismo lugar donde había despertado la última vez, solo que mucho más vacío, a excepción de… Hitsugaya sentado a un lado de la cama.

Mi Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora