Sorpresas

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Medio recostada en la cama real mientras bebía un té que Kouzu le había hecho para que se tranquilizara, Karin oyó de Niki la noticia de que Rangiku ya había regresado al reino junto con la princesita Shimo y estaban subiendo a verla. Nadie había querido decirle lo que pasó con el rey, así que tendría que contárselo ella misma.

-¡Karin-chan, querida! ¿Quieres decirme por qué todos aquí traen esa cara de funeral?- la voluptuosa entró al lugar con el rostro preocupado, angustiándose aún más al verla en cama con el rostro enrojecido del llanto y los rastros de lágrimas, aun temblando. –Querida, ¿qué…?...-

-Ran-chan, finalmente te encuentro.- Ichimaru ingresó a la habitación detrás de su esposa. –Tengo que hablar contigo, deja a Shimo-chan con su mami.- alivio invadió a la reina al no tener que ser ella la portadora de malas noticias para con la casi-madre del fugado.

Su corazón se oprimió en su pecho cuando Shimo volvió a sus brazos, mirándola con esos ojitos tan parecidos a los de su padre irresponsable repletos de inocencia, sin imaginar lo mucho que su vida había cambiado tan solo esa misma mañana.

Abrazó a su pequeña con fuerza contra su pecho, besando múltiples veces su cabecita, tratando de hallar un poco de calma en sus sonidos alegres mientras ella vivía en la feliz ignorancia de no saber que no volvería a ver a su padre.

El matrimonio salió de la habitación y por un momento hubo silencio devastador, no oyéndose nada más que los leves gimoteos de su hija en sus brazos, pero pronto se oyó un grito que estuvo seguro debió haber resonado en todo el palacio.

-¡ESE MALDITO BASTARDO IDIOTA!- bueno, pareciera que Rangiku ya se enteró.

Las ganas de volver a llorar la golpearon con fuerza, pero se contuvo y siguió abrazando y mimando a su pequeña hija, ahora era todo lo que tenía, por el momento era lo único que le importaba, no quería pensar en nada ni nadie más. No quería pensar en qué le diría a su pequeña cuando note la falta de su padre y pregunte por él.

El resto del día fue un infierno, ella no quiso salir de la cama en lo absoluto, ni tampoco quiso soltar a su hija, varias veces hicieron intentos de hacer que se levantara a atender a personas importantes que preguntaban por el rey porque ahora ella era la máxima autoridad, pero no tenía fuerzas ni ánimos ni ganas, y finalmente parecieron comprenderla y la dejaron sola con su confundida hija, solo entrando a la habitación real para traerles el almuerzo y cena.

Cuando llegó la noche sí que no pudo evitar llorar un poco. Tan solo el día anterior ella había estado en los brazos de su esposo, pensando que así sería muchas otras noches por el resto de sus vidas, pensando que desde entonces todo estaría bien. Ella creyó que todo el tiempo el impedimento para que su amor floreciera era ella y su incapacidad para aceptar que se había enamorado, pero no, era el pasado, seguía siendo el pasado y siempre sería el pasado… y también la incapacidad de él para perdonarse a sí mismo, pero ella no pudo verlo, sabía que se torturaba y se arrepentía, mas no creyó que se odiara tanto.

…Al final realmente nunca pudieron estar juntos, nunca funcionó…

Trató de sofocar sus sollozos toda la noche para no despertar a su hija, pero no fue capaz de conciliar el sueño sino hasta medianoche, y el llanto y los tirones de cabello de su bebita la despertaron antes del amanecer así que luego de calmarla y alimentarla ya no pudo volver a dormirse, por lo que durmió pocas horas.

La mañana siguiente ya no pudo continuar evadiendo sus responsabilidades como la única gobernante y tuvo que dejar a su hija con Niki pues Rangiku seguía demasiado destrozada por la fuga de su casi-hijo.

Fue extraño… sentarse en el trono con su corona de reina que antes solo había usado en una ocasión antes y ahora tendría que usar todos los días como símbolo de su autoridad.

Mi Rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora