■II■ Revelaciones de media noche.

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El mismo día, había transcurrido lento para Crowley. Solamente quedaban unas pocas horas para que el carruaje que enviaría el aristócrata lo pasara a recoger, sin embargo se le hacían eternas, por muy paciente que fuese, el pelirrojo sentía ansia de ir a su mansión y enseñarle aquello que guardaba tan celosamente en el zurrón. Para colmo, todavía pasaba más lento al tener a José a su alrededor, halagándolo, con gran entusiasmo, adorándolo como el héroe que no era. Eso era de lo más incómodo, pues era un niño con gran fe. ¿Y qué derecho tenía él de hacer pedazos esas fantasías infantiles que poseía el muchacho? Por mucho que insistiese, José no cambiaba su prespectiva ni su comportamiento de admiración hacia él. 

«Solo una hora más.» Pensaba para sus adentros mientras lidiaba con el infante. En aquellas horas de la tarde, Crowley se dedicó a recorrer las calles junto al castaño para encontrar posibles testimonios o pistas acerca del "vampiro" que aterrorizaba a los aldeanos. Nadie sabía nada. Y en aquel momento de exasperación la única fuente que podía ayudarlo a avanzar era ese hombre con el que iba a verse esta noche. 

Era irritante, incluso frustrante, pensar que aunque tratara de alejarse del excéntrico noble no daría resultado. Tal parecía que solo había un camino, y los atajos habían sido cuidadosamente bloqueados con gran premeditación. Parte de un plan del que el pelirrojo era totalmente ajeno, y sin embargo no sabía cómo evitar el destino que se le tenía preparado, por no decir que no tenía ni la menor idea de cuál era ese destino fatal. 

— ¡Señor Crowley! ¡Este hombre asegura ver al vampiro! — Gritó José. 

El hombre se acercó al aldeano, y entonces le pidió que le contara con todo lujo de detalles lo que fuese que hubiese visto. No obstante, fue una gran pérdida de tiempo. El aldeano aseguraba que el vampiro había atacado a su hija menor, cuando la muchacha estaba en perfectas condiciones, al tratarse de un asesino en serie, era imposible que la hubiera dejado escapar con vida, eso en primer lugar, y en segundo lugar, la joven no pudo ser capaz de darle una descripción concisa. 

Crowley suspiró, le dio las gracias por aquel testimonio penoso y falso y decidió largarse de allí, ya empezaba a anochecer, debía regresar a casa. José lo seguía con insistencia, sin dejar de lanzarle preguntas. 

— ¡Pero señor! ¿Por qué lo dejó estar tan rápido? ¡Seguro que era una gran pista!

José no cesaba en su empeño de ayudar al pelirrojo con la investigación, a pesar de que sin querer la estaba entorpeciendo, creyendo al primer aldeano que asegurase tener información por una posible recompensa. 

— José, el testigo de ese hombre era falso. — Crowley solo fue capaz de decirle eso. No hizo falta más para romper las ilusiones del muchacho y su creencia de que era un buen ayudante para el caballero. 

Se notó la decepción en su rostro, a lo que entonces el pelirrojo decidió darle un par de toques en su cabeza. 

— Todavía eres joven, aprenderás. — Trató de animar.  Tampoco hizo falta mucho más para que el castaño esbozara una sonrisa radiante, cargada de nuevas esperanzas y de admiración por el caballero retirado. 

— ¡Ah! ¡Gracias señor! Esto, ¿puedo acompañar al señor Crowley esta noche?

— No. 

— ¿Eeeeh? ¡¿Por qué no?! ¡Es mi deber como escudero!

— Y también es tu deber no sucumbir a las tentaciones del alcohol y de la carne si tanto deseas ser un caballero templario, José. Hoy acudiré solo. — Sentenció finalmente. 

El muchacho no pudo objetar, todavía se sentía avergonzado de lo ocurrido la última vez que acudió a aquella mansión. Con rubor en sus mejillas al recordar lo sucedido, terminó por resignarse y asentir con su cabeza ante las palabras del pelirrojo. 

•El Regreso a la Orden.• Owari no SeraphDonde viven las historias. Descúbrelo ahora