■VII■ El Misterio del Maestre. [Parte II]

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Emile y Gilbert se habían adentrado en las catacumbas en busca de Crowley, la advertencia del joven granjero había puesto al templario en tensión, el cual internamente no dejaba de rogar para que el pelirrojo no cayese en una trampa de aquellos pasadizos subterráneos.

Había multitud de ellos. Oscuros, fríos y húmedos. Era tan fácil perderse ahí dentro que incluso el propio laberinto subterráneo era una trampa en sí. ¿Por dónde habría ido Crowley? No sabían por dónde empezar siquiera. Registrar aquel lugar podría llevarles horas, incluso en la peor de las suertes, días. Ni siquiera el castaño tenía idea de si el pelirrojo había elegido un camino correcto, o por el contrario se había adentrado sin saber a dónde se dirigía exactamente.

El caballero avanzaba por aquellos pasadizos sombríos sin un rumbo claro, aquello le recordaba a las cámaras subterráneas del Templo de Damieta, donde los Templarios habían permanecido durante la Quinta Cruzada, en 1219. De hecho, si se paraba a pensarlo, había cierta similitud. Infinidad de pasadizos de los que si se desconocían, era muy fácil quedarse vagando y buscando la salida hasta morir. Un lugar oculto, donde era muy sencillo ocultar algo. Crowley detuvo sus pasos con esa idea que paseaba por su cabeza. Frunció ligeramente el entrecejo, llevándose la mano diestra a su barbilla, pensativo, centrándose en el entorno que lo rodeaba. Por el momento, solo podía escuchar pequeños ecos de gotas de humedad que caían en el suelo de piedra. No parecía que fuese a lograr encontrar el sonido de los pasos de los bandidos.

Ah, diablos. Si Ferid estuviese allí, seguramente ya los habría alcanzado. Se maldijo al pensar en el noble, cuya pericia era sin duda la que le faltaba a él. ¿Qué haría el aristócrata en su lugar? ¿Cómo lograría encontrar el camino correcto? Su mano descendió ligeramente, alcanzando aquel rosario que siempre colgaba de su cuello, reposado sobre su pecho, aferrándose a ese pequeño vestigio de fe que podría quedar en él. Comenzó a mirar a su alrededor. La humedad de la zona era tanta, que incluso podía apreciar cómo las paredes de piedra mantenían un tacto mojado y frío. No había corriente de aire. Aquello solo podía indicar que no estaba ni siquiera cerca de la salida o la entrada por la que había pasado. Era difícil respirar. Aquel lugar era tan inhóspito que el aire se tornaba realmente denso y asfixiante. Si tan solo hubiera podido seguirlos sin detenerse, los habría alcanzado, aunque ya era tarde para lamentarse.

Ese laberinto sombrío no dejaba de parecerle familiar. Decidió acercarse a las paredes y examinar mejor el entorno que lo rodeaba, su antorcha menguaba a medida que le alcanzaba la humedad del ambiente, si no se daba prisa, quedaría a oscuras. Las paredes parecían realmente gruesas, impedían escuchar a través de ellas, y parecía haberse hecho a propósito para tal fin. Esto volvió a recordarle a la fortaleza de Damieta. ¿Sería que la capilla había sido construída por la Orden? Cabía la posibilidad. Tal vez no por el Temple, tal vez los Hospitalarios o los Teutónicos eran los autores de tan elaborada galería. Si en algo las órdenes tenían puntos en común, era en ese tipo de construcciones además de sus labores. Siguió investigando, a paso más pausado por aquel pasillo donde se encontraba, cuando en la lejanía divisó cómo este se bifurcaba. Decidido, decidió buscar más a fondo. Debía haber algo que lo pudiese ayudar. Una seña, una clave, cualquier cosa que le pudiera ser de ayuda.

Emitió un gruñido de frustración, la huida de los bandidos había sido una trampa desde el principio, incluso el lugar elegido había sido premeditado, seguramente para evitar que los Templarios los llegaran a alcanzar para recuperar al Maestre. Con ello, cayó en la cuenta de un detalle bastante escalofriante. Sin duda había estado planificado con el fin de deshacerse de ellos. Llegó a la conclusión de que aquellos bandidos conocían los movimientos del Temple, conocían secretos como aquellos pasadizos, y lo que buscaban con ese lugar de huida era deshacerse de ellos. La duda había sido sembrada en el alma de Crowley, donde comenzó a sospechar de que había traidores en la misma Orden. ¿Con qué fin? ¿Qué les llevaría a actuar así? Sin duda alguna, el alma de los templarios podría estar mucho más corrompida de lo que podría haber imaginado. Y ahora, su gran duda era la siguiente, ¿qué camino debía tomar? ¿Cómo podía salir de aquella trampa?

•El Regreso a la Orden.• Owari no SeraphDonde viven las historias. Descúbrelo ahora