Para Ida, los siguientes segundos de su vida no le pareció estar viviéndolos en primera persona, sino más bien a través de una pantalla, algo difuminada y con el sonido al mínimo. Cuando abrió los ojos de nuevo, el mundo se tambaleaba a su alrededor. Veía todo borroso y oía mal por culpa del terrible golpe. Y por alguna razón, tenía un maniquí encima. Se llevó una mano a la cabeza. Al bajarla, vio unas gotas de sangre en las yemas de sus dedos y notó molestia en la ceja, donde un trozo de cristal debía haberle hecho un corte. Tardó un poco en recuperar completamente la consciencia de lo que pasaba a su alrededor, pero en cuanto lo hizo supo que tenían que moverse, y rápido.
Miro hacia atrás, donde Curtis, Avery e Isabela yacían. También se había desmayado por el duro golpe, pero parecían estar bien. Luego se giró hacia Drake, pero el chico era un caso completamente diferente. Tenía la espalda curvada y miraba hacia el techo con una mueca de dolor. Sus manos se apoyaban sobre la parte inferior derecha de su estómago, de donde sobresalía un gran trozo de cristal. Brotaba algo de sangre, despacio, descendiendo por su cuerpo como un fatídico riachuelo.
—Joder, Drake—fue lo único que acertó a decir.
—Curtis—respondió él. Se le notaba el dolor que debía estar sintiendo en la voz—. Levanta a Curtis, sabrá qué hacer.
Ida salió del coche como pudo, ya que el maniquí, cristales rotos y algún perchero le impedían abrir la puerta con facilidad. Iba dándole vueltas a cómo le encantaría haber prestado atención a las clases de primeros auxilios que su madre, enfermera, le había dado alguna vez. Iba tan ensimismada en sus pensamientos y en hacer lo que Drake le había pedido, que se había olvidado por completo de la situación en la calle. Cuando se acercó a la parte trasera del coche, que había quedado fuera de la tienda de ropa, fue cuando Ida vio por primera vez a aquellas criaturas. Se le antojaron escalofriantes, con sus deformaciones y pieles pálidas, los ojos muertos y movimientos anormales. Muchas ya se había ido, ya que los escasos minutos que habían perdido el conocimiento habían permitido que el peligro más fuerte se alejase tras la caravana de coches y peatones aterrorizados. Pero eso no quería decir que todos se hubiesen ido. Había un grupo arrodillado sobre lo que parecía el cadáver reciente de una persona. Se llevaban sus entrañas a la boca, con la sangre resbalando por su cara y ropa. No parecía que les importase. La lluvia, que al menos parecía estar perdiendo intensidad, les mojaba y hacía que riachuelos de color rojo oscuro cruzasen toda la carretera.
Ida abrió la puerta de atrás, por el lado del chico. Le zarandeó un poco; por suerte fue fácil despertarle.
—Curtis—le susurró, intentando no llamar la atención de los monstruos que aún se entretenían con su presa al otro lado de la carretera—. Drake está mal, uno de los cristales del escaparate o del parabrisas se le ha clavado en la barriga. Necesita primeros auxilios, pero antes tenemos que salir de aquí—continuó, señalando con el mentón la situación que había fuera—. Así que despierta a Isabela y Avery, vamos a mover a Drake y yo conduciré hasta una farmacia a las afueras—terminó. No había nadie más en la calle, así que lo más probable era que el hospital estuviese fuera de servicio o fuese un auténtico caos.
Curtis asintió despacio. Era un chico inteligente, tras asomarse por la puerta y ver el panorama, supo que Ida tenía razón. Intentando no hacer el más mínimo ruido, despertó a sus dos amigas. Se acercó un dedo a los labios, para que ellas no gritasen tampoco. Mientras tanto, Ida se acercó a la puerta de Drake. Apartó con cuidado los roperos que la bloqueaban y la abrió.
—Vamos a sacarte eso de ahí, pero necesitamos ir a otro sitio. Así que tienes que pasar a la parte de atrás, conduzco yo.
Drake asintió débilmente. Ida se ofreció para que se apoyase en ella al bajar, pero en cuanto el chico dejó caer su peso sobre su hombro en un brusco movimiento, y la herida hizo mella en su sistema nervioso, profirió un grito de dolor. Ida le llevó la mano a la boca inmediatamente, pero era demasiado tarde. Una de las criaturas que hasta entonces se entretenía devorando los restos de un cadáver se giró lentamente. Sus ojos, completamente rojos, parecieron taladrar al grupo. Ida supo que no tenían mucho tiempo. Ya sin contemplaciones y con ayuda de los demás, subió al dolorido Drake a la parte de atrás y se montó en el asiento del conductor. Giró la llave en el contacto. El motor rugió, pero no terminó de encenderse.
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Serie B
Ciencia FicciónEl sueño de todo joven siempre ha sido hacer un viaje atravesando el país con sus mejores amigos a su lado, pero no como lo hacen Ida Kidd y sus compañeros de facultad. Ellos creían que iban a ser los cineastas del mañana. Que dirigirían las mejores...