Capítulo VII: El comienzo de la travesía

28 3 0
                                    

Las ruedas del Jeep se deslizaban sobre la carretera bien asfaltada de la autopista a 80 kilómetros por hora. Conducía Isabela, mientras Curtis, en el asiento del copiloto, llevaba abierto un gigantesco mapa e iba señalando por donde debían ir. No había coches a la vista; la mayoría de las familias de Los Ángeles y alrededores hacía horas que se habían ido... O no lo habían hecho en absoluto.

En la parte trasera del vehículo, Avery y Drake dormían apoyados el uno en el otro. Ida miraba pensativa por la ventana. Tenía puesto un arnés negro que había cogido en la armería, del que colgaba la pistola que había elegido con su compañero apenas una hora antes. Siendo sinceros, jamás se había imaginado siquiera llevando un arma, y ahora tenía que aprender a usarla en tiempo récord, pues su vida parecía poder llegar a depender de ello.

Tan solo tras media hora de camino, adelantaron una gasolinera, aparentemente vacía. Pero Ida, observando por la ventanilla del coche, descubrió con horror que no estaba tan despejada como parecía. Los abultados había llegado hasta allí, y merodeaban perezosamente por donde en condiciones normales, deberían estar los coches haciendo cola para repostar.

—¿Cómo vamos de gasolina?—preguntó al aire. Si ese era el panorama en todas las estaciones de servicio que pasasen, iban a tener un problema.

—Cogí un bidón de gasolina de la tienda de antes, pero estaba vacío. Si encontramos una gasolinera que no esté infestada, deberíamos parar a repostar y rellenarlo, o tendremos serios problemas en el futuro. Porque en coche son unos tres días hasta Washington, pero andando...

Ida asintió, asimilando la información. Eso daba como resultado tres escenarios: o tenían mucha suerte, o iban caminando el resto del camino, o... se enfrentaban a los abultados. Tragó saliva. Solo de pensarlo, se le ponían los pelos de punta. Había visto su vida pasar ante sus ojos en la armería; pensaba que no lo contaba. Y no le apetecía repetir la experiencia.

 Y no le apetecía repetir la experiencia

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

El ruido del motor se apagó de repente. Ida parpadeó despacio, deshaciéndose del fuerte agarre de los brazos de Morfeo que la retenían en su bonito mundo onírico, donde no había monstruos deseosos de hincarle el diente. Vio a Avery al volante y a Curtis en el asiento de copiloto, hablando en bajo. El sol se estaba poniendo, por la poca luz que entraba en el coche. Debían de ser cerca de las siete de la tarde; el atardecer en Los Ángeles en pleno octubre era bastante temprano. Ida se desperezó y se irguió en el asiento, mirando qué había estado usando de almohada todo este tiempo. Aunque la respuesta resultó no ser un qué, sino un quien: a su lado, Drake la miraba con una pequeña sonrisa.

—¿Qué tal, Bella Durmiente?

—Para ir tanto de duro, eres sorprendentemente bueno como almohada—respondió la chica en un bostezo—. ¿Dónde estamos?

Avery se giró.

—A ver... Cerca de Kingman... Al sur justo de Las Vegas, apenas acabamos de salir de California. Como a seis horas de UCLA.

—¿Solo?—preguntó Drake mientras cogía el mapa que Curtis tenía en las manos—. Joder. Deberíamos seguir conduciendo de noche.

Isabela negó con la cabeza.

—Negativo. Cada vez hay más de esos bichos por la carretera. Si seguimos de noche y nos chocamos con uno, podemos tener un accidente grave. Además, todos estamos agotados, estamos de una cruda horrible... Una resaca, una cruda es una resaca—aclaró al ver la confusión en la cara de sus compañeros de viaje, ya que en ocasiones se le olvidaba que no eran como la gente de Arizona, habituada al slang hispano—. Vamos, en resumen, que necesitamos descansar.

—¿Por eso hemos parado en medio de la nada?—inquirió Ida mirando por la ventanilla. Aunque no estaban en pleno desierto, si se veía un paisaje árido e inhóspito. Sin embargo, había una casa a unos treinta metros. Parecía abandonada desde hace tiempo.

—No parece que haya peligro. Me he alejado de la carretera por eso. Por cierto, Drake, gracias por haber elegido un todoterreno como coche. Llegas a tener un deportivo y no estaríamos aquí...—respondió Avery mientras se soltaba el cinturón—. ¿Os parece que miremos qué tal está esa casa de allí? Quizás haya mantas y gasolina... 

El grupo pareció estar de acuerdo y bajaron del coche, con las armas fuera de sus fundas y atentos a sus alrededores. Caminaron despacio, entre los matorrales y las rocas, hasta la vieja casa de madera. La fachada parecía haber estado pintada en un pasado algo lejano, pero ahora se veía desconchada y sucia. Algunas ventanas estaban rotas y otras tenían los cristales manchados por un polvo que hacía años que no se limpiaba. A la derecha se situaban un par de árboles que parecían haber sobrevivido todo ese tiempo sin los cuidados humanos, pero sus ramas comenzaban a crecer peligrosamente cerca del balcón, metiéndose incluso entre alguna columna.

Drake fue el primero en subir la pequeña escalinata hasta la puerta. Con cuidado, probó a abrir la puerta simplemente girando el pomo, aunque sin muchas esperanzas de que funcionase. Para sorpresa de todos, los goznes chirriaron y le permitieron el paso al interior de la vivienda. El chico se giró hacia los demás.

—Parece que la suerte nos sonríe—indicó, girándose. Miro a Ida, quien más cerca estaba de él—. Las damas primero, Lorraine*.


---

*N/T: Referencia a la protagonista femenina de la saga de terror "Expediente Warren", Lorraine Warren. En las películas, ella y su marido se dedican a ayudar a familias que experimentan sucesos paranormales en sus casas.



Serie BDonde viven las historias. Descúbrelo ahora