Vestida...

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Escuché que se apagaba el flujo de la regadera e inmediatamente, mi espalda se tensó; aún no me vestía. Había estado tan inmersa en mirar el techo y pensar en lo que aconteció durante los días de mi ceguera; que no me había movido de la posición en que me había dejado Tres.

La puerta al baño se abrió y él caminó a donde se escuchaba a alguien llamar a la habitación.

 

-“Gracias. Quédate con el resto. Buen día.”- era nuestra cena, o desayuno; por la hora.

 

Tres cerró la puerta y depositó los recipientes de plástico en una meseta que yo no había visto, pues se desdoblaba de la pared frente a la cama.

 

-“Será mejor que te vistas, Irene, podrías resfriarte.”- no me miraba mientras lo decía, y eso me incomodaba un poco.

 

-“Sí.”

 

Me levanté difícilmente de la cama y volví a entrar al baño, donde encontré la ropa que me había prestado Tres, colgada en el toallero; por él, seguramente.

Estaba más relajada, después del baño, y mi cabeza ya no se sentía tan abotagada como hacía unos minutos.

Después de colocarme la camisa y los pantalones, caí en cuenta que no llevaba calzado. Mis zapatillas habían quedado olvidadas desde el segundo o tercer día de mi captura.

Suspiré, resignada a que no había mucho que pudiera hacer en el momento.

 

Salí del cuarto de baño y me encontré a Tres, sentado en la cama, recargado en la cabecera, con los alimentos dispersos en torno a él, comiendo ávidamente.

 

Al escucharme salir, elevó su mirada, dejando de masticar momentáneamente.

 

Sus ojos se abrieron un poco, y en su rostro se registró sorpresa. Me sentí muy expuesta ante su mirada, e insegura. ¿Tan terrible me veía, en el atuendo holgado y poco femenino que él mismo, me había prestado?

 

Me di la vuelta, depositando la bolsa con nuestras ropas, a un lado de la puerta, para que no se nos olvidara al salir; y me quedé así unos minutos, debatiendo sobre qué hacer después; mi hambre seguía indiscutiblemente presente, pero no ansiaba estar cerca de Tres. Menos después de la manera en que me había mirado.

 

-“Ven a comer, Irene. No hay mucho espacio en la mesa, creí que sería más cómodo comer en la cama.”- sonaba un poco inquieto, casi nervioso.

 

Estábamos en una habitación demasiado pequeña, no iba a poder evitarlo aunque lo quisiera, y la comida me llamaba locamente.

 

Así que, me volví a poner frente a la cama y caminé lentamente hasta el lado contrario al que ocupaba el hombre que me causaba demasiadas sensaciones ajenas a mí.

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