Atrapada...

237 16 4
                                    

No tuve que esperar demasiado, antes de que pasaran cuarenta minutos, mi madre entró al baño de damas; y pude reconocer sus pantuflas de canguritos, por debajo de la puerta del cubículo en el que me encontraba. Había decidido que adentrarme en uno y quedarme quieta, con las piernas invisibles a alguien que pasara por el pasillo frente a los grandes espejos de los lavamos; era la mejor opción.

Abrí la puerta, para encontrarme con una versión muy distinta de la mujer que había conocido toda mi vida.

-“Mamá.”- mi voz volvía a ser un susurro, era como si mi cuerpo hubiese decidido que de esa manera eran menos dolorosos los momentos.

Se dio media vuelta, y sus ojos rojos y tumefactos, me rompieron el corazón en mil pedazos; pedazos, que yo creía no podían existir, después de las destrucciones masivas que había padecido ése órgano, en las últimas semanas.

Ella, lentamente, dio los escasos tres pasos que nos separaban, sin decir una sola palabra, y sin quitarme los ojos de encima; quizás, pensando que si decía o hacía algo repentino, Yo me esfumaría.

Cuando estuvo a escasos centímetros de mí, elevó, titubeante, una de sus manos, hasta posar su palma en mi mejilla izquierda; me parecía tan pequeña, tan frágil, era como si hubiesen pasado diez años desde la última vez que la había visto.

-“Mamá.”- volví a decir, sin tener otra coherencia que externalizar, ante la imagen rompible que representaba mi madre, frente a mí. Tomé la iniciativa, entonces, y me abracé a ella fuertemente, perdiendo el miedo a quebrar sus huesos o lastimar su diminuta figura. Era tal mi carestía de sentirme a salvo, que no me importó su fragilidad, más que mi imperiosa necesidad de saberme en casa, entre sus brazos cálidos y llenos del amor más grande que puede existir en esta tierra; lo había descubierto con el nacimiento de Amy.

 

Todo el camino a casa, mi mamá y yo, lloramos en los asientos traseros, mientras mi padre respiraba hondo y manejaba lo mejor que podía; no estaba segura de a dónde íbamos; lo único que sabía es que estaba a salvo, y estaba con las personas que más me amaban en el mundo. Había preguntado por Amy, y ellos me habían dicho de manera inconsistente que estaba a salvo y que la veríamos pronto. No me había quedado más que aceptar y seguirlos, podía confiar en ellos completamente, en ellos sí.

Pensar en la certeza de la confianza hacia mis padres, causaba una punzada ardorosa en un lugar muy bien localizado de mi pecho; Aldo. En él también podía confiar, en él había confiado mi vida, literalmente; y ahora, no sabía si merecía tan grande milagro; después de todo, él había confiado su única familia, a mí; y yo había dejado que se la llevaran. Pero, ¿qué hubiera sido de nosotras si me hubiera hecho visible para aquellos hombres? Definitivamente, nos hubieran llevado a ambas, ¿qué de bueno, habría obtenido de éso?; tenía que consolarme el que estuviera libre, ya que me permitía la posibilidad de contactarlo e informarle de la suerte de Suzette. Podía ayudar más estando fuera que si me hubieran llevado con ellos. Tenía que ser positiva, para poder pensar en claro.

 

Cuando nos detuvimos frente a un motel desconocido, me sorprendí, mucho.

-“¿Por qué estamos en un motel, papá?”-

El aludido se aclaró la garganta, mirando por la ventanilla a su izquierda, evitando por completo mirarme; se percibía su nerviosismo.

-“Tienes que quedarte aquí, Irene. Hasta que se resuelvan algunos asuntos, no estarás a salvo en la casa, ni Amy tampoco.”- sus palabras me herían, me quitaban el cálido sentimiento de seguridad, y me dejaban desnuda ante la helada realidad de mi situación. Aún no terminaba aquello, y aún no vería a mi hija.

Mi madre se conmovió por mi cambio de ánimo, y me tomó las manos, llevándoselas al pecho y mirándome con toda la tierna disculpa de un padre resuelto a hacer lo mejor para su criatura, aunque signifique dolor para ambos.

-“Es lo mejor, Irene.”- dijo ella, mientras deslizaba una llave dentro de mi puño cerrado. Hubo algo en mis ojos, que me indicaba que no debía preguntar por la llave, y no lo hice.

 

Despedirme, de nuevo, de mis padres, fue muy doloroso. Era un presagio obscuro de que nada se arreglaría con facilidad, de que mi regreso no era mágico, como tampoco lo sería la reintegración a la vida que antes me pertenecía.

Mi padre me había mirado con tristeza: -“Irene, hace unos días, alguien nos instruyó para que notificásemos a la policía; están al tanto de todo, excepto de tu regreso, y piensan que alguien muy cerca a nosotros está detrás de tu secuestro.”- hizo una pausa, para respirar, después agregó: -“Tu ex marido fue llamado a interrogación, hija, y está en la ciudad. No le diremos que estás aquí, no te preocupes, pero ha visitado a la niña. Si la niña te viera, pues, podrían complicarse las cosas. No quisiéramos que ella cometiera una indiscreción inocente.”-

Allá iba de nuevo, otro estrujo a mi corazón. Ahora, a la porción que ocupaba el ser madre. ¿Lo peor? Que tenían razón. Ver a la niña, sería un error, no importaba cuánto deseara tenerla conmigo. No quería dudar de Leonardo, pero si Amy le dijera algo sobre mi regreso, podría entorpecer o hasta complicar la situación.

Así que, los dejé ir. Y dejé ir el deseo sobrecogedor de ver a mi hija. Tendría que esperar. Era lo mejor.

 

La llave que me había entregado mi mamá estaba adjunta a una tablilla de madera pequeña, que llevaba inscrito, en letras doradas: 3B. Cuán irónico me pareció, tres… nunca significaría lo mismo ése número para mí.

 

 

Caminé hacia la entrada al motel, y, al no encontrar a nadie en la recepción, me guié a mi misma hasta las escaleras; no creía demasiado difícil encontrar la habitación. Aquel lugar tenía dos pisos y no parecía haber más de cinco habitaciones por piso. Usando la lógica de que las habitaciones estarían enumeradas en descendencia, subí al segundo piso y me encontré frente a una puerta de madera poco fiable, con la inscripción 1B, así que caminé hacia la izquierda, la única dirección posible, puesto que el pasillo se cerraba en la otra dirección, con una pared pintada de rojo y adornada con un cuadro de cerezas; no era el mejor de los contrastes, pero no me molestaba tanto como el caminar hacia una habitación que no era mía, de nuevo.

 

Abrí la puerta y dejé salir un suspiro largo, pensando en que, por lo menos, podría descansar. Sentía que no había dormido en años, y solo había sido un día.

Me adentré en la habitación pequeña y cerré la puerta, al mismo tiempo en que encendía la luz.

 

-“Vaya, vaya. Pero qué coincidencia tan agradable.” La voz masculina tras mi espalda, hizo que diera un salto, y que el corazón galopara en mi pecho.

Esto no era lo que esperaba.

(Continuará)…

CIEGADonde viven las historias. Descúbrelo ahora