capítulo 2.

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(Esta historia es solo una adaptación la autora es @AllysonDeVil)

Billie se definía a sí misma como una chica rara, solitaria y llena de problemas. Lo sabía porque mientras los demás en la sala de diálisis veían televisión, hablaban, leían un libro o revisaban sus notificaciones en Twitter, ella terminaba el crucigrama que había estado haciendo antes de que la chica de la ventana la interrumpiera.

Billie tenía una rutina simple, y le gustaba seguirla al pie de la letra.

Se levantaba a las cinco, sorprendida de que su corazón rechazado hubiese sobrevivido una noche más, tomaba sus medicamentos para intentar que su estúpido cuerpo dejara de atacar al órgano vital que la mantenía con vida, comía un desayuno ligero, hacia un crucigrama y luego volvía a dormir hasta que su madre la despertaba para almorzar.

Luego de esto subía a su habitación y miraba por la ventana. Miraba a la chica que lloraba queriendo decirle algo, preguntarle por qué lo hacía, pero su Asperger no se lo permitía. Luego de mirar suficiente tiempo por la ventana, su madre iba a buscarla a su cuarto e iban a sus citas diarias.

Cuando no era la diálisis era el psicólogo, cuando no era el psicólogo era el cardiólogo, cuando no era el cardiólogo eran clases de piano con la señora Bregoli, a las cuales asistía junto con Clairo, su única amiga. Lo único que le gustaba de todas sus actividades era esta última: la música.

Tiempo atrás el psicólogo les había dicho a sus padres que ella estaba deprimida. Primero intentaron con grupos de apoyo, pero estos solo la deprimieron más. Luego intentaron otras cosas, pero no funcionaron. Las clases de piano eran las únicas que parecían hacerle sentir un poquito no tan deprimida.

Finalmente llegaba a su casa, y luego de cenar, inyectarse su dosis diaria de insulina («Gracias por inflamarte y hacerte extirpar, páncreas» pensaba) y tomar más medicinas (Entre ellas una droga para dormir) Billie se quedaba profundamente dormida hasta el día siguiente.

A veces, cuándo Billie no podía dormir ni con ayuda de las medicinas, pintaba durante la noche, pero esto se salía de su rutina, lo cual lo hacía abandonarlo casi de inmediato.

Pero ese día, por primera vez, Billie no se sintió mal al dejar su rutina. Se suponía que Billie debía ver a la chica, no hablar con ella («En realidad, nos hemos escrito» se interrumpió), pero cuándo lo hizo se sintió tan bien que podría haberse salido de la rutina durante todo el día.

Esto jamás había sucedido con la señora Isabel, su antigua vecina. La anciana señora solo la saludaba de vez en cuando, pero jamás hablaban. Y esto estaba bien.

Una voz interrumpió los pensamientos de Billie.

-Buenas tardes, O'Connell.--la saludó una voz que conocía bastante bien.

-Clairo Cottrill, acabas de interrumpir mi crucigrama.

-Lo siento. Solo quería hacerte compañía. Puedo irme si quieres.

Billie sacudió la cabeza casi de inmediato. Le encantaban los crucigramas, pero su madre sobreprotectora solo le permitía ver a Clairo durante las diálisis y cuándo asistían a clases de piano, y en estas últimas hablar era imposible con la estricta señora Bregoli como profesora.

-Quédate, por favor.

-Sabía que me necesitarías, O'Connell.

Billie sonrió y luego hizo espacio para que Clairo se sentara a su lado. En cuanto lo hizo, ambas se quedaron en silencio, escuchando el sonido de la máquina de diálisis. Entonces Billie rodeó a Clairo por la cintura con su brazo libre y apoyó su cabeza en su hombro. Era un abrazo. Torpe, pero lo era. Clairo respondió al abrazo de inmediato.

la chica de la ventanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora