Capítulo 1

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Viernes, 13 de septiembre del 2002

Syed

Sonó el timbre. Un "salvados por la campana" por parte de la señorita Martin susurró lejanamente los murmullos sofocantes que se empezaron a aglomerar entre mis compañeros. Me daba puro empujarlos pero mis ganas de llegar a mi casa y que el apetecible aroma a pudding de Yorkshire de mi madre me diese la bienvenida al llegar eran inmensas.

        -Syed Gelbero-la voz de la señorita Martin superó los decibelios de la suma de todas las voces de mis compañeros juntas. La verdad es que era todo un mérito.

Me hice paso entre la muchedumbre para alcanzarla.

        -Llévalo a mi despacho, por favor-me tendió una solitaria llave y su portátil rodeado del complejo de una maraña de cables.

Lo tomé con sumo cuidado reprimiendo mi frustración con una sonrisa un tanto forzada recordando que había que cruzar medio instituto para llegar a su despacho.

Mientras tanto...

        -Un hijo rico trabajando en el extranjero, otro con iniciativas de convertirse en un prestigioso abogado-comentó Astrid Gelbero de lo más orgullosa mientras ponía la mesa.
        -A mí la verdad es que me gustaría ahorrar dinero para ir a Barbados. Hace años que no vemos a Alec-le respondió Kurt Gelbero, su marido y padre de sus tres hijos-. Nos llama muy seguido pero nos haría bien verle, sé que a Syed y a Kenzo les haría mucha ilusión.

Mientras tanto, Kenzo Gelbero escuchaba la conversación de sus padres desde la cocina. Alec el empresario billonario con el mundo a sus pies, Syed el humilde futuro abogado repleto de bondad, y ¿él?
¿Él que era? <<Ah, sí, el simple reponedor sin estudios>> le avergonzó su subconsciente.

Syed

Miré dos veces el cartel del despacho para no confundirme. Este era el suyo. Sujeté el portátil con una mano y me dispuse a abrir pero la llave no entraba de ninguna manera en la cerradura. Genial, la señorita Martin me ha dado la llave equivocada. Maniobré por si ocurría un milagro y se sabría sola y, sorprendentemente, ocurrió. Debido a la inercia, mi cuerpo se inclinó levemente hacia delante cuando esta se abrió emitiendo un leve chirrido.
Una chica, se podría decir que, de mi edad se encontraba al otro lado sujetándome la puerta. El pensamiento de que ella había sido mi milagro me provocó una risita nerviosa para mis adentros. ¿Ahora qué se supone que tenía que hacer? ¿Pasar o quedarme ahí mirándola como si se me hubiera aparecido un ángel?
Yo seguía ahí clavado en el suelo ante sus ojos verdes penetrantes que parecían tener el poder de taladrar mi pecho y espiar mi alma.

        -¿Puedo ayudarte en algo?- me dijo con una sonrisa de dientes perfectos la cual reflejaba mi estado de ánimo en este preciso momento. Sí, definitivamente se me había aparecido un ángel.
        -Venía a dejar el ordenador-dije serio, disponiéndome a entrar en el despacho para dejar el dispositivo en el escritorio rebosante de papeles.

Solté un suspiro de alivio al deshacerme por fin del cacharro y, cuando quise darme cuenta, había tirado un taco de folios al suelo. Mierda. No quise levantar la vista de aquellas hojas desparramadas. Qué bochorno. Oí cómo ella se cubría la boca con sus manos intentando ocultar una sonrisa nerviosa. Sentí el ardor de mis mejillas ruborizándose y me agaché a recogerlos rápidamente antes de que se diera cuenta.

        -A mí también me habría pasado-se agachó a mi lado para ayudarme.
        -No te tendrías que haber molestado-dije intentando no mirarla a la cara.
        -Sin problema-sonrió.

De pronto se produjo un silencio incómodo. Oh, cómo odiaba eso, me comencé a sentir de lo más avergonzado. Tenía que romper el silencio como fuese porque ella no hacía más que sonreír tímidamente mirando al suelo. Chica guapa, deja de sonreír, por favor, me desconcentras. ¿Debería irme? Sí, eso haré.

        -Hasta la próxima-le lancé una rápida sonrisa y salí.

Caminé hasta la puerta a paso ligero. Eché mi cabeza hacia atrás tomando una gran bocanada de aire. ¿Qué había sido eso? Nunca la había visto en mi vida, ¿sería nueva? Su inocente risa aún retumbaba en mi cabeza como banda sonora de mi vida.

        -¡Syed!-mi hermano Kenzo cruzó la calle apresuradamente y me dijo con tono agrio-: Mamá me ha mandado a buscarte. Están preocupados por ti. ¿Por qué has tardado tanto?
        -Estaba... estaba haciendo un recado-tartamudeé. ¿Qué me estaba pasando? Me sentía ido.
        -¿Te pasa algo? ¿Te han castigado?-bromeó palmeándome la espalda.

Lo había notado.

        -¿Qué me iba a pasar?-le resté importancia al asunto.
        -No sé, te veo diferente.

¿Diferente? ¿En serio?

Deniz

        -Deniz, hija, ¿cómo te ha ido el primer día de instituto nuevo?- me preguntó mi padre con mirada dulce.
        -Distinto-me encogí de hombros-. Pero tiene buena pinta.
        -¿Has hecho amigos?
        -¿Amigos el primer día? ¿Yo?-reprimí una risa.
        -Bueno, quien dice amigos dice novio.
        -Papá-rodé los ojos y mi padre se rió dándome un cálido beso en la frente.
        -No seas tan antisocial, hija.
        -El mundo es antisocial, no yo-bromeé-. ¿Y Leonor?
        -En el spa.

Asentí seria con la cabeza y me fui a mi habitación, lo único que quería era lanzarme en mi cama y pensar.
Mi madre murió al nacer y Leonor era mi madrastra... desafortunadamente. No era de esas buenas y enrolladas como las de la vida real, sino una malvada sacada de las películas de ficción. Ni nunca ella me había tratado como su hija ni yo a ella como mi madre.
Me abalancé sobre mi cama y me agarré fuerte a mi almohada como si fuera mi salvavidas. Pensar. Eso empecé a hacer. Le di vueltas a lo que me había pasado esta mañana: su nerviosismo, sus ojos azules tintineantes, su torpeza al tirar aquel taco de folios al suelo, el rubor de sus mejillas, su voz grave... de repente me encontré a mí misma con una sonrisa de oreja a oreja plasmada en mi cara. Esto merecía ser reflejado en la música; cogí mi guitarra acústica, cerré los ojos y me dejé llevar. Rápidamente mis dedos corretearon fundiéndose en las cuerdas mientras me perdía en la melodía Bourée en E menor de Bach pensando en ojos azules, rubor y manos aterciopeladas.

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