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Sabía que mi corazón se volvería loco al saber de ti después de tanto tiempo. De alguna forma lo hizo, pero no como esperaba.
No te culpo por haber dejado de quererme. Me culpo a mí, porque sé que me faltó poesía, me faltó esa inspiración que me jurabas que te llenaba al escucharla. Culpo al tiempo por ser tan paciente cuando estaba sin ti, en mi agonía, y tan corto cuando me invadía tu mirada. Culpo a la monotonía, por hacerse rutina, porque por tras las rejas de mis temores me vi cautivo ante una vida que apenas empezaba. Tú solo eras tú, no tienes culpa de nada, aunque tal vez te sigo queriendo, y mentiría al decirte que no me ahogado en el desprecio de la auto insuficiencia cuando te pensaba. Tú no temas por mí, que he sonreído últimamente, aunque dormido, como lo dice mi ángel de la guarda. Y juro que lo sentía, sentía que eras mía y que mis labios intentaban rozarte una vez más mientras te soñaba. Tú eres preciosa; yo, solo metáforas pasadas, que vuelven a su inicio para colocar puntos suspensivos en lugar de una pequeña raya. Así, imagino que cada frase tiene una historia, como cada beso que te di cuando no mirabas, cuando menos me necesitabas. Entiendo que no quieras verme, tú brillas y yo soy una luz apagada, que intenta parpadear, inquietante, cada que te sueño en mi cama. Y ahora siento una puñalada, cuando pienso en aquel abrazo que me suplicaste y que te di para entrar en ese cuento de hadas, ese pequeño cuento que sigue vivo; pero tú, tú te has ido, y, desde entonces, ya nada es lo mismo.

Como un grito al silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora