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EL JUEGO DE
PETER PAN└────────────────────┘
ELLOS LLEVABAN DISCUTIENDO largo rato.—¿Por qué es que no quieres que yo vaya? —preguntó por enésima vez el vikingo.
—No confío en ellos, y es peligroso, ¡¿no te bastan esa simples razones?!
—Es por eso que me ofrecí a ir, porque nadie confía en ellos y necesitan supervisión —espetó con incredulidad—. Dioses, Mérida, tu los viste, son solo unos cuantos niños.
—Tu también eres uno—rebatió con rudeza—. Yo también lo soy, y podría derribarte ahora si quisiera y tú no podrías hacer nada para evitarlo.
—¿Crees que no podré defenderme, si en algún caso ellos se revelan contra mí? —preguntó incrédulo.
—Hiccup, por todos los dioses —suspiró tirando de su cabello—. No quiero ofenderte, pero creo que no podrías vencerme en una lucha cuerpo a cuerpo. No te gusta la violencia, lo sé, te conozco.
—Que no me gusta no significa que no pueda luchar; además, me conocías, las cosas cambian en tres años —repuso—. Anda, pruebame.
El vikingo se separó unos pasos de ella, y la pelirroja levantó una ceja.
—¿Qué?
—Pruebame.
El vikingo se señaló a sí mismo, invitando a la pelirroja a hacerlo. Lo que involuntariamente sacó una sonrisa divertida de la pelirroja.
—¿Lo dices en serio? ¿Me estás retando a una pelea?
—Muéstrame todo lo que tienes.
Mérida lanzó un puñetazo que planeaba impactase en la cabeza de Hiccup, pero éste rápidamente levantó su brazo tomando la muñeca de Mérida antes del impacto. Ante esto, el castaño sonrió con petulancia mientras la pelirroja fruncía el ceño. Fue el otro puño e Hiccup también lo atrapó con rapidez. Se miraron a los ojos unos segundos, y la DunBroch terminó por zafarse del agarre para rápidamente intentar dar una patada que Hiccup impidió. Así un par de golpes más que Hiccup esquivó e impidió sin ningún problema, y Mérida ya algo cansada se lanzó sobre él, pero el vikingo en un movimiento rápido la tomó de los brazos y la empotró contra la pared, sosteniendo sus manos tras la espalda.
Sus respiraciones eran agitadas y sus corazones latían a gran velocidad.
—Okay —murmuró Mérida con voz ahogada—. Ahora suéltame.